Capítulo Ocho

Sacrificio

 

La máscara estaba casi de vuelta en su sitio cuando oyó que pegaban en la puerta. Aunque sabía que el visitante no podría ver su cara (su cara real) tras la máscara metálica, se tomó un momento para recomponerse antes de responder.

Era Cruger. Kesar podía decir en seguida que el general estaba contento consigo mismo.

— Mi Señor — dijo Cruger. Hizo una referencia.

— ¿Buenas noticias?

— Sí, mi Señor. Está terminado.

— ¿Terminado? — sintió como si su corazón hubiese perdido un latido.

— El set de ajedrez, mi Señor. HE terminado la última pieza.

Y Kesar ahora vio que Cruger estaba sosteniendo la pieza en su mano, se la estaba mostrando. Kesar cogió la figura, el rey blanco, y la levantó para que llenase su campo de visión. El detalle en la ropa, la túnica, era perfecto. Su pose era noble, segura. Kesar mantuvo la figura cerca y le miró la cara.

La cara.

No tenía cara. Ni tenía la vacía máscara metálica que se esperaba a medias. No había nada. Estaba redondeada finamente, sin terminar.

— No podía decidirme, mi Señor — dijo Cruger —, cómo perfilar el que sería Emperador. Entiende el problema, estoy seguro.

Kesar asintió y no dijo nada. ¿Era esto en lo que había terminado, la culminación de su vida, un vacío?

— ¿Mi Señor?

Kesar apenas se había dado cuenta de que Cruger le había hablado otra vez.

— Discúlpeme, Cruger — dijo —. Mi mente estaba en otra parte. Esta nave que se acerca...

— Por supuesto, mi Señor. Mis disculpas — era imposible decir si Cruger aceptó la explicación. Probablemente no —. ¿Me estaba preguntando si ha resuelto el pequeño problema que le dejé antes? — señaló el tablero de ajedrez preparado en la esquina de la habitación. La silla estaba todavía retirada donde Kesar la había dejado cuando Helana Trayx se había ido.

Kesar podía averiguar de la expresión de Cruger, del deje de satisfacción en su voz, que sabía la respuesta. Cruger le dejaba problemas a Kesar casi todos los días. Y casi todos los días, Kesar admitía que no había sido capaz de encontrar la solución. Que por supuesto era por lo que Cruger seguía haciéndolo. Sabía que su comandante era un pensador impulsivo e indisciplinado. Incluso aunque Cruger había visto el juego de Kesar mejorar inmesurablemente desde su encarcelamiento, todavía creía que le ponía problemas que Kesar no podía resolver.

Pero esta vez, esta vez, quizás por el rey de cara vacía, Kesar dejó pasar la pretensión.

— Ah — suspiró, su voz era un crujido electrónico —, ese pequeño problema — se acercó a Cruger, quería ver su expresión de cerca, quería mirar en lo profundo de sus ojos —. Sí, lo he resuelto.

Cruger escondió bien su reacción. Pero el asombro y la ira estaban ahí, mezclados en sus ojos. Tan solo un segundo. Después, estaba alabando las habilidades de Kesar.

— Enséñemelo, mi Señor — dijo, con aparente entusiasmo —. Estoy maravillado de que esta vez he sido capaz de sacar su habilidad analítica con mi pequeño acertijo.

Kesar llevó al general al tablero. La respuesta era sencilla, aunque le había costado más de lo normal. De hecho, de los problemas que Cruger le había propuesto, este era uno de los más complicados. Lo que hizo que la confesión de que lo había resuelto más satisfactoria. Por ahora, al menos.

Cruger estaba acariciándose su corta barba gris, tirando del final mientras Kesar llegaba al otro lado del tablero.

— La pregunta era cómo pueden las blancas lograr una posición de ventaja, que probablemente llevase a la victoria, en un solo movimiento, mi Señor.

— Gracias, Cruger. Lo recuerdo — la solución le había llegado, como estas cosas solían hacer, en un momento de inspiración. Había sido cuando estaba examinado su cara en el espejo, momentos antes de la llegada de Cruger. O, más importante, momentos después de la ida de Helana, pues había sido su visita la que había detonado la inspiración. Cuando pensó de nuevo en lo que había dicho, había visto de repente cómo Helana podría haberse fácilmente convertido en la Reina Emperatriz, y todavía podía, de todos modos. Era la viva imagen de una reina, después de todo.

