CAPÍTULO 12
Grant estaba de lado, tapado a medias por las sábanas, y Emily yacía de espaldas, mirándolo reseguir las líneas de su cuerpo con la yema del dedo.
El placer que habían compartido había sido abrumador, total, pero desde que recuperaron la calma y él los cubrió a ambos con las sábanas revueltas, Emily apenas había dicho una palabra. Sólo lo miraba con una expresión de dicha que suavizaba sus rasgos.
Había quedado satisfecho. Tan grande había sido el placer, tan intenso, que había estado a punto de derramarse dentro de ella. Pero habían acordado tener cuidado, por lo que tendría que mostrarse más atento y contenido la próxima vez.
Se estremeció ante la idea de que habría una próxima vez. Y otra después de ésa. Emily era suya en el sentido sexual, al menos hasta que completaran la misión.
Pero por el momento tenía que concentrarse. Al menos un poco.
Le acarició el brazo suavemente.
—Deberíamos hablar de lo que descubriste.
Ella lo miró con ojos divertidos.
—Usted sí que sabe qué decirle a una dama, milord.
Grant no pudo evitarlo y soltó una suave carcajada, maravillado ante lo bien que le sentaba reír de nuevo. No se había permitido disfrutar de verdad desde hacía un año, pero en ese momento se le antojaba de lo más natural.
—Apuesto a que hablar de estos temas es exactamente lo que te gusta —bromeó él.
Ella se encogió de hombros.
—Admito que adoro mi trabajo.
Eso ensombreció el semblante de Grant. Adoraba su trabajo, aunque significara ponerse en peligro.
Emily debió de notar su cambio de humor, porque su tono se volvió serio y formal, eficiente.
—Y tienes razón. Debemos darnos prisa si queremos averiguar qué pretende ese impostor y sus compinches. Hay que determinar qué clase de peligro corre el príncipe.
—Si Cullen Leary está metido en el asunto, yo diría que grave. —Grant frunció los labios y la miró. Su mente regresó a la noche en que Leary la perseguía, y pensar en el riesgo que había corrido hizo que se le encogiera el corazón—. No me gusta la idea de que te involucres, especialmente cuando ese hombre ya ha intentado matarte una vez.
Ella entornó los ojos.
—No voy a discutir eso otra vez.
Él soltó un áspero suspiro de frustración.
—Tenemos que hacerlo, Emily.
Ella negó con la cabeza.
—Yo lo he descubierto y no permitiré que me dejen fuera. Y menos creyendo que lo haces para protegerme. Ya tengo bastante con mis amigas, no necesito que también tú empieces con lo mismo.
Grant apretó los labios hasta convertirlos en una delgada línea. Aquella mujer podía ser condenadamente testaruda. No habría manera de convencerla de que se quedara al margen por su bien. Sólo podía confiar en que él pudiera mantenerla a salvo.
—Muy bien —dijo con los dientes apretados—. Pero aún tenemos que decidir cómo vamos a proceder. ¿Reconociste a alguno de los hombres que te perseguían la otra noche en El Poni Azul?
Ella negó con la cabeza.
—Sólo a Leary. El del disfraz iba demasiado maquillado y al otro no lo había visto nunca. No era nadie que me sonara de otros casos, ni de las listas de los más buscados.
Grant se acarició el mentón mientras reflexionaba sobre ese dato.
—Aún no hemos acabado con Napoleón. Me atrevería a decir que lo conseguiremos antes de la primavera, si es que sobrevive a este infernal invierno. La conspiración podría estar relacionada con él, pero a priori se diría que sus espías elegirían con más cuidado el lugar donde caracterizar a su falso príncipe, no precisamente en un garito de juego de baja estofa, con una puerta rota.
Emily asintió.
—Estoy de acuerdo. Un profesional habría sido más discreto. Tal vez se trate de una venganza personal. El príncipe se ha ido ganando enemigos a lo largo de los años, así que podría tratarse tanto de una conspiración para asesinarlo como de un plan para humillar al regente.
