CAPÍTULO 13
Emily se volvió en su sillón y observó la inesperada reacción de Grant a su sugerencia. Lo que vio en su rostro hizo que se levantara dando un traspié.
Era un dolor descarnado. Una vulnerabilidad e incluso un pánico que nunca había visto antes en él, que jamás habría esperado. Pero lo comprendía. Sus emociones eran idénticas a las que ella experimentaba.
Eso le dio un poderoso vislumbre de los motivos por los que el Ministerio de Guerra lo había apartado del servicio activo.
Pero lo había visto enfrentarse a Cullen Leary sin vacilar, de modo que la ansiedad que veía en sus ojos no tenía nada que ver con la cobardía. El horror que reflejaba su mirada tenía otras causas. Algo más profundo. Más siniestro.
Le daba miedo explorar esa descarnada emoción. Era demasiado personal y podía significar implicar demasiado sus sentimientos, algo que se le antojaba aterrador. Pero no podía dejarlo así, tenía que ayudarlo.
—Grant... —comenzó, dando un paso hacia él.
—¡No! —Sus ojos castaños se volvieron prácticamente negros—. Te lo prohíbo, Emily.
Su primera reacción compasiva quedó relegada a un segundo plano, para dejar paso a una rabia incontenible que hizo que se detuviera en seco.
—¿Me lo prohíbes? —repitió, con un tono engañosamente sereno, teniendo en cuenta sus turbulentas emociones—. Perdona, pero creía que éramos compañeros, Grant, yo protegida y tú mi mentor. No tienes derecho a prohibirme nada.
Él avanzó hacia ella con los puños apretados a lo largo de los costados y la desesperación claramente visible en su rostro.
—Estás decidida a que vuelvan a dispararte, ¿no es así? ¿Estás decidida a que esta vez te maten? Tal vez tus amigas tengan razón. Tal vez ya no seas idónea para el trabajo de campo.
Emily retrocedió dando traspiés. Sus palabras habían sido como una bofetada. La garganta se le cerró dolorosamente y las lágrimas acudieron a sus ojos, pero parpadeó con fuerza para apartarlas. No quería que viera cuánto la habían lastimado sus palabras, sobre todo viniendo de él.
—Permítame que le diga, lord Westfield —replicó con voz queda, clavando los dedos en el respaldo de brocado del sillón—, que no merece que le permitan volver al trabajo de campo si se niega a correr ciertos riesgos necesarios para investigar un caso.
La expresión de Grant se tornó amenazadora, pero ella no experimentó ninguna sensación de triunfo al lastimarlo como había hecho él. Hacerlo no le proporcionó placer ni satisfacción. Tan sólo un vacío que pareció aumentar cuando lo miró a los ojos.
—No voy a pasar por esto —masculló, desviando la vista—. No puedo volver a hacerlo.
Pasó a su lado con brusquedad y Emily se dio la vuelta de golpe al percatarse de que se dirigía a la puerta. El pánico se apoderó de ella mientras, titubeante, se dirigía hacia él.
—¿Qué haces, Grant? ¿Adónde vas?
Él se detuvo, con la mano sobre el pomo, dándole la espalda. Tenía la cabeza gacha y los hombros tensos.
—Tal vez tienes razón, Emily. Quizá ya no valgo para trabajar sobre el terreno. Puede que todo el mundo tenga razón. —La miró por encima del hombro y ella sintió que se le partía el corazón al ver el sentimiento de derrota que llenaba sus ojos—. Pero no puedo soportar ver cómo te pones en peligro. Sencillamente, no puedo.
—Grant... —comenzó a decir ella, pero él abrió la puerta y abandonó el salón, en dirección al vestíbulo, pasó junto a un boquiabierto Benson y, finalmente, salió de la casa, ignorando sus súplicas, ignorándola a ella.
Cuando la puerta se cerró tras él, Emily regresó a la sala despacio. Sólo cuando se derrumbó en el primer sillón que encontró, se dio cuenta de que estaba temblando, de que su cuerpo se sacudía descontroladamente.
