CAPÍTULO 09
Emily se agachó detrás de unos arbustos, junto al cenador, situado en el rincón más apartado de los extensos jardines de lady Ingramshire. Los faroles repartidos a lo largo del sendero no llegaban a iluminar aquella zona, de modo que estaba segura de que nadie podría verla.
Acuclillada, se recogió el vestido y se dispuso a esperar. Grant no tardaría en llegar. Al menos, eso esperaba. Sólo le había faltado agitar un trapo rojo delante de sus ojos. Un buen espía la seguiría, y ella quería observar su reacción cuando se diera cuenta de que había desaparecido. Quería verlo ir en su busca.
Mientras esperaba en medio de la fría noche, reflexionó. No estaba segura de qué era lo que esperaba de él en realidad. Justo cuando le parecía que empezaba a entenderlo, la sorprendía con algo. Algo que la hacía revisar la imagen que ella se había hecho.
Como aquella misma noche. Grant la había estrechado muy fuerte mientras bailaban, y le había rozado la cadera con la mano, marcando levemente su posesión. Le había dicho que le gustaba estar con ella, y le había parecido que lo decía de verdad, no para sonsacarle información para el caso.
Su propia reacción había sido totalmente sincera. Oírlo la había complacido enormemente, pese a saber que lo único que podrían tener, como mucho, sería una aventura. Tenía que vivir con su pasado. Además, sabía, porque lo había visto en sus amigas, lo que toda relación sólida requería: confianza, franqueza. Y a ella le costaba mostrar esos sentimientos.
Pero Grant no había dicho que fuera eso siquiera, así que no importaba. Lo que le había dicho era que lo hacía olvidar que era un caballero. Se estremeció y su reacción no tenía nada que ver con el frío nocturno. Había sentido esas palabras como una seductora caricia. Sin embargo, la noche antes, lo había visto disfrutar hundiéndose en el cuerpo de la que él creía que era otra mujer.
Entonces ¿cuál era la verdad? ¿La pasión que mostraba con la que tomaba por una ramera o el juego de seducción que se traía con ella entre salones de baile y jardines de la buena sociedad?
¿Era posible que estuviera celosa de sí misma?
Sacudió la cabeza al verlo acercarse por el sendero. No había tiempo para reflexiones absurdas. Se había topado con un caso importante al ver al hombre caracterizado como el príncipe regente, y ahora tenía que determinar si Grant Ashbury era la persona adecuada para ayudarla a resolverlo.
Se movía con despreocupada elegancia por el frío jardín, escrutando a un lado y a otro, sin que aparentemente le molestase el frío nocturno después del asfixiante interior del salón. Se maldijo porque vio que él había tenido la precaución de coger su abrigo mientras que a ella no le había dado tiempo a hacer lo propio con su chal antes de salir, y estaba congelada.
Uno de los faroles iluminó el rostro de Westfield cuando éste se volvió hacia donde estaba ella, y pudo ver el brillo de concentración de sus ojos oscuros. Estaba claro que la estaba buscando, pero mantenía la calma. Nadie adivinaría su propósito. Eso le gustó. No pocos espías se olvidaban de las apariencias cuando creían que estaban solos.
Grant viró hacia el cenador y Emily se puso tensa, pero se adentró lo máximo que pudo entre las sombras sin hacer ruido.
Bruscamente, él dirigió el rostro hacia su escondite y Emily reprimió una imprecación. ¡Era imposible que hubiera visto su tenue movimiento en la oscuridad y, desde luego, que la hubiese oído! Era silenciosa como una tumba, y se vanagloriaba de ello.
Así y todo, Grant continuó escudriñando la zona, avanzando lento pero seguro hacia ella. Se movía con cautela, preparado para atacar sin perder de vista el escondite, lo que a ella le impedía escabullirse por los alrededores del cenador. Lo único que podía hacer era esperar y confiar en que al final decidiera que no había nada allí que mereciera su atención.
