SE SIEMBRA LA SEMILLA

Ella estaba en la torre, como él supo que estaría.

Ella se lo dijo cuando entró a caballo en el patio, pues para entonces ya había bajado.

- Hijo mío -exclamó-o Gracias a Dios que has venido a casa.

Lo tomó entre sus brazos; lloró sin pudor. El temió mostrar a su vez alguna emoción femenina. ¡Pero cuán bueno era estar en el hogar!

Ella tenía una copa esperándolo, para calentado; estaba muy delgado, se quejó.

- Guillermo, mi amor, te alimentaré. Tienes la mejor alcoba del castillo. Ven, te la mostraré. Y después verás a tu hermana Adeliz y a tus hermanos. Odo no puede esperar. Apuesto a que está espiándote desde una de las ventanas. Ha escuchado tales cosas relacionadas contigo… Hasta el pequeño Roberto lo sabe. Herlwin, mi esposo, ha jurado servirte con su vida, y ya sabes que tu padre le dio una gran finca para que pudiese cuidarme y ser tu fiel vasallo. En esas posesiones todos están de tu parte… todos, hombres, mujeres y niños.

Sí, resultaba consolador disfrutar de los lujos de Conteville. Casi podía creer que estaba de nuevo en Falaise.

Abrazó a su hermana Adeliz, quien había crecido desde la última vez que la vio. Le gustaron los niños. Odo era un chiquillo vivaz, que gustaba de estar a su lado y mirado como si fuese uno de los héroes de su leyenda favorita, pues su madre le había contado esas historias como lo hizo con Guillermo.

Durante un día se entregó al placer de estar con su madre, su. padrastro y los niños. i Eran su familia, y en ella podía confiar con tanta seguridad como lo había hecho con Thorold y Osbern! Después de experimentar la incertidumbre de no saber quién era su amigo, era bueno volver a hundirse en una capa de seguridad.

En Conteville había perros y caballos y halcones.

- Elige lo que quieras -dijo Herlwin-. Aquí tenemos buena caza.

Cabalgó lejos del castillo, con Herlwin.

- Esas personas que ves te son fieles hasta el Último hombre -dijo su padrastro-o Dependen de mí para su sustento, y no se atreverían a levantar una mano contra mi hijastro, aunque quisieran. Pero no lo quieren. Están contigo. -y era cierto que la gente que los veía juntos gritaba un leal "Larga vida al duque".

Empezó a dormir como no lo hacía desde la mañana

en que despertó y halló a su lado el cadáver ensangrentado de Osbern.

Regresaba al castillo extenuado, pero regocijado

por la cacería. Había festines en el salón del castillo, como los hubo en Falaise, y él se sentaba a la cabecera, como solía sentarse su padre, con su madre a su derecha y su padrastro a la izquierda.

Se tendía en la hierba que crecía al lado del foso, con el pequeño Odo, le contaba cómo habían cazado al ciervo con sus flechas, y qué enorme y hermoso animal era. Llevaba a su medio hermano a hombros y trotaba con él por el patio; lo sacaba en su pony; el niño lo adoraba.

peleas fuese o discusiones con Guy y Raoul, sus batallas un intercambio de puñetazos de los cuales se reían más tarde.

En una ocasión ensangrentó la nariz de Guy.• El incidente siguió a uno de esos momentos en que Guillermo -como lo hacía de vez en cuando recordaba que era duque y el amo de ellos.

- Recuerda -dijo a Guy- que soy mayor que tú.

- No por mucho -replicó Guy-. Además, soy el hijo legítimo de mi madre. y tú eres un bastardo.

¡La odiada palabra! El temperamento fogoso de Guillermo, que estallaba con tanta facilidad como siempre,. a pesar de sus esfuerzos por contenerlo, se desencadenó entonces, y Guy fue derribado en el empedrado del patio.

