CAPÍTULO 19

 

Aquella pelea era a muerte, y Grant no tenía intención de ser el que acabara perdiendo. Estaba furioso y concentrado en golpear. Ver a Leary lanzándose sobre Emily, armada con un ridículo parasol había sido demasiado.

Bloqueó uno de los puñetazos del hombre y le lanzó otro. El sonido del hueso roto unido al sofocado gruñido de dolor de Leary sería recompensa suficiente para toda una vida. Quería que aquel hombre sangrara por todo el daño que había hecho.

Pero el boxeador le asestó un inesperado golpe desde abajo que le acertó directamente en el mentón, haciendo que Grant se tambaleara y se le nublara la vista. Lanzó una imprecación mientras se reconvenía por no haber tenido más cuidado. Con la fuerza de Leary, bastarían un par de golpes como aquél para tumbarlo de espaldas.

Lanzó un directo a los flácidos pliegues de grasa de su estómago, y el hombretón se dobló con un gemido de dolor, dándole tiempo a Grant de sacar la pistola que llevaba en el cinturón. Lo apuntó con ella, pero antes de que pudiera informarlo de que quedaba arrestado, el otro se incorporó con el súbito ímpetu de un semental desbocado y lo desarmó.

La pistola cayó al suelo con un ruido metálico mientras Leary lo empujaba con toda su fuerza. Grant chocó de espaldas contra la pared y el otro lo inmovilizó eficazmente, presionándole la garganta con su musculoso antebrazo.

Grant trató inútilmente de liberarse y de utilizar las piernas para pisotear los pies de su contrincante, pero como buen boxeador, Leary esquivó sus golpes y cambió de postura para evitar que pudiera zafarse apoyándose en la pared.

Grant empezó a verlo todo negro, la cabeza le daba vueltas y cada vez le llegaba menos aire a los pulmones.

Leary sonrió, contemplando con su sufrimiento, y se inclinó sobre él.

Primero acabaré contigo y luego empezaré con ella. Cuando termine con lo que le tengo reservado, me suplicará que la mate. Quiero que mueras sabiéndolo.

Grant hizo un último esfuerzo por golpearlo, pero sus extremidades, privadas de oxígeno, estaban demasiado débiles. Estaba a punto de perder la conciencia. Tenía la mente nublada, pero aún tuvo tiempo para un último pensamiento. Emily. Y lo injusto que era saber que iba a morir y que no volvería a ver su sonrisa; que no volvería a estrecharla entre sus brazos, ni a besarla; que ya no podría decirle cuánto la amaba.

A punto de desvanecerse, oyó su voz:

¡A menos que te haga suplicar yo a ti antes, maldito bastardo!

Y de pronto notó que Leary dejaba de aplastarle la garganta y que sus pulmones se llenaban de aire. Cayó hacia adelante, tambaleándose, y se encontró en los brazos de Emily.

¡Grant, Grant! —la oyó gritar, su voz más fuerte ahora que iba desapareciendo su aturdimiento. Ella trataba de mantenerlo erguido—. Dime algo.

Él tosió, tratando de coger aire para aclarar su mente y poder tranquilizarla. Pero cuando pudo verla con claridad, lo único que pudo decir fue:

Emily.

Ella sonrió mientras lo ayudaba a ponerse en pie, aún un poco tambaleante. Se sentía menos confuso, y miró a su alrededor intentando comprender qué había ocurrido.

Cullen Leary estaba tirado en el suelo, boca abajo, a poca distancia. Yacía desmadejado y con la cabeza torcida en un ángulo forzado apoyado en la pared contra la que había intentado estrangularlo. Tenía los ojos abiertos y vidriosos y le salía sangre de un profundo corte en la nuca. Junto a su cuerpo, vio el parasol de Emily manchado de sangre.

Grant parpadeó, incrédulo. ¿Estaba muerto? ¿Estaría soñando? ¿Cómo se podía aporrear a alguien con una sombrilla?

Emily siguió la trayectoria de su mirada y se encogió de hombros.

He sido yo —explicó, como esperando que aquellas tres palabras bastaran para aclarar la escena—. Y después se ha dado contra la pared.

Grant parpadeó nuevamente y se agachó para comprobar si tenía pulso. Al cabo de un momento, levantó la vista y miró a Emily.

¿Has matado a un hombre con un parasol? —le preguntó, incrédulo.

Ella asintió, pero tomó la sombrilla y se la tendió. Él la cogió y se quedó sorprendido al notar cuánto pesaba. Demasiado para ser una sombrilla.

¿Una porra? —inquirió, atónito.

Emily sonrió.

Cortesía de Anastasia Tyler.