Lo que, como era de esperar, no ocurrió. No había manera de evitar lo inevitable. Su intención había sido observar su reacción ante lo inesperado y su deseo estaba a punto de cumplirse.
Así que tomó aire profundamente, se levantó y salió al sendero.
A Grant le costó recuperar el control y no tropezarse ante la sorpresa al verla emerger de las sombras, como si el hecho de que una dama de alcurnia se ocultara tras un cenador en una gélida noche de invierno fuera lo más normal del mundo. Tenía los hombros erguidos y la cabeza alta, y lo miraba con una expresión que sólo podría describirse como arrogante.
—Lord Westfield —saludó con un altivo gesto de la cabeza propio de la realeza.
—Lady Allington —contestó él, mientras la recorría de arriba abajo con la vista. Vio la piel de gallina de sus brazos desnudos y cómo se le marcaban los pezones a través de la seda del vestido. Reprimió un gemido al percibirlo.
—¿Qué hace usted merodeando por los jardines? —preguntó Emily, con la desfachatez de mostrarse irritada ante su presencia.
—Yo podría preguntar lo mismo, milady —respondió él, cruzándose de brazos—. ¿Cómo se le ocurre salir con el frío que hace sin un chal? Sobre todo, después de haberme dicho que ya tenía pareja para el siguiente baile. Estoy seguro de que el caballero estará buscándola ahora mismo. —Volvió la cabeza—. A menos que se esté ocultando en el cenador por otro motivo.
La idea hizo que se le revolviera el estómago.
Emily abrió mucho los ojos.
—¿Está insinuando que...?
Él avanzó un paso y ella adoptó de forma instintiva una actitud de combate. Fue un movimiento sutil, pero lo cogió por sorpresa. ¿Cuántas mujeres sabían equilibrar así su peso? ¿Cuántas sabían prepararse para dar un puñetazo? Sin embargo, Emily había hecho ambas cosas.
¿Quién demonios era aquella mujer en realidad? ¿Y qué ocultaba?
Se quitó el abrigo y se lo echó por los hombros.
—Morirá de una pulmonía si no se abriga un poco, especialmente después de su convalecencia.
Emily relajó los puños y se quedó mirándolo con los ojos brillantes por la sorpresa a la luz de los faroles.
—Usted... —se interrumpió mientras se arrebujaba en el abrigo—. Gracias.
—Deje que la acompañe de vuelta —dijo, ofreciéndole el brazo.
Ella se recogió el bajo del abrigo como si se tratara de la cola de un vestido y aceptó el ofrecimiento.
Caminaron en silencio durante un rato. Emily con la mirada fija al frente, sujetando con cuidado el abrigo para no arrastrarlo por el suelo.
Al final, Grant carraspeó y dijo:
—¿Quiere decirme por qué me observaba, escondida entre las sombras y sin un chal sobre los hombros?
Emily giró la cabeza y lo observó detenidamente. Él notó su escrutinio, la valoración que estaba haciendo. Pensó que iba a decir algo, y se sorprendió inclinándose un poco hacia ella, expectante. Pero la joven se encogió de hombros y dijo:
—No.
Grant reprimió una carcajada de sorpresa. «No.» Así, sin más. Sin dar explicaciones ni intentar justificar la absurda postura en que la había pillado. Sencillamente, contestó que no. Nunca había conocido a una mujer como ella. Estaba seguro de que nunca había sentido aquel grado de provocación, frustración y confusión con ninguna otra.
Y se dio cuenta de que le gustaba, pese a los muchos y buenos motivos para desconfiar.
—Entiendo. —Se detuvo al pie de la escalinata que conducía al porche. Emily se quitó el abrigo sin que él se lo pidiera y se lo entregó sin decir nada—. ¿Y quiere explicarme por qué me ha mentido acerca de ese baile que le había prometido a otro?
Ella volvió la cabeza y lo miró. Grant se quedó anonadado por su belleza. Pero no era sólo eso lo que lo tenía atrapado, había conocido a muchas mujeres hermosas, era la luz que había en sus ojos. Inteligencia, picardía y sensualidad todo ello en un hermoso envoltorio.
