CAPÍTULO 01
Londres 1814
La noche estaba despejada y fría, pero Emily Redgrave estaba demasiado concentrada en abrir la puerta y salir a la gélida noche sin hacer ruido como para darse cuenta. En esos momentos le daba igual que aquél estuviera siendo uno de los inviernos más fríos que se recordaban. Estaba huyendo de su prisión. Finalmente, todos sus meses de planificación y sus semanas de trabajo iban a dar su fruto. En unos instantes sería libre.
El corazón le martilleaba en el pecho mientras se ceñía la pesada capa alrededor de los hombros, asegurándose de bajarse bien la capucha para que su pelo claro no la delatara. No había tenido tiempo de confeccionar uno de sus disfraces. Si quería escapar, tenía que ser entonces o nunca.
Con sumo cuidado, se encaramó a la resbaladiza tapia y observó el jardín que se extendía debajo sin perder el equilibrio. Había una buena distancia, de modo que sólo le restaba confiar en que su improvisada soga, hecha a base de anudar los extremos de las sábanas, que había ido separando y escondiendo a lo largo de los días, aguantara su peso.
Se puso en cuclillas mientras aseguraba la cuerda a los adornos de piedra que coronaban el muro de la terraza y se descolgó por él. Apoyó los pies en el nudo donde había unido las dos primeras sábanas y respiró aliviada al comprobar que la sostenía. Por lo menos, de momento no se había roto aún la crisma contra el suelo. Buena señal. Lo que tenía que hacer ahora era descender cuatro metros y medio para estar más cerca de su libertad.
Poco a poco, se fue deslizando por la sábana, con cuidado de sujetarse siempre a algún nudo, bien con las manos, bien con los pies, de su escala casera. De vez en cuando, echaba una ojeada a lo que le quedaba por bajar, entre el vaho que formaba su aliento.
Una ráfaga de viento hizo que la soga se balanceara en el aire. Emily se aferró al suave tejido de las sábanas mientras el aire se calmaba. Todavía le quedaba bastante para alcanzar el suelo. Si se dejaba caer y no aterrizaba bien, podía quedar aplastada como un insecto. No estaba por completo recuperada de sus heridas. Lo último que necesitaba era guardar cama otra temporada. Eso la volvería loca.
El viento se aquietó y ella continuó descendiendo. Cuando sus botas rozaron el suelo, tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no celebrar su triunfo con un grito. Acababa de concluir otra audaz huida que añadir a su historial, la primera en meses. Se arrebujó en la capa y giró sobre sus talones en dirección a la portezuela del jardín que le daría acceso al ajetreo de la calle.
De repente, se topó cara a cara con un hombre: Charles Isley. Éste levantó el farol que llevaba en la mano enguantada y le lanzó una mirada cuyo sentido era indiscutible, aun con la escasa iluminación.
—Emily —dijo con un gruñido un tanto frustrado.
Ella respondió pataleando en el suelo, sin importarle lo infantil de su reacción. Se echó la capucha hacia atrás.
—Buenas tardes, Charlie —saludó, fulminándolo con la mirada.
—Entra en la casa.
E hizo un gesto hacia las puertas ventanas que comunicaban el jardín con un saloncito. Era una orden, no una sugerencia, y puesto que era su superior, a Emily no le quedaba más remedio que obedecer.
Entró en el luminoso y cálido salón con un suspiro. Había estado muy cerca de conseguirlo. Charlie cerró tras de sí con pestillo mientras la joven se desplomaba en el sillón de orejas más cercano, con los brazos cruzados en actitud desafiante.
—Emily, Emily... —la reconvino, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras servía un poco de jerez en dos copas.
Le dio una, se sentó a continuación delante de ella, en otro sillón, y se quedó mirándola.
Emily frunció los labios, intentando contener el sentimiento de culpabilidad. Maldito fuera. Siempre se las arreglaba para que se sintiera fatal cada vez que incumplía el protocolo o se comportaba con exceso de celo en algún caso. Y en ese momento estaba consiguiendo que se sintiera peor que nunca. Apretó los dientes. No estaba dispuesta a disculparse.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó en cambio, dejando el licor a un lado sin probarlo siquiera.
Charlie no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento se abrió la puerta. Emily levantó la vista. Eran sus dos mejores amigas, Meredith Archer y Anastasia Tyler.
