Capítulo 3
Movimientos
Silenciosos
Darkling le pasó el cuchillo al capitán Logall y se giró de nuevo hacia los intrusos. El joven le devolvió la mirada desafiante. El otro, el mayor, el de apariencia desaliñada, no parecía afectado. La mujer estaba temblando de frío, y quizás también de miedo. Darkling se preguntó brevemente si debería disculparse por el hecho de que los climatizadores de las áreas inferiores se hubieran retirado hacía tiempo. Mientras miraba a la mujer, admirando la forma en que su pelo enmarcaba su cara, cómo su labio temblaba tan levemente y la forma en la que le devolvió la mirada, no se dio cuenta de los movimientos del joven. Se agachó como si se colocara el calcetín en el que había estado escondido el cuchillo.
— ¡Cuidado! — El grito de Logall llegó demasiado tarde.
La cabeza del hombre colisionó con violencia contra el estómago de Darkling, empujándolo hacia atrás mientras éste se retorcía de dolor y se derrumbaba sobre Logall y otros dos soldados.
Logall se echó hacia delante, tropezando mientras intentaba apartar el cuerpo de Darkling, a quien le estaban comenzando a dar arcadas. Desde el suelo, las lágrimas empañaron la visión de Darkling mientras intentaba recuperar el aliento desesperadamente. Vio a los dos hombres correr hacia la puerta más cercana. Las puntas del abrigo del mayor ondeaban detrás suya mientras corría. La mujer intentó seguirlos, pero Logall le cogió el hombro y la empujó hacia atrás y la zarandeó a través de la habitación, hacia Gregor, quien la agarró, colocándole ambas manos detrás de la espalda mientras ella gritaba y se resistía.
Milks y Sanjak ya habían ido tras los hombres, sus armaduras resonando mientras corrían. Buena forma de no hacer ruido.
— Lo siento, señor. — Darkling se levantó a duras penas, ayudándose de la pared.
Logall se limitó a perforarlo con la mirada. Luego le dio un puñetazo al comunicador en su muñeca.
La mujer les estaba gritando, su voz estridente debido a los nervios haciendo eco contra la mampostería: — Dejadme ir, no me podéis retener aquí. No hemos hecho nada. ¿Quiénes sois?
Logall sonrió con amargura, colocando la mano sobre su oreja e intentando escuchar la señal del comunicador. Hizo una seña a Gregor.
— Hazla callar, ¿quieres? — Gregor puso su mano sobre la boca de la mujer. El ruido disminuyó levemente, pero aún se podían oír leves jadeos y exhortaciones. Gregor la arrastró de espaldas a través del arco de la puerta hacia la siguiente sala, el sonido de sus protestas y quejidos haciéndose menor a medida que avanzaban.
— Gracias. — Logall volvió a centrar su atención en el comunicador. —Logall al habla. Hay tres intrusoss en el área inferior. Hemos capturado a una mujer. Dos hombres todavía a la fuga, estamos en su busca. — Desvió la mirada hacia el cuerpo que yacía en medio de la habitación. Uno de los soldados estaba de pie a su lado, su cara sombría y seria.
— Es Remas, señor.
Logall asintió. — Remas está muerto. — Dijo hacia el comunicador. — Enviad a un forense. — Escuchó durante un momento y contestó secamente. — Quienquiera que tengamos disponible, entonces. Un médico, alguien que sepa primeros auxilios, quien sea.
Otra pausa. Darkling por fin estaba recuperando el aliento, haciendo todo lo que podía por mantenerse firme.
— ¿Estás bien? — Articuló Logall con los labios. El aludido asintió. — Descripción de los individuos todavía a la fuga. — Continuó Logall. — Uno es un hombre joven que lleva una falda. El otro es mayor y de menor estatura. — Comenzó a bajar su muñeca, pero cambió de opinión y añadió. — Y lleva un sándwich pegado al trasero.
El Doctor y Jamie habían dejado de correr y se hallaban recorriendo con cautela una escalera estrecha y sinuosa.
— ¿Qué hay de Victoria? — Siseó Jamie. — No podemos dejarla allí sin más.
El Doctor alzó la mano y se giró ligeramente sobre el peldaño que ocupaba. — Nos volveremos a encontrar enseguida con ella en cuantos nos atrapen, Jamie.
— Si nos van a coger de todas formas, ¿por qué no volvemos y ya está? Podemos decirles que no matamos a aquel hombre. Ni siquiera estábamos allí.
— Estoy seguro de que eso lo descubrirán por sí mismos, Jamie. Pero ahora que no nos están disparando tenemos la oportunidad de explorar un poco. Descubrir dónde estamos.
— ¿Y de qué nos servirá eso? — Preguntó Jamie mientras seguían avanzando por las escaleras.
