PREPARATIVOS

El cometa pendía sobre el castillo de Rouen.

- Por el esplendor divino -exclamó el duque-o Esta es una señal. Dios está de nuestra parte. Ha puesto una espada en el cielo como señal. Debo ir y tomar lo que me ha sido prometido.

Le había llegado la insolente respuesta de Haroldo.

Su hermana estaba muerta, él se había casado con Aldgyth; y había sido coronado rey de Inglaterra.

Tenía que mostrar a Haroldo que él, Guillermo, no podía ser traicionado, y que no se quedaría mirando con timidez mientras otros tomaban lo que se le había prometido.

Se encerró en su alcoba; no quería que nadie lo interrumpiese; ni siquiera Matilde. Ella respetó su estado de ánimo, pues sabía que tenía la cabeza repleta de planes.

Pensaba cruzar el mar y conquistar a Inglaterra, pero necesitaba barcos y hombres; y le hacía falta saber que toda Normandía estaba de su parte.

Debía exponer su caso ante un consejo de sus vasallos; tenía que decirles que le era necesaria su ayuda. Le habían jurado lealtad; y ahora era el momento en que podía exigirla Exigir no era prudente. Ya había habido suficientes problemas en Normandía. Necesitaba una Normandía unida, tal como a Haroldo le hacía falta una Inglaterra unida. Las dificultades en el frente interno podían destruirlos a los dos.

Guillermo pensó en los hombres en quienes podía confiar. Estaba William Fitz-Osbern, hijo de ese hombre leal que tantos años atrás había muerto en el lecho en el cual dormían juntos. Y estaba sus dos hermanastros, los hijos de Arlette y Herlwin, Roberto, quien ahora era el conde de Mortai y Odo, obispo de Bayeux. Llamó a esos tres hombres" y les dijo que estaba resuelto a apoderarse de Inglaterra, y que quería tener, tras de sí a todos los barones y caballeros influyentes de Normandía.

- Hará falta persuadirlos -dijo el obispo.

- ¡Persuadirlos para que cumplan con su deber!

'-Sí, persuadirlos -insistió Odo.

- Es preciso recordarles su juramento de fidelidad.

- Que se refería a la defensa de Normandía -señaló el obispo.

- Vamos -dijo el duque, impaciente-,' ¿son tan tontos que no pueden ver 'lo que significaría eso para ellos?

Los tres hombres,se miraron, y Guillermo dijo a Fitz-Osbern:

- Te encargo de eso. Los convocarás a todos y les aclararás sus obligaciones.

El senescal dijo que haría lo que se le pedía.

- y a toda prisa -agregó Guillermo-. Me impaciento. Fitz-Osbern convocó entonces a una reunión de los

barones. Todos sabían con qué fin se los había llamado. Haroldo de Inglaterra había hecho un juramento sagrado a su duque, que luego violó. Prometió ayudarlo a ascender al trono de Inglaterra, y luego tomó la corona para sí; convino en desposar a la hija del duque, y ahora se casaba con otra mujer. El honor de Normandía estaba en juego. -El honor del duque -:-dijo uno de los barones-, que no es necesariamente el de Normandía.

- ¿Son ustedes tan tontos, que no pueden ver qué gran beneficio nos traería eso? -preguntó Fitz-Osbern-:

Habría tierras y riquezas, pues, naturalmente, el botín del país conquistado sería para quienes hubiesen ayudado al duque a obtenerlo.

- También la muerte podría ser nuestra recompensa -dijo otro.

La opinión general fue:

- Hemos jurado apoyar al duque en cualquier ataque contra Normandía; no juramos conquistar tierras extranjeras.

Cuando el duque conoció esta respuesta, se enfureció.

Pero no permitió que su cólera se adueñara de él. Necesitaba toda su astucia y capacidad de estadista, y nada se lograba con ira, que no pudiera hacerse mejor por medio de la calma.

Visitó sus astilleros. Dijo que el trabajo debía continuar con celeridad. Necesitaría muchos barcos, y de los mejores, en los próximos meses.

La idea se le ocurrió al astuto Odo.

- Tus vasallos se negaron a ayudarte en la asamblea.

