LOS HERMANOS

Nadie se enfadaba tanto con la demora como GuiIIermo; más tarde agradecería los impredecibles vientos del cielo.

Tostig se dio cuenta muy pronto de que Guillermo no le' resultaría de utilidad, alguna. Era bastante astuto como para saber qué malos pensamientos rondaban por la cabeza del duque. Resolvió no ayudar a Guillermo atacando a Haroldo… todavía.

Decidió ir a Noruega y presentar algunas sugestiones ante el rey de ese país. Dicho rey era Harold Hardrada, uno de los más grandes combatientes de su época. Su habilidad en el combate contaba con la gran ayuda de su enorme estatura: Era alto inclusive para un vikingo, y medía un metro noventa y siete. El combate era su alegría, luchar su razón de vida, y aunque en modo alguno era joven, ya que tenía cincuenta años, seguía ansiando un combate.

El intrigante Tostig fue bien recibido en, su Corte, y el plan que quería presentar ante Harold Hardrada parecía bueno.

Tostig podía atestiguar que no todo iba bien,en Inglaterra. Haroldo podía ser la elección del sur, pero tan el norte las cosas' eran distintas. ¿Por qué Harold Hardrada no había de conquistar el norte, e instalarse romo rey? Pasaría muy poco tiempo antes que toda Inglaterra estuviese en sus manos.

.Hardrada, sentado, asintió, mientras soñaba con la batalla y el rico botín que le esperaba.

Aceptaría el desafío de Tostig.

Harold Hárdrada partió a comienzos de septiembre, mientras Guillermo, en la costa, esperaba que el viento

cambiase. Con él iban su familia, sus tesoros y sus guerreros, todos ávidos de saqueos. y los largos barcos zarparon hacia Inglaterra, con sus velas rayadas hinchadas por el viento y los escudos, que colgaban de los costados de las naves, alegrando el océano con sus colores.

Al, avistar la flota, Marcar de Northumbria se sintió henchido de aprensión. Inmediatamente envió un pedido de ayuda a su hermano, Edwin de Mercia; y cuando los guerreros desembarcaron, ellos los esperaban.

La sola visión del gigante noruego era suficiente para infundir terror en sus enemigos, y ahí estaba, a la cabeza de su ejército, blandiendo su espada, su reputación tan formidable como su estatura,

Asoló la región, y Edwin y Marcar se batieron muy pronto en retirada. Hardrada y Tostig llegaron a York, que se rindió. Con Edwin y Marcar derrotados, Hardrada fue aceptado como rey. Era un vikingo, pero antes había habido otros reyes como él, y uno de los mejores fue el propio rey Canute.

El norte lo aceptaría, pero todavía hacía falta derrotar a Haroldo.

Era el 27 de septiembre.

¡El veintisiete de setiembre! Ese día llegó con un cambio de tiempo, y mientras Hardrada era proclamado rey en York, la flota de Guillermo partía por fin rumbo a Inglaterra.

Guillermo jamás se había sentido tan jubiloso en su vida. Se dijo que estaba al borde de su más grande aventura. A pesar de que era un guerrero templado, experimentaba tal elevación de ánimo, que se sintió joven de nuevo. Joven de espíritu, viejo en experiencia. Qué irresistible combinación.

Inspeccionó su flota. Nunca había habido tales barcos.

Y su Mora era el orgullo de todos. El regalo de Matilde, y Matilde era el don que Dios le había hecho a él. Y allí estaba ella, en su hogar, con sus tapices, orando por él y ansiando la llegada del día en que pudiese reunirse con su Guillermo.

Este rezó:

- Oh Dios, que me has dado a Matilde, dame Inglaterra y ya no pediré más.

Cayó la noche. El mar era imponente de noche, con el ruido del agua precipitándose contra los flancos de los barcos, y el viento en las velas. Cómo escuchaba uno esa bondadosa caricia que podía convertirse de súbito en un rugido de cólera, o desaparecer del todo… y en cual. quiera de las dos formas hacer fracasar sus planes.

