CAPÍTULO 18

 

Dios mío —exclamó Grant atónito cuando Emily entró en el salón a la noche siguiente. No era en absoluto la Emily a la que había llegado a conocer en las últimas semanas. Había hecho uso de todo su talento en el arte del disfraz y allí tenía el resultado.

Ella sonrió y se dio una vuelta para que la viera. Estaba boquiabierto. Tenía ante él a la mujer a la que le había hecho el amor aquella primera noche. Llevaba la llamativa peluca roja sobre su cabello dorado y una espesa capa de maquillaje cubría su cutis perfecto. Se había cambiado de vestido, raído también en esta ocasión, y se había levantado asimismo el pecho hasta dejarlo casi por entero a la vista.

¿Te acuerdas de mí? —ronroneó, con el marcado acento con que lo había engañado aquella vez. Su mente no había sido capaz de establecer la relación, pero su cuerpo siempre había sabido quién era ella en realidad.

Y seguía haciéndolo, a juzgar por la poderosa erección que se alojó en su entrepierna.

Claro que la recuerdo, señorita —bromeó él, atravesando la estancia para cogerla por la cintura.

Ella levantó la cabeza y Grant la besó con pasión, paladeando el dulce sabor a fresa que le despertaba aquel imperioso deseo.

Dio un paso atrás para poder contemplar mejor el efecto.

Pero creo que prefiero a mi Emily. 

Ella entreabrió los labios con un gesto de sorpresa y él palideció. No había sido su intención dar tanto énfasis a sus palabras.

Yo... yo... tengo que ocuparme de tu disfraz —balbuceó ella, pasando por debajo de su brazo—. Es casi la hora.

Grant asintió. Emily acababa de dar el tema por zanjado y probablemente fuera mejor así.

Se sentó y la miró mientras abría el maletín que había llevado consigo. Dentro había maquillaje y prótesis de toda clase.

Dios mío —exclamó, atónito.

Ella se dio la vuelta con una sonrisa y empezó a aplicarle maquillaje en la frente.

Cada espía posee un talento. Éste es el mío.

Grant levantó la vista y la miró. Sus ojos eran la única parte reconocible de la verdadera Emily, pero era suficiente para restablecer la conexión existente entre ambos.

No es el único —contestó con dulzura.

No me digas. ¿Y cuáles son esos otros talentos? —preguntó ella en tono burlón mientras se concentraba en su trabajo.

La cogió por las nalgas y la apretó contra él. Emily se estremeció.

Grant —susurró.

Él ignoró su débil protesta y le levantó la falda de tosco algodón, hasta que pudo acariciarle el muslo desnudo.

Ella dejó caer la esponja con la que le estaba aplicando el maquillaje y se agarró a sus hombros.

Grant, el maquillaje.

Él sonrió con picardía.

No te preocupes, no lo estropearé —prometió, separando los húmedos pliegues húmedos de su sexo y acariciándoselo con un dedo.

Emily echó la cabeza hacia atrás y gimió en voz baja cuando él introdujo dos dedos en su interior.

Ya estás húmeda y dispuesta —susurró—. Perfecto.

Gimoteó cuando Grant movió los dedos, estimulando así el oculto centro de su placer, al tiempo que con el pulgar le acariciaba el clítoris. Esa estimulación simultánea la llevó al borde del clímax casi de inmediato.

¡Grant! —exclamó ella, ahogando un grito, con los ojos muy abiertos a causa de la intensidad del placer y lo rápido que lo estaba consiguiendo.

Déjate ir —le ordenó cuando su cuerpo empezaba a convulsionarse en un potente orgasmo. Emily se apoyó en él y su grito resonó en el silencio de la habitación. Sus caderas empezaron a moverse como por voluntad propia exigiendo más, y Grant se lo dio.

Finalmente, su cuerpo se relajó y él sacó los dedos de su cálida humedad.

Definitivamente, la seducción es un talento —susurró.

Ella parpadeó, con los ojos vidriosos, y se incorporó a duras penas.

¿Tuyo o mío?

Grant soltó una carcajada y le entregó la esponja que se le había caído.

Decídelo tú.

Ella la cogió con manos temblorosas y retomó la tarea.

Cuando recuperó el aliento, Grant le preguntó:

Y dime, ¿dónde aprendiste este talento en particular?

Emily se encogió de hombros mientras continuaba aplicándole el maquillaje. Sólo la piel arrebolada de su busto revelaba el placer que acababa de experimentar.