—¿Más de lo que ya lo hace por sí mismo? —dijo Grant con una suave carcajada.
Una leve sonrisa asomó a los labios de Emily.
—Sea como sea, tenemos que estar seguros. Haré mis pesquisas para averiguar dónde se encuentra el príncipe regente en estos momentos, sus movimientos y con quién tiene intención de reunirse en las próximas semanas. Si pretenden atacarlo físicamente, con esa información podríamos seguir los movimientos de los conspiradores.
Grant suspiró mientras se levantaba de la cama. Empezaba a oscurecer y las sombras llenaban la habitación.
—Muy bien. Mientras tú consigues información sobre el príncipe, yo moveré mis hilos dentro del ministerio para investigar a Leary. Estuvo involucrado en un caso que llevé hace un año. —Vaciló un momento, esperando a que apareciera el dolor que siempre hacía acto de presencia cuando recordaba aquella noche. Para su sorpresa, éste había perdido intensidad por primera vez—. Poseemos una buena colección de archivos sobre él y puedo hacer preguntas sin levantar sospechas.
Emily se incorporó, cubriéndose con las sábanas mientras contemplaba cómo se ponía la camisa arrugada y los pantalones. La sensual sonrisa que esbozó bastó para que Grant deseara desnudarse de nuevo y volver a su lado.
Y a juzgar por su mirada, ella sentía lo mismo. Se inclinó sobre la cama y hundió los dedos en sus sedosos mechones con un gemido de resignación. Sus labios se rozaron y, por un momento, se olvidó del caso, del pasado y de todo, excepto del deseo.
—¿Sabes? —susurró Emily cuando se separaron—. Yo no podré empezar a hacer pesquisas hasta mañana.
Él sonrió de oreja a oreja mientras se empezaba a desabrochar los botones de la camisa.
—Y yo hoy no podré ir al ministerio a revisar los archivos.
—Bien —dijo ella, tirando de él—. Entonces disponemos de toda la noche.
—¿Confías en mí?
Ana se detuvo de golpe en la entrada del salón y miró fijamente a Emily. Frunció los labios y cerró la puerta.
—Buenas tardes a ti también —dijo, atravesando la estancia para dar a su amiga un breve abrazo—. No estaba segura de si te volvería a ver, después del desagradable encuentro de ayer.
Emily se encogió de hombros, aunque sin poder controlar el violento rubor de sus mejillas. «Ayer.» Las cosas que había dicho. Y las cosas tan placenteras que había hecho tras la marcha de ellas.
—¿Emily?
Apartó los recuerdos y se sentó.
—Antes de continuar, quiero que sepas que no envidio la felicidad que tenéis Meredith y tú.
La expresión de Anastasia se suavizó.
—Claro que no. Nunca he pensado que así fuera.
Emily no pudo negar el alivio que sintió. Aquellas dos mujeres eran su familia. Enfadarse y dejar que hubiera malentendidos entre ellas era angustioso.
Suspiró.
—También sé que hicisteis lo que hicisteis para protegerme. Pero ahora necesito que respondas a mi pregunta. ¿Confías en mí?
Ana giró la cabeza y Emily notó que estaba intentando descifrar su expresión. Que intentaba hacerse una idea de a qué se debía su visita y aquel interrogatorio antes de dar una respuesta cuyas consecuencias tal vez no le gustaran. Al final, suspiró.
—Sabes que sí, Emily. Nunca he dejado de hacerlo. La confianza no tuvo nada que ver con nuestra pequeña treta.
Emily frunció los labios. Para ella, la confianza estaba en la base de todo lo demás, pero no quería discutir.
—Tengo que pedirte un favor que tal vez no te guste.
Ana se levantó y se acercó a la ventana.
—Emily...
—Escúchame primero —suplicó. Su amiga vaciló un momento, pero al final asintió lentamente con la cabeza—. Necesito que me busques toda la información que puedas recabar sobre las actividades del príncipe regente en las últimas semanas, y los actos que tenga previstos para las próximas. Públicos y privados.
Anastasia la miró boquiabierta y el silencio se mantuvo entre ambas durante largo rato.