Guy se puso de pie, de:' humor diabólicamente Irritante, y bailoteo en derredor de Guillermo, desde una distancia segura, canturreando:

- ¡Bastardo! ¡Bastardo! ¡Guillermo el Bastardo! Habría podido matar a Guy, pues en ese momento odió a su primo. Y lo hubiese hecho si su padrastro no los hubiera separado.

- ¡Vamos, Guillermo! ¡Vamos, Guy! ¿Qué es esto? Guillermo miró con furia a Guy, como desafiándolo a pronunciar la palabra que era la causa de la reyerta. Guy no dijo nada.

- Dos chicos que no saben contener su temperamento

- dijo Herlwin con tristeza-o ¿Cuándo se convertirán en hombres?

Guillermo lamentó haber perdido los estribos. Osbern y Thorold siempre le decían que debía contenerse, si quería gobernar bien.

y entonces Mauger salió al patio y dijo que, como penitencia, harían un ejercicio más de latín.

Se sentaron juntos, huraños, en el aula. Afuera lucía el sol… Habrían debido estar practicando su juego de espadas, o su arquería, o cabalgando, seguidos por los perros, todo lo cual era preferible a luchar con el fatigoso latín.

Guy miró a Guillermo con ese fruncimiento de los ojos que resultaba seductor.

- Idiota -dijo-o ¿A quién le importa si lo eres? A mí no me importaría serlo, si fuese duque de Normandía.

Guillermo rió. Volvían a ser buenos amigos. Compararon sus ejercicios. Se ayudarían el uno al otro, para poder salir antes al aire fresco.

Fueron. años dichosos… los placeres juveniles eran un deleite. Desde dentro de los muros del castillo de Conteville, lo que ocurría en el mundo exterior parecía muy lejano. Bastaba con que sus fieles partidarios resistieran a los rebeldes. Había escaramuzas y combates, derrotas y victorias; pero los hombres que se mantenían leales a los deseos de Roberto el Magnífico se hacían cada vez más fuertes. Su símbolo era el niño que crecía en la seguridad de Conteville…

Arlette se sentía tan feliz como lo había sido con Roberto, y más segura. Por la naturaleza de su puesto, él la dejaba sola continuamente; Arlette sufría constantes temores cuando se alejaba de ella, compensados tal vez con la alegría extática que compartían juntos. Ahora había pasado a una felicidad tranquila. Es cierto que no podía mirar muy hacia adelante. Llegaría un momento en que Guillermo se iría, pero en los próximos años lo tendría consigo. 'Perdía a su hija Adeliz, y a los pequeños Odo y Roberto; tenía a su esposo, bueno y amable; y en las amplias posesiones de Conteville, Guillermo podía cabalgar,. inclusive solo, sin temor al cuchillo del asesino.

Guillermo había vuelto a convertirse en un joven.

Ya no despertaba para sentir a su lado el cadáver ensangrentado de Osbern. Su preocupación consistía en galopar más rápido que Guy, disparar sus flechas más lejos. Esa rivalidad entre ellos era algo que los complacía a los dos, aunque de vez en cuando surgía alguna riña. Guy había aprendido que sólo necesitaba pronunciar la palabra "bastardo" para que Guillermo se encolerizase. De modo que usaba el término con astucia.

- Oh, el pobre diablo es un bastardo. -y entonces abría los ojos en inocente asombro, cuando el rubor llameaba en el rostro de Guillermo. Podía enfurecer a éste, pero la rivalidad que, existía entre ellos daba sabor a la vida:

Herlwin incitaba a' Guillermo a mezclarse con la gente humilde de las posesiones.

- Es necesario que un gobernante entienda a todos sus súbditos… humildes o nobles -decía.

De modo que Guillermo cabalgaba a menudo con Guy y Un séquito,,y visitaban la choza de gente humilde. Como estaban tan cerca de la costa, muchos de ellos eran pescadores, y Guillermo escuchaba con atención cuando le hablaban de su pesca. Sabía ponerlo s a sus anchas; era capaz de hablarles con más facilidad de lo que nunca pudo hacerla Guy. Este tenía demasiada conciencia de su rango, de ser el hijo legítimo de una hija de un duque de Normandía. Jamás podía olvidar que Ricardo el Temerario era su bisabuelo, tanto como el de Guillermo.