Grant se levantó negando con la cabeza y la miró. Estaba sana y salva. De hecho, ella lo había salvado a él. Jamás había conocido a nadie, hombre o mujer, tan fuerte. Nadie que lo conmoviera como Emily. Y la amaba. Puede que hubiera necesitado estar al borde de la muerte para comprenderlo, pero era verdad.

Emily... —comenzó a decir con voz queda, cogiéndole la barbilla.

Para su sorpresa, ella rehuyó su contacto y bajó la vista.

Deberíamos ir en busca de Ana y a Lucas. Aquí ya hemos terminado.

Terminado. Grant se le acercó. Eso era lo que habían acordado, sí, pero ¿era lo que ella deseaba de verdad? Él la amaba. ¿Sentiría Emily algo por él?

Pero antes de que le diera tiempo a preguntárselo, la puerta se abrió y apareció Lucas Tyler, flanqueado por media docena de agentes, incluido Charles Isley. Al parecer, los Tyler se habían preparado para cualquier contingencia, aunque eso significara desvelar el caso ante las autoridades.

Pero a Grant eso ya no le importaba nada, ni siquiera cuando el caos estalló a su alrededor. Los agentes lo rodearon en un rincón de la estancia, gritando y haciendo preguntas que exigían una respuesta.

A él lo único que le importaba era Emily. Ésta le lanzó una mirada por encima del hombro y, acto seguido, salió por la puerta.

 

 

Emily jugueteaba con el dobladillo de su vestido, delante de la ventana de su salón, contemplando el paisaje gris. Por fin había disminuido un poco el frío implacable que habían padecido todo el invierno, pero el ambiente estaba plomizo y no dejaba de caer una lluvia gélida.

Su humor estaba en consonancia con el tiempo.

Durante los últimos días la habían sermoneado, gritado, mimado, todo menos dejarla a solas con sus pensamientos. Charlie se había mostrado satisfecho por su trabajo y furioso por su engaño alternativamente.

En condiciones normales, esas reuniones con su superior habrían sido la causa de sus turbulentas emociones, pero en ese caso no era así. Algo mucho más inquietante la perturbaba: Grant.

No lo había visto desde la noche en que abandonó aquella habitación de El Poni Azul, dando por terminada su aventura, según los términos de su acuerdo.

Ven a tomar el té —la animó Ana.

Meredith asintió. Tristan y ella habían regresado a Londres esa misma mañana, y Merry había insistido en que le contara todos los detalles del caso.

Emily había estado dando explicaciones desde ese momento.

Quiero saber qué ha dicho Charlie antes de que yo llegara —pidió su amiga.

Emily se acercó a la ventana y se sentó entre las dos.

Me ha dicho que el caso se había resuelto —explicó, con escasa emoción—. Al parecer, uno de los sirvientes del príncipe regente estaba descontento con el trato que recibía, y contrató a Cullen Leary para que lo ayudara a robar algunas de las piezas favoritas del príncipe utilizando a ese actor para hacerse pasar por él y entrar en Carlton House. Creo que lo ideó como algo personal. Una forma de conseguir dinero vendiendo lo robado y golpear al príncipe donde más le duele: su vanidad.

Meredith sonrió con ojos llenos de excitación. Ana tenía una mirada idéntica. Estaban emocionadas porque el caso se había resuelto y todo había acabado bien. Emily no podía sentir lo mismo.

Creo que el actor lo confesó todo antes de que Charlie cerrara la puerta de la sala de interrogatorios —dijo Ana, riéndose.

Meredith también rió.

Cuánto ha debido de disfrutar Charlie. Siempre le ha gustado mucho el teatro.

Anastasia asintió.

Ya lo creo. El hombrecillo dio todo un espectáculo. Lloró y suplicó.

Emily se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la habitación, inquieta.

Sí, todo ha salido bien, y el caso está resuelto. Y, a pesar de su enfado por haberle ocultado lo que estaba haciendo, Charlie me ha informado de que vuelve a contar conmigo. De modo que todos podemos volver a nuestras vidas como si no hubiera ocurrido nada.

Meredith y Ana intercambiaron una mirada.

¿Por qué tengo la impresión de que éste no es un buen momento para felicitaciones? —preguntó Meredith lentamente.

Emily se encogió de hombros, alarmada al notar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. ¿Qué le estaba pasando? Se sentía a punto de tener un ataque de histeria.

Ana se levantó y se acercó a ella, rodeándole cariñosamente los hombros.

¿No has hablado con Grant desde esa noche?

Emily se zafó de su abrazo. Hablar de ello era como que le echaran sal en la herida.

No. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?