— Siempre es mejor discutir con conocimiento. — Dijo el Doctor a medida que accedían a un largo vestíbulo. — Aunque eso no detiene a algunas personas, he de admitir. — Las paredes estaban llenas de cuadros, y de ellas también colgaban pesadas espadas y escudos. Una serie de lámparas titilaban nerviosamente por toda su longitud, y un gran número de puertas permitían salir de allí a intervalos irregulares. — Ahora lo importante es mantener silencio absoluto y evitar que nos cojan durante tanto tiempo como podamos... — El Doctor se detuvo, llevándose el dedo índice a los labios mientras pensaba. — Sí, — susurró al fin, señalando a una puerta cercana, — por aquí, creo.
Era un armario, lleno de materiales de limpieza. Varias escobas y mopas cayeron ruidosamente al suelo cuando el Doctor abrió la puerta.
— O quizás no, — admitió. Amontonaron las cosas de vuelta en las estanterías y siguieron su camino por el corredor.
Se notaba que hacía más calor a medida que subían por las escaleras. Victoria había dejado de hablar, dándose cuenta de que sus protestas sólo servían para irritar a sus captores. La guiaron escaleras arriba y a lo largo de un vestíbulo. El castillo parecía una extraña mezcla entre viejo y nuevo. La mampostería y la decoración parecían medievales en su mayoría, pero la sofisticada armadura que llevaban los soldados y la mezcla de armas manuales y electrónicas que colgaba de las paredes indicaba una sociedad mucho más avanzada. Al cabo de un rato se pararon en frente de una pesada puerta de madera. El capitán de la guardia — Logall — se adelantó y la golpeó con los nudillos.
— Entrad. — La voz, sorprendentemente, era amable, y a Victoria le llevó un momento darse cuenta de que provenía no de detrás de la puerta, sino de un pequeño altavoz colocado en la pared de al lado. La puerta se abrió con un chasquido y se balanceó hacia atrás sobre sus goznes. Logall apuró a Victoria para que entrara, quitándose su casco mientras entraba tras ella. La habitación no se parecía a nada que hubiera visto hasta ahora en el castillo. Para empezar, estaba muy iluminada, y el suelo estaba cubierto con alfombras de un azul oscuro intenso. De las paredes no colgaban armas ni imágenes de guerra, si no grandes retratos. El mobiliario parecía más del esplendor del siglo XIX al que Victoria estaba acostumbrada de ver en su propia casa y en la de Maxtible, cerca de Cantervury, que a las sillas de madera que había visto en alcobas a lo largo de los corredores.
El fondo de la habitación estaba ocupado por un gran escritorio de madera oscura —de caoba, quizás. El hombre sentado tras él se levantó cuando entraron, y lo rodeó para recibirlos en el centro de la sala. Era alto y de complexión pesada. Su cara estaba tan arrugada como la pared de piedra más antigua de todas las que habían pasado. A pesar de que sus ojos eran profundos, brillaban con interés e inteligencia. Llevaba puesta una pesada toga escarlata y azul.
Victoria alzó la vista para mirarlo, esperando que no pareciera tan nerviosa como se sentía. Él le devolvió la mirada, tocándose la gruesa barbilla con una mano.
— Gracias, Logall. — La voz del hombre era grave y sofisticada. — Cuando encuentres a los otros dos, tráemelos, ¿entendido?
— Sí, señor. Siento haberle molestado tan tarde, señor.
— No importa. — El hombre se dio la vuelta y volvió al escritorio. — De todas formas tengo que esperar a nuestros visitantes. Aunque debo confesar que esperaba un pequeño descanso antes de su llegada.
— Sí, señor.
El hombre se sentó de nuevo, apartando una carpeta hacia un lado y juntando sus manos sobre un papel. — Puedes retirarte, — le dijo a Logall. — No creo estar en peligro inminente, pero deja a uno de tus hombres por si acaso.
— Sí, señor. — Logall se giró hacia uno de los soldados que esperaban en la entrada. — Darkling, estás a cargo.
El soldado se adelantó, tomando posición al lado de la puerta mientras se cerraba tras sus compañeros. Victoria vio que también se había retirado el casco, y lo sujetaba en la curva de su brazo izquierdo. Su mano derecha estaba posada sobre la culata del arma que llevaba. Era alto, y joven —no mucho más mayor que ella misma, seguramente. Tenía el pelo corto y claro, y sus ojos eran de un verde intenso.
El hombre en el escritorio habló, y Victoria se volvió para mirarlo de frente. — Entonces, — dijo, sin mostrarse grosero, — creo que tienes algo que explicarme.
— ¿Dónde estoy? — Preguntó.
— ¿No lo sabes? — El otro se recostó en su silla.
— No. No lo sé. ¿Y quién eres?
Los dedos del hombre marcaban un ritmo rápido contra el escritorio. — ¿Sabes? Creo que realmente no tienes ni idea. Y eso significa que tienes incluso más cosas que explicar. — Se la quedó mirando durante un momento, balanceándose ligeramente de lado a lado sobre la silla. — Bien, — dijo por fin. — Soy Mithrael, Guardián de Santespri.