Se mostraron unánimes. "Nada de aventuras extranjeras", dijeron. Pero si les hablaras de a uno por vez, ¿su respuesta sería la misma? Invítales a visitarte, halágalos y diles que necesitas su ayuda, diles que sabes que son los más seguros y dignos de tus vasallos. y diles, a cada uno por separado:

"Amigo mío, no puedo arreglármelas sin tu ayuda". Promételes botín. Diles que las mujeres sajonas son muy bellas. Inténtalo, Guillermo. Creo que tendrás más éxito que si pides lealtad y servicio en una asamblea.

Guillermo vio la sabiduría de este consejo.

Resultó sorprendente el éxito que obtuvo la estrategia le Odo.

Matilde pasaba gran parte de su tiempo en Bayeux, trabajando en sus tapices.

La labor le encantaba. Allí, en su lienzo, llameaba el cometa. y ahí estaba Haroldo prestando juramento sobre los huesos de los santos; y Eduardo, en su lecho de muerte, señalando a Haroldo. Mientras trabajaba, meditaba. No podía ir al combate; sólo le era posible ayudar a su esposo cuando. pudiera, y recrear la historia en sus puntadas. Había hecho construir un barco que sería el primero de la flota que zarpase rumbo a Inglaterra. Todavía no se lo había dicho a Guillermo; el barco sería su regalo para él; lo llamaría Mora, y sería una nave como jamás se había visto antes, y tendría el honor de llevar a Guillermo a Inglaterra.

Rió para sus adentros mientras pensaba en la magna

empresa. Guillermo vencería. Ella no podía concebir otro resultado. Se quedaría en el hogar, trabajando en sus tapices, actuando como Regente allí, en Normandía, mientras él seguía adelante en la conquista de aquel país.

Sonrió para sí. En algún lugar de Inglaterra, un hombre de su propia edad pensaría en' Normandía, y tal vez en ella. y se diría: "Matilde de Flandes se convertirá en reina de Inglaterra. ¿Recuerda acaso cómo me negué a casarme con ella?"

"No, señor Brithric, no olvido. y no lo olvidaré nunca, hasta que te haya enseñado qué significa humillar a una reina".

Guillermo estaba preocupado con sus consejeros.

Ella no lo molestaba, ni le preguntaba nada que no quisiese decirle. Pero él le hablaba, aunque tal vez no tanto como antes. En cierta medida, los niños se habían interpuesto entre ellos. Roberto era quien había hecho eso. Roberto criticaba a su padre, y las críticas eran algo que jamás agradó a Guillermo, y le resultaba intolerable que proviniesen de un miembro de su familia. Roberto era irreflexivo y travieso. Buscaba burlarse de su padre hasta donde fuera posible, sin atraer la cólera de éste sobre su cabeza. Matilde reía a menudo para sus adentros, al percibir los pequeños dardos que Roberto enviaba en dirección de su padre.

- Una pareja como, nosotros jamás habría podido esperar una progenie pacífica -se decía a menudo, y le decía a Guillermo.

La respuesta de éste era:

- Espero el respeto de todos mis vasallos, incluido mi propio hijo.

A Roberto no le gustaba verse considerado un vasallo.

Con frecuencia decía que era el duque de Normandía.

Apenas el otro día le había dicho:

- Pero madre, si mi padre conquistara a Inglaterra sena su rey, ¿no es así.

- Por supuesto.

- y entonces no puede ser rey y duque al mismo tiempo, ¿verdad?

- Tu padre, no lo dudes, se las arreglaría con suma facilidad para tener ambos títulos.

- Si es rey, entonces yo seré duque de Normandía.

No puede gobernar dos países al mismo tiempo.

- Tú podrías ser considerado demasiado joven para gobernar -le recordó Matilde. - ¿A los trece años?

- ¡Una edad muy avanzada,"hijo mío!

- Te burlas.

- Pero con amor.

- Madre, ¿estarías siempre de mi parte?

- ¿Acaso no eres mi hijo? -

- Pero él es tu esposo.

- Hablas como si se tratase de tomar partido.

- Así lo será… con el tiempo.

- No, los dos trabajarán juntos.