Kesar cogió la reina blanca y la movió por el tablero.

— La reina se expone a tres de las piezas negras.

Cruger asintió. Su cara torció una sonrisa, pero sus ojos oscuros y profundos tenían ira.

— Muy bien, mi Señor. Exactamente.

— Las negras pueden comerse a la reina con cualquiera de sus tres piezas. Si no se comen a la reina, las blancas harán jaque mate en el siguiente movimiento. Pero cualquiera de las piezas que las negras usen para capturar a la reina, expondrá otro frente que las negras podrá aprovechar con sus piezas restantes. Mate en uno, o en tres. No es una elección fácil.

Cruger respiró hondo.

— Estoy impresionado, mi Señor. Debo admitirlo. Parece que sus habilidades de procesar estos problemas podría pronto ir bien con su mejorado juego.

— Quizás. Aunque confieso que creo que a veces me dejas ganar nuestras partidas. Para agasajar mi vanidad, tal vez — se rascó un poco la mejilla metálica —. Lo que queda de ella.

— Por supuesto que no, mi Señor.

— Gracias por la pieza, Cruger. Por el rey.

— Gracias, mi Señor. Estoy meramente triste de que mis tareas se han acabado ahora.

— Pero seguramente acaban de empezar.

— ¿Lo siento, mi Señor? — Cruger parpadeó.

— Ahora que estamos considerados parte de la guarnición de Santespri. De vuelta en servicio activo para la República. Cuando esta nave llegue, creo que tendremos tareas de nuevo.

— Pues sí, mi Señor — asintió Cruger —. Sí — hizo un gesto hacia el tablero —. ¿Una partida antes de que la nave llegue, mi Señor? Tenemos tiempo mientras los hombres de Logall terminan con los preparativos para nuestros invitados.

— Casi invitados.

— Visitantes, entonces.

— Visitantes, si insistes. Pero creo que necesitaríamos estar bien descansados para su llegada, sea como sea como los describamos, Cruger.

Cruger abrió sus manos, como en un amable desacuerdo.

— Entonces después. Tal vez.

— Después — Kesar asintió.

— Mi Señor — Cruger parecía genuinamente desilusionado con la idea de no jugar. Su paso era lento, pensativo mientras hacía su camino hasta a puerta.

— Si realmente quieres jugar — dijo Kesar —, creo que el Doctor sería un oponente digno incluso para tu juego, Cruger. — Tras la máscara sonrió al añadir — O puedes retar al General en Jefe si tiene tiempo.

Cruger hizo una reverencia en la puerta. Obviamente no había perdido la ironía de la sugerencia.

— El Doctor, quizás — dijo al salir —. Dudo que Trayx tenga tiempo.

La puerta se cerró, seguida del sonido del cerrojo.

— Dudo, Trayx, que necesitases mucho tiempo — dijo Kesar directo a la cámara.

 

La cama era una losa de piedra cubierta únicamente por una sábana raída. El fregadero era un hueco en la pared en el que caía agua fría como el hielo constantemente. El único otro saneamiento era un pequeño boquete en el suelo en el borde de la pared, que ventilaba a través el escudo osmótico en el espacio. No habían ventanas, y la puerta era de metal sólido. No era necesario una rendija en la puerta, ya que la cámara de seguridad mandaba imágenes a un monitor en el exterior, así como a la sala de vigilancia.

Sponslor estaba sentado en la cama. Era eso o el suelo. Estaba temblando de frío, abrazándose para tratar de parar los temblores. Tenía miedo de pensar en el miedo. Había sido dejado allí durante lo que parecía ser para siempre. Su vida entera había llegado a esto, había terminado en esta pequeña habitación en esta roca árida. Su dignidad y su honor habían sido extirpados con sus botas y su bajo-armadura. Había sido vestido con un fino mono, con los pies descalzos. Su única esperanza, su único pensamiento centrado era que tendría un visitante. Sabía a quién esperaba, quién debía venir, simplemente para descubrir si había completado su misión. Y cuando vinieran, estaría libre. O poco después. El plan, si todo salía bien, lo dejaba libre.