— ¿Qué es Santespri?
Mithrael frunció el ceño. — Esto.
— ¿El castillo?
— Esto, — repitió Mithrael — podría ser intrigante y divertido. Si no fuera por las circunstancias.
— ¿Te refieres a los visitantes? — Preguntó Victoria, recordando las palabras de Logall.
El cambio en Mithrael fue drástico e inmediato. Su cara se oscureció mientras se inclinaba a través del escritorio, sus manos fuertemente apretadas. — Me refiero a que un hombre ha muerto.
La puerta por la que el Doctor se había aventurado esta vez daba a una gran habitación cuadrada. Pesados tapices colgaban de las paredes a ambos lados de la puerta, descoloridos y deshilachados por la edad. Había varias sillas colocadas alrededor de una mesa de madera en el centro de la estancia. La mayor parte de pared que daba a la puerta consistía en una gran ventana, lo que quedaba de pared finamente decorado en piedra clara, los parteluz hechos de un material similar. A cada lado colgaban cortinas de terciopelo cubiertas de polvo. Alguna vez habían sido de un tono rojo oscuro.
— Ah, por fin estamos llegando a alguna parte. — El Doctor cerró la puerta y se acercó a la ventana, frotando sus manos con satisfacción.
Jamie lo siguió. — Es de noche, — dijo señalando a la ventana. A través de ella sólo se veía un cielo oscuro. Pequeños puntos de luz brillaban a través del cristal.
— No lo creo, Jamie.
— Oh venga, Doctor, es noche cerrada ahí afuera. Puedes ver las estrellas.
El Doctor se había desplazado hacia la esquina del cristal, mirando a través de él desde un ángulo. — Eso no es todo lo que puedes ver, Jamie. Ven aquí.
Jamie se acercó al Doctor, estirando el cuello para ver lo que le estaba señalando. — ¡Mira eso! — Exclamó.
A través del borde superior de la ventana, debido a que el cristal se volvía más grueso y distorsionaba un poco la visión, pudo ver el borde de un planeta. Tenía forma anillada, los halos de color parecían estar suspendidos sobre la esfera. La superficie era una melodía de rojos y naranjas con algunos toques de ámbar y verde lima. Y era enorme. Sólo se podía ver una de las esquinas curvadas, los anillos extendiéndose hacia el espacio, pero los detalles de la superficie eran claramente visibles a medida que los colores se mezclaban y fusionaban.
— Y mira ahí abajo. — El Doctor señaló hacia una parte más baja de la ventana.
Jamie se giró para mirar. Realmente se hallaban en un castillo, o una fortaleza. Se podían ver las paredes exteriores extendiéndose de forma curvada más abajo, rematada con almenas fortificadas. Un gran número de soldados hacían guardia a lo largo, vestidos con armaduras similares a las de los hombres que los habían capturado en la parte baja de la fortaleza. En la base de la pared, sobresaliendo de forma que sólo era visible para el Doctor y Jamie, había un saliente de roca oscuro y dentado. Se proyectaba hacia la negrura, sombra contra sombra. Jamie se lo quedó mirando, intentando convertir la escena ante sus ojos en una interpretación aceptable del mundo en el que estaban.
— Estamos en el espacio, — dijo eventualmente. — Este castillo está flotando en el espacio.
— Muy bien, Jamie. — El Doctor le dio una palmada en el hombro. — Creo que está construido sobre un asteroide.
— ¿Pero cómo pueden respirar? — Preguntó Jamie, señalando a los soldados de la pasarela de abajo.
— Oh eso es fácil, un simple campo osmótico para que el aire no se escape y que deja pasar la luz al mismo tiempo. Me imagino que mantiene a raya asteroides que se desvían y corrientes de energía. Cualquier cosa que viajara tan rápido como eso, o tan despacio como las moléculas que forman el aire, será bloqueado.
— Oh, — articuló Jamie, intentando fingir que lo entendía y que debería habérselo imaginado. — Bien. — Examinó la escena de nuevo, perdiéndose en la inmensidad de lo que veía.
— Supongo que habrá alguna filtración, pero nada preocupante, — el Doctor siguió hablando. — Algunas moléculas que se emocionen demasiado y consigan atravesarla.
Un pequeño punto de luz llamó la atención de Jamie. Estaba seguro que no había estado allí hasta ahora. Mientras lo miraba, la luz se movió despacio cruzando la ventana, haciéndose más grande. — ¿Qué es eso?
El Doctor siguió su mirada. — No lo sé, Jamie. — La luz siguió su marcha. Después de un momento, pudieron ver que no era una luz, sino un objeto metálico que reflejaba la luminiscencia de las estrellas.
El Doctor rio y dio una palmada. — Es una nave, Jamie. Una nave espacial. Tienen visita.