Durante mi entrenamiento, Charlie me puso en contacto con un grupo de actrices. Ellas me enseñaron todos estos trucos, a transformarme en otra persona.

Él la miró. Había percibido un dejo de nostalgia en su tono, pero bajo el maquillaje no era capaz de descifrar su expresión.

¿Igual que estaban haciendo Leary y los otros hombres con ese falso príncipe?

Ella negó con la cabeza.

No exactamente. Puedo cambiar mi aspecto, pero no puedo caracterizarme de alguien en particular. Eso requiere mucho más talento y práctica.

Con suerte, esta noche averiguaremos quién es esa persona que sabe tanto —dijo Grant.

Emily titubeó un momento.

Sí. Esta noche todo se habrá acabado.

Se miraron en un silencio cuajado de significado. Grant sabía a qué se refería. Todo entre ellos terminaría. Se acabaría la pasión, los juegos y pasar el día y la noche juntos.

Emily negó con la cabeza.

Basta de charla. Debo concentrarme en lo que estoy haciendo para que me salga bien.

Él obedeció, pero no podía dejar de dar vueltas a sus palabras. Tenía razón. Si acababan sacando a la luz la verdad esa misma noche, la investigación terminaría.

Y no sería lo único que acabase antes de que despuntara el nuevo día.

 

 

Grant se reclinó en su incómoda silla en la mesa de juego y miró a Emily. Estaba de pie delante de la barra de El Poni Azul, haciendo girar un raído parasol. La peluca roja que llevaba sobresalía en el ceniciento entorno. Gracias a su disfraz, pasaba perfectamente por una fulana que estuviera haciendo tiempo tomando una copa mientras esperaba lo que el futuro le deparaba esa noche.

Pero no pudo evitar fijarse en el modo en que cambiaba su peso de un pie a otro de manera apenas perceptible, probablemente debido a la ansiedad que siempre se sentía antes de pasar a la acción. La misma sensación que tenía él en la boca del estómago.

¿Cómo no se había dado cuenta la primera vez que la vio de que era ella en realidad? En ese momento le parecía evidente. Sin embargo, había tenido que indicárselo a Ana y a Lucas al entrar. Le sorprendió que su amiga no la reconociera. Al fin y al cabo, tal vez llevara otro pelo y maquillaje, pero el sensual balanceo de sus caderas era inequívoco. Igual que la forma en que ladeaba la cabeza mientras hablaba con el hombre que atendía el bar y el gesto de seguridad en sí misma con que se apartaba el pelo.

Si sigues mirándola así, todo el mundo sabrá que es algo más que una fulana —le susurró Anastasia Tyler con tono brusco, mientras le plantaba delante una carta boca abajo.

Grant apartó la vista con reticencia. Ana tenía razón. Tanta atención por su parte ponía a Emily en peligro, pero el problema era que le resultaba literalmente imposible no mirarla cuando estaba cerca de él.

Lucas tiró su carta y frunció el cejo.

Creía que habías dicho que Leary aparecería esta noche.

Grant lo fulminó con la mirada.

Mis informadores me aseguraron que sí, y son de fiar, pero tú mejor que nadie deberías saber que un caso no es algo predecible.

Lucas miró a su mujer con una sonrisa de oreja a oreja.

Y que lo digas.

Ana se sonrojó violentamente y Grant sintió que sobraba. Así que la siempre correcta señora Tyler y su esposo habían vivido su propia aventura.

Y habían terminado casados.

Deberíais habernos contado todo esto antes —susurró Ana entre dientes—. Si no interceptamos a Leary esta noche, tal vez no podamos impedir lo que sea que tengan planeado para el regente.

Soy consciente de ello —contestó él con fingida calma, pese a que sus comentarios lo estaban poniendo de mal humor—. Pero si vosotros y mis superiores hubierais confiado en nosotros desde el principio, no nos habríamos visto obligados a emprender esta investigación por nuestra cuenta y riesgo para demostrar nuestra valía.

Yo nunca puse en tela de juicio la valía de Emily —dijo Ana, bajando la voz aún más, aunque en sus ojos ardía un fuego que lo sorprendió.

No era de extrañar que Tyler la mirara con aquella adoración. Debajo de aquella dulce fachada se escondía una fierecilla. No se parecía a Emily, pero no cabía duda de que poseía su propio encanto.

Lucas carraspeó.

Si habéis terminado de discutir, deberíais prestarle atención a Emily. Creo que nos está haciendo señas.