Sabía que no era así, y algo se alborozaba en su espíritu. Siempre había adorado la excitación y el conflicto. En el fondo del alma se preguntaba desde hacía tiempo si sus últimos años no serían estimulados por la pugna de lealtades.

Dos que conmovían sus sentimientos más que ningún otro: ¡SU admirado esposo, su querido hijo! Le interesaba ver a cuál de los dos quería más. Y si se trataba de tomar partido, ¿hacia qué lado se volcaría? El tiempo lo diría.

En Bayeux reinaba la excitación. Tostig había llegado con Judith y 'sus hijos. Tenía los ojos encendidos por el deseo de aventura.

Matilde recibió a la familia con deleite. Guillermo, con reserva.

Tostig era una criatura atrayente, decidió Matilde.

Esos sajones lo eran a menudo. Mientras se hallaba encerrado con Guillermo, Judith conversó con ella, y Matilde siempre había conseguido de Judith lo que quería.

_ ¿A qué aspira Tostig? -preguntó-o ¿A la corona de Inglaterra?

Judith bajó los ojos, pestañeando, y vaciló un par de segundos. ¿No recordaba Matilde sus gestos, de la infancia de ambas?

- ¿Cómo podría hacer eso? Eso es para Guillermo -respondió Judith.

- Por cierto que sí, hermana. Pero ello no impide que Tostig siga abrigando esperanzas.

- Ha venido a ofrecer su ayuda a Guillermo.

Matilde asintió. Conocía los pensamientos de Tostig.

Que Guillermo conquistase a Inglaterra, y entonces alguna pequeña traición astuta, y ahí estaría Tostig tratando de arrebatarle la corona.

- ¿Contra su propio hermano? -preguntó Matilde.

- Tostig siempre odió a Haroldo.

- No cabe duda- de que tiene celos de su hermano mayor.

- Haroldo era el favorito de su padre. Nada de lo le hacía estaba mal.

- En todo sentido es el favorito del pueblo. El pobre Tostig fue proscrito, ¿verdad?

- Todo se debió a ese par de traidores, Edwin y Marcar.

- Quienes ahora son los cuñados de Haroldo. ¡Cuán complicadas son estas relaciones de familia! y bien, Judith, vida con Tostig debe de ser arrebatadora. Nunca puedes ver con seguridad dónde pisas.

- Tostig es un gran hombre, Matilde -dijo Judith m sinceridad-o Algún día…

Matilde levantó la mano'. "No lo digas, Judith", pensó.

Lo lamentarás. Sea como fuere, no hace falta decido. e resulta tan claro como la luz del día. Tostig quiere r rey de Inglaterra; y ése, mi querida Judith, es un cargo le Dios ha reservado para mi Guillermo".

Conversó con Guillermo en el silencio de la alcoba. -¿Qué pasa con Tostig?

- No confío en él.

Matilde hizo una inspiración profunda. -Sabía que no hacía falta prevenirte.

- ¿De modo que ya sondeaste a Judith?

- Pobre Judith, es una esposa abnegada, pero en

modo alguno una buena estratega. Yo espero poder servir mejor a mi esposo, cuando me deje para ir a la conquista ~ Inglaterra.

El le tomó el rostro entre las manos, súbitamente tierno.

- Mi amor querido, constantemente me pregunto qué haría sin ti.

"No, Guillermo", pensó ella, "en estas últimas semanas no te preguntaste constantemente otra cosa que no fuese cómo -iniciar la conquista de Inglaterra".

- Me echarías mucho de menos, Guillermo -dijo-, si no estuviese aquí, pero aquí estoy, tu buena y paciente esposa, bordando sus tapices mientras se pregunta cómo puede servirte mejor. Hoy entendí, por lo que dijo Judith, que a pesar del deseo de él, de ayudarte a conseguir la corona de Inglaterra, más bien se imagina llevándola en su propia cabeza.

- No confiaría en - Tostig ni por un momento. Es tan traidor como su hermano.

- Pobre Haroldo, tenía pocas posibilidades de ser otra cosa.

- Me juró…

- Por la fuerza.

- Creo que tienes debilidad por ese sujeto.