—Ay, Emily —dijo a la postre Ana, con un hilo de voz—. ¿En qué lío andas metida?
Ella se cruzó de brazos. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había creído en un principio. Ya se sentía culpable.
—No... no puedo decírtelo todavía.
Cuando Ana abrió la boca para discutírselo, Emily se apresuró a continuar:
—Sólo te diré que ayer, después de que Meredith y tú os marcharais, informé a Grant de la verdadera naturaleza de nuestras «misiones» y que los dos hemos destapado un nuevo caso. Pero no te diré nada más por el momento.
Ana dio un paso hacia ella con los brazos abiertos, en un gesto de silenciosa súplica.
—No puedes decirme algo así, pedirme algo así, y esperar que acepte como respuesta tu negativa a darme más detalles. ¡Necesito saber más antes de comprometerme a indagar sobre las actividades del futuro rey!
Emily se puso en pie.
—Has dicho que confías en mí, así que sé consecuente con ello. Compórtate como si no me hubieran disparado y fuera la mujer de hace seis meses. ¿Habrías accedido a mi petición entonces?
La expresión de su amiga se ensombreció y Emily reprimió una imprecación. Odiaba atormentarla de aquella forma, poner a prueba su lealtad. Pero no le quedaba más remedio. No podía meter a Charlie y a lady M en aquello. De momento.
—Me estás pidiendo un imposible —dijo Ana, secándose unas repentinas lágrimas—. No puedo olvidar que te dispararon. A veces me despierto bañada en sudor, soñando con la noche en que llegaste sangrando. Sueño que el médico no podía contener la sangre, y que morías. A veces, te miro y veo un vacío en tus ojos que me da pavor.
Emily retrocedió, sorprendida, ante su franqueza. No se había dado cuenta de que Anastasia siguiera tan afectada por el ataque. Tanto como ella misma algunas veces. Motivo por el que tenía que resolver aquel caso. Era la única forma de conjurar los demonios.
—Si ves un vacío en mis ojos, es porque deseo volver a trabajar, Ana —contestó, estrechándola en un cariñoso abrazo—. Porque sin mi trabajo me siento vacía. No volveré a pedirte nada más, te lo prometo. Sólo dame esa información.
Ana retrocedió un paso y se quedó mirándola durante un largo e incómodo instante.
—¿Estás trabajando con él?
Emily vaciló. «Él» era Grant, obviamente. Y no tenía sentido mentir. Sobre todo cuando la verdad podría servir para tranquilizar la conciencia de su amiga y, por tanto, ayudarla a conseguir que le diera lo que necesitaba.
—Sí. Creo que los dos merecemos la oportunidad de demostrar nuestra valía.
Ana enarcó una ceja.
—¿Confías en él?
La pregunta llevaba implícitas muchas cosas.
—Yo... confío en que cumplirá con su obligación. Es un buen espía.
La mirada de Anastasia la escrutó una vez más.
—¿Sientes algo por él?
Emily retrocedió un paso y se topó con la silla en la que había estado sentada.
—¿Que si siento algo por él? Pues claro que no. ¿Por qué me haces una pregunta tan estúpida?
Ana se encogió de hombros.
—Había algo en la forma en que os mirasteis ayer por la tarde. Pensé que tal vez había algo entre vosotros.
Emily cerró los ojos ante los recuerdos que la asaltaron. De las manos y la boca de Grant sobre su piel, o enterrado profundamente en ella. Y de su decisión de no dejar que las emociones se mezclaran en la aventura que habían iniciado. Así era como tenía que ser.
—No. No hay nada entre nosotros.
Ana no parecía muy convencida, pero dejó escapar un suspiro.
—Muy bien. Haré las pesquisas que me pides. Supongo que no quieres hacerlo tú misma para no despertar las sospechas de Charlie.
Emily asintió.
—Sí. Gracias, Ana.
Ésta frunció los labios, disgustada.
—Me llevará unos días reunir la información. Es un asunto delicado y no será fácil de obtener.
—No importa. Confío en tener otras pistas que seguir mientras tanto.