No había cerrojo en la puerta. Estaba atornillada con gruesas láminas de metal. Cuando fueron quitadas, Sponslor oyó el chirrido del metal contra el metal. No se levantó. Sabía a quién estaba esperando, había ensayado una y otra vez lo que diría. Había oído una centena de variaciones de la respuesta. No habían sorpresas para él.

O eso pensaba.

Por instinto al igual que por el ensayo, se levantó cuando vio la figura en el marco de la puerta.

— Como estabas — la voz era sombría, pesada y baja.

Sponslor maldijo por lo bajo. Debería haber mostrado tan solo desprecio. Era demasiado tarde para mentir, y no le debía a este hombre nada de lealtad.

— Me pregunto si has tenido tiempo de reflexionar sobre tu situación ya — Trayx no se movió de la entrada. Sponslor no dijo nada. Cogió un clavo y removió la porquería que había extraído de la sala —. Veo que no.

Trayx estaba dentro de la sala ahora, de pie frente a Sponslor, quien podía ver sus pies embotados en el suelo junto a los suyos propios. Botas pulidas junto a piel mugrienta.

— Una pena — siguió Trayx —. Pero casi no me lo esperaba. Queremos, necesitamos, saber qué hacías en el Salón de Banquetes. Con quién trabajas y cual es su agenda.

Sponslor estudió las botas, intentó racionalizar la luz reflejada en la punta de una de ellas. No dijo nada.

Trayx exhaló fuertemente. Su aliento era una fina niebla en el aire junto a Sponslor.

— Te he traído un visitante.

La cabeza de Sponslor se levantó. Tal vez, después de todo...

— Déjame hacer las presentaciones. Quizás no te diste cuenta de quién estaba en mi séquito para esta visita a Santespri.

Miró hacia atrás, a la puerta abierta. Sponslor siguió su mirada, y vio en las sombras más allá del umbral otra figura. Una sombra. Silenciosa y oscura.

— Este es Sponslor — estaba diciendo Trayx —. No tiene rango, no tiene posición. Ya no. Sé que no le darías el honor de tener uno — Trayx se volvió a Sponslor —. No creo que os hayáis visto antes, ¿no? Este es Tordoc. Estoy seguro de que has oído hablar de él.

Sponslor intentó mover su cabeza, pero estaba temblando más que nunca. ¿Una corriente de puerta abierta? No, era más que eso. Era como si el recién llegado hubiera lanzado una ola de frío en la habitación.

Trayx sonrió. No era agradable.

— Tordoc es, por supuesto, el Gran Señor Interrogador de Haddron, Maestro de los Instrumentos de Tortura y del Dolor.

Sponslor se giró hacia la puerta, con la boca colgando. Apenas se dio cuenta de que había dejado de temblar. Su cuerpo entero parecía congelado en esa posición aparte de su cabeza. La figura sombría entró en la celda. Estaba envuelto en una capa negra, con la capucha colgando de sus hombros, así que la cabeza emergía de ella como si fuese de una concha. Y su cara era oscura y sombría.

En la sala de guardia, un pequeño grupo de gente estaban amontonados alrededor del monitor que mostraba la imagen de la celda. Las voces salían, pequeñas y distantes, de un pequeño altavoz puesto en la base del monitor.

— ¿Crees que conseguirá la información que necesitamos? — preguntó Warden Mithrael.

— Creo que es posible. Si alguien puede, es él — respondió Prion.

En la pantalla, Trayx dejó la celda, cerrando la puerta tras él.

— ¿Puedes ponerlo más fuerte? — preguntó Jamie.

— Oh, Jamie — Victoria estaba a su lado —, no sé si lo quiero oír.

Tras ella, el mismo Trayx, entró silenciosamente en la sala de guardia.

Dos figuras estaban ahora solas en la celda. Una de pie, mirando hacia abajo, con su sombra cayendo sobre el hombre sentado en la cama, aterrorizado.

 

— ¿Qué sabes del dolor?

Sponslor se estremeció para responder, pero, de algún modo, su voz parecía atascarse en su garganta.

— Es causado por el estímulo de las terminaciones nerviosas — siguió el interrogador —. El dolor, digo.