Herlwin se mostró complacido de que Guillermo fuese tan querido por la gente más humilde.

- Te resultará muy útil, Guillermo -le dijo.

Cuando estaban en la costa, si el día era muy claro podían ver el dibujo de la tierra.

- Inglaterra -dijo Guillermo-. Recuerdo muy bien a mis primos atheling. ¡Jóvenes tan bellos! Pobre Alfred. ¿Sabes qué fue de Alfred?

- Le hicieron saltar los ojos -respondió Guy.

- Tenía los ojos más hermosos que jamás haya visto.

Aparte de los de Eduardo. También los de él eran bellos. -El pobre Alfred ya no tendrá un trono. Lo mataron.

Le sacaron los ojos, y el cuchillo le perforó el cerebro. -Mejor que haya muerto. Yo preferiría estar muerto a tener que vivir sin ojos.

- Eduardo se encuentra todavía en Normandía. Me gustaría volver a verlo. Mi buen primo.

- También el mío, Guillermo. Son los verdaderos herederos de Inglaterra. Son los verdaderos herederos legítimos.

Lanzó a Guillermo una mirada taimada, y continuó con osadía:

- Ellos deberían estar.antes que los caprichos y… El rubor había comenzado a subir al rostro de Guillermo; su mandíbula se proyectaba más que de costumbre, sus labios se habían afinado. Eran señales de peligro.

Guy parecía pícaro. No, era mejor tener cuidado.

Continuó:

- Antes de los caprichos y deseos de quienes los expulsan. Pienso que nuestra vieja parienta Emma es tremenda. ¿Qué te parece, Guillermo?

- Es una mujer que luchará para conservar lo que ha ganado. Es una normanda.

- Bien, ahora tiene a su hijo Hardicanute en el trono… pues entiendo que él regresó de Dinamarca y ahora gobierna ese país de allá. Aprendió buenas costumbres de bebedor en Dinamarca, y se pasa el tiempo bebiendo y jaraneando, lo cual podría hacer que nuestra denodada Emma desee no haber hecho su pacto con Canute, y que su hijo Eduardo pudiese ser el rey.

Detuvieron sus cabillo s y se quedaron mirando el mar. -Cuán sereno está hoy -dijo Guillermo-. En un día como hoy mi padre lo habría conquistado, y Alfred no hubiese perdido los ojos…

- Quién sabe qué sucederá ahora -dijo Guy-. Es posible que Eduardo Atheling vuelva allá, después de todos estos años en Normandía. Dicen que prefiere vivir la vida de monje que hace aquí, antes que ser rey en un trono. Pero es justo que sea rey, pues es el legítimo heredero…

Miró a Guillermo y tocó los flancos de su caballo.

Partió, perseguido por Guillermo, quien lo dejó atrás. cabalgando adelante y mostrándole, como tantas veces por día, que un bastardo puede ser mejor hombre que uno de nacimiento legítimo.

y así pasaron los años hasta que Guillermo se convirtió en hombre.

- Hay noticias de Inglaterra -dijo Herlwin. cuando

entró en la alcoba de Guillermo-. Hardicanute ha muerto. - ¿Qué ocurrirá ahora? -preguntó Guillermo.

- Tenemos que esperar a ver.

- Puede que esta sea la oportunidad de Eduardo

- dijo Guillermo-. Me gustaría ir a ver a mi primo.

- Pero Guillermo, imaginas que todos los hombres

son como tú. Hay muchos que dicen que Eduardo Atheling no desea una corona.

- Puede que desconfíe en cuanto a ir a Inglaterra… recordando lo que le pasó a su hermano.

Conversaron un rato, y bajaron juntos al gran salón, donde los aguardaba la carne asada del jabalí salvaje.

Después que comieron, hablaron de Inglaterra, y de lo que ocurriría ahora.