¿Qué demonios iba a hacer ahora? Necesitaba a Grant.
Su corazón palpitó con fuerza al pensar en él. ¿Llevaban trabajando juntos un día y ya lo necesitaba? Se había ocupado de muchos casos ella sola, casos igual de peligrosos e importantes. Pero ahora necesitaba a Grant. ¿Cómo podía ser?
No lo sabía, sólo sabía que era cierto. Tenía que encontrar la forma de persuadirlo para que volviera a su lado. Y, para ello, antes tenía que averiguar qué era lo que le había sucedido un año atrás. El motivo de lo que había visto en sus ojos, adentrarse en los recovecos de su mente.
Tendría que familiarizarse con otros aspectos de él, más allá de su cuerpo, con el talento que sabía que poseía. Tendría que conocer al hombre, aunque la perspectiva de indagar en su mente fuera peligrosa. Conocerlo mejor significaba exponerse al dolor, arriesgarse a que le rompiera el corazón. A algo que iba mucho más allá que el mero deseo.
Se levantó con las piernas aún temblorosas y salió al vestíbulo.
—¿Milady? —se ofreció Benson, acercándose a ella con semblante preocupado, una emoción que solía enmascarar tras una expresión desaprobadora—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Ella le sonrió para tranquilizarlo, aunque débilmente, lo cual no sirvió para su propósito.
—Vaya a buscar a Henderson, por favor. Tengo que ir a casa de Anastasia.
Grant apretó el vaso entre los dedos, deseando estar ebrio como una cuba. Tras abandonar a Emily, se había pasado la noche bebiendo, y se había despertado con un espantoso dolor de cabeza, pero estaba dispuesto a seguir ahogando su dolor en alcohol.
Ben era lo único que se lo impedía. Su condenado hermano estaba sentado en un sillón, frente a él, mirándolo con una inusual seriedad en sus ojos castaños.
—Llevas bastante rato dando vueltas sin parar, Grant. ¿Qué ocurre?
Él hizo girar el líquido en el vaso y soltó una carcajada desprovista de humor.
—Nunca bailo por la mañana temprano, así que no sé cómo es que me has visto dar vueltas.
Ben apretó los labios al oír su tono sarcástico.
—Tampoco sueles beber por la mañana temprano. Mírate. No te has afeitado. A juzgar por el estado de tu ropa, has dormido vestido. Y apostaría a que ésta no es tu primera copa de las últimas veinticuatro horas. ¿Qué te pasa? Hacía tiempo que no te comportabas así.
Reprimiendo la apremiante necesidad de lanzar el vaso contra la pared, Grant lo dejó sobre la mesita que tenía al lado y se frotó los ojos con una mano. ¿Cómo le decía uno a su hermano, a su mejor amigo, que era un cobarde?
Se le revolvía el estómago sólo de pensarlo.
—¡Grant! —La brusca exclamación de Ben penetró en la dolorosa neblina de su mente—. Háblame.
—Tal vez tengan razón los oficiales del Ministerio de Guerra —respondió, mirando el techo—. Tal vez sea mejor que no vuelva a trabajar sobre el terreno. Las tareas burocráticas son más adecuadas para hombres como yo. Hombres que ya no tienen estómago para enfrentarse al peligro.
El resoplido desdeñoso de su hermano llamó su atención.
—El peligro te estimula. No creo ni por un instante que hayas dejado de sentir la emoción de una persecución o la excitación ante el riesgo de que te disparen.
—Entonces, ¿por qué salí ayer dando un portazo de casa de Emily? —preguntó, enarcando una ceja—. ¿Por qué le dije que no participaría en su plan, un plan que probablemente funcionaría, simplemente porque implicaba peligro?
Benjamin se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, y le dedicó una elocuente mirada que hizo que su hermano se removiera incómodo. Muy pocas personas lo conocían como él, podía ver en el interior de su alma si quería. Cosa que no siempre era agradable.
—¿Peligro para ti o para ella? —le preguntó en tono quedo y calmado.
Grant se pasó una mano por el pelo alborotado. Comprendía exactamente a qué se refería. A aquella noche. A Davina. A la pesadilla que parecía no tener fin.