Sponslor intentó no escuchar. Trató de bostezar, mirar hacia otro lado, quería recostarse en la cama tranquilamente. En cambio, se sentó de golpe, absolutamente quieto, escuchando absorto las palabras del Gran Señor Interrogador.

— Cualquier estímulo puede puede causar dolor. Presión. Calor. Frío, como podrás saber aquí. Daños en el tejido. Cuanto más extremo el estímulo, más intenso es el dolor. Un simple mecanismo de respuesta. Hay receptores del dolor por todo el cuerpo, sabes. Y también en muchos puntos internos. El estímulo inicia una respuesta en la médula espinal, y lleva la información al cerebro. Todo está, como dicen, en la mente.

Los ojos del hombre eran oscuros y profundos al acercarse.

— Pero tú sabías eso, supongo. O tanto como sentías que era necesario. Hasta ahora.

Sponslor todavía no se movió ni respondió. No podía.

El Interrogador continuó, como si no esperara una respuesta.

— Lo que es menos obvio, menos aparente, es que hay factores psicológicos que rigen el grado de dolor que un individuo sufre. No es tan sencillo como que la fuerza del estímulo determina la fuerza de la respuesta. Oh no. También debemos tener en cuenta la liberación de endorfinas y encefalinas en el cerebro y la médula espinal — paró, sonrió —. Perdóname: son péptidos que mitigan el dolor. Por supuesto, su liberación, o no, puede ser también controlada o afectada por el uso de drogas. Espero que supieses eso también, si habías pensado en ello.

— Otra cosa a tener en cuenta — siguió el interrogador — es si el estímulo de una región del cuerpo puede reducir el dolor en otra. O agravarlo. Un dolor en un área puede convertirse en un detonador, puede causar dolor en otra.

Sacó una mano de la capa. Sponslor lo miraba, sin poder moverse mientras se acercaba a su cara. Podía ver las líneas en la punta de su dedo índice, el borde de la uña.

— En este caso, incluso un leve toque puede ser doloroso — el dedo de del hombre quitó el polvo de la mejilla de Sponslor. No se daba cuenta, en realmente, de si sentía dolor o no. Pero fue suficiente para romper el hechizo de la inmovilidad. Sponslor se apartó, sus pies se apretaron fuerte contra el frío suelo de piedra, y se lanzó al otro lado de la cama. En un momento, estaba acurrucado en una esquina de la pared, con la sábana a su alrededor por comodidad. Se dio cuenta de que estaba temblando otra vez, podía sentir sus dientes castañeteando, podía oír el agudo gemido que escapaba entre ellos.

El Interrogador no se movió, su dedo estaba todavía extendido en el aire. Ahora lo usó para señalar a Sponslor, para dar estocadas al aire mientras hablaba.

— Es fascinante, ¿no crees? — dijo —. Considera cuidadosamente lo que acabo de explicar. Y pronto, muy pronto volveremos a hablar.

Sponslor estaba temblando ahora. No solo tiritando, sino temblando, como si se fuera a desmoronar. Agarró la fina sábana más cerca, pero parecía no tener efecto.

El Interrogador se giró y anduvo lentamente hacia la puerta. Llamó una vez, y los pernos fueron quitados. Al irse, se dio la vuelta. La luz estaba tras él de nuevo, así que no parecía más que una sombra.

— Pareces tener frío — dijo, su voz se helaba en el aire al hablar —. Me aseguraré de que encienden la calefacción.

 

El Doctor, Victoria y Jamie, estaban al final del grupo. Miraron la pantalla un rato. Sponslor estaba temblando todavía, acobardado tras la manta.

— Oh Doctor, ¿podemos irnos ahora? — preguntó Victoria —. No hay nada que ver.

— Tampoco he podido oír mucho — se quejó Jamie.

— Sí, ha sido todo un poco silencioso, ¿no? — el Doctor estaba de acuerdo —. Aunque a menudo esa es la forma más efectiva.

— ¿Crees tú que nos dirá lo que está pasando?

—Victoria, tendremos que quedarnos a esperar para verlo, ¿no?

El Doctor tosió, y juntó las manos con una palmada.