Arlette mencionó el triste día en que Roberto regresó a Normandía… derrotado por las tormentas que se desencadenaron de pronto y destruyeron su flota. Siempre.creyó que si hubiera logrado conquistar a Inglaterra, jamás habría hecho su peregrinación. Pero ahora se mostraba filosófica. Tenía un buen esposo, una hija encantadora, sus quer1dos hijos pequeños, y su maravilloso hijo Guillermo estaba con ella, aunque sólo fuese por un tiempo.

- Fue una pena que Hardicanute volviese a Inglaterra. No le hizo ningún bien a ese país -dijo Herlwin. -Sin embargo se lo recibió con bastante calor -respondió Guillermo-, tanto por los daneses como por los sajones.

- En verdad fue así -intervino Guy-. Pues llegó con sesenta barcos y con hombres para defender sus derechos si alguien los discutía. Supe que su primer acto como rey consistió en vengarse de su hermano muerto Harald, y que hizo desenterrar el cadáver, ordenó que le cortaran la cabeza.y que ella, junto con todo el cuerpo, fuesen arrojados al Támesis.

- ¡ De mucho puede haberle servido eso! -dijo

Guillermo-. Con semejante acto quedó al descubierto como un hombre de poca importancia.

- Pero alivió su cólera contra Harald, y tal vez le haya servido de algo.

- Fue un mal rey, y muy pocos lamentarán su muerte.

- Abrumó a impuestos al pueblo, de modo que todos

clamaron contra él -dijo Herlwin-, y en Worcester, donde la gente desafió a sus recaudadores, arrasó la ciudad e hizo pasar a sus habitantes por la espada.

- Esa no es manera de gobernar -dijo Guillermo. _ ¿Y tú, primo -preguntó Guy-, serías un gobernante tal que dejarías' que tus súbditos te desafiaran? -Nadie se atreverá a desafiar me -declaró Guillermo-.

Pero tendré justicia en mi dominio. Si la gente protesta contra mis impuestos, examinaré sus quejas.

- Es fácil ser un gran gobernante con la boca -le recordó Guy. Ah, mira a tu bufón Gallet bebiéndose las palabras de sabiduría. El te cree, primo.

- Entonces no es un bufón tonto.

- Apuesto a que no entiende una palabra de lo que dices. Es así, Gallet, ¿verdad?

- Sí, amo -contestó Gallet.

- Ya ves, Guillermo, eres adorado por quienes carecen

de entendimiento. No ganarás una victoria tan fácil sobre los hombres sabios.

Herlwin dijo:

- Vamos, mi señor Guy, no queremos pendencias.

Este asunto es serio.".Lo que suceda en los países cercanos al nuestro puede tener su efecto sobre nosotros, como bien lo sabe nuestro duque.

Constantemente, pensaba Herlwin, tenía que recordar a Guy que Guillermo era su soberano, y si bien un poco de bromas resultaba aceptable en el aula, no se las podía tolerar ante los criados.

Guillermo entendió los pensamientos de Herlwin y sonrió. Era muy capaz de manejar a Guy.

- Puede que algún día, Guy -dijo-, descubras qué clase de gobernante seré. En vista del hecho de que es muy probable que ese día llegue, un hombre más prudente consideraría conveniente vigilar su lengua.

Guy se mostró un poco más contenido, por ser él, pero dijo enseguida:

- Entonces ese Hardicanute ya no existe, y parecería que ello no es para lamentarlo demasiado.

- El verdadero gobernante era el conde Godwin… él Y Emma -dijo Guillermo-. A Hardicanute le gustaba demasiado la vida de placer, como para poder gobernar. Lo único que le interesaba era cobrar impuestos para pagar sus. placeres… que consistían principalmente en comer y beber.

- He oído decir -dijo Herlwin- que se sentaba a la mesa cuatro veces por día, y que en cada ocasión permanecía varias horas ante ella, de modo que quedaba muy poco tiempo entre esas cuatro gigantescas comidas, y que los criados y cocineros se la pasaban cocinando todo el día.