—Para ella —admitió—. Pienso en el peligro que correría Emily y... me quedo helado. No soy capaz de moverme ni de pensar. ¿Y si le ocurriera? ¿Y si me necesitara?
Ben se levantó.
—Acudirías. Lo que sucedió hace un año no fue culpa tuya. Tienes que liberarte de eso, dejar atrás lo que pasó. Tienes que dejar atrás a Davina.
—Está muerta —replicó él apretando los dientes—. Y yo tuve la culpa. Murió a causa de mi forma de vida. ¿Cómo voy a dejarla atrás? No es un perro.
—Esto no es sólo por Davina —dijo Ben tras pensarlo un momento. Y luego ladeó la cabeza para contemplar a su hermano—. ¿Es porque lady Allington es espía? ¿Porque le dispararon? ¿Te recuerda la situación a aquella noche?
Grant dio un respingo. Le había contado a Ben que había accedido a colaborar con Emily en el nuevo caso, pero no que fueran amantes. Le parecía algo demasiado privado para compartirlo con nadie más, ni siquiera con su hermano.
—Cuando Davina murió, juré que no volvería a permitir que mi trabajo pusiera en peligro a otra mujer. Pero Emily se arriesga diariamente. Tendrías que ver cómo se le ilumina la mirada cuando habla de su trabajo.
—Pero no es la primera vez que colaboras con otros espías —contestó Ben—. Ningún problema que haya podido surgir ha hecho que te preocuparas por su seguridad. ¿Es que Emily está menos cualificada?
Grant negó con la cabeza.
—No. Es una mujer con mucho talento e inteligencia.
—Entonces, ¿por qué te preocupas tanto? —titubeó un momento antes de continuar—: A menos que entre vosotros haya algo más que trabajo.
Grant se levantó y comenzó a recorrer la habitación arriba y abajo. Sí, la relación con Emily era mucho más que trabajo para él. Era su amante y el deseo que despertaba en él era tremendamente intenso. Jamás había experimentado nada parecido a aquella necesidad imperiosa de tocarla. De tenerla a su lado.
—¿Sientes algo por ella? —preguntó su hermano con tono de sorpresa.
Grant se volvió para mirarlo.
—¡No! Claro que no. Con Emily no habría futuro.
—¿Por qué?
Grant reflexionó sobre la pregunta. Eran muchas las razones para mantener la distancia afectiva. Para empezar, Emily no quería ese futuro. Había sido ella quien había dicho que en su aventura no habría lugar para los sentimientos. Y, aunque no hubiera impuesto esa norma, una relación entre los dos no podría funcionar.
—Algunos espías son conscientes de que algún día dejarán el trabajo. Pero para otros, es su estímulo vital. Necesitan trabajar. Y Emily es espía hasta la médula —explicó, casi más para él que para Ben—. Nunca abandonaría esa vida. Aunque yo sintiera por ella algo más que amistad, que no es el caso, no podría vivir así. Me volvería loco sabiendo que arriesgaba su vida cada día. Ya lo viví con Davina.
Ben frunció el cejo.
—Pero Emily no tiene nada que ver con ella.
Grant abrió la boca para responder cuando la puerta del salón se abrió y apareció su mayordomo.
—Lamento interrumpirle, milord, pero tiene visita.
Grant no estaba seguro de si sentirse aliviado o irritado por la interrupción. ¿Quería el consejo de su hermano en un asunto tan delicado?
Al final, miró por encima del hombro de Ben en dirección al mayordomo.
—¿Quién es, Pettigrew?
—Lady Allington, milord.
Grant dio un paso al frente involuntariamente. Después de la forma en que se fue de su casa el día antes, no había esperado que fuera a buscarlo.
—Hágala pasar —dijo con voz apenas audible—. Quiero verla.
Emily se detuvo al entrar en el salón, pero no fue por la sorpresa de ver allí a Benjamin Ashbury, que le dirigió una apreciativa mirada al tiempo que la saludaba con una breve inclinación de cabeza. Fue el propio Grant quien hizo que se detuviera en seco.