—No, Grant —respondió ella—. Esta noche, no.
Él retrocedió, sorprendido una vez más por su respuesta.
—¿Quiere eso decir que me lo explicará en otro momento? Porque he de admitir que me mata la curiosidad.
Emily sonrió y él sintió como si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía afectarle tanto algo tan nimio?
—Mañana —dijo, alargando la mano como si fuera a tocarle el brazo, pero en el último momento la apartó, para gran decepción suya—. Venga a tomar el té conmigo mañana. Le prometo que se lo explicaré todo.
Y con esas palabras se dio media vuelta y subió la escalinata, excitándolo con el balanceo de sus caderas. Grant permaneció al pie de la escalinata hasta mucho después de que Emily hubiera entrado en la casa, pensando en ella.
Cuando se puso el abrigo sobre los hombros, tuvo que enfrentarse a otro recordatorio. Su suave y fresco aroma flotaba a su alrededor. No había tenido puesta la prenda más de tres minutos y, sin embargo, había dejado su fragancia impregnada en él para atormentarlo.
Aspiró profundamente. Un aroma seductor, provocativo... y muy familiar. ¿Dónde lo había olido antes?
Una gélida brisa agitó las copas de los árboles, arrastrando consigo la duda y helándole los huesos. Subió la escalera con un suspiro.
Emily había prometido darle una explicación al día siguiente. Tal vez entonces pudiera descubrir toda la verdad y protegerla.
—Tiene visita, milady —anunció el mayordomo.
Emily levantó la vista de las notas que estaba tomando y miró la hora en el reloj de pared. Grant llegaba pronto. No pudo evitar el nerviosismo que se alojó en su vientre al pensar que estaba tan ansioso por verla como ella a él.
Sólo le restaba confiar en que se tomara bien sus confesiones. Sin duda, se pondría furioso al saber que sus superiores lo habían engañado, y se quedaría estupefacto al descubrir que ella también era una espía. Pero ¿y una vez hubieran pasado las reacciones iniciales? ¿Aceptaría que trabajaran juntos para descubrir la verdad acerca del hombre disfrazado de príncipe regente que había visto en el club de juego?
—¿Lo ha llevado al salón rosa, como le pedí? —preguntó, guardando sus papeles en un cajón del escritorio que luego cerró con llave. Después llevaría a Grant a su despacho y le enseñaría sus notas, pero por el momento era más conveniente guardarlas.
—No es un hombre, milady —contestó Benson con un suspiro—. Son lady Carmichael y la señora Tyler.
Emily no había terminado de cerrar el cajón con llave cuando levantó la cabeza con brusquedad.
—Creía que le había dicho que les dijera que no estaba en casa si venían.
El hombre asintió.
—Así lo he hecho, milady, pero han sido muy insistentes. Le pido disculpas, pero ya conoce a lady Carmichael. Puede ser muy astuta.
Emily intentó no reírse ante el juicio de su mayordomo. No quería ni imaginar los trucos que Merry habría empleado para entrar en la casa. Pero lo cierto era que no estaba contenta después de lo que sus amigas le habían hecho, y no pensaba perdonarlas, al menos por el momento. Por muy encantadoras y maravillosas que fueran.
Y, desde luego, no tenía intención de explicarles ningún aspecto del caso que aún no había resuelto. No, hasta que junto con Grant tuvieran algo más sólido. Sólo entonces podría estar segura de que Charlie no la sacaría de la investigación en un intento de «protegerla».
Apretó los dientes antes de responder:
—¿Y dónde están exactamente?
—En el salón rosa, milady. Me ha costado un triunfo evitar que se metieran en tromba en su despacho. Pero tengo la impresión de que si no sale a recibirlas en un tiempo prudencial, tal vez lo hagan.