Meredith se cruzó de brazos y le echó una mirada destinada asimismo a hacer que se sintiera culpable. Y lo consiguió, maldita fuera ella también.
—Nosotras se lo hemos dicho —admitió Meredith sin un ápice de remordimiento en el tono de su voz.
Emily apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas.
—¿Y puedes decirme cómo sospechasteis de mi plan vosotras dos?
Anastasia soltó una carcajada al tiempo que tanto ella como Meredith tomaban asiento en el sofá.
—¡Que te crees que vamos a hacerlo!
Meredith asintió.
—Eso. Si te damos los detalles, podrías utilizarlos la próxima vez que decidas escabullirte de la casa en mitad de la noche.
Emily entornó los ojos. Tenía la impresión de estar presenciando una puesta en escena ensayada. Estaba claro que los tres estaban al tanto de sus planes desde hacía tiempo y que se habían preparado para el enfrentamiento una vez Emily moviera ficha. ¡Era desesperante! Seis meses atrás no la habrían pillado.
Seis meses atrás, las cosas eran muy distintas.
Hizo a un lado esos pensamientos, así como la abrumadora ansiedad que iba aparejada con ellos. No podía permitir que percibieran su miedo o sería peor.
—De acuerdo, a ver si lo adivino. Me han delatado las sábanas, ¿verdad?
Sus amigos soltaron una carcajada y Emily se dio cuenta de que sólo ella era la culpable de su fracaso. Se había pasado semanas jugando al gato y al ratón con las criadas. Estaba claro que alguien había comentado algo de las sábanas desaparecidas y que el hecho había llegado a oídos de sus compañeras. Ana había vivido muchos años con Emily antes de casarse hacía poco. Las criadas la informarían de cualquier cosa extraña si se lo hubiera preguntado.
Pero en vez de enfrentarse ella sola a Emily, como habría hecho antes, Anastasia había optado por acudir a Meredith y a Charlie. Para protegerla.
Que la protegieran era lo último que deseaba. O necesitaba. Estaba harta de que se preocuparan tanto por ella y la tratasen como si fuera una niña pequeña. Y sus dudas no hacían más que incrementar sus propios miedos.
Charlie sacó su pipa.
—¿Importa verdaderamente cómo hemos descubierto tus intenciones de huir?
Emily se encogió de hombros. Aparte de por la humillación, probablemente no. Lo que sí importaba eran las repercusiones.
—Y ¿cuál va a ser mi castigo? —preguntó, reclinándose contra el sillón. Cogió la copa de jerez de la mesita auxiliar e hizo girar el líquido suavemente—. ¿La horca? ¿Galeras? ¿Me deportarán a Australia? —Charlie sonrió ante su tono amargo, pero ella no dejó que la interrumpiera—. ¿O me condenaréis al peor de los destinos? Mantenerme encerrada en esta casa, impidiendo que cumpla con mis obligaciones. ¿Seguiréis sin darme casos?
Charlie se puso serio, Meredith hizo una mueca de dolor y Anastasia soltó un leve gemido. Emily estaba tensa. Detestaba tanto como ellos discutir sobre ese tema.
—Nadie quiere hacerte daño, cariño —dijo Ana, poniéndose en pie.
Emily la observó recorrer de arriba abajo la habitación. Percibía su preocupación y su miedo. Ana siempre había sido muy protectora con ella, pero se había vuelto aún más celosa de su bienestar desde que le dispararon y ella se casó. Su amiga se había separado del equipo para trabajar con su esposo, Lucas Tyler, espía como ellas. Ahora, él era su compañero. El esposo de Meredith, Tristan, también era espía. Ambas habían emprendido una nueva vida.
Y a ella la habían dejado atrás.
Se puso en pie al notar el aguijonazo de la pena.
—Ya sé que no queréis hacerme daño, pero me lo hacéis. ¡Maldita sea, soy una espía! Nací para este trabajo, aunque no lo supiera hasta que Charlie me lo propusiera, hace tantos años.
Él la miró con una leve sonrisa, pero su expresión dejaba ver claramente que no estaba contento.
—¿Cuánto tiempo más he de pasar encerrada en esta casa, lejos del trabajo de campo?