En el Mora ardía una linterna grande. Había resuelto que su barco llevase esa luz para que nadie pudiera perderlo de vista,

Esa noche no durmió, con los pensamientos concentrados en el día siguiente; y cuando llegó el alba, para su congoja, no vio a su flota.

Contempló el mar desierto, y pensó que en verdad Dios lo había abandonado. ¿Qué se había hecho de esos grandes barcos que lo enorgullecían? ¿Dónde estaban sus soldados, a quienes debía conducir a la victoria?

Uno de sus caballeros fue hacia él y le dijo:

- ¿Qué se ha hecho de la flota, mi señor? Estamos pedidos.

- No -respondió Guillermo, ocultando sus verdaderos sentimientos-, somos mucho más veloces que los demás. Recuerda que navegamos en el mejor de los barcos. Es natural que nos adelantemos a los otros. Ve y di a los cocineros que preparen una comida, y que traigan algunos de nuestros mejores vinos. Vamos a comer y beber, y para cuando hayamos terminado verás que la flota aparece en el horizonte.

Observó la preparación de la comida, y de vez en

cuando volvía la mirada hacia el horizonte. A los hombres a punto de emprender una gran empresa no debe permitírseles nunca imaginar, ni por un instante, que tienen mala suerte. Debían creer que Dios estaba de su lado,

contra el enemigo. Era preciso mantenerlos ocupados, y bien fortalecidos con comida y bebida, y lo mejor que e podía hacer;' dadas las circunstancias, era tenerlos bien alimentados.

Se sentó con ellos y los acompañó con' una animación que no sentía. Y mientras comía su último bocado llamó a uno de los marineros y le pidió que fuese a la cofa del mástil, y le informase de lo que veía.

- Veo cuatro barcos -fue la respuesta del marinero.

- ¡Cuatro entre varios centenares! -:Guillermo fingió estar satisfecho.

Siguió sentado un rato, y después ordenó al marinero que volviese a trepar a la punta del mástil.

Esta vez el hombre regresó jubiloso.

- ¡Mi señor, veo un bosque de mástiles!

Guillermo lanzó una mirada triunfante en derredor. -La flota está con nosotros -dijo-o Dios sea alabado.

Y navegaban hacia él, orgullosos, en un mar sereno, con viento suficiente como para llevar las naves adonde querían ir.

- No hay señales de un solo barco inglés -dijo Guillermo-. ¡No hay señales de nada! Pero… ¡Ahí! ¡Tierra!

Hubo vítores. Habían hecho el viaje sin tropiezos. Eran las nueve del día veintiocho de septiembre de lo66. Guillermo de Normandía había llegado a la bahía de Pevensey.

En el Mora, contempló la descarga de sus barcos.

Todo se hizo en silencio y con rapidez; y nadie llegó para detenerlos, o siquiera para mirarlos. No habrían podido desembarcar en mejor lugar. No hubo obstáculos de ninguna clase., Estarían prontos a entrar en combate como si nunca hubieran cruzado el mar.

Primero vadearon hacia:: la costa sus soldados; arqueros y ballesteros. Después la caballería, sin sus caballos, que desembarcarían más tarde. Había planeado la operación con la máxima destreza. Estaba decidido a que no carecieran de nada de lo que necesitasen. Tampoco deseaba que sus hombres saquearan mientras avanzaban. Sería el rey de ese pueblo, y no quería enemistarse con él desde el comienzo. Su ejército llegaría equipado con lo que le hacía falta, hasta donde ello fuese posible. Por lo tanto había llevado sus carpinteros y caballerizos, y otros trabajadores que servirían en cualquier tarea en que fuesen necesarios.

Resultó difícil llevar los caballos a la costa, pues los pobres animales no querían cruzar a nado la breve distancia que había entre los barcos y la playa, pero a la larga se completó la difícil operación, y el último hombre que llegó r la costa fue el propio Guillermo.

Al subir tambaleándose por la costa arenosa, tropezó y cayó.

Se produjo un gran silencio que expresaba horror.

Quienes miraban sabían que participaban en la empresa más peligrosa de su vida, y no podían dejar de ver señales y presagios en todo lo que ocurría.