- Bueno, es un hombre muy bello, y había comenzado a considerado mi nuevo hijo, cosa que habría sido si se hubiera casado con Adelisa.

- ¡Por el esplendor divino, cómo me engañó!

"Tal como, sin duda", pensó, _ "tú lo engañaste a él, mi señor".

- ¿Qué harás respecto de Tostig? Entiendo que ha venido a ofrecerse a luchar junto a ti en la expedición. -Le daré unos cuantos barcos… nada de gran importancia. Si puede volver y hostigar a Haroldo en el norte, mientras nosotros atacamos en el sur, podría resultar útil.

Ella asintió.

- Habría podido saber que harías lo conveniente.

- Vamos, Matilde, ¿ te consideras un general?

- Me considero cualquier cosa que pueda ser de utilidad para mi señor.

El le sonrió y le acarició el cabello con dulzura.

- Que Dios te bendiga eternamente -dijo con voz impregnada de ternura, y hasta con un dejo de pasión.

Pero la ternura se debía a que podía confiar en ella, y la pasión era por los barcos que se construían, y que lo llevarían a Inglaterra.

- ¿Por qué siempre miras desde la torre? -preguntó Cecilia a su hermana-o ¿A quién esperas?

Adelisa volvió hacia su hermana su mirada asustada. -Siempre llega gente. Me pregunto quién vendrá a continuación.

- ¿ y esperas a alguien en especial?

- Creo que habrá mensajes de Inglaterra. Tiene que haberlos.

- Adelisa, ¿qué te sucede? Siempre pareces tan perdida y asustada…

- ¿Qué está pasando, Cecilia, lo sabes? Algo ocurre.

Nuestro padre está furioso a menudo. Se pasa solo mucho tiempo. El otro día golpeó a Roberto sin grandes motivos. Roberto está enojado y hosco, y dijo que si tuviera suficiente edad se incorporaría al otro bando.

- Tendría que ser azotado. Tú sabes lo que ocurre, Adelisa. Haroldo, el sajón, ha violado los juramentos que hizo a nuestro padre.

- No lo creo.

- Por supuesto que sí. Todos hablan de ello.

- Es un error.

- ¡Un error! ¿Cómo puede ser? Haroldo desafió a nuestro padre. ¿No viste a los mensajeros? ¿No ves el talante sombrío de nuestro padre? Y seguirá así hasta que zarpe rumbo a Inglaterra y arrebate a Haroldo la corona.

- Haroldo es el rey ahora -dijo Adelisa con voz suave.

- Se atrevió a tomar la corona, después de prometérsela a nuestro padre.

- La corona era de él -replicó Adelisa, acalorada.

- Será mejor que no dejes que nuestro padre te oiga

decir eso. Resultaría tan malo como cuando Roberto asegura que será duque de Normandía en cuanto nuestro padre sea rey de Inglaterra.

- Creo que Haroldo escribirá a nuestro padre y le explicará que ha habido un error. -Eres tan tonta, Adelisa.

- Conozco a Haroldo,

_ ¡Tú! ¿Qué sabes tú sobre ese embustero sajón?

Deberías rezar más, rezar para que nuestro padre lo,castigue pronto y recupere la corona que le robó.

- No la robó. Es un error. Si se la prometió a nuestro padre…

- Si se la prometió. Juró por las santas reliquias y por eso irá al infierno.

- No irá al infierno. Otros irán allá".

- ¡Cállate! ¿Te refieres a nuestro padre?

- Por supuesto que no.

- No puedes ser amiga de los dos.

- Soy amiga de Haroldo -replicó Adelisa con audacia.

- Entonces eres una traidora a Normandía.

- Me casaré con Haroldo. Es mi prometido. Y una mujer jamás debe ser la enemiga de su esposo.

- ¿Entonces no te lo dijeron? -preguntó Cecilia. _ ¿Qué pueden decirme, sino que Haroldo tiene la

corona que le dio el rey de Inglaterra?

- ¿No te dijeron, Adelisa, que él tomó esposa? Adelisa palideció.

- Eso no es cierto.

