SENLAC

En su campamento normando, Guillermo recibió la noticia de que llegaba Haro1do.

Ahora la batalla no se demoraría mucho.

Se decía que Haroldo había derrotado a Harold Hardrada, el gigante a quien muchos consideraban invencible. Haro1do estaba ahora arrebatado por su victoria; había matado a su propio hermano Tostig, y nada podía detenerlo. Llegaba para ajustar cuentas con el normando que se había atrevido a invadir sus costas.

Guillermo señaló a sus capitanes:

- El y su ejército estarán cansados. Ha entablado una gran batalla en Puente Stamford. No dudo de que es un gran/ general. N o tendremos una victoria fácil. Pero somos los más fuertes, y tenemos el derecho de nuestra parte. El recordará que juró por los huesos de los santos, y ese recuerdo lo acompañará durante todo el día de la batalla.

Decidió que daría a Haro1do una última oportunidad.

Llamó a uno de los monjes que lo había acompañado en el viaje a Inglaterra y le dijo:

- Vea Haro1do. Dile que mi derecho al trono de Inglaterra es verdadero. Eduardo el Confesor me prometió a corona, y él, Haroldo, juró ayudarme a obtenerla.

Llegó la respuesta. El juramento le había sido arrancado a Haroldo por la fuerza, y ningún juramento hecho:n tales circunstancias podía ser considerado válido.

- Vuelve a Normandía -advertía Haroldo-. Te compensaré por los gastos que debiste hacer, y formaremos una alianza de amistad, pero si insistes en una batalla:, estoy preparado.

Por supuesto, sabía cuál sería la respuesta de Guillermo.

En su tienda, Guillermo se preparaba para el combate. - Tráiganme mi plaquín -dijo, y su criado se lo llevó,)ero al colocárselo, Guillermo se lo puso al revés.

Eso produjo un pesado silencio en la tienda porque,:n verdad, era un mal augurio.

El duque dio vuelta apresuradamente el plaquín y miró los rostros de quienes lo observaban.

- Ah -dijo-, de modo que ahora me dirán que ésta:s una señal de que moriré en la batalla, y ello los vuelve temerosos. Déjenme que les diga lo siguiente. Sé que muchos de entre ustedes -y hombres muy valientes- no se atreverían a ir al combate en un día en que esto ha sucedido. Pero yo nunca creí en presagios, ni creeré. Confío en Dios, porque El hace Su voluntad en todas las cosas,, yo me encomiendo a Nuestra Señora. El plaquín estuvo mal colocado, y yo corregí eso. Bien, si quieren señales, pueden ver una en eso. El duque se ha vuelto como el plaquín… Se dio vuelta, y de duque se convirtió en rey.

- No tiene temor -dijeron quienes lo rodeaban- aceptan de buena gana la batalla.

Guillermo montó en su caballo, regalo del rey de España, y nunca se había visto uno más espléndido. Servía a un solo amo, y adonde iba el duque allí estaba también su caballo, sin temores mientras tuviese al duque sobre él.

Inspeccionó a sus soldados. Un buen grupo. Descansados y listos para la pelea… Primero la caballería y luego la infantería, atrás, con sus arcos y flechas.

Su confianza fue en aumento a medida que se acercaba la hora de la batalla.

Viernes, 13 de octubre, y Haroldo, con su ejército, había acampado en las alturas de Senlac. Guillermo dejó su campamento de Hastings, y estaba en marcha.

La batalla, dijo Guillermo, se realizaría al día siguiente; y la noche anterior debía dedicarse a oraciones para pedir la ayuda divina.

Al final de ese día llegó al campo y avistó a los ingleses.

Haroldo debía de estar allí cerca, en el lugar en que flameaba su bandera.

- Oh, Dios -rezó Guillermo-, dame la victoria y construiré una abadía en este mismo lugar.

Sabía que enfrentaba a un general tan diestro -o casi- como él mismo; y los generales eran quienes ganaban las batallas. Un buen general, con una fuerza inferior, podía arrancarle la victoria a un gran ejército mal dirigido. Pero él tenía un gran ejército; era un gran general; sus hombres no estaban fatigados por una batalla tan recientemente ganada, por una larga marcha hacia el sur. De su cuello colgaba el saquito de las reliquias. Sus hombres lo sabían; también sabían que Haroldo había renunciado a su reino jurando sobre esos mismos huesos.

Dios debía de estar de parte de ellos, junto con esos santos cuyos huesos habían sido tan irrespetuosamente tratados por Haroldo.

- Ganaremos -declaró Guillermo, y agregó-: Si esa es la voluntad de Dios.

La batalla comenzó a las nueve de la mañana siguiente. No se desarrolló como Guillermo había pensado. Las lanzas y jabalinas de los ingleses eran formidables, y con sus catapultas lanzaban agudos pedernales a las filas del enemigo.