Nunca lo había visto de ese modo. Siempre se había presentado ante ella sereno y tranquilo. Ni un pelo fuera de sitio, ni una arruga en su ropa impecable.
Pero ese día era distinto. No llevaba chaqueta ni corbata, y el cuello abierto de su camisa de lino dejaba a la vista un amplio triángulo de piel atezada.
Iba sin afeitar, y la sombra de barba que le oscurecía el mentón, combinada con el pelo revuelto que le caía sobre la frente, lo hacía parecer tan peligroso como Cullen Leary.
Sin embargo, lo que veía no le daba miedo, se lo daba lo que había provocado que tuviera aquel aspecto. Incluso en ese momento, con todo lo que tenían por aclarar, anhelaba tocarlo. Besarlo hasta que olvidara el dolor que lo torturaba.
En cierto sentido, la presencia de su hermano fue una bendición, porque con él allí no podía dar rienda suelta a sus deseos. No debería hacerlo hasta que hablara con Grant de lo que sabía sobre su pasado.
La mera idea le daba escalofríos.
—Emily —dijo finalmente Grant con voz estrangulada, alisándose inútilmente la camisa, tras lo cual hizo un torpe gesto para que tomara asiento—. ¿Quieres tomar algo con nosotros?
Ella giró la cabeza en un intento por fingir normalidad, cuando saltaba a la vista que las cosas entre ellos estaban tensas.
—No, Grant, me gustaría hablar contigo. —Miró a Ben con expresión contrita—. A solas.
El joven asintió.
—Ya es hora de que me vaya de todos modos.
Se acercó a su hermano y le dio un apretón en el brazo. Grant lo miró y ambos se comunicaron sin necesidad de palabras.
—No hagas nada que puedas lamentar después —le aconsejó en voz queda.
Grant se encogió de hombros sin responder y apartó la vista. Ben se volvió entonces hacia Emily y una sombra de su sonrisa habitualmente jovial suavizó su expresión.
—Lady Allington. —Le cogió la mano y le depositó un breve beso en el dorso—. Siempre es un placer verla. —Ya se disponía a marcharse cuando le susurró—: Tal vez sea usted lo que necesita, no yo.
Ella no tuvo tiempo de responder, ni de disimular la estupefacción que le causó el comentario antes de que el joven Ashbury se fuera.
—¿Lo sabe? —le preguntó a Grant con un susurro, apretando los puños.
Él la miró y asintió con la cabeza.
—Sabe a qué me dedico desde hace ya varios años. Sabía que me habían asignado tu protección. Y, aunque no conoce los detalles, sí sabe que ahora tú y yo trabajamos juntos en algo. No tienes que preocuparte por mi hermano.
Emily recapacitó sobre ello un momento y al final asintió con la cabeza. Ella no se fiaría de su familia ni para que devolvieran un libro a la biblioteca, pero la de Grant no se parecía a ellos. Pero no había ido a verlo para discutir de eso, sino de algo mucho más importante.
—Lamento haberme marchado de manera tan apresurada ayer —dijo Grant, removiéndose con aparente incomodidad.
Emily se preguntó cuántas veces se habría visto obligado a pedir disculpas. Por alguna razón, dudaba que lo hiciera muy a menudo.
Lo miró, atraída por él a pesar de saber lo peligroso que era. Meterlo en su cama era una cosa, mezclar sus sentimientos, otra muy distinta. Un error que se encontraba peligrosamente cerca de cometer, ahora que tenía más información.
—Tú... —se detuvo, vacilante—. Admito que tu negativa a oír mi plan, tu enfado cuando me negué a aceptar tu decisión, y cuando te fuiste sin volver la vista atrás... admito que eso me asustó.
Grant levantó la vista y ella percibió su sorpresa ante sus palabras.
—¿Te asustaste? ¿Tú?
Emily cerró los ojos. Si esperaba que él le abriera su corazón, no podía negarse a hacer ella lo mismo. Tenía que darle algo a cambio.