- sí, hermana, es cierto. Se casó con la hermana de dos de sus molestos condes, porque temía' que guerreasen contra él si no lo hacía.

- ¿Cómo pudo? Se va a casar conmigo.

- Pudo quebrar el juramento que te hizo, como violó el que le hizo a nuestro padre.

- No lo creo. No quiero creerlo.

- Debes rezar a la Virgen, Adelisa. Debes rezar para salvarte de tu locura.

- No lo creeré. No lo creeré -repitió Adelisa.

Huyó de Cecilia, y se encerró en la alcoba que compartía con sus hermanas. Se dejó caer sobre su jergón de paja, y se quedó mirando la pared.

No podía ser cierto. El, esa criatura divina, ese hombre incomparable, no podía violar la palabra que le había dado. Había sido tan bondadoso con ella; recordó cómo le había dado los trozos de carne más tiernos; sabía que ella lo amaba. No podía amarla como ella a él. ¿Cómo habría sido posible eso? Ella era apenas una jovencita, todavía no crecida, no hermosa como él., no inteligente. Sólo podía adorarlo, pero él le había demostrado que le agradaba su adoración, y se le había dicho que sería su esposa.

No era cierto. A Cecilia le gustaba hacer sufrir a la gente. Le parecía que eso era bueno. Porque entonces la gente oraba y pedía ayuda a Dios, y se suponía que quedaba consolada.

Pero si ella lo perdía, si en verdad era cierto que se había casado con otra y olvidado su promesa a ella, entonces no habría consuelo. Lo único que querría hacer sería continuar echada en su lecho de paja, volver el rostro hacia la pared y morir.

- Mi señora -dijo-, ¿puedo hablar contigo?

Matilde miró a su hija. ¡Cuán pálida y delgada estaba la niña!

La invadió una repentina piedad. ¿Era posible que una niña de tan tierna edad sintiese un amor tan apasionado por un hombre treinta años mayor que ella? Matilde pensaba que sí.

"Pobre niña", pensó.

Dejó a un lado su aguja y atrajo a Adelisa hacia sí.

- ¿De qué se trata? -preguntó.

- Cecilia me ha dicho que Haroldo está casado.

- Es cierto, niña.

La expresión de. trágico horror sobrecogió a Matilde.

Pero no, se dijo, los niños superan esas cosas. -No lo creo -dijo Adelisa.

- Querida 1hija, ya violó sus promesas a tu padre.

- Se vio forzado a prometer.

- Eso es cierto. Se vio forzado a prometer ayuda a tu padre para lograr la corona, y casarse contigo.

- Entonces no quería hacer ninguna de las dos cosas.

- No, hija mía, no quería. Era para él un asunto de conveniencia. Prometió porque se encontraba en poder de tu padre y no se atrevió a hacer otra cosa.

Adelisa no habló. No podía. En algún lugar, dentro de ella, moraba un pesado dolor. No existía otra cosa que ese dolor. Supuso que significaba que se le estaba partiendo el corazón.

- .pero niña, estás temblando -dijo Matilde con suavidad-, y cuán delgada te has puesto… Te enviaré algo para hacerte dormir. Vea tu alcoba.

Adelisa negó con la cabeza, y Matilde la atrajo hacia sus brazos.

- Eres apenas una niña -dijo-o Crees que no quieres seguir viviendo. Pero ya pasará. Vendrá un día en que encontrarás un mejor esposo que lo que habría podido serlo jamás el embustero sajón. ' Adelisa siguió sin responder. Ahora ya no se podía hacer nada. Era cierto que lo había perdido.

Ahora moriría con el corazón destrozado.

, Corría el mes de julio de ese año funesto. La flota estaba casi lista. Los astilleros trabajaban día y noche, y Guillermo inspeccionaba con orgullo y excitación su creciente flota. Se hallaba reunida en el estuario del Dive, y las tropas aguardaban para embarcarse. Izarían velas en cuanto soplasen vientos favorables.

Allí estaba su orgullo, su propia nave almirante, el Mora, que Matilde había hecho construir en secreto, noble barco en cuya proa se veía la figura de un leopardo, el emblema de los duques de Normandía. En la popa de la nave se veía la figura de un niño, de oro puro, que sostenía un cuerno en una,mano y agitaba un estandarte en la otra. Del palo mayor flotaba una bandera bordada por Matilde, con hermosa seda azul sobre fondo blanco, y en su centro una cruz de oro.