Bueno, habéis colaborado en el caso. Supuse que hablaríais —intervino Meredith—. Aunque tengo entendido que el Ministerio de la Guerra le está rindiendo todo tipo de honores por haber acabado con Leary. Sé lo mucho que te disgusta que nuestro grupo nunca se lleve el mérito.

Eso no me importa —contestó Emily, restándole importancia con un gesto de la mano.

Grant se merecía todas esas alabanzas por su heroísmo y valentía. Se alegraba de que, por lo menos, le estuviesen mostrando el respeto que merecía por haber resuelto el caso.

Pero él sí te importa —dijo Ana, girando la cabeza—. Y ése es el problema, ¿verdad?

Es la segunda vez que me vienes con esas tonterías —se quejó ella.

Si son tonterías, ¿por qué estás llorando? —preguntó Meredith, enarcando las cejas.

Emily bajó la vista y una gruesa lágrima le cayó en la mano. Bueno, ya no podía seguir negándolo. Se apartó y trató de contener la emoción, pero ésta rebasó los límites y de su garganta escapó un sollozo. Al instante, Ana la abrazó y la estrechó con fuerza. Meredith se les unió y las tres permanecieron así un momento.

Emily trató de detener las lágrimas, de recuperar la compostura y la fuerza. Intentó recordar por qué era mejor así. Y poco a poco dejó de llorar.

Ven aquí —dijo Meredith, llevándola hacia el sofá. Las dos se sentaron juntas y Ana lo hizo en la silla más cercana—. Y ahora, cuéntanos la verdadera historia. La que nos has estado ocultando todo este tiempo.

Emily vaciló un momento. Tal vez si hablaba de ello, podría dar carpetazo a sus sentimientos de una vez por todas.

Nos... nos hicimos amantes el día que le revelé mi verdadera identidad —admitió lentamente.

Ana asintió.

Tenía la impresión de que pasaba algo así.

¿Tan obvio era? —preguntó ella, horrorizada.

No —la tranquilizó su amiga—. Eran pequeños detalles. Un roce, una mirada desde el otro extremo de una habitación. Sólo se fijaría alguien que quisiera verlo, te lo prometo.

Meredith le acarició la mano.

¿Y qué ocurrió después?

Emily tomó aire temblorosamente.

Los dos éramos conscientes de que ese deseo mutuo, esa atracción física era lo único que podíamos tener. De modo que hicimos la promesa de que, cuando termináramos la investigación, terminaría también nuestra aventura. Ambos estábamos de acuerdo. Yo me he limitado a cumplir con lo pactado.

Ana ladeó un poco la cabeza.

Emily, cariño, ¿por qué no podíais ser más que amantes? No lo entiendo. Siempre has evitado cualquier relación cuando un hombre ha mostrado interés por ti, pero nunca nos has explicado por qué.

Ella dio un respingo. No quería hablar de aquello, ni siquiera con sus amigas. De manera que se buscó otra razón por la que no podía estar con Grant.

Él me ha dicho una y otra vez que el hecho de que tenga un trabajo que me hace correr riesgos constantemente es demasiado para él. Que después de ver morir a una mujer que había sido importante para él, no podría amar a una espía.

Meredith frunció el cejo, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.

Pero si tú lo amas, tiene que haber una manera de...

No lo amo —atajó Emily, poniéndose en pie.

Se había estado repitiendo eso mismo una y otra vez desde que salió de El Poni Azul. Repitiéndose que no lo amaba y que Grant no la amaba a ella.

Pero cada vez le costaba más creérselo. Sobre todo cuando, al repetírselo, siempre sentía aquella horrible sensación de pérdida.

Entonces, ¿por qué estás tan triste? —le preguntó Ana con dulzura.

Se ha terminado el caso —respondió ella con un suspiro—. Y eso siempre lo llevo mal. Con el tiempo olvidaré a Grant. Olvidaré lo que compartimos y continuaré viviendo mi vida. Debo hacerlo. No tengo más remedio. Quedan muchos casos por resolver, misterios que desvelar. Eso me hará compañía.

De hecho, aún le quedaba un enigma por aclarar relacionado con el caso recién acabado. Tenía una cita al cabo de una hora para ello. Tal vez después pudiese olvidar a Grant, como sabía que debía hacer.

¿Y si no podía? Pediría que le asignaran casos fuera de la ciudad. La idea de separarse de sus amigas le rompía el corazón, pero pensar que podía encontrarse con Grant en una fiesta y verlo flirtear con otras mujeres, o que un día se casara con una de ellas le resultaba insoportable.

Emily, detesto verte tan triste, tan sola —susurró Ana.

Ella se encogió de hombros.

No... no estoy sola —mintió—. Tengo mi trabajo otra vez. Con eso me basta.

Y así debía ser.