Le entraron unas ganas tremendas de lanzar la copa contra la pared, aunque sólo fuera para llamar su atención. Pero probablemente eso sólo serviría para que consideraran el estallido como una muestra de inestabilidad mental.
—Te hirieron hace poco —dijo Charlie con amabilidad—. Me preocupa que vuelvas al trabajo tan pronto, sin estar seguros de que te hayas recuperado por completo.
Emily se alejó con un resoplido de disgusto. Hacía más de seis meses del tiro que recibió durante un caso. El proceso de curación había sido doloroso, sí, y todavía le molestaba la herida, pero se negaba a admitirlo, aun cuando sus amigas eran testigos de ello.
Pero ése no era el único motivo para mantenerla alejada del trabajo de campo. Una noche pilló a Ana y a Charlie hablando de ella. Oyó a éste decir que temía que su herida hubiera trascendido el plano físico, que ya no fuera la misma que antes de que la bala le desgarrara el cuerpo.
Emily se puso tensa al recordarlo, porque sabía que era verdad. En ocasiones, se despertaba gritando en mitad de la noche. En otras se sorprendía regresando mentalmente al pavoroso momento del impacto. Y por eso deseaba regresar al trabajo de manera tan imperiosa. Tenía que demostrarse a sí misma y a los demás que podía seguir cumpliendo con su deber.
Era lo único que le quedaba. No podía perder eso también.
Se volvió hacia él, desechando las lágrimas que de pronto le llenaban los ojos, con un vigoroso parpadeo.
—Charlie —susurró, abriendo y cerrando los puños en un intento por controlar sus emociones—. Por favor. Ser espía es lo que a Meredith le gusta. Es en lo que Ana se convirtió cuando las circunstancias así lo exigieron. Pero espía es lo que yo soy. Llevo este trabajo en el alma y me volveré loca si no puedo volver a hacerlo. Tengo que retomar la acción. Te lo suplico.
Él se quedó mirándola fijamente durante un largo momento. Ana lloraba quedamente y Meredith permanecía en completo silencio, con la cabeza gacha y expresión preocupada.
—Veo que estás decidida a hacerlo —dijo el hombre con un suspiro.
Ella asintió, demasiado excitada como para contener su entusiasmo. Era la primera vez que Charlie no se negaba en redondo a sus súplicas.
—Sí.
Él asintió con la cabeza muy despacio.
—Tengo un caso que había pensado encargarle a Meredith, pero, hace poco, el Ministerio de Guerra le encomendó a Tristan cierta misión en el norte del país y ella se irá con él dentro de unas semanas. Y lo que yo tenía en mente requerirá algo más de tiempo.
Emily casi se hincó de rodillas de puro alivio.
—Lo haré. Haré cualquier cosa. ¿De qué se trata?
Con un gesto, Charlie la invitó a que se sentara de nuevo. Emily lo hizo quedándose en el borde del sillón, inclinándose hacia adelante, tensa de expectación. Y de miedo, pero eso lo ignoró. Podía enmascararlo. Tenía que hacerlo.
—¿Te suena de algo el nombre de lord Westfield? —le preguntó.
—¿Grant Ashbury? Sí.
Emily asintió con la cabeza, pensando en el hombre en cuestión. Había coincidido con él unas pocas veces, sólo de pasada, nada más que unos comentarios de cortesía.
—Hemos llegado a interceptar ciertas comunicaciones sobre él —prosiguió Charlie con el cejo fruncido—. Necesitamos que una agente lo vigile e intervenga en caso de que lo ataquen.
Emily abrió los ojos como platos.
—¿Grant Ashbury necesita protección? —preguntó sin dar crédito.
No dudaba de la existencia de una posible amenaza. Westfield era poderoso y conocido, sin duda tendría enemigos. Era el hecho de que necesitara un guardaespaldas lo que despertaba sus sospechas.
Para empezar, era un hombre fuerte. Con su casi metro noventa, sobresalía allá donde fuera. También era musculoso. Cualquiera que tuviera ojos, podría ver que no era ningún petimetre que tuviera que ponerse relleno en la ropa.