Se dirigió hacia la puerta con una renovada excitación. Júbilo ante el caso.
Y expectación, porque se reuniría con Grant en unas pocas horas.
—Por favor, ten cuidado —dijo Ana mientras la acompañaba—. Por favor.
Emily la miró y esbozó una sonrisa.
—Por supuesto que tendré cuidado. Siempre lo tengo.
Pero su sonrisa desapareció en cuanto salió de casa. Anastasia había intuido que había algo entre Grant y ella. No podía permitir que sus sentimientos fueran tan obvios.
No podía permitirse albergar sentimientos por él. Punto. Porque un hombre como Grant nunca correspondería a ellos.
Grant tamborileó con los dedos en el brazo del sillón del salón de Emily mientras esperaba que ésta llegara. Su mirada vagaba por toda la estancia, acabando siempre en el sofá en el que se habían desnudado como dos locos el día anterior. Como era de esperar, aquello los llevó al dormitorio y a los placeres que habían compartido durante la noche.
Removiéndose a causa de una súbita y muy incómoda erección, tomó aire profundamente varias veces para calmarse. Aquella obsesión sexual con Emily tendría que enfriarse en algún momento. Ninguna mujer había conseguido retener su interés más allá de unos pocos encuentros. Sólo Davina había logrado pasar de las primeras semanas. Y tenía que admitir que en ningún momento había sido como con Emily. Ese devastador anhelo lo atormentaba a todas horas.
A esas alturas, no debería seguir haciendo que le hirviera la sangre. Pensar en ella no debería acelerarle el pulso. Pero entonces, ¿por qué seguía teniéndola presente a todas horas, día y noche?
La puerta se abrió y Emily entró en el salón. Sus ojos azules se iluminaron al encontrarse con los suyos, y Grant se puso en pie para saludarla.
Por eso seguía teniéndola presente. Por eso llevaba veinticuatro horas obsesionado con ella. Porque, cuando la miraba, todo lo demás dejaba de existir.
Ella se dirigió hacia él, pero Grant la alcanzó a medio camino, aunque no recordara en qué momento le había dado a sus piernas la orden de que se movieran. La tomó entre sus brazos y posó sus labios en los suyos. Emily hundió los dedos en su pelo y dejó escapar un suave gemido. Grant se entregó al beso, maravillado ante la furiosa unión de sus lenguas y la embriagadora mezcla de sus alientos. Como si les diera miedo soltar al otro. Como si temieran que aquél fuera a ser su último beso.
Cosa que era totalmente ridícula. Habían acordado que su aventura duraría lo que durase el caso que estaban investigando, y la investigación no había hecho más que comenzar. Por otra parte, estaba seguro de que cuando llegara el final, su anhelo de ella habría disminuido.
Tenía que hacerlo. Los dos habían hecho la promesa de ponerle fin entonces. Y Grant sabía con toda certeza que él no podría tener una relación con una espía que quisiera seguir en activo. No podría vivir viendo cómo se ponía en peligro sin que él estuviera allí para salvarla. Para frenarla. Para protegerla en todo momento.
Se separó de ella muy despacio, ayudándola a recuperar el equilibrio, y se quedaron mirándose un buen rato. Emily tenía los ojos vidriosos de deseo, muy abiertos por la sorpresa que él sabía que era idéntica a la suya. La necesidad de tocarse no era algo a lo que ninguno de los dos estuviera acostumbrado.
—Bu... Buenas tardes —balbuceó ella finalmente, sonrojándose, lo que recordó a Grant su aspecto cuando alcanzaba la cumbre del placer, y tuvo que reprimir un gemido.
—Hola, Emily —contestó con voz queda.
Ésta sacudió la cabeza, como intentando deshacer el efecto que tenía sobre ella, y le indicó que se sentara. Grant reprimió una sonrisa al ver cómo se alisaba la falda, se sentaba y trataba de fingir cierto control, simular que el abrasador beso que acababan de darse no los había dejado desconcertados a ambos. Si no viera que tenía la respiración entrecortada, podría haberlo creído.