Benson le dirigió una mirada cargada de paciencia y ella le sonrió. Para el pobre hombre era un verdadero infierno trabajar para un hatajo de presuntuosas espías. Sin embargo, a pesar de su naturaleza quisquillosa y la flagrante desaprobación que mostraba hacia su profesión, Emily sabía que siempre le sería fiel.
Deseó que le resultara igual de sencillo confiar en todo el mundo.
—Le pido disculpas por su comportamiento. Sé que le habrá resultado muy desagradable tratar con ellas en estas circunstancias.
Terminó de dar la vuelta a la llave y se la guardó en el bolsillo. Después se alisó la falda e hizo acopio de toda su fortaleza para enfrentarse a Ana y a Meredith.
—No hace falta que preparen té —le dijo al mayordomo mientras se dirigían hacia el salón—. No se quedarán mucho rato. No quiero ninguna interrupción a menos que sea absolutamente necesario.
Benson asintió y se separó de ella cuando llegaron a la puerta del salón rosa. Emily inspiró profundamente y entró.
Meredith estaba de pie junto al fuego, ataviada con un sencillo traje de viaje. Emily enarcó una ceja ante su aspecto. Entonces se acordó de que ella y Tristan iban a ir al norte para ocuparse del primer caso de éste. Su amiga debía de estar muy enfadada para ir a visitarla pocas horas antes de partir.
Ana estaba sentada en el borde del sofá, mirando la puerta con gesto ansioso. Se puso inmediatamente en pie al verla entrar.
—El espectáculo era del todo innecesario —las reconvino Emily mientras cerraba la puerta tras de sí—. Estas cosas alteran mucho a Benson. Ahora tendré que aguantar sus quejas durante una semana por lo menos.
Meredith se cruzó de brazos, lanzando chispas por sus ojos azul oscuro.
—Si no te hubieras empeñado en evitarnos y hacer pucheros, no nos habríamos visto obligadas a venir a tu casa.
—Jamás en mi vida he hecho pucheros —replicó ella, apretando los puños a los costados.
Ana se plantó en medio de las dos, levantando una mano delante de cada una.
—Señoras, discutir sobre frivolidades no resolverá nada y lo más probable es que sólo consigamos herir los sentimientos de las demás. Por favor, Meredith.
Ésta se encogió de hombros y Emily se relajó un poco. Pero su rabia no había disminuido y ver a sus dos amigas no hizo más que ahondar la profunda y devastadora sensación de decepción y traición que sentía.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me mentiste, Meredith? ¿Para qué humillarme enviándome a vigilar a un hombre que también es espía y sabe cuidar de sí mismo perfectamente? ¿Tan poca fe tienes en mí y en mis capacidades después de todo lo que hemos pasado juntas?
La interpelada tuvo la decencia de mostrarse culpable, pero al cabo de un momento levantó la vista, desafiante.
—Ana y tú sois mis mejores amigas. Siempre he deseado lo mejor para las dos, os he tenido en la más alta estima y os he respetado por vuestras capacidades. Pero es precisamente por todo lo que hemos pasado juntas por lo que accedí a tomar parte en esto. Cariño, no puedes negar que has cambiado...
Emily la interrumpió con un gesto de la mano. Tenía las emociones a flor de piel, pero las aplastó sin piedad.
—No. Estoy harta de oír lo mucho que he cambiado después de que me hirieran. Harta de oír que ya no confiáis en mí.
Meredith negó con la cabeza.
—Sí que confiamos en ti...
Ella la volvió a interrumpir:
—¿Cómo sois capaces de afirmar que yo he cambiado y no os dais cuenta de que vosotras habéis cambiado tanto como yo, o incluso más, en el último año y medio?
Ana giró la cabeza hacia ella.
—¿Qué quieres decir?
Emily señaló a Meredith en primer lugar.
—Hace un año y medio, decías que nunca podrías enamorarte. Tu trabajo te había llevado a investigar a muchos hombres por diversos delitos, hombres que se te insinuaban, y me dijiste, con el mayor desprecio imaginable, que nunca podrías querer a alguien que fuese culpable de un delito. Sin embargo, te enamoraste y te casaste con alguien que supuestamente era sospechoso de traición. Y ahora trabajas con él y colaboras en su preparación como espía. Dime que eso no te ha cambiado.