Guillermo tenía sus supersticiones. En ese momento llevaba al cuello -se lo había puesto antes de salir de Normandía- un saquito que contenía algunos de los huesos de hombres santos, los mismos sobre los cuales Haroldo había jurado ayudarlo a. obtener la corona de Inglaterra. Tal vez fuese supersticioso, pero al mismo tiempo era un hombre práctico. En los pocos segundos en. que estuvo tendido en la arena, se dio cuenta de que esa caída habría podido costarle la victoria. Ni por un momento debían abrigar en su mente, esos hombres suyos, la duda respecto de que era un jefe indomable.,

Tomó dos puñados de arena, y dejó que se le escurriese entre los dedos.

- ¿Ven? -gritó con voz de 'trueno-o He tomado a Inglaterra con ambas manos. Esta es una señal del Cielo.

Se elevó una tempestad de vítores.

Había convertido el miedo de ellos en júbilo.

Guillermo había planeado hasta el menor detalle.

Esa mañana, en Pevensey, quería asegurarse de que, en caso de verse obligado a una retirada, pudiera salvar sus barcos y a sus hombres. Por lo tanto construyó a toda prisa una fortaleza que pudiese ser defendida mientras sus hombres escapaban a sus barcos, si hacía falta.

Al cabo de unos días decidió avanzar hacia Hastings, donde sus exploradores habían descubierto que podían establecer más fácilmente su base…

Barcos, hombres y provisiones fueron llevados a ese lugar; y Guillermo ordenó entonces que se montase:le las fortalezas de madera que había llevado consigo. Allí se podrían preparar las comidas y llevar a cabo consejos de guerra. Cuando esto se hizo, Guillermo a veinte de sus capitanes más seguros -entre' ellos hermanastro Roberto de Martain y William Fitz-Osbern, partieron a caballo para reconocer la región.

Encontraron muy poca hostilidad. Los habitantes Iastings se habían dado cuenta, con sensatez, de que odian hacer nada para rechazar al invasor, y aceptaron su destino en silencio.

Impaciente, Guillermo aguardaba la llegada de Oldo.

Pasaron unos días. Algunos de sus hombres, que han estado infiltrándose en las aldeas, llevaron noticia del desarrollo de una tremenda batalla en el norte. Por motivo no había habido un ejército para salirles al encuentro en ese momento.

Harold Hardrada y Tostig habían desembarcado, ominaban e! norte, y el rey Haroldo había marchado a allí para detenerlos.

- No podemos saber -dijo Guillermo a sus amigos a quién tendremos que combatir. Podría ser contra Oldo de Inglaterra o contra Harold de Noruega.

- Se dice que Harold Hardrada es uno de los mejores combatientes del mundo -dijo Roberto de Mortain-. metro noventa y tres de estatura.

- Los centímetros no ganan batallas -replicó Guillermo con sequedad-o y no dudo de que podamos igualar valentía. Preferiría que fuese Haroldo de Inglaterra para saldar mis cuentas con él.

- Espero que la visión de Harold Hardrada no les te el ánimo a nuestros hombres. Dicen que es un espectáculo aterrador al frente de un ejército.

Guillermo golpeó la mesa con el puño.

- Se trate de Haroldo de Inglaterra o de Harold de Noruega, no se equivoquen, caerán ante' nosotros. Oh, Dios -exclamó-, ¿cuánto tiempo tendré que esperar para entrar en combate?

En Puente Stamford, Haroldo se disponía a expulsar al invasor del norte, sin saber que había otro en el sur.

Se había despedido de Edith un poco antes, y ella lo besó con sus modales serenos y tiernos, y le dijo que rezaría por él.

y Haroldo sabía que lo haría; lo que les sucediese a él y a ella estaría en manos de Dios.

No había tenido paz desde que le colocaron la corona en la cabeza. Se preguntó si alguna vez la tendría.

Mientras se preparaba para hacer frente al noruego, pensaba en el otro que llegaba de Normandía -un vikingo al menos que Harold Hardrada-, Guillermo, descendiente de Rolón, quien deseaba apasionadamente a Inglaterra y a quien había jurado entregársela.

- Me obligaron -como había dicho cien veces a Edith-. Un juramento que se le arranca a un hombre por la fuerza no es un juramento de verdad.