Grant se volvió para mirarla. Se estaba llevando los dedos a los labios, el gesto con que habían acordado que los avisaría si veía al otro hombre que la persiguió aquella primera noche. Enarcó las cejas para indicarle que la habían visto y ella respondió con un sutil asentimiento en dirección al final de la barra, hacia dos hombres que charlaban con las cabezas muy juntas mientras se tomaba una cerveza.

Grant siguió la trayectoria de su mirada y reconoció a uno de ellos como uno de los perseguidores de Emily. Apretó los puños instintivamente. Aquel bastardo se había atrevido a amenazarla.

¿Quién es? —susurró Ana, devolviéndolo a la realidad.

Con discreción, les señaló a los dos hombres y Tyler frunció el cejo.

Conozco al que está a la izquierda, el otro no me suena de nada.

Grant miró hacia el que Lucas había dicho conocer.

¿Quién es?

Un actor, y creo que bastante bueno.

Parpadeó sorprendido. Un actor. Emily le había dicho que un grupo de actrices le habían enseñado los trucos del disfraz. Era perfectamente posible que ése fuera el hombre que se iba a hacer pasar por el regente. Al que Emily no había podido reconocer porque iba maquillado.

Sin embargo, no le dio tiempo a exponerles sus sospechas, porque en ese momento apareció Cullen Leary, que se dirigió directamente hacia los dos hombres.

Grant sintió que el estómago le daba un vuelco y concentró la atención en Leary. Al parecer no había reparado aún en Emily, pero sólo era cuestión de tiempo. A pesar de saber que era una agente perfectamente adiestrada, no se quedaría tranquilo hasta que lo arrestaran.

Suspiró aliviado al ver que Emily cambiaba de postura. Ella también se había dado cuenta de la presencia de Leary. Pero entonces vio que se acercaba un poco más a ellos, tal vez para escuchar su conversación, captando la atención de algunos de los presentes con el contoneo de sus caderas. Grant observaba la expresión obscena de aquellos hombres conteniendo el aliento. Y entonces llegó el momento que tanto temía.

Leary volvió la cabeza y la vio.

Que la reconoció fue evidente cuando se apartó bruscamente de la barra y se dirigió hacia ella como un animal.

Grant se mordió el labio inferior y se obligó a esperar. Tenía que dejar que Emily llevara a cabo su parte del plan. No podía abalanzarse aún sobre ellos. Debía aguardar a que fuera el momento adecuado.

Emily se puso tensa y retrocedió, dirigiéndose hacia la galería, tal como habían planeado. Allí detrás les resultaría más fácil dominar a Leary y sus hombres.

Hasta el momento, todo marchaba según el plan. Grant se levantaría de un momento a otro. Él y los Tyler los seguirían y atraparían a Leary.

Pero de repente, éste actuó. Agarró a Emily por el codo y tiró de ella a una velocidad sorprendente. En ese mismo momento, sus compinches salieron huyendo hacia la puerta de la calle.

Maldición —siseó Lucas mientras los tres se ponían en pie.

Cogedlos —ordenó Grant mientras echaba a correr hacia la galería por la que Leary se llevaba a Emily a rastras—. Yo me ocuparé de ella.

Lucas lanzó otra imprecación, pero no discutió. Anastasia y él corrieron tras los sospechosos.

Grant llegó a la galería en unas pocas zancadas, pero no vio más que corredores vacíos. Leary había desaparecido con Emily.

¡Maldita sea! —aulló, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de él con sólo imaginar la tortura a la que tendría que hacer frente si no la encontraba.

Pero lo expulsó de su mente. Tenía que abandonar su actitud de amante preocupado y tomar distancia. Era lo mejor si quería encontrarla.

Miró hacia la escalera que subía a otra galería. Había más intimidad en aquellas habitaciones, reservadas para las fulanas que frecuentaban los salones de juego y entregaban una parte de las ganancias a los dueños. Allí habría menos posibilidades de que nadie oyera una pelea, y la mayoría de las personas pensarían que se trataba de una puta y su cliente, y se mantendrían al margen.

Lo que significaba que aquél sería el lugar idóneo para llevar a Emily. Echó a correr escaleras arriba rogando que Leary no se hubiera deshecho ya de su «problema». Y que Emily hubiera sido capaz de hallar la fuerza que le había dicho que su presencia le proporcionaba.

 

 

El corazón de Emily latía a toda velocidad, tanto que casi no oía nada con el martilleo. La manaza de Leary le estaba magullando el brazo mientras la arrastraba corredor abajo. Necesitó de toda su fuerza de voluntad educada durante su adiestramiento, para contener las ganas de mirar atrás y comprobar si Grant los seguía. Hacerlo podría alertar a Leary de su presencia y significar la muerte para ambos.