—Y creo que vamos a tener que retirarnos a nuestras habitaciones durante un tiempo y dejar que estos caballeros se preparen para nuestros nuevos rivales. —Los llevó hasta la puerta—. Vamos. Volveremos aquí después.

— ¿Dejándolo que se cueza en su propia salsa, eh, Doctor? —preguntó Jamie.

—Está aterrorizado. —Dijo Victoria, robándole una última mirada a la pantalla—. Doctor, ¿qué le dijiste allí?

Habían estado en sus habitaciones durante más de cinco minutos cuando Prion llegó.

— ¿Y qué quieres ? —preguntó Jamie, de pie en el marco de la puerta mientras ese Prion se veía obligado a esperar en el pasillo. 

—Dos cosas —le dijo Prion, no en apariencia nervioso por el comportamiento hosco de Jamie—. La primera es un mensaje para el Doctor. La otra os concierne a todos.

—Pues creo que vamos a tener que oírlo. —El Doctor apareció por detrás de Jamie y metió a Prion para dentro de la habitación—. ¿Y qué mensaje me tienes que dar?

—El general Cruger se pregunta si te gustaría jugar a una partida de ajedrez.

— ¿Lo está haciendo ahora? Qué considerado de su parte, aunque estamos un poquito ocupados.

—Está extremadamente ansioso —dijo Prion, sonando a de todo menos a impaciencia—. Propone un partido virtual en el sistema de comunicaciones.

— ¿Y eso qué significa? —preguntó Jamie.

Prion no dijo nada, pero señaló hacia un rincón de la habitación. Jamie se giró para mirar, sabiendo que no había nada que ver. Aun incluso cuando giró una mesita de ajedrez que había aparecido a flote. Brilló durante un instante, como envuelto en una neblina de calor, y luego se solidificó.

—Qué emocionante —exclamó Victoria.

Prion se dirigió a la mesa virtual. Se quedó por detrás, mirando al Doctor y a sus amigos. Apenas podían ver su pequeño cuerpo a través de la proyección de la mesa. Sacó y levantó una pieza — el rey negro.

—Puede jugar como si las piezas y el tablero fueran reales —dijo—, aunque, por supuesto, no lo son. —Abrió la mano y dejó caer el rey. Flotó en el aire durante un instante, y luego se apagó, reapareciendo un segundo más tarde de vuelta en su casilla.

—Ya veo. —El Doctor asintió—. Y el general Cruger tiene un tablero idéntico en su habitación, lo pillo. De modo que podemos ver el juego, pero no los unos a los otros.

Prion asintió.

—Hay un enlace de sonido. Si acepta su desafío.

El Doctor se tocó la barbilla pensativamente.

—Mencionó dos razones para esta visita —dijo al fin—. ¿Cuál es la otra?

—He pedido al armero que os atienda temporalmente —respondió Prion—. Os proporcionará armaduras de batalla para el inminente ataque. Está a vuestra elección las armas disponibles una vez que la guarnición esté completamente armada.

El Doctor asintió lentamente.

—Es usted muy amable.

—Armas —interrumpió Jamie—. Eso ya me gusta más.

—Yo no necesito armas —dijo Victoria.

El Doctor asintió.

—Ni yo.

—Ahora, Jamie, por favor, no discutas. No estoy seguro tampoco de que queramos armadura.

Prion consideró esto.

—Es vuestra decisión, por supuesto. Yo recomiendo armadura para vuestra propia protección incluso si no intentan tomar un papel activo en la defensa de Santespri.

—Pues yo ciertamente sí —anunció Jamie, irguiéndose completamente.

El Doctor ignoró su comentario.

—Gracias, Prion. Yo no necesitaré armadura, pero creo que sería de precaución algún nivel de protección para Jamie y Victoria.

Victoria no estaba convencida.

—Oh, Doctor, no quiero estar atrapada dentro de esos pesados trajes.

— ¿Tal vez armadura interior? —Sugirió Prion—. Ofrece protección en sí, pero es ligero y flexible.

—Espléndido. —El Doctor estaba sonriendo. Sus cejas se levantaron y su rostro partido con su sonrisa—. Y mientras vosotros salís, estaré feliz de aceptar el desafío de Cruger. —Se detuvo durante un momento, frunciendo el ceño—. Si me acuerdo de las reglas.