Merry contuvo el aliento.
—Pues claro que me ha cambiado, pero no es lo mismo...
—Y tú —continuó, volviéndose hacia Anastasia, sin dejar que Meredith acabara de hablar—, hace seis meses seguías guardando luto por un hombre que murió hace años. Y no lo hacías sólo para protegerte, para esconderte. De verdad llorabas su pérdida. Jurabas que nunca harías trabajo de campo. Se suponía que debía ser yo quien colaborase con Lucas Tyler. Y ahora no sólo estás casada con él, sino que, a juzgar por la escena que interrumpí hace dos noches, tenéis un matrimonio feliz que consumáis a menudo. También sé de buena tinta que tenéis la costumbre de colaros por las ventanas y apostar a ver quién de los dos descubre algo antes, y que hace tres semanas os dispararon cuando estabais a punto de cerrar el caso de los diamantes Freighton. No creo que tenga que decirte, Ana, que tú sí has cambiado.
Ana se había puesto pálida, pero no negó ninguno de los cargos.
—Sí —continuó Emily—, admito que el hecho de que me atacaran y haya estado al borde la muerte, me ha cambiado. —Vaciló un instante al recordar el pánico que se apoderó de ella en El Poni Azul—. Pero vosotras también habéis cambiado. Y aun así se os permite, no, se os anima a trabajar en el campo de la acción. Habéis abandonado los casos a los que nos dedicábamos juntas para trabajar con vuestros esposos. Entonces, ¿por qué me negáis a mí la oportunidad de continuar con mis obligaciones? A vosotras se os permite llevar vidas plenas que nada tienen que ver con la mía. Me habéis dejado sola y, además, os negáis a dejar que haga lo único que me queda: trabajar por mi país.
Le habría gustado borrar sus palabras nada más decirlas. Jamás había expresado sus sentimientos en voz alta y, a juzgar por la expresión de estupefacción de sus amigas, a ellas nunca se les había ocurrido que pudiera guardar algo así en su corazón.
—Nosotras no te hemos dejado sola —susurró Ana—. No te hemos abandonado para vivir nuestras vidas.
Emily se dio la vuelta. Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y tuvo que parpadear varias veces para evitar que ocurriera. Así no era como había esperado que transcurriera su encuentro.
—Seguiré investigando casos —dijo, con los dientes apretados para evitar que le temblara la mandíbula—, tanto si os tengo como compañeras como si no.
—Te sientes así no sólo porque hayamos intentado protegerte, sino porque ahora estamos casadas —dijo Meredith acercándose a ella—. Emily, no me había dado cuenta de que te sentías abandonada. O de que estuvieras...
Dejó las palabras en suspenso y Emily apretó los puños.
—Ibas a decir celosa —susurró, antes de darse la vuelta y enfrentarse a su mirada—. Pues no lo estoy.
—Y aunque lo estuvieras estarías en tu derecho —opinó Ana con voz queda, moviéndose con cautela en un tema tan delicado—. Mereces ser feliz y encontrar el amor tanto como Meredith o yo.
Emily cerró los ojos con fuerza. Si fuera tan sencillo.
—No envidio el amor que habéis encontrado, ni que os hayáis casado mientras yo sigo sola. Me gusta estar sola. ¡No deseo tener un hombre molestando a cada paso!
Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba gritando. Y mintiendo. Acerca de su envidia y de su deseo de vivir en una casa vacía, y llevar una vida igualmente vacía al margen de sus obligaciones hacia la Corona. Y mentía respecto a que no deseaba tener a un hombre en casa. Sí que deseaba a un hombre. Con una intensidad devastadora.
Deseaba a Grant.
Pero no podía tenerlo. No podría tener con nadie lo que tenían sus compañeras, aunque encontrara a un hombre que la quisiera de verdad.