—Admito que pueda parecer ridículo dadas sus facultades físicas y mentales —reconoció Charlie—, pero es cierto. El problema es que Westfield desconoce la existencia de esas amenazas. No estará por tanto atento a un posible ataque, de modo que, a pesar de su fuerza e inteligencia, podría no ser capaz de evitar que le hicieran daño, a él o a los que lo rodean.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Por qué no se le informa del peligro para que tome las medidas oportunas para su protección?
Fue Meredith quien respondió:
—Empecé a realizar pesquisas acerca de él cuando en un principio se me asignó el caso. Al parecer, Westfield adora el peligro. Correr riesgos es como un juego para él. Tememos que pueda tomárselo como un desafío si se lo decimos.
Emily asintió. Entendía perfectamente a Westfield. Ella también adoraba el peligro... o al menos así era antes de que la atacaran. Lo buscaba a diario, aceptando los casos más arriesgados y exigentes desde el punto de vista físico.
Pero Emily había sido entrenada para ello y Westfield no. De repente, éste podía verse sobrepasado por lo que en otro momento no le habría parecido más que un juego.
—¿De dónde procede la amenaza y por qué?
Ana se encogió de hombros.
—Ésa es la otra parte de nuestro problema. No lo sabemos. Tendrás que averiguarlo tú.
Charlie la miró a los ojos y le preguntó:
—¿Qué te parece, Emily? ¿Te interesaría ocuparte de este caso?
Ella titubeó un momento. Ese tipo de misiones, las que no incluían la protección del rey y la patria, no solían interesarle mucho. No le apetecía demasiado ser la niñera de un noble malcriado y libertino que ponía su vida en peligro por diversión. Pero si se negaba a aceptar el caso, tal vez no tuviera otra posibilidad de retomar el trabajo en muchos meses. Por el contrario, si protegía a aquel hombre y desentrañaba el origen de las amenazas que pesaban sobre él, les demostraría a Charlie y a lady M que estaba lista para volver.
Y, como mínimo, le serviría para mantener la mente ocupada.
—Por supuesto que lo acepto —contestó.
Charlie se puso en pie con una sonrisa.
—Muy bien. Mañana por la noche la madre de Westfield da un baile. Lo prepararé todo para que te invite. Mientras tanto, dejaré que repases los datos del caso con Meredith y Ana, y que te prepares. Si tienes alguna pregunta, no dudes en hablar conmigo.
Se despidió de las tres con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta, pero antes de que se fuera, Emily lo llamó.
Él se dio la vuelta y ella vio que sus ojos estaban llenos de ternura, de preocupación y del cariño de un padre. Le dolía verlo. Su propia familia nunca le había demostrado tanto afecto. Por eso la Sociedad era tan importante para Emily, por eso no podía perderla. Atravesó la estancia y lo rodeó con los brazos.
—Gracias —susurró.
Cuando se apartó, Charlie le sonrió, sorprendido y claramente conmovido por el gesto. Recuperó la compostura antes de hablar:
—Buenas tardes, señoras —dijo con un tono algo más ronco de lo habitual.
Cuando la puerta se cerró tras él, Emily se volvió hacia sus amigas. Por primera vez en meses iba a encargarse de un caso.
Y nunca se había sentido tan excitada y aterrorizada.
—¿De qué te quejas? ¡Es un caso!
Grant Ashbury fulminó con la mirada a su hermano menor, Benjamin. Esa mirada había convertido a hombres hechos y derechos en gimoteantes piltrafas durante no pocos interrogatorios, pero el joven no parecía impresionado.
—Voy a ser la niñera de una... una... ¡Es una viuda noble, por todos los santos! —Grant atravesó el salón en dirección a la chimenea, puso un pie sobre la piedra oscurecida del hogar y clavó la vista en las llamas—. No esperarás sinceramente que me emocione la idea de tener que seguirla por salones de baile y asistir a condenados tés, escuchándola charlar del tiempo con sus amigas cabezas huecas.
Ben reprimió una carcajada, pero él lo vio por el rabillo del ojo.
—Lo siento, Grant, pero lady Allington no tiene pinta de ser de las que hablan del tiempo.
Eso era cierto, pensó. Emily Redgrave llevaba al margen de la vida de sociedad desde que cayera enferma el verano anterior, pero Grant no recordaba que fuera una de esas damas frívolas que acababa de describir. Las pocas veces que la había visto, le había llamado la atención no sólo por su belleza, sino por la chispa de perspicacia y la sensualidad que había en sus ojos.
