5. NAVEGAMOS HACIA SCHENDI
—¿Por qué vas a Schendi? —me preguntó Ulafi. Anochecía. Estábamos apostados en la barandilla.
—Nunca he estado allí —dije.
—Tú no eres de la casta de los metalistas.
—¿Ah, no?
—¿Conoces a Chungu? —me preguntó.
—De vista —dije. Lo recordaba bastante bien. Era el tipo que me había adelantado corriendo cuando me dirigía al muelle del Urt Rojo. Lo había vuelto a ver, más tarde, cerca de la mesa del pretor.
—Antes de que sonara la alarma general de Puerto Kar para dar la noticia de que se había escapado una esclava, nosotros, naturalmente, la buscamos por nuestra cuenta. Esperábamos encontrarla sin dificultad en pocos minutos. Estaba desnuda y era una bárbara. ¿Dónde podía ir? ¿Qué podía hacer?
—Entiendo.
—Cuando decidimos avisar a los guardias e investigar entre los ciudadanos hicimos sonar la alarma. Uno de mis hombres, Chungu, estaba buscando a la chica cerca del canal Rim. Vio en esa área dos asaltantes, un hombre y una mujer cómplices, sometidos por un hombre que vestía como un trabajador del metal. Se demoró un poco en hacer volver a la chica en sí, violarla y atarla a su cómplice. Luego abandono el lugar.
—¡Oh! —exclamé.
—Cuando sonó la alarma —continuó Ulafi—, Chungu regresó al barco. Tú eres ese tipo.
—Sí —dije.
—Cuando llevaron a los asaltantes ante la mesa del pretor, se descubrió que sus muñecas habían sido atadas con nudos de captura, los utilizados por los guerreros.
—Si suponías que no era un metalista, ¿por qué permitiste que marcara a la chica?
—Quería saber lo que harías.
—Pudiera ser que fuera un mercader de esclavos o que hubiera trabajado con ellos —dije.
—Tal vez, pero eso no cuadraba con la diligencia con que los asaltantes habían sido atados ni con los nudos de sus muñecas, ni con tu apariencia general, la manera en que caminas y te sientas.
Miré hacia el mar. Las tres lunas estaban altas. El mar brillaba.
—¿Porque decidiste viajar a Schendi?
—Creo que hay mucho dinero por ganar allí.
—Mucho dinero y mucho peligro —sentenció Ulafi.
—¿Peligro?
—Sí. Incluso en el interior, en los territorios de Bila Huruma.
—Schendi es un puerto libre administrado por comerciantes.
—Esperemos que continúe así.
—Como sospechabas, soy un guerrero.
Ulafi sonrió.
—Quizás en Schendi encuentre otros a los que pueda prestar servicio.
—El acero siempre puede venderse a un buen precio —dijo Ulafi, e hizo un movimiento como para alejarse.
—¡Capitán!
—Sí.
Señalé la jaula de la esclava rubia a unos metros del mástil principal. Estaba encadenada por cuatro puntos clavados a cubierta para que no se moviera en caso de tormenta. Había al lado una lona doblada para cubrir la jaula. La jaula de Sasi estaba dispuesta de la misma forma.
—Siento curiosidad por la esclava rubia —dije—. En el muelle el mercader de esclavos, Vart, dijo que había conseguido un tarsko de plata por ella. Estoy convencido de que una chica como ella, joven, no excesivamente bella, desgarbada y perezosa, sin adiestrar, nueva como esclava, una chica que apenas habla el goreano, vale como mucho dos o tres tarskos de cobre.
—Yo puedo conseguir dos tarskos de plata —dijo Ulafi.
—¿Son raros en Schendi, su cabello y el color de su piel?
—Las chicas como ella e incluso mejores, son muy baratas en Schendi.
—¿Cómo vas a conseguir dos tarskos de plata por ella, pues?
—Estaba en mi lista de búsqueda.
—Ya veo —dije. Me pareció muy inteligente por parte de los agentes kurii. Debían saber que la chica viajaría de Cos a Schendi en barco. Este viaje es muy peligroso, en particular por los ataques de los piratas de Puerto Kar. Era lógico pensar que la chica podía acabar en un mercado de esclavos de Puerto Kar. Seguramente, habrían llegado al mismo acuerdo con otros mercaderes en Tyros y quizás en Lydius o Scagnar—. ¿Por qué la estás adiestrando?