—Me sentí aterrorizada —admitió, ignorando la aplastante opresión que sentía en el pecho, el tremendo esfuerzo que le costaba admitir sus sentimientos—. Porque te necesito, Grant. Quiero decir que necesito tu ayuda. No me había dado cuenta de hasta qué punto hasta que saliste por la puerta y pensé que no volverías.
Él levantó una mano, como si quisiera tocarla, pero en vez de eso cerró el puño y bajó el brazo, apartando la mirada de ella al mismo tiempo.
—¿Para qué necesitas a un cobarde?
Emily dio un respingo.
—Nunca he pensado que fueras un cobarde —contestó con suavidad y, a continuación, hizo algo que no debería: alargó el brazo y rodeó su puño apretado con su mano, estrechándoselo con fuerza. Grant miró sus manos juntas y luego la miró a ella.
Emily tragó con dificultad.
—Yo... sé lo de aquella noche, Grant —susurró—. Sé que había una mujer, y sé que murió. También sé que te cuesta superarlo y que el Ministerio de la Guerra tiene sus dudas a la hora de asignarte misiones. Por eso te encomendaron mi protección, para mantenerte ocupado.
Él se estremeció y ella notó que apretaba aún más el puño bajo sus dedos. Pero no lo soltó para evitar que se alejara de ella.
—Por favor, Grant. No hay muchos datos al respecto. Me gustaría escuchar lo ocurrido de tus labios. ¿Quieres contarme lo que sucedió?
Grant casi no podía respirar, notaba como si las paredes de la habitación se le echaran encima. Tenía la sensación de que el contacto con Emily era lo único a lo que podía sujetarse mientras el pasado se le echaba encima despiadadamente.
No tenía adónde ir.
—Grant —susurró ella.
Grant miró aquellos increíbles ojos azules y encontró en ellos un lugar donde refugiarse, un puerto seguro.
—Puedes confiar en mí —añadió Emily.
Él se sorprendió asintiendo. Sí, podía confiar en ella. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más seguro estaba de ello. Nunca se le había dado muy bien trabajar con otros agentes, pero Emily era... distinta.
Y le debía sinceridad, puesto que lo que tenía que contarle era algo que influía poderosamente en lo que había entre los dos. Tal vez cuando lo comprendiera, abandonaría el caso o bien dejaría que él llevara el mando.
Carraspeó y comenzó:
—Davina Russell. Así se llamaba. Era hija de un caballero, aunque no era un par del reino. La conocí a través de su padre, que me había prestado ayuda en numerosas ocasiones con su negocio de transportes. Con el tiempo, nos hicimos amigos y después más que eso.
El rostro de Emily se contrajo de forma apenas perceptible y una sombra cruzó por sus ojos. Pero no lo interrumpió. Un alivio para Grant, pues no estaba seguro de que pudiera continuar si se detenía.
—Le oculté la verdadera naturaleza de mi profesión durante muchos meses, pero una noche me oyó hablar con su padre. —Reprimió una imprecación—. Fui un estúpido, me confié demasiado. Debería haber prestado más atención a lo que me rodeaba, haberme preguntado dónde estaba ella, pero estaba demasiado concentrado en el caso.
—¿El caso del negocio de armas? —preguntó ella con suavidad.
—Sí. En el que estaba metido Cullen Leary. —Negó con la cabeza—. Jamás olvidaré la mirada de Davina cuando me vio después de aquella reunión.
—¿Tenía miedo? —susurró Emily.
Él soltó una áspera risotada.
—Ojalá. No, al contrario, estaba excitadísima. Hablaba tan de prisa que me costó comprender qué era lo que sabía.
—Te disgustaste.
Él asintió.
—Sabes tan bien como yo que el secreto de un espía es lo único que lo protege a él y a aquellos a quienes ama. Pero ella no quería hacerme caso. No dejaba de hablar de lo romántico que eso era y de aventura. Y entonces me dijo que quería acompañarme aquella noche.
—¿Sin estar entrenada para ello? —preguntó Emily, sorprendida.
Grant desvió la vista.