Pero todo espía tenía su punto débil y su leve rubor delataba sus intensas emociones, aunque su mirada serena y su tono imperturbable las ocultaran.
—Me alegro de que hayas podido venir. Estaba ansiosa por hablar contigo desde que he recibido tu mensaje esta mañana.
Se calló cuando una doncella entró con el té. La chica dejó la bandeja en una mesita entre los dos y salió con una pequeña reverencia en respuesta al leve gesto que Emily le hizo con la mano. Cuando la puerta se cerró de nuevo, sirvió el té.
Grant la observaba, fascinado por la suave curva de su cuello mientras ladeaba un poco la cabeza para coger la tetera. Cumplía con sus obligaciones de manera elegante y serena. Con naturalidad. Cualquiera que entrara en ese momento, vería tan sólo a una viuda de clase alta llevando a cabo una tarea normal y corriente.
Sólo Grant sabía la verdad. Que debajo de aquella serenidad había una mujer capaz de tumbarlo con unos pocos movimientos. Una mujer de pasiones y placeres ardientes.
Lo invadió una oleada de inesperado orgullo. Ella le había confiado sus secretos, y apostaría su mejor semental a que no era algo que hubiese hecho a la ligera.
—¿Grant? —Emily frunció los labios—. ¿Me has oído?
Él negó con la cabeza mientras ella posaba en la mesa la taza que le acababa de servir. No podía apartar los ojos de ella.
—No.
Emily lo miró con irritación y apretó la boca, disgustada.
—Te he preguntado que qué has descubierto sobre Cullen Leary. En tu mensaje de esta mañana decías que tenías algo que contarme.
Él se levantó y atravesó la habitación para mirar por la ventana. Mirar a Emily no hacía más que poner a prueba su autocontrol. La nieve que se arremolinaba en el jardín por lo menos le permitiría concentrarse.
—Sí, he podido acceder a los archivos de Leary, donde están registrados todos sus pasos desde el último caso en el que trabajé.
Oyó que se levantaba detrás de él, el roce de la seda de su falda resonando en sus oídos. Podía imaginar el balanceo de sus caderas al andar y se puso tenso.
—¿Qué tipo de caso fue ése?
La tensión aumentó, pero ahora ya no era una sensación agradable. A pesar de que se lo había preguntado en tono afable, la pregunta le atravesó el pecho como si fuera un cuchillo. Por un momento, no pudo respirar, y apenas veía ya la nieve. Sintió que lo transportaban al pasado, a aquella noche...
—No —masculló, retrayéndose.
—¿No? —repitió ella a su lado, mirándolo confusa y preocupada—. Grant, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede?
—Nada.
Pasó junto a ella y empezó a recorrer la habitación arriba y abajo, intentando calmar los latidos de su corazón y que Emily no viera la verdad en sus ojos. No la miraría hasta que estuviera seguro de que podría ocultársela.
—Fue una investigación rutinaria —respondió, cuidando el tono—. Comercio de armas con las fuerzas enemigas. Leary hacía de intermediario, de matón. No pudimos encontrar pruebas de peso que lo relacionaran con los hombres que arrestamos, de modo que tuvimos que dejarlo en libertad.
Emily frunció el cejo y asintió con solemnidad.
—Hum, sé lo frustrante que puede ser eso. Tal vez puedas vengarte de él ahora, si demostramos que está involucrado en una conspiración.
—Venganza —repitió Grant.
La palabra le sonó vacía. Buscaba reparación, pero dudaba que conseguirla le permitiera ser feliz otra vez. No devolvería la vida que se perdió aquella oscura noche, un año antes. No cambiaría lo sucedido.
Ella continuó presionándolo, completamente ajena a que con sus palabras era como si estuviera retorciendo un cuchillo dentro de su corazón.
—¿Y en qué ha estado metido desde entonces? ¿Podría estar relacionada esta conspiración de ahora con tu caso de hace un año?
Él apartó las tinieblas que rodeaban sus recuerdos de aquella noche y se obligó a concentrarse. A respirar.