Guillermo ordenó que la" caballería atacase, pero no logró el éxito que había planeado, y los ingleses, blandiendo sus hachas; partieron la cabeza a muchos de los jinetes. La lluvia de piedras de pedernal había herido a muchos, y como eran arrojadas desde lejos no existía forma inmediata de detenedlas.

La primera parte de la batalla fue" para los ingleses. A medida que avanzaba la mañana, Guillermo resultó derribado cuando su hermoso corcel quedó muerto debajo de él. Cayó, pero uno de sus hombres saltó hacia adelante, para matar a su posible asesino.

Se elevó el grito;

- El duque está muerto.

El efecto fue inmediato. Los normandos creyerol1 que estaban derrotados. Acudió a su espíritu el recuerdo de la caída de Guillermo cuando pisó la costa, y la historia de su plaquín puesto del revés que había sido repetida en todo el campamento.

Con el grito de triunfo de los ingleses en los oídos, comenzaron a retroceder.

. Pero Guillermo encontró un nuevo caballo, y volvió a montar.

- ¡Tontos! -exclamó-o ¿Quieren ser,diezmados? ¿Qué les sucederá si huyen? ¿Adónde irán? Si retroceden, se enfrentan a la muerte. Vuelvan y combatan.

Se quitó el casco, para que todos pudiesen vedo. Resultaba peligroso, y una flecha podía perforarle un ojo, pero era mejor correr ese riesgo, y.que los hombres supiesen que estaba vivo, tan vital 'como siempre, y que no se atrevieran a huir mientras él estuviese allí para guiarlos.

La retirada fue casualmente afortunada, pues los ingleses, creyendo que habían triunfado, descendieron de las monturas para perseguirlos. Guillermo se dio cuenta enseguida de su ventaja. Ordenó que se volvieran, y ahí estaban los Ingleses, delante de ellos, vulnerables, detenidos en seco su carrera a la victoria.

Guillermo rió salvajemente a sus hombres, hacia adelante, para cegados. Ahora estaban convencidos de h invencibilidad de su duque. Este podía convertir la derrota en victoria. Debían combatir o enfrentar su cólera, ¿y qué podía haber ahora para ellos, en tierra extranjera, si no combatían?

La tarde avanzó; las posiciones se habían invertido.

Los ingleses empezaban a sentirse agotados.

Guillermo detuvo el combate, y ordenó que sus arqueros disparasen sus flechas al aire. Pudo ver que caerían directamente entre las tropas que ahora defendían la cima" de la colina, bajo la bandera…,

Los soldados obedecieron, y una de esas" flechas fue la que perforó el ojo de Haroldo.

Al ver que su hermano caía, y sabiendo que Leofwine también estaba muerto, Gurth galopó con un pequeño grupo hacia el corazón de las tropas normandas. Mataría a Guillermo de Normandía, el usurpador que había llegado

Y muerto a dos de sus hermanos.

Tan decidido estaba, que encontró al duque… tarea no muy difícil, ya que Guillermo iba con la cabeza descubierta. El ataque fue repentino, y el caballo de Guillermo resultó muerto.

Guillermo levantó la lanza y atravesó con ella el cuerpo de Gurth.

Había llegado la noche. Continuaron las incursiones y.los estallidos de combates en la colina de Senlac, y en el bosque, más allá; pero el trágico campo de batalla se encontraba cubierto de cadáveres, y la batalla de Hastings había sido ganada por Guillermo de Normandía.

Con el alba llegaron las mujeres, acongojadas, a buscar a los suyos; entre los muertos, para poder llevárselos y enterrados.

. Entre ellas estaba la hermosa Edith, la del cuello de cisne. En silencio, con desesperación evidente en cada uno de sus gestos, se movió entre los muertos.

Otros habían tratado de descubrir el cuerpo del rey caído, sin logrado, pero Edith lo halló.

Se arrodilló junto al cadáver, y desprendió la cota de mallas. Tal como Haroldo había reconocido a. Tostig por la verruga entre los hombros, así. lo hizo Edith con una marca de nacimiento que Haroldo tenía en el pecho.

Apoyó el rostro contra la marca,' y permaneció allí hasta que los monjes enviados por la madre de Haroldo, para recuperar el cadáver, le pidieron que se apartase.

Se puso de pie y se mantuvo erguida y majestuosa entre los muertos; luego dijo a uno de los soldados, de quien sabía que era un normando:

- Llévame ante tu amo.

El soldado negó con la cabeza, pero ella exclamó: -Llévame ante él, o te maldeciré en nombre del

hombre a quien mataste.

Guillermo la recibió en su tienda. Se había quitado la armadura, y acababa de levantarse, pues había estado hincado de hinojos para agradecer a Dios por la victoria.

Miró imperiosamente a la hermosa mujer, tan abatida n su congoja, indiferente a lo que pudiese ocurrirle. ¿Pues qué podía importar nada, ahora que Haroldo estaba muerto?