Pero siempre recordaría que su voto había sido quebrado, y en ocasiones como ésa, cuando el peligro acechaba y la muerte podía ser inminente, se preguntaba si tendría que pagar por su pecado.

Ahora iba a la batalla contra su propio hermano.

Cómo se entristecería su madre, pues amaba a sus hijos. Había perdido a Sweyn, y ahora él, con Gurth y Leofwine, iba al combate contra Tostig.

Era incorrecto que un hermano luchase contra un hermano.

Mandó llamar a un mensajero Y le dijo que deseaba que llevase una carta que debía ser entregada a Tostig. Le concedería un salvoconducto…

Luego se sentó y escribió a Tostig, recordándole sus días de la infancia, pidiéndole que rompiese con Harold Hardrada. No le pedía que se. pusiera. de su parte para combatir. Sería un vuelco demasiado rápido; pero se retiraba del combate y él, Haroldo, lograba expulsar invasor, entregaría a Tostig el condado de Northumbria, aprenderían a ser amigos otra vez.

Luego se sentó y aguardó la respuesta. y la repuesta llegó…

Una sola cosa quería Tostig de Haroldo, y era que entregase la corona. ¿Y qué daría a Harold' Hardrada por)dos los trabajos que se había tomado para llegar hasta Inglaterra?

La respuesta de Haroldo fue seca. Le daría dos metros le suelo de Inglaterra. A algunos hombres les habría ofrecido uno ochenta, pero como el noruego era un hombre gigantesco, le otorgaría dos metros.

No había remedio. Un hermano debía. luchar contra un hermano.

De modo que Haroldo cabalgó hacia la batalla de puente Stamford.

Haroldo era un general experimentado. Había aprendido su oficio en la lucha, lo mismo que Guillermo de Normandía, y al examinar el campo de batalla elegido se dio cuenta de que su gran posibilidad de triunfar consistiría en dominar el puente antes que Hardrada y Tostig. Si lograba hacerlo, y, si conseguía que su ejército lo cruzara, podrían plantarse en la cima de un talud, lo cual significaría que el enemigo tendría que subir hacia ellos, cuesta arriba.

Había salido el sol; brillaba en los escudos de los 1I0ruegos, hilera tras hilera.

Haroldo y sus hombres debían quebrar las defensas de esos escudos con espadas y hachas. No podía apartar de su mente el pensamiento de que en las líneas del enemigo se hallaba su hermano Tostig.

La batalla bramó todo el día.' La enorme figura de Hardrada bajo la bandera era una inspiración para sus hombres y un terror para el enemigo. La conquista del puente por Haroldo había sido una importante pieza de estrategia, y al asegurarse la posición ventajosa se hallaba a mitad del camino del triunfo. El sol ardía, y los noruegos, con su pesada armadura, sufrían más que los sajones, de vestimenta más ligera.

Por la tarde se habían introducido cuñas a través de las hileras de escudos; y hubo un grito de congoja cuando una flecha de un arco sajón atravesó la garganta' de Hardrada…

Muerto su jefe -y debido a su gran estatura, muchos vieron que ya no estaba en su puesto-, los noruegos supieron que habían perdido. Un hacha sajona se había clavado en la cabeza de Tostig. Cuando el sol se puso, la batalla había terminado:

Haroldo de Inglaterra era el vencedor

Reinaba el silencio. La fogata del campamento proyectaba una luz parpadeante sobre la lúgubre escena. Haroldo contempló las ascuas y pensó: De modo que he vivido otro día.

Sus hermanos Gurth y Leofwine se le acercaron,' y él les tomó las manos…

- Gracias a Dios que pasaron a salvo -dijo-o Pero hoy hemos perdido a un hermano.

- No lo lloremos -replicó Gurth-. Si hubiese vivido, abría habido más matanza.

- Pobre Tostig. Muere en un campo de batalla, como abría querido… Pero luchando contra su propio hermano.

- Siempre te envidió, Haroldo. Y -habría seguido haciéndolo mientras viviese. Jamás hubieras estado a salvo e él. Tenía que ser él o tú. Vamos, eres el vencedor. Esta s tu hora de regocijo.