—Decía que se pondría ropa de su hermano, que se mantendría oculta para poder observar. Yo le dije que no, por supuesto, y no le hice caso. Debería habérselo contado a su padre, pero estaba demasiado ansioso por cerrar el caso. Supuse que me haría caso.
Se levantó. Grant notaba los ojos de Emily sobre él mientras caminaba arriba y abajo de la habitación. Se sentía como en una jaula. Atrapado en el pasado. Atrapado por sus errores, por su estupidez y su exceso de confianza.
—La reunión salió mal, hubo un incendio. Se produjo un tiroteo. Algunos de los criminales a los que perseguía murieron cuando otros agentes entraron en acción. Unos fueron capturados, el resto huyó —explicó con voz estrangulada. Temía decir lo que venía a continuación—. Cuando hicimos el recuento de los cadáveres, encontré el de Davina. Me había seguido sin que yo lo supiera y se había visto atrapada en el fuego cruzado.
Cerró los ojos con fuerza, pero sólo podía ver su cuerpo sin vida con los ojos abiertos. Mirándolo, acusándolo. Recordaba haberse hincado de rodillas junto a ella, aullando de rabia y frustración. Recordaba haberla llevado a un médico, gritando, sin ver por dónde iba.
Y también recordaba las miradas de conmiseración de sus compañeros.
El dolor había sido tan insoportable que su cuerpo lo rechazó, protegiéndolo frente a él pero en momentos de debilidad reaparecía y atacaba con renovado vigor.
Como en aquel instante.
—Grant, respira.
El suave susurro de Emily lo trajo de vuelta al presente. Se volvió hacia ella, sosteniéndole la mirada, concentrándose en ella para no volver a aquella pavorosa noche.
—Fue horrible —admitió.
Ella dio un paso hacia él.
—¿La...? —Se interrumpió.
—¿Qué?
—Nada.
Grant se sorprendió al ver el rubor que teñía sus mejillas.
—No es asunto mío, perdóname.
—Emily. —Se le acercó y le puso un dedo debajo de la barbilla, instándola a mirarlo—. Sí que es asunto tuyo. No quiero que te quedes con preguntas sin formular.
Ella tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta.
—¿La amabas?
Grant dejó caer la mano. Había esperado muchas preguntas, pero no ésa. Reflexionó un momento antes de contestar:
—Me importaba mucho. Me sentía atraído por su vitalidad y su energía. Precisamente lo que la llevó a la muerte. —Suspiró—. Probablemente nos habríamos casado. Y ella me amaba. Después me di cuenta del enorme poder que ese sentimiento proporcionaba a mis enemigos. Supe entonces que no podía volver a mezclar el amor con mi trabajo. Que nunca podría amar a una mujer mientras siguiera siendo espía. Era demasiado peligroso. No merecía la pena pagar el precio.
Emily volvió la cara, interrumpiendo el intenso contacto visual que habían estado manteniendo hasta ese momento, y se quedó mirando el fuego. Pero su mirada era distante. Grant ladeó la cabeza para mirarla a la cara. Se había cerrado, no podía leer su expresión. ¿Qué pensaba de él? ¿De su confesión?
—Por eso me horroriza la idea de que vuelvas a El Poni Azul para investigar a Cullen Leary —explicó alargando la mano hacia ella. Se la puso debajo de la barbilla y le levantó la cara de modo que no pudiera rehuir su mirada. Comprobó que no era inmune a su contacto. Igual que él al de ella—. Si te ocurriera algo... —Se detuvo, incapaz de concluir la frase.
—Grant —susurró.
Él vaciló un segundo. Sabía a lo que conduciría un beso. A otra noche de pasión en los brazos de una mujer que coqueteaba con el peligro que le acababa de describir. Pero Emily se había convertido en una tentación demasiado fuerte.
Bajó la cabeza poco a poco, retrasando lo posible el momento de rozarle sus labios con los suyos, y Emily soltó un pequeño suspiro cuando lo hizo. Al oírlo, Grant puso más pasión en el beso, saboreándola, absorbiendo su esencia a fresas hasta que la sintió en todo su cuerpo. La perturbadora sensación de culpa, los dolorosos recuerdos, todo pasó a un segundo plano mientras se dejaba llevar por aquella imperante necesidad.