Odiaba a ese hombre, a ese usurpador normando que había llegado para quitar la vida a Haroldo, y arrebatarle:11 mismo tiempo su corona.

- He venido a exigir el cuerpo de Haroldo.

Ella miró con intensidad. Intuyó su pena, y la respetó, pues sabía quién era. Pocas veces había visto tal belleza, y su largo cuello era notable. i De modo que esa era la mujer a quien Haroldo había amado!

- Nadie me impone exigencias -dijo-o Se me pueden hacer pedidos.

- Te pido, entonces, que me entregues el cadáver de Haroldo, para poder llevármelo de este campo de carnicería y darle un entierro honorable.

- Haroldo es un perjuro -dijo Guillermo-. No merece un entierro honorable.

Ella lo miró con ardiente odio en los ojos. "Muchos me mirarán así", pensó él, "cuando recorra mi nuevo reino. Debo ser duro con ellos, o me creerán débil, y se levantarán contra mí".

¿Y qué, si entregaba a esa mujer el cadáver de su amante? Lo enterraría con pompa; lo convertiría en un santo. No, él enterraría a Haroldo donde merecía estar: en una tumba oscura. No debía haber alianzas, ni peregrinaciones.

No se hacía ilusiones en cuanto a la tarea que tenía ante sí. Sólo había ganado la primera batalla, por decirlo así; abierto la primera puerta. La gran guerra se extendía ante él, y tenía la idea de que debería combatir durante muchísimo tiempo.

Por lo tanto, nada de debilidades, nada de ceder. - ¿Es que no tienes piedad? -preguntó ella.

- Soy un hombre justo -respondió él-o No veo motivos para que un perjuro tenga un entierro honorable. -Se volvió hacia el hombre que permanecía ante la puerta de la tienda.- Llévate a esta mujer -dijo.

Ella se fue, pero antes de hacerla le lanzó tal mirada de odio, que la recordaría durante mucho tiempo. Respetaba su valentía, pues habría podido ordenar su muerte. Entendió su pena, porque ella amaba a Haroldo, y le parecía que éste había sido afortunado al ganar el amor de semejante mujer. No abrigaba resentimientos hacia ella. Ese era un ejemplo de cómo debía gobernar el país. No habría sentimientos, y tampoco quería venganza. Distribuir una justicia dura, y si alguien no lo reconocía como su amo, encontraría su castigo y la muerte. Sí, serían despojados de sus tierras, sus miembros, y si era necesario, de sus vidas.

Sería un amo severo pero justo; así lo esperaba.

Había otro pedido. Ahora provenía de Gytha, la madre de Haroldo…

La mujer, llorando amargamente, se arrojó a sus pies. Esposa del conde Godwin, nada menos que una princesa danesa y madre de hijos valientes.

- En este día -dijo- he perdido a tres hijos. Haroldo el rey, y sus hermanos Gurth y Leofwine. Mi sobrino Haakon, a quien conocías bien, también está muerto. Mi hijo Tostig murió hace apenas un rato. Ten piedad de mí. Dame los cadáveres de mis hijos, para que pueda enterrarlos. Es todo lo que te pido.

- Pides demasiado -contestó Guillermo.

- Te lo suplico. ¿No tienes sentimientos? ¿No tienes piedad?

- No tengo piedad hacia los perjuros.

Ella lloró, rogó. Pero él se mostró inconmovible.

Es un hombre duro, pensaron quienes observaban.

- Te daré el peso del cadáver de mi hijo Haroldo en oro, si me entregas a mis hijos.

- Todo lo que tienes podría pertenecerme, si quisiera tomarlo -le recordó Guillermo.

Ella levantó el rostro, y él vio pintado allí el odio. "Lo veré con frecuencia en esta tierra", pensó, "de modo que debo acostumbrarme a eso".

- Llévense a esta mujer -dijo.

Ella lo maldijo al irse. ¡Otra mujer valiente!, pensó él. Cuando me coronen rey de Inglaterra, cuando haya sometido a este pueblo, Haroldo tendrá un entierro decente, pero en el momento en que yo lo resuelva.

Esa gente aprendería muy pronto qué clase de hombre era. Sabrían que había comenzado algo mis que un nuevo reinado. Tenía un reino que gobernar; hacía tiempo que había formulado planes para eso. Haría un buen gobierno, pero tal vez parecería severo, y a menudo rudo.

Eso no le importaba. Construiría un gran país, como no pudo hacerla en Normandía. y ese país sería de él, y él. y sus hijos engendrarían una raza de reyes para gobernarlo. De modo que en los años por venir la gente pudiese recordar ese día de octubre del año lo66 y decir: aquél fue el día en que nació Inglaterra. Aquél fue el principio de una nueva gran era, y el padre y creador de todo eso fue Guillermo. Guillermo el bastardo, sí, y también el conquistador.