 

El roce de los pernos hizo retroceder a Sponslor. Miró hacia la puerta de la celda, rezando para que se quedara cerrada. Pero comenzó a abrirse. Lentamente.

—Muy bien. —Su voz era alta con nervios, ruidosa con temor—. ¿Qué quieres saber?

Sus ojos se ensancharon cuando vio quién era. Exhaló, un largo y delgado aliento en el frío de la sala.

La figura de la puerta levantó un pequeño aparato electrónico, y luego se llevó un dedo a los labios.

—Shh. —El sonido era apenas audible.

Sponslor no necesitara que se lo contaran. Reconocía el dispositivo. Lo había usado él en el salón de banquetes. Esperó pacientemente hasta que el proceso — la grabación — se completara. Bajó la vista hacia la manta que se amontonaba a su alrededor, vio el patrón con un enfoque nítido, y se percató de que había parado de tiritar.

La figura entró caminando en la celda. A pesar del hecho de que el dispositivo había hecho su trabajo, la voz se mantuvo baja y tranquila.

—Quiero saber si completaste el trabajo.

Sponslor sonrió. Típico. Los negocios primero.

—Sí, por supuesto que lo hice. —Se quitó de la cama—. Ahora sácame de aquí.

— ¿Por qué? —El sonido era un nítido siseo.

— ¿Por qué? ¿Qué quieres decir...?

—Dijiste que completaste el trabajo. ¿Para qué te necesito yo ahora?

—Pero... —Sponslor sacudió la cabeza con incredulidad, dio un paso en adelante—. No puedes dejarme aquí.

La risa fue más alta que la respuesta.

—Claro que no puedo.

 

Después de cinco minutos con la armadura, Jamie aceptó a regañadientes ponerse sólo la armadura interior. La armadura, rápidamente descubrió, no era una simple chapa de metal como había supuesto. Estaba compuesto por un montón de equipamiento electrónico — sistemas de localización para las armas inteligentes, enlaces de comunicaciones incorporados, sistemas de posicionamiento y rastreo. Mientras se planteaba si podría hacer caer la pantalla delantera y los sistemas de control del casco, Jamie también estaba bastante seguro de que le llevaría más de un par de horas más de las que le quedaban hasta que la misteriosa nave llegara.

Lo que lo obligó a aceptar fue un conjunto de pantalones ajustados y una túnica. El material era obviamente fuerte y podía sentir el duro relleno y refuerzo que había construido en su interior.  Pero era ligero y flexible, como le prometió Prion. Parecía cuero blando y era algo voluminoso.

Mientras se ponía la túnica, Jamie escuchó cómo Victoria, en la sala adyacente, le agradecía al armero su ayuda.

—Ya puedo sola, gracias. —estaba diciendo. Un momento más tarde, el armero volvió para ver cómo le estaba yendo a Jamie.

Desde el otro lado de la sala, la voz del Doctor era audible mientras jugaba a su juego de ajedrez.

—Oh, qué movimiento tan bueno. Sí, sí. Pero creo que si hago esto... puede que se te presente un problema... ¡Ajá! ¿Qué piensas de eso entonces?

Las respuestas de Cruger eran bastante cortas, casi enteramente limitadas a frases arcanas que Jamie suponía que tenían algo que ver con el juego.

—Caballo al alfil de la reina cuatro —dijo esta vez.

—Hmm. Qué rápido. —Respondió el Doctor—. Y no muy inteligente.

El armero comprobó que Jamie se había puesto los tirantes derechos, y luego asintió y se excusó.

—Tengo otros quehaceres. —Explicó.

—No hablas mucho, ¿verdad? —el Doctor reprendía desde la otra sala.

—Peón a rey cinco. —Respondió Cruger.

Hubo un movimiento desde el lejano lado de la sala, y Jamie se volvió para ver. Victoria estaba postrada en la puerta.

—Jamie —dijo—, no estoy del todo segura... —Su voz disminuyó y miró hacia la armadura interior que llevaba.

Jamie también miró. Y entonces se fijó. Los pantalones y la túnica de Victoria estaban más ajustados que los suyos, abrazando su cuerpo y acentuando las curvas que normalmente envolvía en prendas sueltas. Su cabello estaba recogido en una coleta tanto que incluso su rostro parecía más estirado y aerodinámico que antes.