La pequeña nave patrulla maniobró, preparándose para aterrizar. Giró lentamente sobre su eje, de forma que parecía estar apoyada sobre las llamas que salían de su base. Con una elegancia que desafiaba a su tamaño, bajó hacia la plataforma de acoplamiento de la Torre Este. El escudo osmótico que rodeaba la torre parpadeó levemente al absorber y distribuir la energía de los motores.
A medida que la nave atravesó el escudo y se encontró con el aire, el ruido de los motores resonó en toda la fortaleza como una bomba sónica. La erupción inmediata de sonido terminó poco a poco cuando se redujo la potencia de la maquinaria.
El equipo de aterrizaje se desacopló de la matriz con un chasquido y quedó bajo la nave mientras caía lentamente. El pesado vehículo rebotó ligeramente en las ruedas hidráulicas cuando éstas absorbieron el peso del impacto. Humo y vapor se arremolinaron alrededor de la cima de la torre, oscureciendo la visión de la nave por un momento. Finalmente los motores se apagaron y los dispersores de la plataforma comenzaron a eliminar el vapor y el humo.
A través de la niebla que se iba aclarando, apareció una figura. Su capa morada ondeaba tras él a medida que andaba con resolución a través de la torreta y hacia la entrada de la fortaleza. Era alto, y su andar reflejaba determinación y autoridad. Tenía la cara estrecha y curtida, con unos ojos que no dejaban de moverse mientras asimilaban cada detalle. La insignia de Haddron, que consistía un estilizado y llamativo pájaro de presa, estaba estampada en rojo y dorado y atravesaba la coraza de su armadura.
Tras el hombre aparecieron lentamente dos figuras a través de la niebla, que se hacía cada vez más fina. Uno era un hombre igual de alto que el primero y que vestía una armadura apretada, su rostro atractivo y simétrico irradiando indiferencia. La otra figura era una mujer, de cabello largo y rubio que se movía libremente gracias a las corrientes de aire de los dispersores, y su estrecho y elegante vestido blanco ondeando contra las curvas de su cuerpo mientras caminaba.
La puerta principal se abrió antes de que llegaran a ella. El Guardián Mithrael salió a la noche he hizo una profunda reverencia cuando el hombre de la capa lo alcanzó. Mithrael se estiró y saludó con rigidez, puño derecho sobre la parte izquierda de su pecho. — Bienvenido a Santespri, Cónsul.
— Gracias. — Milton Trayx, General al mando de las Fuerzas Armadas de Haddron, esperó a que su mujer y su adjunto alcanzaran la entrada. Dejó que Helena pasara primero. — ¿Está él aquí? — Le preguntó a Mithrael al entrar.
La respuesta de Mithrael casi se perdió debido al ruido de la puerta al cerrarse tras ellos. — Creo que sí, mi Señor.
El soldado se mantuvo impasible e inamovible al lado de la puerta. Victoria recordaba que el capitán se había dirigido a él como Darkling.
— ¿Vais a retenerme aquí toda la noche? — Preguntó tan agresivamente como se atrevió. Parecía que habían pasado horas desde que Mithrael se había ido. Ahora Victoria estaba sola en la oficina, sola si no fuera por el guarda mudo. — ¿Y bien?
Él se volvió a mirarla —el único movimiento que había hecho desde que había tomado posición. — Ya casi llega la mañana. — Dijo.
— Tonterías. Todavía está oscuro.
Darkling frunció el ceño. — Siempre está oscuro.
— Y supongo que tampoco me dirás dónde estamos.
El soldado volvió la vista al frente, sus rasgos retomando la expresión impasible de antes.
Victoria lo observó durante un rato. Cuando ni aun así se movió, ella se dirigió hacia el escritorio de Mithrael y se sentó en la silla. Eso se ganó una reacción.
— Eh, no puedes hacer eso. Levántate ahora mismo.
— Estoy cansada, — le soltó. — Llevo horas de pie. Para ti será fácil, estás acostumbrado. Yo no. — Se recostó, esperando que fuera obvio por su postura que no tenía pensado levantarse.
Darkling dudó. Parecía incapaz de decidir si debía ignorarla o acercarse y hacer que se levantara por las malas. Victoria deseaba que se quedara tal y como estaba.
El otro todavía estaba titubeando cuando la puerta se abrió de golpe.
— Ya era hora. — Protestó Victoria.
Pero la figura que entró no era Mithrael. Era un hombre alto de mediana edad. Su cara parecía desgastada, pero se movía como si todavía estuviera en perfecto estado físico. Una capa morada colgaba de sus hombros, bajo la cual se podía ver el mismo tipo de armadura que llevaban el resto de soldados. Pero en su pecho tenía pintado lo que parecía una fiera águila cerniéndose sin clemencia sobre su presa.