Grant los seguiría, tenía fe en él. Pero hasta que llegara tenía que mantener la cabeza fría. No debía permitir que el miedo la paralizara. Estaba entrenada para ello y tenía que recordarlo. Aferró con más fuerza su parasol. Por lo menos contaba con aquella discreta arma.

Entra, amiguita —gruñó Leary abriendo una puerta y empujándola dentro.

Emily entró dando tumbos a causa de la fuerza con que la empujó, y cayó al suelo. Se arañó las rodillas con la rugosa madera, pero apenas sintió el dolor. Estaba demasiado concentrada en el hecho de que el parasol se le había escurrido de las manos y en esos momentos estaba fuera de su alcance. ¡Maldición! Ahora sí que estaba en un aprieto.

El pulso se le aceleró, pero logró tranquilizarse. Tenía que mantener la calma.

Se volvió y se preparó para el ataque, pero Leary cerró la puerta y se quedó quieto, mirándola.

Has sido una estúpida al volver aquí, niña —gruñó mientras se acercaba.

Sin poderlo evitar, ella retrocedió en vez de aprestarse a defenderse.

Tomó aire antes de hablar, confiando en que eso la tranquilizara. Pero sin mucho éxito.

No sé qué demonios crees que estás haciendo —le espetó, concentrándose en mantener el acento y ocultar el temblor de su voz al mismo tiempo—. Si quieres que pase la noche contigo, no tienes más que pedírmelo y pagarme.

Él la recorrió de arriba abajo con la vista y sonrió.

Es difícil resistir el ofrecimiento, porque eres un bocado muy apetitoso, pero tú te acuerdas de mí. Hasta las fulanas recuerdan a un hombre que las ha perseguido. Lo único que evitó que te diera caza aquella noche fue aquel caballero tan fino que se interpuso en mi camino.

Hizo una pausa y frunció el cejo, como si tratara de recordar algo. Emily sintió que el corazón le daba un vuelco. Sólo podía confiar en que dos noches atrás estuviera demasiado borracho como para acordarse de que fue a Grant a quien encontró en su habitación de la casa de huéspedes. Entonces, si era lo bastante inteligente como para sumar dos y dos, se daría cuenta de que ella iba disfrazada y las cosas podían ponerse muy feas.

Claro que te recuerdo —lo interrumpió, confiando en poder distraerlo de sus pensamientos—. Supuse que serías un cliente insatisfecho. Pero ése no es motivo para arrastrarme aquí arriba de esta forma.

Leary se lanzó sobre ella con una rapidez asombrosa para un hombre de su tamaño. La agarró por la pechera del vestido y la levantó, rasgándole la manga por la costura.

Ya basta de tonterías, niña. Sé que me viste con mis... amigos. Viste lo que estábamos haciendo. No puedo dejarte vivir.

El terror la dejó sin aliento, pero lo desterró a un rincón de su mente. Tenía que pelear, no encogerse. Y tenía que hacerlo ya.

Pues es una lástima, porque yo no estoy dispuesta a morir aún —exclamó, mientras lanzaba la rodilla hacia él.

Tuvo la impresión de chocar con una roca, pero el movimiento funcionó, porque Leary la soltó y se dobló de dolor.

Maldita putilla —rugió mientras la empujaba con una fuerza pasmosa.

Emily aterrizó de espaldas, golpeándose dolorosamente con una silla, y cayendo al suelo. Rodó de costado y se levantó con agilidad, agarrando el parasol al pasar junto a él. Leary se incorporó, enloquecido de rabia y de dolor, y embistió como un toro embravecido.

Emily no vio por dónde huir en la minúscula habitación, de modo que adoptó una postura lo más firme posible y se preparó para blandir el parasol cuando tuviera a Leary lo bastante cerca. Pero no le dio tiempo.

La puerta se abrió de golpe justo cuando echaba el brazo hacia atrás para tomar impulso, y Grant ocupaba el umbral, con el sombrero que formaba parte de su disfraz medio torcido y los ojos llameantes al mirar a Leary.

Apártate de ella —gruñó, al tiempo que entraba.

El otro no vaciló. Giró sobre sus talones y cargó contra él. Los dos hombres entrechocaron en mitad de la habitación, lanzándose puñetazos llenos de saña, igual que la última vez.

Sólo que en esa ocasión, Emily sabía que la pelea únicamente terminaría con la muerte de uno de los dos.