- Me pediste mis oraciones -había dicho ella-o Sabes que las tienes. Pero el Mora es el signo de mi devoción para contigo y tu. causa.

- ¡Por el esplendor divino! -replicó el duque-o Navegaré con él a la victoria, y no descansaré hasta que seas coronada reina de Inglaterra.

- Triunfarás -repuso ella-: Puedo encontrar en mi corazón las fuerzas necesarias para describir tu victoria en mis tapices. Antes que se haya producido.

Entonces Guillermo mismo se contuvo un poco. -Es una empresa enorme -declaró-o Necesitaremos toda nuestra habilidad, y entonces, con la ayuda de Dios, triunfaremos.

y ahora existía la impaciencia de la espera. ¿Por qué Dios no enviaba el viento? Un ejército que espera se impacienta. El propio Guillermo estaba tenso; tenía que vigilar continuamente su irritación. En ocasiones como ésa estallaba con más facilidad. Debía mantenerse alerta ante los enemigos. Cuando contemplaba los espléndidos barcos que bailoteaban en el agua y recordaba que muchos de ellos habían sido proporcionados por sus' fieles vasallos, podía felicitarse de ser tan afortunado con sus súbditos.

Pero los traidores siempre acechaban. Había muy pocas personas el} quienes pudiese confiar un hombre de su posición. Pensó en su primo Guy, y en la tremenda revelación que fue descubrir que el compañero de su infancia había tratado de destruirlo… y todo porque deseaba apoderarse de la corona de Guillermo. Los hombres eran capaces de vender su alma al diablo por una corona.

¿Y qué decir del sajón Haroldo, quien había jurado sobre las reliquias de.los santos muertos y quebrado el juramento… todo por una corona? Y ahora él, Guillermo, emprendía esa peligrosa expedición, y por esa corona, una muy grande. Sería rey de Inglaterra; fundaría una raza de reyes. Ricardo, su hijo, lo sucedería, pues Roberto tendría Normandía. Frunció el entrecejo al pensar en Roberto. Tendremos. problemas con ese niño, pensó. Lleva la diablura en la sangre. No posee ninguna de mis cualidades. Si no conociera a Matilde como la conozco, sospecharía que no es mi hijo.

Ricardo sería un buen rey, un rey serio. En cuanto estuviese sentado en el trono, mandaría llamar a Ricardo. Iría a Inglaterra y aprendería las costumbres de los ingleses. Y ellos lo aceptarían mucho mejor gracias a eso. Rufo también iría. A las niñas se les buscarían esposos. Pero eso era para el futuro.

¿Es que jamás vendría el viento?

Inspeccionó sus tropas; inspeccionó los barcos. Tuvo conciencia del respeto de sus soldados y marineros. Una leyenda crecía en torno de él. Era invencible… Nadie podía hacerle frente.

Debía mantener esa leyenda. Muchas veces, lo que había en el espíritu de los hombres ganaba sus batallas mejor que lo que llevaban en la mano.

Sin embargo, ten cuidado con los traidores. Recuerda a Guy. Recuerda, hace poco, a Conan, el duque de Bretaña. El traidor dispuesto a hacer la guerra porque sabía que su duque estaba a punto de embarcarse en una poderosa empresa. El padre de Conan había sido primo del de Guillermo, y, tomo otros miembros de la familia, creía tener más derecho a la corona de Normandía que su duque.

. Había dicho:

- Dame lo que debería ser mío por derecho propio -el ducado de Normandía-, o en lugar de combatir a tu lado por 'la corona de Inglaterra combatiré contra ti por la de Normandía.

La guerra en Normandía en esos momentos era impensable, y fue necesario recurrir a otros medios que la espada para eliminar a un enemigo.

Conan no sobrevivió mucho tiempo a esa declaración jactanciosa. Murió súbitamente. Guillermo sabía que un buen servidor suyo -que se hacía pasar por criado del duque de Bretaña- había tratado sus guantes de montar con un veneno mortífero.