- Cuando no comían, bebían. Se decía que jamás

se vio tal consumo de alimentos y bebida.

- Es una antigua costumbre danesa -dijo Herlwin-.

Los daneses son hombrones, y necesitan una constante ingestión de comida y bebida. Es asombroso que alguna vez les haya quedado tiempo para conquistas.

- y ahora -dijo Guillermo- el pueblo de Inglaterra está harto del régimen danés. Canute fue un buen rey, pero sus hijos estuvieron muy lejos de serlo. Creo que los sajones y los anglos se cansaron de ellos. Recibirían muy bien a Eduardo Atheling.

- ¿Y él querrá ir?

- He llegado a conocer mucho de lo que ocurre en Inglaterra -dijo Guillermo-. Mis instructores me dicen constantemente que no sólo debo estudiar los asuntos de Normandía, sino también los de nuestros vecinos. Los daneses han ejercido su ascendiente durante mucho tiempo, y son los extranjeros. No pagan impuestos; entran en las casas de los sajones, que tienen que alimentados y tratados como huéspedes mientras deseen quedarse. Más aún, el intruso se convierte en el dueño de casa, de manera que el verdadero dueño no puede beber sin su permiso. Si un danés deseara tomar a la esposa o a la hija de su anfitrión sajón, lo haría, y si el sajón vengase su honor, sería castigado. Muchos sajones se vengaron de ese modo, y luego huyeron al bosque para convertirse en bandidos, porque esa era la única forma en que podían seguir viviendo. Como es natural, trataron de robar y asesinar a sus amos daneses. Tales bandidos fueron tratados como si fueran

lobos, pues se habían puesto precio a sus cabezas como en el caso de esos animales, e inclusive se los llegó a conocer con la denominación de Cabezas de Lobo.

- Guillermo ha estudiado bien sus lecciones -dijo Guy con ligereza-o ¿Pero qué, primo, piensas convertir a Inglaterra en parte de tus dominios, lo mismo que Normandía?

- El duque es sabio -dijo Herlwin-. Esos asuntos pueden llegar tan fácilmente a ser los nuestros. Es cierto que ese reinado fue cruel, y apostaré mi castillo y mis tierras por el regreso de Eduardo, pues en verdad el pueblo de Inglaterra está cansado de ese sometimiento a los daneses, y respaldará al atheling.

- ¿Fue envenenado, ese Hardicanute? -preguntó Guy.

- Es posible -contestó Herlwin-. Estaba en el banquete matrimonial de uno de sus amigos daneses. Imaginen la escena. La concurrencia bebía desde hacía muchas horas, y el festín se prolongaba hasta muy entrada la noche. Hardicanute levantó un cubilete para proponer otro brindis. Bebió, se tambaleó hacia adelante y cayó al suelo.

- Es muy posible que haya sido veneno -dijo Guillermo…

- Lo cual demuestra cuán cuidadosos tienen que ser nuestros gobernantes -agregó Guy, riendo a la cara de Guillermo.

- Deben estar constantemente en guardia contra los traidores -convino éste-o Esa, ay, es una lección que aprenden en el regazo de sus madres.

Poco después se enteraron de que. el conde Godwin se había puesto de parte de Eduardo Atheling, y que éste fue invitado a regresar a Inglaterra.

Antes de zarpar hacia Inglaterra, Eduardo Atheling fue a Conteville, para despedirse de Guillermo.

Se arrodilló a los pies del duque, y Guillermo dijo: -Pero Eduardo, levántate. Pronto serás rey, y yo no soy más que un duque.

Estaba ansioso por saber qué sentía Eduardo respecto

de su regreso. Se lo veía muy aprensivo. Era natural que recordase lo que le había sucedido a Alfred.

- Ya sabes que quiero tu bien -dijo Guillermo.

- Y yo el tuyo. Jamás olvidaré el refugio que se me brindó en tu país.

- Me parece que no quieres dejamos.