—Milady.
Se volvió. Benson estaba en la puerta, moviendo el peso de su cuerpo de un pie a otro en actitud incómoda. Emily se puso como la grana y le preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Lord Westfield está aquí, milady.
Ella se quedó paralizada. Grant estaba allí, detrás del mayordomo. Y con los gritos que había estado dando, sin duda alguna habría oído toda su humillante declaración. Se dirigió hacia la ventana, alejándose de Benson y de sus amigas en un intento por recuperar la calma. Aunque lo tenía difícil.
Se cubrió las mejillas y notó que le ardían. Temblaba y respiraba entrecortadamente. Echando mano a todo lo que había aprendido en su formación, se concentró en rebajar sus pulsaciones.
Cuando sintió que había recuperado el ritmo normal de la respiración, dijo:
—Hazle pasar.
Con las manos a la espalda para ocultar el temblor, miró hacia la puerta, ignorando a Ana y a Meredith mientras Grant entraba en el salón. Se quedó sin aliento. Adiós a la calma.
Cada vez que lo veía se quedaba asombrada de la fuerza que emanaba de él; del absoluto control que desplegaba hasta en los menores movimientos, y de la elegancia de sus ademanes a pesar de su tamaño. En él se daba un equilibrio perfecto entre potencia y control.
Al contrario que ella, que en ese momento se sentía agitada, ciega y trastornada por las emociones. A juzgar por su mirada llena de preocupación, se había dado cuenta. Eso significaba que la había oído. Se sonrojó aún más y deseó que la tierra se la tragara para no tener que mirarlo a los ojos.
Grant miró entonces a Meredith y a Ana, que seguían pálidas y anonadadas por lo que se habían dicho. Emily dio un respingo al verlas.
Se quedó muy sorprendida al ver que el gesto de él se transformaba en... rabia. Les echaba la culpa a ellas. Fue algo parecido a la actitud protectora que vio en Lucas la noche que irrumpió en su casa para hablar con Ana. Ella la había envidiado entonces por tener un esposo que la protegía, y en ese momento Grant parecía expresar lo mismo con una incisiva mirada.
—Lamento interrumpir así, lady Allington —dijo con suavidad, buscando su mirada y sosteniéndosela con dulzura—. Su nota decía a las dos, ¿no es así?
Ella tomó una trémula bocanada de aire y dio un paso al frente, decidida a no dejar que la humillación que sentía hiciera que se olvidara de sus modales o que la alejara de su plan.
—Así es. Mis amigas ya se iban —dijo, lanzándoles a las dos una significativa mirada.
Anastasia suspiró.
—Sí. Estábamos a punto de irnos.
Se acercó a ella y le cogió las manos. Sus ojos se encontraron y Emily se estremeció al ver su mirada de lástima. Era el último sentimiento que habría querido suscitar. Ana se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Ya sabes que te quiero como si fueras mi hermana.
—Lo sé —respondió ella con un susurro, luchando contra sus emociones con toda la fuerza que le quedaba—. Lo sé.
Meredith se acercó a continuación y le puso la palma en la mejilla.
—No era mi intención disgustarte tanto con mi visita, Em. Yo... lo lamento, y espero que cuando Tristan y yo regresemos hayas podido perdonarme.
Emily asintió notando la nueva oleada de lágrimas que acudía a sus ojos.
—Claro que lo haré. Sabes que sí. No podría seguir enfadada contigo, aunque te lo merezcas.
Merry sonrió, pero había una cierta tristeza en su expresión. Acto seguido, ambas mujeres se despidieron de Westfield y se fueron. Grant cerró la puerta cuando se quedaron a solas.
Emily sabía que debería protestar. En sus planes, era ella la que cerraba la puerta, sorprendiéndolo con su osadía. Pero en ese momento no se sentía osada. Más bien se sentía... derrotada. Y quería que él la reconfortara, aunque sabía que era lo último que podría pedirle. No podía depender de él ni de nadie. No podía si quería que Grant viera lo fuerte que podía llegar a ser una colaboración entre los dos. Si deseaba que la aceptara, no podía mostrarse como una mujer frágil y llorosa.