El sucesor de Conan era un hombre sabio. Había ofrecido al duque de Normandía ayuda en su empresa.

Una solución feliz, pensó Guillermo; pero otro recordatorio más de que debía estar constantemente alerta.

En Bayeux, Matilde esperaba la noticia de que la expedición había zarpado. Se sentía inquieta, se preguntaba qué ocurriría si, por algún percance, Guillermo no triunfaba. Pensaba en Haroldo, quien estaría esperándolo cuando desembarcara. El hermoso Haroldo, que había conquistado el corazón de la pequeña Adelisa… y otros, sin, duda. Eran hombres bellos, esos sajones. Ella misma no era indiferente a sus encantos. Un poco de la magia de Brithric persistía aún, y ella había visto algo de eso en Haroldo. Sajones, los dos.

Uno de esos hombres-Haroldo o Guillermo-podía muy bien morir en combate. Por supuesto, ella oraba por el éxito de Guillermo, pero podía dedicar un pensamiento a Haroldo, porque era hermoso, y sus modales más graciosos que los de los normandos, y su voz más musical. Le entristecía pensar que un hombre tan bello resultara muerto o mutilado en un campo de batalla.

Suspiró. Algo debía ocurrir muy pronto. Antes que el año terminase habrían sucedido grandes cosas. Triunfo o desastre. Victoria o derrota. ¿Quién podría decirlo?

Los niños hablaban de la empresa. Roberto se jactaba de lo que haría si estuviera al frente de ella. No habría permitido que el viento lo detuviese. Ricardo dijo que era un tonto, y que no sabía nada de combates o de pilotear barcos. Pero Roberto siguió alardeando.

Sería mejor que tuviesen cuidado, dijo, porque ahora que su padre se iba, él era el duque.

Ricardo no trató de discutir. Jamás entraba en discusiones inútiles. Rufo habría querido replicar a su hermano, pero R6berto, a pesar de sus piernas cortas., era mayor que él.

Veían a su madre más a menudo que cuando su padre estaba en el castillo. Ella vigilaba su educación, y todos tenían conciencia de que prefería a Roberto más que a ningún otro,• y que él aprovechaba todas las ventajas que eso le daba.

Acababa de conceder un privilegio a La Trinité, la abadía que construyó por orden del Papa, para expiar su pecado por casarse sin el consentimiento de éste. Habría una ceremonia de consagración, a la cual concurriría con su familia. El momento era oportuno. Era bueno mostrar su piedad mientras Guillermo estaba a punto de embarcarse.

Se le ocurrió otra idea. Mandó llamar a su hija Cecilia. -Hija mía -dijo-, hace tiempo expresaste tu deseo de hacer una vida conventual. Con sinceridad, ¿de veras deseas encerrarte y alejarte del mundo?

Cecilia contestó con franqueza:

- Es cierto, mi señora. Ya me hice el juramento de que deseo dedicarme a Dios.

- Muy meritorio -respondió Matilck-. Háblame de Adelisa. Está muy triste en estos momentos.

- Todavía llora al sajón. -La mirada de Cecilia era despectiva.- Todavía sueña con él, mi señora. -Ay, pobre niña.

- Le dije que rezara.

- Sus cosas no pueden solucionarse con tanta facilidad

como las tuyas, Cecilia. Pero quiero hablarte de ti. Ya sabes que tu padre parte en una gran expedición, que muy bien podría cambiar nuestra vida.

- Rezo constantemente por él.

- Las oraciones son buenas, pero a veces hace falta

algo más. Mi abadía de La Trinité será consagrada, y si tu decisión de tomar el velo es firme, puedes comenzar tu noviciado sin demora, y me parece que no habría mejor momento para empezar que ahora.

Cecilia palmoteó de placer, y luego sintió que podía ser pecaminoso mostrarse tan complacida por algo, e inmediatamente se puso seria.

"¡"Ojalá el futuro de Adelisa pudiera arreglarse con tanta facilidad!", pensó Matilde.