- Me he acostumbrado a la vida monástica.

- Si eres rey, puedes vivir como te plazca.

- ¿Piensas que cualquier rey puede hacer eso? Una de las condiciones de mi regreso es que debo casarme con la hija del conde Godwin, Editha.

- ¿Casarte con la hija de ese hombre? Ha habido

rumores de que él. participó en el asesinato de Alfred.

Eduardo se mostró triste.

- Es el hombre más poderoso de Inglaterra.

- Debe de ser listo. El, el hijo de un vaquerizo,

aspirar a un puesto tan encumbrado. Tienes que tener cuidado con él, Eduardo.

- :Sí, tengo que tener cuidado de tantas cosas.

- He pensado muchas veces en Inglaterra. Recuerdo tan bien las cosas que tú y tu hermano me contaban sobre el rey Alfredo. ¿Te acuerdas tú?

- Sí. Fue un gran rey… uno de los más grandes de los nuestros.

- Puede que tú seas otro como él.

- El tuvo muchos hijos. Yo no tendré ninguno.

_ Tienes que tener herederos.

- No, no los tendré. He hecho un juramento de celibato ante Dios y todos los santos.

- Pero te casarás.

- Sólo porque el conde Godwin lo impone como condición.

- Eduardo, ¿no habrías podido negarte a ir?

- Lo vi como mi deber. Inglaterra necesita un rey

sajón. Está cansada de los extranjeros. Si no hubiese aceptado, habría aparecido algún pretendiente danés. Debo cumplir con mi deber. Espero poder hacerla siempre. Pero mantendré mi juramento de continencia perpetua, y nada me hará violarlo.

- Debes tener un heredero para que te suceda en el trono.

- Guillermo, ¿por qué no habrías de seguirme tú en el trono de Inglaterra?

- ¡Yo, Eduardo!

- ¿No eres el sobrino nieto de mi madre Emma?

- Yo podría nombrar a mi sucesor.

- Inglaterra -respondió Guillermo,

Siempre sentí interés por ese país… mucho nunca sentí por Francia, que está más cerca Eduardo le sonrió.

- Jamás olvidaré, Guillermo, lo que le debo a Normandía. Debo ir a Inglaterra porque es mi deber. Tengo que desposar a Editha, aunque sólo será un matrimonio de palabra. Pero mi corazón estará aquí, en Normandía, y me llevaré conmigo las costumbres de esta tierra. Siempre habrá una bienvenida para los normandos en Inglaterra, mientras yo sea el rey. Algún día me visitarás allá.

Se despidieron, y Guillermo deseó buen viaje a Eduardo.

Esperó con ansiedad la noticia de su llegada, y a menudo temía que hubiesen traicionado a Eduardo como lo hicieron con Alfred, y que le hubieran arrancado los hermosos ojos azules.

Al cabo hubo noticias. Los ingleses, francamente; cansados del régimen danés, habían tributado una calurosa bienvenida a Eduardo, quien se casó con Editha y cumplió con su juramento de no consumar el matrimonio. Los monjes aplaudieron eso; dijeron que era un santo, y en todo el país se lo llegó a conocer como Eduardo el Confesor. y como había pasado veintisiete años de su vida en Normandía, era más normando que sajón. Aunque no se le permitió llevar un séquito normando cuando desembarcó, los normandos comenzaron a infiltrarse en Inglaterra. El primer acto de Eduardo consistió en abolir los impuestos daneses. Ello aseguró su popularidad, y como era tan piadoso, muy pronto se lo llegó a reverenciar. No hubo un solo murmullo del pueblo cuando se introdujeron en el país las costumbres normandas, y surgió la moda de hablar el normando, como se hacía en la Corte.

Guillermo estudiaba todo lo que podía acerca de Inglaterra. Una nueva ambición había comenzado a crecer en él. No sólo quería ser un gran duque de Normandía, para ponerse a la altura de Rolón y Ricardo el Temerario. También deseaba ser rey de Inglaterra.