—Emily —dijo con ternura, acercándose.
Ella se sobresaltó ante la dulzura de su tono. Se quedó paralizada, incapaz de hacer otra cosa que mirarlo, impotente, mientras atravesaba la estancia con paso lento. Como si ella fuera un animalillo acorralado y temiera asustarla.
Una valoración acertada, pues quería apartarse de un salto. Ocultarse para que no pudiera ver su vulnerabilidad.
En vez de eso, se quedó donde estaba y vio cómo Grant tendía la mano. No llevaba guantes, de modo que le acarició la mejilla con sus cálidos dedos, mientras ella dejaba escapar el aire entrecortadamente.
—Estás disgustada.
Lo dijo con tono sosegado, una afirmación más que una pregunta. Pero también había en su voz una infinita ternura. Resultaba tranquilizador. Como si le correspondiera a él reconfortarla cuando aquél no era en absoluto su papel.
Ella negó con la cabeza, con lo cual sus dedos le rozaron el pómulo. El placer que le proporcionó su tacto era casi insoportable.
—Ha sido... sólo una discrepancia —mintió—. Nada de lo que tengas que preocuparte.
—Y aun así me preocupo.
Emily abrió mucho los ojos mientras él apartaba la mano.
—Gracias, Grant —susurró con voz trémula.
Se sostuvieron la mirada y Emily se estremeció. Aquel hombre resultaba aterrador en muchos sentidos. Por ejemplo, le asustaba que fuera tan fuerte y a la vez tan tierno; que pudiera frustrarla tanto y a la vez atraerla irremediablemente. Con él se sentía... desconcertada. Insegura de sí misma.
Y más que desde hacía meses.
Se dio la vuelta y se acercó a la chimenea. Apoyó una mano en la repisa y trató de recuperar un mínimo de dignidad y control de sí misma. Lo necesitaba antes de admitir la verdad y que su relación cambiara irrevocablemente.
A su espalda, notó que Grant se movía. Se le acercó y ella se tensó de pura expectación ante su contacto. Porque estaba segura de que iba a tocarla.
—¿Sabes, Emily?, tengo que decirte que no sé qué pensar de ti.
Su voz sonó justo a su espalda, muy cerca, tanto, que pudo percibir su aliento en la nuca. Sus dedos se cerraron en torno a su brazo y ella se dio la vuelta en respuesta a su delicada presión. No podía resistirse.
Grant continuó hablando con expresión inescrutable.
—Por tu aspecto se diría que eres la perfecta dama, y, sin embargo, hay algo debajo de esa apariencia que muestras al mundo.
Emily reprimió como pudo su sorpresa. ¿De verdad se había dado cuenta de eso durante el poco tiempo que llevaban coincidiendo en los salones de Londres?
Y continuó:
—Es algo intrigante y a la vez alarmante, porque nunca estoy seguro de qué vas a hacer. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar, Emily? ¿Te quedarás en el borde o saltarás al vacío aunque eso pueda causarte dolor? Desconozco las respuestas y eso me fascina y me asusta al mismo tiempo.
Ella tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta. Grant se iba inclinando un poco más con cada palabra, haciendo descender aquella deliciosa boca suya muy despacio, para darle tiempo a retirarse si así quería hacerlo.
Pero no quería. Quería que la besara. Necesitaba saber que la deseaba a ella, a Emily, tanto como había deseado a la desconocida de dos noches atrás. Tenía que saberlo antes de admitir la verdad.
Sus labios se tocaron, un leve roce, pero ella percibió que la misma pasión desbocada que había demostrado en aquella ocasión palpitaba bajo la superficie. Estaba conteniéndose, pero el deseo estaba allí, tan potente como entonces. Emily levantó los brazos, tremendamente aliviada, le rodeó el cuello y se abandonó al deseo.