Así, mientras Guillermo esperaba ese viento favorable, la abadía de La Trinité fue consagrada. Y qué buen augurio para el éxito de Guillermo. Su hija preparándose para tomar el velo. Sin duda Dios debía de estar de su parte.

La ayuda divina no se ofrecía con facilidad. ¡Oh, ese viento esquivo!

Guillermo se encolerizaba ante la demora. Todo estaba en orden. Matilde sería Regente en sU ausencia. El leal Lanfranc, quien había realizado tan buen trabajo en Roma y ascendido desde entonces en el favor de Guillermo, vigilaría las cosas durante su ausencia.

Guillermo aplaudió la sugestión de Matilde, de que Cecilia ingresase en La Trinité, y al mismo tiempo, que Lanfranc fuera designado abad de Sto Stephen, en Caen. Eso le permitiría trabajar más de cerca con Matilde. Con dos delegados como ellos, Guillermo se sentía más seguro de lo que habría podido sentirse con ningún otro.

¡Si sólo llegara el viento!

En la costa, Guillermo invocaba a los cielos. ¡Cuán pequeño era el hombre contra los elementos! Ahí estaba él, un gran soldado que pocas veces había sido derrotado en combate. Cuatrocientas naves y un millar de transportes bailaban en las aguas, con las velas flojas, equipados para una expedición que el mar malévolo no les permitía emprender.

Guillermo recordó que su padre había soñado otrora con conquistar a Inglaterra, ¿y qué sucedió? Había partido con buen ánimo, con buen viento de popa; y de pronto el talante del mar cambió, y se vio empujado de vuelta hacia su punto de partida, con su flota desordenada y muchas vidas perdidas. Antes que él, Guillermo, pudiese derrotar a Haroldo, debía vencer al mar, y como lo sabían todos los hombres sabios, ésa era una hazaña imposible. Sólo podía ganar si el mar era su aliado.

Tenía que navegar por esas aguas a través de más de veinte millas de mar traicionero, que podía sonreír y ser gracioso, y de pronto cambiar de humor. ¡Cuán rápidamente podía surgir un viento y barrer un ejército hasta destruirlo! Así lo había aprendido su padre.

- Oh, Dios de las batallas -oró-, no permitas que eso me suceda a mí. Mi padre murió en una peregrinación, purificado de sus pecados. Mi esposa ha fundado un convento. Yo entregué mi hija a tu servicio. Recuerda eso, oh Señor, y calma los mares para mí, en este día.

Dios se mantuvo indiferente a sus súplicas. Como general, Guillermo conocía los peligros del aburrimiento en un ejército. Las familias de los hombres que zarparían habían llegado hasta la costa para despedirse de ellos. Habrían debido partir días atrás, en una llamarada de gloria. y en cambio esperaban, los soldados en sus campamentos, los hermosos barcos zarandeados de un lado a otro, tironeando de sus anclas; y de los campamentos brotaban los murmullos.

¿Por qué no cambia Dios el viento? ¿Es ésta una señal de que está disgustado con nosotros? ¿ Puede ser que esté.de parte del hombre que no renunció a su reino, después de haber jurado sobre los huesos de los santos difuntos?

Pero la espera continuó, y todos los días crecía la tensión; todos los días aumentaban los recelos.

Por fin zarparon. Hubo un gran tumulto en la costa.

Las mujeres que se habían despedido de sus hombres, lloraban; pero aun ellas sentían que la tensión había terminado. Sonaban las trompetas;- las velas se hinchaban en la brisa; comenzaba la expedición.

¡Ay, el viento maligno y el mar impredecible!

Mientras la flota se mantenía cerca de la costa, resultó claro que sería una locura internarse en el mar, pues el viento, violento, había vuelto a soplar, y las olas grises se precipitaban sobre las cubiertas.

- No había más remedio que volver a anclar en el puerto.

Entraron en Saint Valery, para continuar allí la espera.

Los soldados desembarcaron. Establecieron una vez más los campamentos. Reinaba la depresión.

- La expedición está condenada -se cuchicheaba.

- Es infortunado partir y tener que volver. -

- ¿ Recuerdas lo que le ocurrió al padre del duque?

¿No intentó él el mismo juego?

- Esta es una señal del Cielo.