—Voy a preguntarle al Doctor —dijo antes de que Jamie se hubiera recuperado lo suficiente como para responder.

El Doctor levantó la vista del juego cuando entraron en la habitación.

—Ah, estáis ahí. ¿Preparados?

Victoria se aclaró la garganta.

—Doctor...

—Ah, Victoria. —Sonrió—. Qué bien estás de, em, protegida. —Se volvió rápidamente hacia Jamie—. ¿A que sí, Jamie? ¿Verdad que lo crees?

—Protegida. —Repitió Jamie—. Oh, sí. Muy protegida. —Asintió enfáticamente—. Tienes que estar a salvo, Victoria.

—No estoy segura... —comenzó.

—Ahora pues —le cortó el Doctor—, vamos a terminar este pequeño juego para luego ir a donde Trayx para que nos diga lo que está pasando y cómo podemos ayudar. —Se volvió hacia el tablero—. En fin, ¿por dónde íbamos? Oh, sí. —Levantó la voz—. Me temo que voy a tener que dejarte por ahora, así que ahora pondré, déjame ver... Sí. —El Doctor levantó un alfil, y lo movió por el tablero. Lo soltó, dio un paso atrás y contempló su trabajo—. Eso debería bastar. Mate en dos. Me voy corriendo.

Cuando el Doctor se apartó del tablero, acabó agarrando los brazos de Jamie y Victoria para dirigirlos por el pasillo.

—Vamos entonces —dijo—. No hay tiempo que perder.

 

Mientras dejaba al equipo de trabajo poniendo minas a lo largo de todos los pasillos de acceso, Darkling se cruzó con Haden y varias tropas de Kesar que llegaban para ayudar.  Fue tanto como un sobresalto como un alivio verlos con toda su armadura de batalla y armados.

— ¿De dónde sales tú? —Le preguntó Haden cuando se cruzaron. Mantuvo la voz baja, evitando traer la atención de los demás.

—A la sala de guardia. Voy a echarle un ojo a Sponslor — tampoco es que vaya a ninguna parte. Creo que Logall aún me está volviendo loco.

—Una oportunidad para descansar, al menos.

Darkling sorbió la nariz.

—Me imagino que me echará un ojo a mí mientras yo le echo un ojo a la celda.

Ahora los estaban empujando en el pasillo. Hombres con grandes pedazos de explosivo pasaban por delante de ellos a tumbos, y Haden se dejó apartar de su camino.

 

Darkling tomó el relevo de Gotall, y se sentó en frente de la pantalla.

— ¿Qué pasa?

Gotall se encogió de hombros, poniéndose la túnica.

—No mucho. Está ahí sentado. Mira hacia la manta, mira hacia la puerta, mira a lo lejos. —Se detuvo en el marco de la puerta—. Gritó hace un rato, dijo que hablaría. Entonces volvió el silencio. Como una regadera, si me preguntas.

—Genial. —Darkling se volvió hacia la pantalla. ¿Era eso un ruido de la celda, o sólo el siseo del micrófono? Ajustó el volumen. No hubo nada. Se echó hacia atrás en la silla, con las manos entrecruzadas detrás de la cabeza.

Entonces el ruido volvió, un corto silbido, perdurando un instante antes de desvanecerse. Típico, Darkling pensó: una avería de audio intermitente.

 

El dedo de Sanjak localizó el punto de luz que representaba Pícaro Uno, el metal de su guante golpeando contra el cristal de la pantalla. La nave se estaba acercando lentamente a Santespri, siguiendo inexorablemente la línea del vuelo programado.

Abrió el menú de comunicaciones de la pantalla delantera del casco con una onda alfa dirigida, y seleccionó la opción de llamada.

—Pícaro Uno ha entrado en la zona de exclusión, señor.

Sentía la voz de Trayx desde cerca, resonando dentro del casco.

—Gracias. Ve a la fase dos de alerta. Infórmeme cuando entren en el rango de nuestras contramedidas.

 

Darkling viró sus pies de la consola y se levantó de un salto cuando oyó la puerta abrirse detrás de él.

—Sin cambios, señor —dijo sin apartar la vista—. Todo en calma.