Ante la visión del hombre, Darkling se puso todavía más rígido. — ¡Señor! — Gritó, golpeando su puño derecho contra su pecho.
— Descansa. — Murmuró el hombre. Darkling no se relajó, y el otro no le prestó mayor atención. Caminó rápidamente al centro de la habitación, su expresión indescifrable mientras miraba a Victoria. Tras él, Mithrael entró en la habitación seguido de otro soldado. Se quedaron rezagados, aparentemente en deferencia.
— ¿Estás cómoda ahí? — La voz del hombre era firme y grave, pero con una leve nota rasgada.
— Sí. — Respondió Victoria, consciente de los nervios en su propia voz. — Muy cómoda, gracias.
— Excelente. Entonces no te supondrá un gran esfuerzo contestar algunas preguntas.
— ¿Qué preguntas? — Contestó alarmada.
— Bueno, para empezar, puedes decirme si alguien te ha ofrecido algo de beber o comer.
— No, no lo han hecho. — Dijo aliviada. — Gracias.
El hombre se giró hacia el soldado que lo había seguido. — Encárgate de solucionarlo, Prion. Y haz que nos manden un vino. Necesito aplacar la sequedad de garganta que me ha producido el viaje.
El hombre, Prion, hizo el mismo saludo que había hecho Darkling. — Sí, señor. — Después dio media vuelta y marchó rígidamente fuera de la habitación.
— ¿Qué hay de los otros intrusos, mi Señor? — Susurró Mithrael. — Le informé de que aún hay dos hombres a la fuga. Cualquiera de ellos podría ser el—
El hombre lo hizo callar. — Te preocupas demasiado, Guardián. Si son tan agresivos y están tan desesperados como esta jovencita entonces no creo que haya mucho que temer. — Se sentó en una silla, girándola de forma que fuera capaz de observar a Victoria con detenimiento. — Y sabes tan bien como yo, Mithrael, que podemos cogerlos cuando queramos. — Se giró abruptamente hacia el guardián. — ¿Por qué no lo has hecho ya?
— Señor, y—yo le estaba esperando. Pensé que tal vez le gustaría dejarlos libres, para observar...
El hombre negó con la cabeza. — No lo creo. Han corrido lo suficiente. Dices que ya ha habido una muerte, con saber eso debería ser suficiente. Un interrogatorio nos proporcionaría alguna información que todavía no tenemos. Si eso fuera necesario. — Pasó una mano por su rodilla, como si estuviera limpiando el polvo de su reluciente armadura. — Pero dudo que sean quienes lo han hecho. Cuando haya bebido mi vino, entonces podremos mirar los archivos. — Se volvió hacia Victoria. — De momento, quizás podamos descubrir todo lo que sea de interés gracias a nuestra invitada.
Victoria hizo acopio de coraje y dijo: — Tengo una pregunta.
— Adelante. — Le respondió el hombre con una sonrisa fugaz.
— ¿Quién eres? — Preguntó. Y mientras Mithrael dejaba escapar una exclamación de asombro y recelo, el otro echó la cabeza hacia atrás y rio.
— Mira el tamaño de este sitio, Doctor. — Jamie se erguía cerca de una puerta al final del pasillo. El Doctor se le unió, y a través de las puertas abiertas observaron la gran habitación que se extendía frente a ellos.
— Sí, es impresionante, ¿verdad? — El Doctor le dio la razón. — Alguna clase de gran salón, me imagino.
— La habitación del terrateniente, seguramente. — Añadió Jamie.
La habitación estaba iluminada por dos grandes candelabros que colgaban del alto y abovedado techo de piedra. Las luces eléctricas parpadeantes de las que estaban compuestos los candelabros se reflejaban en el suelo pulido. Éste era de mármol y estaba formado por cuadrados que alternaban entre un rojo oscuro y un blanco brillante. Venas azules trazaban un intrincado camino a través de la piedra, como si sostuvieran toda la construcción.
Una larga mesa de madera se extendía por el medio de la estancia. Pesadas sillas se erguían a cada lado del tablero. Una gran chimenea había sido situada en la pared de la derecha, y sobre ella una galería se extendía por todo lo ancho de la habitación, pudiendo ser vista gracias a unas grandes ventanas de arco en la pared de piedra. Bajo la galería, al lado de la chimenea, ventanas similares daban al paisaje espacial más allá del castillo.
De las paredes colgaban armas antiguas —espadas, una maza, escudos y ballestas. Intercalados con lo antiguo había también artefactos de guerra modernos —floretes láser, pistolas de rayos y dispensadores de energía.
Jamie se tomó unos segundos para asimilarlo todo. Entonces vio a las figuras que se hallaban en la esquina de la habitación y dio un paso atrás. — Doctor. — Susurró con urgencia.
— ¡Jaime! — El grito de respuesta del Doctor fue urgente y lleno de miedo y angustia.
Jamie se dio la vuelta. — ¿Qué pasa?
