21

Recuerdo que ella reía, y que luego suspiró de repente, visiblemente inundada de felicidad. La fúlgida luz del mediodía bajaba condensada en rayos que se colaban entre los árboles del jardín, como colgaduras, cayendo sobre ambos, y las sombras ondulaban sobre su cara y continuaban oblicuamente sobre sus hombros, mientras un sol esplendente reposaba en la pared. Y como me ocurría con frecuencia —aunque esta vez fuera de un modo más diáfano que nunca—, sentí de improviso la extrañeza de la vida; la extrañeza de su hechizo, como si por un instante se hubiera abierto una de sus misteriosas ventanas y yo hubiera vislumbrado de repente su insólito y guardado secreto. Cerca de mí estaba aquella mejilla suave y casi velada, cruzada por las sombras; y cuando de pronto ella, con reservada perplejidad y un brillo vivaz en los ojos, se volvió hacia mí y la luz recayó en sus labios, cambiándola extrañamente, aproveché la libertad absoluta de ese mundo del jardín para tomarla por los codos. La aproximé con delicadeza, la apreté contra mi pecho y volvió a suspirar. Son recuerdos que jamás se borrarán de mi memoria…

Dariana hablaba poco. Ahora, pasado tanto tiempo, me da por pensar que todo lo decía con sus ojos, con sus silencios, con sus mohínes y suspiros. Sin embargo, aun en medio de mi dicha, frecuentemente, esa actitud llegaba a desesperarme. Porque yo quería saber más sobre ella: quiénes eran sus padres, dónde había vivido, cómo había sido su existencia antes de venir a aquella casa y por qué se hallaba allí… Y resultaba inevitable que le hiciera preguntas. Aunque no eran preguntas directas, sino considerados juegos de palabras con los que trataba de conseguir que me diera explicaciones. Por ejemplo, le decía:

—De un tiempo a esta parte, empiezo a tener la sensación de que mi vida acaba de empezar. Desde que me vine a vivir a tu lado, todo lo que antes me ha sucedido se va borrando y no tiene ya importancia. Aunque no quiero olvidar quién soy ni de dónde vengo. En cierto modo, me siento un hombre nuevo aquí. Todo esto es diferente para mí. Pero mi vida de antes, en la casa de mis parientes, forma parte de mí. Por eso te he contado cómo era esa vida y la angustia que me producía. En cambio tú no me dices nada de tu vida de antes. Dariana, ¿te das cuenta de que no sé nada de ti? Solo sé que eres una mujer guapa, impresionante… Con una capacidad auténtica para dar amor… Y ahora, ¿por qué te has ofendido? ¿Qué te ocurre?

—Déjalo. Hay cosas que nunca comprenderás —contestó irritada—. Te he dicho que no quiero hablar de mí. No tengo nada de particular que contarte.

—No digas eso. Tienes más o menos mi edad. A todo el mundo le han sucedido cosas que necesita contar. Sobre todo, cuando se está enamorado. ¿Será acaso que no estás enamorada de mí?

Se echó a reír de momento. Pero luego se puso muy seria y, señalando hacia lo alto, dijo:

—En vez de preguntar tanto, será mejor que eches una mirada a esa ave que vuela muy alta encima de nosotros. Si te fijas bien la podrás ver entre los árboles, girando sin mover las alas.

—Hace rato que la he visto.

—¿Quieres decirme por qué algunas aves vuelan altísimas haciendo círculos en torno al astro? Nadie lo sabe…

—Y tú, ¿acaso lo sabes?

—No. Pero, si cierro los ojos, tengo la impresión de que me elevo y vuelo junto al ave, uniendo mis pensamientos a los suyos y que lo adivinaré dentro de un momento.

—Eso es absurdo. Un ave no tiene pensamientos.

—Sí, sí que los tiene. Por eso busca la luz. La luz, en comparación con la oscuridad, es la salvación. ¡Mírala cómo describe círculos!

—¿Debo entender por tus palabras que antes vivías en la oscuridad? ¿Que no eras nada dichosa?

Respondió tapándose el rostro con las manos. Estuvo llorando durante un rato ante mi estupefacta mirada. Entonces decidí no hacerle más preguntas, porque además comprendía que su vida anterior debió de ser horrible. Pero ella, en cambio, me sorprendió revelando de repente:

—Soy una mujer yazidí.

Entonces comprendí su silencio, su reserva y ese misterio raro que la envolvía. Porque los llamados yazidíes son un pueblo que profesa una religión ancestral que tiene su origen en las antiguas religiones persas. Creen que Dios creó el mundo y lo confirió al cuidado de siete seres santos, conocidos como ángeles o Heft Sirr (los Siete Misterios), cuyo jefe es Melek Taus, el ángel del pavo real, que es considerado por algunos musulmanes y cristianos como Satanás o el Diablo. Quizá por eso fueron perseguidos en las diferentes épocas, y sobre todo en este tiempo por los agarenos, que son especialmente intolerantes y crueles con ellos. Por esa razón los yazidíes ocultan su fe si está en peligro su vida.

—Yo no se lo diré a nadie —le aseguré—. Así que no debes temer por mí.

—Lo sé —dijo sonriente—, confío en ti. Pero me angustia pensar que tu corazón pueda albergar algún recelo…

—Lucharé contra ello.

—Si es así, te estaré siempre agradecida. Y te ruego que nunca más volvamos a hablar sobre esto.

—Te lo juro.

Después la besé para sellar el pacto.