— ¿En serio?

La voz no era la que Darkling esperaba, y se volvió abruptamente para ver quién estaba allí. Era el extraño Doctor y sus amigos. El Doctor seguía llevando el mismo excéntrico atuendo que cuando apareció por primera vez. Sus dos compañeros iban con armadura interior, lo que a Darkling le pareció un movimiento sensato. Los tres parecían estar actuando como si pertenecieran al lugar, Darkling había oído. Fíjate que, por todo lo que él sabía, puede que si lo hicieran. Por eso fue cauteloso cuando respondió.

—Sí, señor. No se ha movido.

El Doctor frunció el ceño, grotescas líneas le partían la cara cuando se unió a Darkling a la consola.

— ¿Ha dicho algo?

—No, señor. Bueno, no delante mía.

—Qué extraño. —Observó la pantalla durante un corto instante—. Tan sólo está sentado ahí —dijo el chico. Sonaba aburrido—. No nos va a decir nada.

—No, mira, Jamie. —El Doctor señaló la pantalla al hablar, siguiendo los movimientos de los ojos de Sponslor con su dedo, exagerándolos—. Mira hacia la puerta, luego hacia la manta, luego hacia la sala. Luego hacia la puerta otra vez, de nuevo hacia la manta, hacia la habitación.

—Está pirado —dijo Darkling.

—Oh, ¿eso crees? —El Doctor continuó estudiando la pantalla—. Sabes —dijo después de hacer una pausa—, no creo que esté pirado del todo. ¿Puedes subirle más el volumen?

—Hay un ruido de fondo. No está diciendo nada. —Darkling señaló una forma ondular que recorría una pantalla adyacente. Era casi una línea recta. Excepto por la ocasional fluctuación de actividad que salía de ella—. Sólo es un fallo del micrófono. Un regular, intermitente. Ruido.

—Súbelo.

Darkling se encogió de hombros y ajustó el volumen. Silencio. Aparte de ocasional silbido de interferencia.

—Shh —mandó callar.

Entonces se congeló. Durante un largo rato dejó de moverse. Sponslor miró hacia la puerta, y el sonido de estática volvió a sonar.

—No es culpa tuya —dijo el Doctor, de repente moviéndose. Pinchó la pantalla que mostraba la forma ondular, luego se inclinó hacia el monitor hasta pegar casi su nariz a él—. Es alguien diciendo “Shh”. —Se levantó otra vez—. ¿Pero por qué harían eso?

— ¿Por qué, Doctor? ¿Qué pasa?

—Pues, Victoria, pasa que estamos escuchando a alguien diciendo “shh” a alguien más cada pocos segundos. —Señaló la forma ondular de la pantalla otra vez—. Se pueden ver donde la línea culmina exactamente en el mismo lugar de cada vez.

— ¿Y eso qué significa? —preguntó Jamie.

—Significa que el sonido, además de las imágenes, a simple vista, están siguiendo un bucle. Una grabación de diez segundos. Como cuando estuviste en el salón del banquete, Victoria, y tú desapareciste.

—Y eso significa que no sabemos lo que está pasando de verdad en esa sala.

El Doctor asintió sombríamente.

—Cierto. A menos que descubra la alimentación que han usado para engañar a la cámara y evitarla. —Se golpeó la punta de los dedos entre sí mientras examinaba los controles.

—Oh. Doctor, date prisa —la chica parecía más nerviosa que incluso ahora.

—Vale, Victoria, vale. Estoy intentando averiguarlo.

Darkling tosió.

—Si no es una pregunta estúpida —dijo—, ¿por qué no bajas a mirar y ya está?

El Doctor y Jamie intercambiaron miradas, y después se fueron corriendo de la habitación. Victoria y Darkling observaron la pantalla, esperando pacientemente un informe. Efectivamente, tras un par de minutos, la imagen rodó y parpadeó. El Doctor apareció de repente en la celda, su rostro se acercó a la cámara hasta que llenó la pantalla. Sobre su hombro veían a Jamie agachándose por algo en el suelo.

—Hola ¿me oís? —La voz del Doctor era alta y grave—. Creo que habría sido mejor que Trayx bajara aquí —dijo—. Ha habido otro asesinato.