—Lo dudo. La mayoría de los implicados fueron detenidos o murieron. Y ya conoces a Leary, presta sus servicios a quien más pague. No conoce lealtades. Lo más probable es que ni se acuerde de a quién servía hace un año.
La sensación de amargura que tenía en la boca aumentó al pensar en ello.
—Puede que tengas razón. Pero tus hombres en el ministerio han estado vigilándolo desde entonces —dijo ella.
Grant tomó una profunda bocanada de aire, seguro ya de que podría mirarla sin revelar demasiado lo que sentía. Se volvió y sonrió.
—Sí. Y en sus informes aparece que últimamente pasa mucho tiempo en El Poni Azul. ¿Sabías que el dueño posee también una casa de huéspedes un poco más abajo, en la misma calle? El garito podría ser el lugar idóneo para celebrar reuniones si te hospedas en la pensión.
Emily asintió mientras volvía a sentarse, y lo miró con una expresión llena de agudeza e inteligencia.
—Una teoría interesante. ¿Se hospeda Leary allí?
—Entra y sale del lugar con regularidad —contestó Grant, encogiéndose de hombros—. Tal vez tengan algún acuerdo.
—O una fulana —añadió Emily.
Grant enarcó una ceja. Sólo a ella se le ocurriría decir lo que él había evitado mencionar por caballerosidad. No pudo evitar sonreír ante su franqueza, mientras el dolor de su pena se iba desvaneciendo.
—Es muy posible. Tengo a alguien de confianza investigando el asunto. Creo que sabremos algo mañana. —Se le acercó, atraído hacia su calor, como si llevara demasiado tiempo fuera, bajo la nieve—. ¿Y a ti qué tal te ha ido? ¿Qué has podido descubrir?
Emily lo miró acercarse y la recorrió un escalofrío apenas perceptible. El cuerpo de Grant se tensó de anhelo. La enorgullecía saber que el efecto que tenía sobre él era tan fuerte como el que él tenía sobre ella. Siguió con la mirada todos sus movimientos esperando a que la tocara.
Grant pasó junto al sillón donde estaba sentada y se le colocó, de pie al lado, desde donde podía contemplar a placer la piel que dejaba a la vista el escote de encaje del vestido que llevaba.
Emily tomó aire.
—Ana está investigando el paradero del príncipe y sus próximos planes —contestó con voz trémula.
Él tendió la mano y deslizó los dedos por su piel. Emily se puso rígida.
—¿Les has contado algo?
Ella vaciló un momento, reclinándose contra su atrevida mano antes de responder.
—N... No. Conseguí convencerla de que hiciera esas pesquisas para mí sin darle más detalles sobre el caso.
Grant se quedó mirando el contraste de la piel atezada de su mano contra la piel pálida de Emily.
—¿Se lo contará a tus superiores?
Ella dejó escapar un leve gemido antes de contestar, con voz entrecortada:
—No lo creo. Quiere que vuelva a confiar en ella, y es consciente de que no lo haré si me traiciona ante Charlie. Como mínimo investigará mientras determina en qué estamos metidos tú y yo.
—Perfecto.
Grant se inclinó hacia adelante y posó los labios en su cuello. Emily se estremeció y levantó los brazos hacia él, hundiendo los dedos en su pelo y sujetándole la cabeza para que siguiera besándola. Grant le lamió el cuello suavemente, saboreándola mientras se entregaba a la llamada del deseo.
—Tal vez... debiera disfrazarme nuevamente —murmuró mientras lo acercaba aún más—. Vestirme de ramera y visitar el salón de juego otra vez. Si logro acercarme a Leary, tal vez me cuente algo, o se jacte de sus proezas.
Grant se puso rígido y levantó la cabeza de golpe. Por un momento, la visión se le volvió borrosa y lo único que podía ver era a Cullen Leary persiguiendo a Emily con ojos rebosantes de maldad. No podía dejar de pensar en las consecuencias si no hubiese podido protegerla.
—No —espetó, apartándose y retrocediendo unos pasos—. ¡De eso nada!