El Doctor dejó escapar el aire despacio y cerró los ojos. — Me has pisado el pie.
— Perdón, pero ves—
— Las figuras, sí Jamie. — El Doctor lo pasó de largo y se adentró en la habitación. Sin mostrar ningún signo de miedo o recelo caminó hacia la más cercana de las siluetas. Estaba de pie sobre un pedestal dentro de un nicho, y Jamie pudo ver a medida que se acercaba que llevaba una armadura. El visor, una pesada pantalla de energía, le cubría los ojos.
El torso estaba repleto de armamento acoplado y sistemas electrónicos. Un retal de pequeñas luces indicadoras estaba colocado en el pecho, y un pequeño anillo circular, programado en descanso, se situaba a un lado del mismo. En el antebrazo se podían ver puntas de cuchillos sobresaliendo del codo hasta la muñeca. Las manos eran enormes guantes con broches afilados en los nudillos y dedos que terminaban en crueles puntas. Detrás de su muñeca Jamie pudo ver el oscuro comienzo de una boquilla, como el cañón de una pistola. Todo el traje estaba salpicado de remaches y tornillos, y rebosaba de acoplamientos electrónicos y pantallas de lectura.
— Está bien, Jamie. — El Doctor lo alcanzó y dio unos golpecitos en el pecho de la figura. Hizo un ping metálico. — Yo creo que es sólo un traje vacío.
— Es como la armadura que los soldados llevaban. — dijo Jamie. — Sólo que más...
— Sofisticada, sí.
Jamie asintió. Y grande. Enorme. El traje entero era mucho más alto que los dos de ellos. Se veía increíblemente pesado y Jamie no podía imaginar quien lo llevara durante mucho tiempo. Las botas grandes, de metal pulido pronto se llenaban de sudor.
Pero antes de que lo pudiera comentar, la sala resonó con el sonido de otras pesadas botas sobre el suelo de piedra del pasillo exterior. Jamie se volvió de inmediato, agarrando el hombro del Doctor instintivamente al igual que el Doctor le agarró. Varios guardias corrían por el pasillo hacia ellos. Ellos sostenían armas largas como rifles sobre el pecho mientras corrían.
Los brazos del Doctor volaron en el aire mientras los soldados se acercaban.
— Corre, Jamie. — Gritó mientras giraba sobre sus talones. Pero él giró demasiado lejos y demasiado rápido en el suelo de mármol brillante. Sus pies s salieron de debajo de él y perdió el equilibrio, y cayó pesadamente sobre los pies de Jamie.
— ¡Corre!— gritó el Doctor otra vez, mirando lastimeramente a Jamie y agitando las manos nerviosamente.
—Yo no te voy a dejar. — Le dijo Jamie, agarrando una de las manos, agitando al Doctor y tirando de él a sus pies.
El Doctor ya estaba corriendo, con las piernas girando en el espacio, cuando sus pies aterrizaron en el suelo. Corrió con la cabeza hacia abajo, con los faldones que salían detrás de él y de sus manos perdidas en las largas mangas de su chaqueta sin forma. Jamie estaba a punto de seguirle, cuando se detuvo y se volvió hacia la figura de pie en el enorme hueco a su lado. Miró a los soldados que se acercaban rápidamente, y luego a distancia a la pesada mesa de madera en el centro de la habitación. No era ideal, pero valía la pena intentarlo.
— Tú sigue adelante, Doctor. — Gritó—. — Les voy a poner al día. — Jamie cogió la armadura del brazo y tiró de ella. Era casi tan pesada como parecía. Probablemente más. Jamie la sacó de nuevo, echando otra mirada a los soldados entrar en la habitación a la carrera.
Movimiento. Podía sentir el traje comenzando a balancearse sobre sus enormes pies. Jamie lo dejó escapar otra vez, esforzando cada músculo de su poderoso cuerpo en su intento de derrocar a la figura gigantesca. Se balanceaba ligeramente hacia delante con sus dedos del pie, y Jamie se relajó un poco, dejando influir la espalda por lo que se balanceaba sobre sus talones. Del mismo modo que una vez más se enderezó, Jamie lo hizo otra vez, manteniendo la armadura seguir adelante. Sintió el cambio de peso al pasar su centro de gravedad, y levantó la vista con satisfacción cuando la figura de metal enorme comenzó a caer.
Hacia él. Jamie estuvo inmediatamente debajo del traje, directamente en su camino, ya que poco a poco se le echó encima. Con un grito saltó fuera de su camino, se volvió y echó a correr.
Detrás de él, el traje se estrelló contra el suelo. Se mantuvo intacto a pesar de los terribles efectos, el sonido haciéndose eco por toda la habitación. El primer soldado se estrelló contra el costado de la figura caída, demasiado tarde para detener o evitar dar volteretas sobre la parte superior del traje de metal. Los otros comenzaron a trepar por la obstrucción, pero habían disminuido considerablemente.