—Es una esclava ¿por qué no adiestrarla?
—Cierto —dije sonriendo—. ¿Quién es tu cliente?
—Esta información te va a costar un tarsko de cobre.
—No importa.
—Uchafu, un mercader de esclavos de Schendi.
Le di el tarsko de cobre.
—¿Es un mercader importante?
—No. Normalmente comercia con dos o trescientos esclavos solamente.
—¿No te parece extraño que Uchafu te ofreciera dos tarskos de plata por una chica como ésta?
—Sí. Sin duda está realizando la transacción a nombre de otro.
—¿Quién?
—No lo sé.
Ulafi se volvió y se alejó. Se dirigió hacia la cabina de popa.
Miré de nuevo al mar y sentí a mi esclava, Sasi, a mi lado. Estaba arrodillada a mi izquierda. Bajó la cabeza. Sentí su lengua suave en mi tobillo. Besó y lamió mi tobillo y pierna.
—¿Puedo hablar, amo? —preguntó.
—Sí —contesté.
—Suplico adiestramiento, amo.
—Ve a mis mantas junto a mi bolsa —le ordené.
—Sí, amo —dijo. Con la cabeza baja, gateó hasta mis mantas y se tendió. Me uní a Sasi sobre mis mantas. Tan pronto como la toqué, levantó sus labios hacia los míos, se retorció y gimió. Me complacía. Era mía.
—Aprendes bien, pequeña esclava —le dije.
—Por favor, no pares de tocarme, amo.
—Quizás estés a punto para el primer orgasmo.
En pocos ehns, comenzó a apretarme salvajemente los brazos, clavándome las uñas.
—¡No puede ser! ¡No puede ser! —gritaba.
—¿Debo parar?
—¡No, no! —dijo ella apasionadamente.
—Quizás deba parar.
—Tu esclava te suplica que no pares. ¡Oh! ¡Oh! —jadeó—. ¡Está llegando! ¡Está llegando! Lo noto.
—¿Cómo te sientes? —pregunté.
—¡Esclava! ¡Esclava! —gritó—. Debo entregarme a ti. Voy a entregarme a ti.
—¿Como qué?
—Como una esclava —gritó.
Echó la cabeza hacia atrás y salvajemente, gimiendo, proclamó la sumisión de su esclavitud. La besé. No lo había hecho mal. Su cuerpo estaba creciendo en vitalidad. Prometía como esclava. Estaba contento. Se apretó a mí.
—¡Por favor, no me dejes! —dijo— sigue abrazándome aunque sólo sea por un momento. —Había lágrimas en sus ojos—. Te lo suplico, amo.
—Bien —dije.
La abracé, la besé y la acaricié transmitiéndole mi calor.
—Después de haber sentido algo así —dijo—. ¿Cómo puede una mujer desear la libertad de nuevo?
—Pocas mujeres conseguirían volver a ser libres —le dije.
—No quiero ser libre.
—No temas —la tranquilicé—. Eres demasiado bonita para liberarte.
Ella me besó.
—He sido tomada muchas veces cuando era una urt —dijo—. Me he acostado con los encargados de las tabernas de paga esperando a cambio recibir algo de basura. He sido violada por vagabundos. Muchas veces disfruté con Turgus, pero nunca había llegado a sentir lo que me has hecho sentir.
—De esas tres clases de experiencias que has tenido, la que más se ha parecido a lo de hoy, ocurría cuando te acostabas con los encargados de las tabernas de paga.
Me miró con curiosidad.
—Sí —dijo—. ¿Cómo lo sabías?
—Porque ésas eran las experiencias en los que más estabas bajo la dominación de un hombre, incluso para alimentarte. No sabías si te tiraría basura o no. No sabías si llegarías a ser lo suficiente complaciente como para recibir algo que comer.
—Sí —dijo—. Es la mujer bajo los efectos de la sumisión y de la subordinación.
—¿Qué ocurría cuando te tomaban?