Emily le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él, besándolo con creciente desesperación y anhelo. El poco control que Grant pudiera tener quedó hecho añicos cuando la lengua de ella empezó a moverse en círculos alrededor de la suya.
La levantó en vilo con un gruñido y la fue empujando hasta aplastar su cuerpo contra la puerta.
Emily se agarraba a su camisa arrugada, desabrochándole los botones con la urgencia de sus sentidos sobreexcitados, mientras Grant intentaba desabrocharle el vestido con sus grandes manos. Lo consiguió de alguna forma y se lo bajó por las caderas, hasta dejarlo hecho un montón a sus pies. Mientras, ella se quitó la camisa por la cabeza y la echó a un lado.
Grant le apartó la camisola, se inclinó y chupó uno de sus ansiosos pezones. Emily clavó las uñas en su espalda, ahogando un gemido que pareció resonar por todo su ser, desbaratando el poco control que le quedaba. Sin apartar los labios ni variar el ritmo de su lengua, Grant la aferró por las nalgas y la levantó.
Emily le rodeó las caderas con las piernas y hundió los dedos en su pelo, acercándolo más. Se meció contra él y el calor que emanaba de su cuerpo bien dispuesto traspasó el tejido de los pantalones de Grant, llevándolo al borde de la locura.
Se los desabrochó y se los bajó, liberando su palpitante erección. Un segundo después, estaba dentro de ella, entrando de una embestida al acogedor interior de su húmedo cuerpo. La penetró hasta el fondo y, por un momento, el mundo se detuvo. Emily lo miró a los ojos, pero él no se movió. Lo único que se oía eran los jadeos de la respiración entrecortada de ambos y el crepitar del fuego.
Ella le acarició entonces la cara con mano temblorosa, y Grant cerró los ojos al sentir la caricia de su suave piel contra su áspera mandíbula.
—Grant —susurró con voz tan queda que él apenas podía oírla. Tenía el rostro tenso, expectante. Ahuecó la mano contra su mejilla—. Te necesito.
La miró y el íntimo momento cesó cuando aplastó la boca contra la suya, echó las caderas hacia atrás y arremetió, empujándola contra la puerta. Ella ahogó un gemido satisfecho al sentirlo de aquel modo en su interior, llenándola, acariciándola por dentro con sus largas y potentes embestidas.
La creciente ola de placer empezó a propagarse por todo su cuerpo, concentrándose en una insistente pulsación entre sus piernas. Cada vez que él empujaba, el anhelo de ella crecía. Una apremiante necesidad de culminar que parecía incapaz de controlar. Hasta que, al final, se arqueó y alcanzó el clímax.
Experimentó una explosión de sensaciones mientras su cuerpo se arqueaba descontroladamente. Se aferró a los hombros de Grant, esforzándose por aguantar en la cima del placer un poco más, hasta que se le nubló la vista y sus extremidades se convulsionaron violentamente.
Grant sujetó con firmeza las nalgas de Emily, el cuello tenso, a punto de alcanzar también el placer, y, con un gruñido salvaje, salió de ella y se vació.
Al cabo de unos segundos, se relajó, y apoyó la frente en el hueco que formaba el hombro y el cuello de Emily. Ésta le acarició el cabello húmedo, incapaz de reprimir un estremecimiento cuando Grant le besó apasionadamente la garganta.
—Dios mío —gimió mientras la dejaba lentamente en el suelo, los ojos oscuros fijos en los suyos azules—. No me harto de ti.
Bajó la cabeza y Emily cerró los ojos y se entregó a sus labios una vez más.
Según lo que habían acordado, la promesa hecha por ambos de no mezclar amor y riesgo, era más que probable que aquellos momentos de pasión fueran lo único que compartieran. Y aunque ella sabía que era necesario marcar esos límites, no pudo evitar sentir un aguijonazo de dolor que jamás admitiría ante nadie.