El Doctor ya estaba cruzando la habitación de al lado y fuera de la vista cuando Jamie llegó a la puerta. Se detuvo un momento y miró hacia atrás satisfecho por la confusión cuando los soldados trataron de retirar la armadura. Varios fueron corriendo por el otro lado de la mesa. Jamie sonrió y se volvió para seguir al Doctor.
El barril de color gris oscuro de un arma estaba bajo su nariz mientras se giraba, demasiado cerca para centrarse en forma adecuada. Podía oler el aceite para armas mientras lentamente levantó las manos y las puso detrás de su cabeza. La figura detrás de la pistola asintió con la cabeza hacia abajo, hacia la sala de banquetes donde los soldados estaban obstruidos. Jamie se estaba acercando de nuevo.
— Por aquí, creo. — dijo el guardia.
El Doctor hizo su camino cuidadosamente por lo que parecía ser el salón de la fortaleza. El suelo estaba alfombrado y por lo que él sabía había habitaciones y camarotes en esta planta. Todo el aire del lugar se hizo más espléndido y opulento, más chateau que castillo. Las paredes ya no estaban desnudas debajo de las exhibiciones de armas y pinturas, pero con paneles de madera oscura o colgaban tapices de gran tamaño.
Pero después de un rato, se encontró con que la alfombra desaparecía, y la decoración volvía a algo más parecido a la apariencia medieval, espartana, de la planta baja, donde habían desembarcado. Llegó a un par de enormes puertas de madera. Estaban abiertas, y se fijó en un teclado en la pared cercana, y el Doctor adivinó que controlaba el mecanismo de bloqueo. Más allá de este punto, las puertas de las habitaciones se hacían más intensas, con las cerraduras y tornillos visibles y grandes.
El Doctor probó una de las puertas, pero no se abrió. Escuchó en la cerradura, y se podían oír sonidos de movimiento desde el interior. Así que puso su ojo en el agujero pequeño y miró a través. La habitación estaba a oscuras y no podían ver nada más que sombras.
Pasó a la siguiente puerta, y estaba a punto de repetir el proceso allí, cuando el parpadeo de la penumbra de repente estalló en una brillante luz. El Doctor ahogó un grito y saltó a la cubierta más cercana, que parecía ser una alcoba. De hecho, había una puerta en ella, y como el Doctor saltó delante de ella, la puerta comenzó a abrirse.
La cabeza del Doctor chocó dolorosamente contra la pared de piedra mientras era golpeado detrás por la puerta. Se las arregló para mantenerse en pie y escondido detrás de la puerta al abrirse en toda su extensión. A través del agujero entre la puerta y la pared vio como una línea de guardias marchaban a través. Se dividieron en dos grupos, uno en cada sentido a lo largo del corredor. El Doctor escuchó los sonidos de las pesadas botas de los guardias marchando sobre la piedra, y el traqueteo y haciendo sonar las llaves.
Movió la puerta lentamente, el Doctor salió de su escondite y se acercó al pasillo. Miró con atención a la vuelta de la esquina. En el otro extremo del pasillo, un guardia estaba abriendo la última de las puertas. El Doctor se esforzó por escuchar lo que el hombre dijo al que abrió la puerta. Pero no podía distinguir el intercambio de comentarios. Después de un momento, el guardia se echó a reír y continuó por el pasillo, desapareciendo en la esquina.
Sopesando sus opciones el Doctor miró a ambos lados del corredor, y luego regresó a la puerta por donde los guardias habían salido. Más allá había una especie de pasillo con varias puertas más importantes. Había un arco que parecía conducir de vuelta hacia la puerta principal y las zonas mejor equipadas, más allá, y otra que daba a otro pasadizo más oscuro. También había una puerta de madera más pesada. Parecía similar a las puertas que los guardias habían desbloqueado en el pasillo, excepto que estaban preparadas con pesadas bandas de metal oxidado.
La puerta estaba entreabierta, y cuando el Doctor la vio se abrió. Dio un paso atrás en las sombras, o lo que quedaba de ellas ahora que las luces estaban completamente encendidas, cuando dos hombres salieron de la habitación. El primer hombre era un guardia vestido con la misma armadura de batalla ligera como todos los demás. El segundo hombre vestía una larga túnica descolorida. Su rostro estaba muy arrugado y el Doctor supuso que parecía más viejo de lo que realmente era. Llevaba una barba blanca corta que estaba recortada perfectamente.
Como observó el Doctor, el guardia cerró la puerta detrás de ellos.
— ¿Miedo de que yo pudiera entrar?— Preguntó el hombre de la túnica.
— Procedimiento, señor. — Respondió el guardia. — Todo aquí sigue el procedimiento, ya lo sabes mejor que yo.
— Así es. — El hombre parecía aburrido y resignado. — Entonces, vamos a seguir adelante.