Pero Haroldo meneó la cabeza.

No durmió en toda la noche, y por la mañana envió algunos hombres a buscar el cadáver de Tostig y llevárselo, ara poder darle un entierro decente.

- Tráiganme también al rey de Noruega -dijo- Le prometí dos metros de suelo inglés, y los tendrá.

De modo que salieron, y si bien les resultó fácil hallar e1 cadáver de Hardrada, no pudieron encontrar el de Tostig. -Iré a buscarlo yo mismo -dijo Haroldo-. Reconoceré a mi propio hermano.

Un campo de batalla es un espectáculo terrible a la luz del día. Entre los cadáveres mutilados, Haroldo buscó Tostig. No era sorprendente que los otros no hubieran podido encontrarlo. Haroldo tampoco habría podido, a o ser por un pequeño detalle…

Mientras buscaba en vano entre la masa de cadáveres, pensaba en Tostig de niño, cuando jugaban juntos, en sus combates fingidos. No soñaban entonces que llegaría el día en que lucharan uno contra el otro, en serio, y que no resultaría muerto.

Haroldo se imaginó a Tostig con claridad, tal como era el día en que fueron a un bosque, juntos, y llegaron a un arroyo. En esa ocasión, Tostig se quitó el justillo y ~ zambulló en la corriente. Y una vívida imagen surgió n la mente de Haroldo. El niño que reía y miraba por sobre el hombro.

- Vamos, Haroldo. ¿Tienes miedo del agua fría?

- y él se zambulló, y riñeron en el agua. ¿Alguna vez se borraría de su cerebro el recuerdo de Tostig, de pie, desnudo, al sol? Todos los detalles parecieron claros de repente: el cabello que se le rizaba en la nuca, la verruga de extraña forma entre los hombros.

¡ La verruga! No existía otra igual, en ese mismo lugar, en ningún otro cuerpo.

La buscó, frenético, y la encontró. Y ahí estaba, tal como la había visto aquel día, en el arroyo del bosque.

No soportó mirar la cabeza hendida por el hacha de uno de sus hombres.

Ordenó que el cadáver de Tostig fuese llevado y enterrado decentemente.

Mientras se hallaba ante la tumba de su hermano, recordando tantas cosas de su infancia, llegó un mensajero con noticias urgentes.

Guillermo de Normandía había desembarcado en la Bahía de Pevensey, y ahora acampaba en Hastings.

- Haroldo conferenció con sus hermanos Gurth y Leofwine.

- Si no hubiese estado en Puente Stamford -dijo-habría podido impedir el desembarco.

- Si Tostig hubiera estado con nosotros, y no contra nosotros… -replicó Gurth, airado.

- Nunca estuvo conmigo -declaró Haroldo-. Y ahora está muerto. No hablemos de él. Es habitual decir "si esto y si aquello": La situación es que Guillermo ha desembarcado, y no cabe duda de que ahora levanta sus fortificaciones. Debemos decidir qué haremos.

- El ejército está agotado -señaló Gurth.

- Necesita descanso, y volver a formarse -agregó Leofwine.

- El caso -dijo Haroldo- es si debemos quedamos aquí o marchar al sur.

- Si nos quedamos aquí, el normando se verá obligado a marchar hacia el norte, hacia nosotros -respondió Gurth-. Un ejército que ha hecho una larga marcha hasta un campo de batalla no está nunca tan fresco como el que ha descansado en él.

- Si pudiese quedarme aquí y reunir un ejército, lo haría -replicó Haroldo-. ¿Pero puedo? Si llamara a las armas a los hombres de toda Inglaterra,. no me prestarían atención. Puedo abrigar la esperanza de marchar hacia el sur y tratar de reunir hombres bajo mis banderas a medida que, avanzo. Enviaré mensajes a Edwin y Morcar, pero no confío en ellos. Tal vez no quieran al normando, pero tampoco me quieren a mí. Debo pensar en esto. De ello puede depender el resultado de la batalla. Luego de meditado mucho, llegó a la conclusión de que su mayor esperanza de éxito consistía en marchar al sur.