Aun así, eso no significaba que le apeteciera ser su niñera. Él era espía, por el amor de Dios. Seguro que debía de haber asuntos más importantes de los que ocuparse en un país que se encontraba inmerso en dos guerras, una con Francia y otra con las colonias de América.
Pero estaba claro que no lo consideraban apto para atender asuntos como ésos.
—Con este caso me están castigando —dijo con los dientes apretados—. Lo sabes muy bien.
Ben suspiró, pero por la expresión de los ojos de su hermano Grant pudo ver que estaba de acuerdo con él. Y también vio que no estaba furioso. Más bien parecía aliviado.
—Soy consciente de que no es el tipo de misión que te gusta. —Tamborileó con los dedos en el brazo curvado del sillón verde oscuro, demostrando el nerviosismo de siempre que tenía que decirle a su hermano algo que no le gustaba—. Pero tal vez sea lo mejor para ti.
—Ahora hablas como uno de esos funcionarios del ministerio —le espetó Grant, dirigiéndose hacia el mueble bar de madera de cerezo, a juego con el escritorio, y sirviéndose una generosa cantidad de whisky en un vaso—. Bastardos.
—Esos bastardos tal vez tengan razón.
Grant se bebió el whisky de un trago, y se negó a ver la mirada preocupada de su hermano.
Éste se puso en pie.
—Escucha, Grant, soy consciente de que quieres volver al trabajo, pero desde que...
—Ni lo mientes —lo atajó él.
Ben frunció los labios, furioso.
—Desde el incidente, no has vuelto a ser el mismo. ¿Por qué no aceptas esta nueva oportunidad como lo que es, una oportunidad? Puedes ir reincorporándote al trabajo de campo poco a poco, con cuidado, y demostrar a los de arriba que estás listo para volver. Completar esta misión con éxito podría abrirte nuevas perspectivas.
Grant se quedó mirando el vaso vacío. Su hermano tenía razón. Sus superiores del ministerio también la tenían. Últimamente, no era el mismo de siempre. Era más imprudente, no se preocupaba por los riesgos. Lo único que quería era trabajar. No quería sentir, ni pensar... sólo trabajar. Pero aquel encargo le parecía insultante.
—Y, dime, ¿por qué necesita lady Allington que la protejas? —preguntó Ben.
Grant se encogió de hombros.
—Al parecer, alguien la está amenazando. Su esposo era un hombre de cierta influencia, con peligrosos apetitos. Como sabes, lo mataron en un duelo por una mujer casada.
El joven asintió.
—Sí. Fue un escándalo en su momento.
—Puede que algún viejo enemigo del esposo la haya tomado ahora con ella. Aunque no entiendo para qué esperar tantos años. Eso es lo que he de averiguar. Y evitar que lady Allington sepa que corre peligro.
—¿Por qué? —preguntó Ben.
—Ha estado enferma. Al parecer, sus allegados temen cómo podría tomarse la noticia.
Se encogió de hombros. No le supondría ningún problema ocultarle la investigación a la dama. Eso le facilitaría mantener las distancias, en vez de soportar que lo bombardeara a preguntas estúpidas y miedos infundados que sólo servirían para distraerlo de la verdadera amenaza.
—Hazlo lo mejor posible —le aconsejó su hermano—. Nunca se sabe adónde puede llevarte esto.
—Sí. Tienes razón, por supuesto. Ya lo he organizado todo para que madre la invite al baile que dará mañana.
Ben asintió al tiempo que sacaba su reloj del bolsillo del chaleco para mirar la hora.
—Hablando del rey de Roma, debería ir a verla. Estoy seguro de que tiene que darme alguna orden de última hora.
Grant soltó una carcajada y, por primera vez desde que recibiera el encargo, se sintió más distendido. Siempre podía contar con Benjamin para eso.
—Así es nuestra madre. Estricta como un general.
Su hermano se despidió con un gesto de la mano y una sonrisa, y lo dejó solo. Grant se acercó a la ventana y se quedó mirando la noche fría y despejada. Proteger a Emily Redgrave no era el caso más emocionante de su carrera, pero le daría la oportunidad de demostrar que podía volver al trabajo.
Si podía servirle para ahuyentar sus demonios, bienvenido fuera.