Cuando estaban casi fuera de la vista por el pasillo, el Doctor siguió. Pasaron por delante de varias puertas y nichos y otro corredor que se cruzaban en ángulo recto. Finalmente, las dos figuras se detuvieron frente a otra pesada puerta metálica. El guardia la desbloqueó.
El Doctor se acercó, curioso, ya que el guardia llamó a la puerta y esperó un rato antes de abrirla. Se puso de pie respetuosamente a un lado, y permitió que el hombre de la barba entrara. El Doctor sólo pudo ver al hombre detenerse en el umbral, y el arco. Entonces el guardia cerró la puerta detrás de él, y lo cerró de nuevo. Después de que el guardia se hubiera ido, el Doctor salió de su alcoba y se acercó a la puerta. Escuchó, pero no podía oír casi nada a través del marco grueso. Miró a través del ojo de la cerradura, pero había algo obstruyendo su visión al otro lado. O tal vez el ojo de la cerradura no penetraba a fondo a través de la puerta. Ciertamente el bloqueo más difícil estaba en el interior.
El Doctor tomó las manos, presionando las puntas de los dedos como él pensaba. Después de un momento, sacó un dispositivo cilíndrico de metal del bolsillo interior, su nuevo destornillador sónico. Hizo varios ajustes a la configuración de control, y luego lo acercó a la cerradura. No pasó nada y frunció el ceño. Sostuvo el destornillador sónico a contraluz, lo tocó con su palma como si anulase una tubería recalcitrante, lo intentó de nuevo. Todavía nada.
Con un suspiro, el Doctor ajustó la configuración. Tal vez otra vez, sólo podía escuchar los pulsos sónicos mientras trabajaban en el mecanismo de barril de la cerradura, pero sabía que estaría fuera de la gama de audiencia de casi todas las otras especies humanoides. Sonrió con satisfacción. Como sospechaba, había una fuerte señal sónica en la misma frecuencia que él tenía primero, probablemente un subespacio de emisión de algún tipo. Se había interferido con la función de destornillador. Sin embargo, un ligero ajuste a la frecuencia y todo fue miel sobre hojuelas. Todavía no estaban todos los duendes fuera.
Efectivamente, después de unos instantes se oyó un roce metálico, y el bloqueo de la vuelta. El Doctor sonrió para sus adentros, se guardó el destornillador sónico, y abrió la puerta.
Había dos figuras sentadas en la sala en frente de él. Estaban a ambos lados de una mesa baja en la esquina más lejana. Uno de ellos era el hombre de la barba blanca que había visto entrar. El otro estaba de espaldas al Doctor.
El hombre de la barba ya estaba saltando.
— ¿Qué diablos hiciste?— Dio un paso adelante, con los ojos brillando con amenaza.
— Lo siento, mi Señor. — le dijo la figura sentada. — Hay una perturbación.
El Doctor dio un paso hacia la habitación.
— ¿Una perturbación? Oh, pido perdón. — dijo. — No quiero entrometerme.
— Tú te has entrometido. — Espetó el hombre de espaldas.
— Yo también. — dijo el Doctor con una sonrisa. Corretearon alrededor de la mesa. — Pero me encanta un buen juego de ajedrez. — Examinó el tablero en frente de él. — Blancas ganan en ocho movimientos. — Murmuró. — Muy bien. Muy bueno de verdad.
Luego miró a la figura inmóvil sentada a la mesa, y la sonrisa se congeló en el rostro.
— ¿Tú juegas al ajedrez?— Preguntó la figura. Su rostro era una máscara de pulida de metal brillante, al parecer clavada en la cabeza. Los ojos eran pantallas empotradas de plástico oscuro, la nariz un pequeño bulto en el metal "cara". La boca era un corte de malla cubierta, de la que su voz surgió como un roce metálico, como si una cerradura girando hubiese aprendido a hablar.
— Sí. — dijo el Doctor cuando lo miró a los ojos. Tosió para disimular su torpeza. —Sí, un poco.
— Más que un poco, creo. — El hombre enmascarado se volvió. — Tal vez tendremos un nuevo jugador uniéndose a nosotros en nuestro humilde entorno, Cruger.
El hombre de la barba se volvió a sentar.
— Tal vez, mi Señor. — dijo en voz baja. Miró al Doctor, entrecerrando los ojos mientras le preguntó. — ¿Mate en ocho movimientos, dices?
El Doctor se encogió de hombros.
— Es posible en siete. Pero creo que ocho, sí.
— Dime una cosa. — Gruñó la voz artificial cerca de la oreja del Doctor.
Se dio la vuelta para ver que el hombre de la máscara se había levantado y estaba de pie a su lado.
— Si puedo.
El rostro impasible estaba a escasos centímetros del suyo, reflejaba las características del Doctor hacia él como en un cristal deformante.
— ¿Por qué mataste a Remas?