—Conseguía llegar al orgasmo rápidamente.
—Evidentemente, todavía eras libre. Si querías podías ayunar durante más días, o podías buscar la basura por otros medios, o pedir, o pescar los desperdicios en los canales.
—Sí.
—¿Lo ves? No dependías totalmente de ellos. No te sentías totalmente desvalida. No eras su esclava.
—¿Me vas a permitir comer mañana? —preguntó inquieta.
—Quizás. Lo decidiré mañana.
—Sí, amo.
—Tienes mucho camino por recorrer todavía en la esclavitud, pequeña Sasi, pero en uno o dos años llegarás a ser excelente. No es más que cuestión de tiempo.
—¿Podré tener agujeros en las orejas? —suplicó.
—¿Te gustaría sufrir tal degradación? —pregunté. Los agujeros en las orejas son contemplados en la mayoría de las ciudades de Gor como lo más degradante que podía hacerse a una chica. Se hace normalmente a las peores esclavas de placer. Por el contrario, un agujero en la nariz estaba muy bien visto.
—Sí. Amo.
—¿Por qué?
—Para que nunca deje de ser una esclava.
—Mandaré que te los hagan en Schendi.
—Gracias, amo.
Entonces se tendió a mi lado sobre las mantas. Mi bolsa estaba a mi derecha.
—¿Vas a encerrarme en la jaula esta noche, amo?
—No, hoy dormirás conmigo. A mis pies.
Los marinos llamaron al guarda. El viento empujaba suavemente las velas triangulares. Aunque era de noche, Ulafi no las había hecho plegar. No había ordenado echar las anclas a popa y proa. No pararíamos. Estábamos en mar abierto y la luz de las estrellas y de la luna era muy clara. El Palmas de Schendi, continuaba navegando hacia el sur. Parecía que Ulafi estaba ansioso por llegar a Schendi.
Me tendí sobre la manta con las manos bajo la cabeza mirando hacia las estrellas. Podía sentir a la esclava a mis pies. Por su respiración supe que estaba dormida.
Era la primera vez desde que era esclava que dormía fuera de su jaula. No podía dormir. Paseé por cubierta. Ulafi tampoco dormía, estaba en la cabina de popa. Dos timoneles estaban al timón en cubierta. La otra persona que no dormía era el vigía.
Me dirigí a la jaula de la rubia bárbara. Ella era la clave del misterio mediante la cual podía localizar a Shaba y el cuarto anillo. Uno de los únicos anillos invisibles que quedaban, cuyo secreto aparentemente había perecido hacía mucho tiempo junto con Prasdak. Según Samos, el quinto anillo permanecía en algún lugar de los mundos de acero. Quizás lo utilizaban para mantener en orden alguno de los mundos de acero, haciendo invisible a los guardias que podrían desplazarse según su deseo. Si pudiéramos recuperar el anillo Tahari, el cuarto anillo que había sido traído a Gor por una facción kur, podríamos presumiblemente duplicarlo en el Sardar. El uso de estos anillos, si los Reyes Sacerdotes permitieran su utilización, impediría a los kurii atacar Gor. Sus fortalezas más recónditas serían conquistadas. Con el tiempo, un hombre podría aniquilar un ejército entero.
Miré a la rubia bárbara. Me sorprendió que no durmiera. Normalmente una chica en período de adiestramiento duerme bien. Pero ella no lo hacía. Estaba arrodillada en la pequeña jaula, los puños sobre los barrotes. Estaba desnuda y me miraba.
Me sonreí. Si fuera mía la arrastraría fuera de la jaula y la echaría sobre cubierta.
Miró con curiosidad hacia el lugar donde Sasi descansaba cubierta por mi manta. Luego volvió su mirada hacia mí.
—He oído cómo gritaba —dijo en inglés casi para sí misma—. ¿Qué le has hecho?
Había oído el grito de Sasi emitido a causa de los dolores de su primer orgasmo de esclava.
—¿Qué? —Pregunté en goreano mientras me agachaba ante la jaula.
Ella retrocedió.
—¡Perdóname! —dijo asustada, en inglés—. Hablaba conmigo misma. No quería molestarte, amo.
—¿Qué? —pregunté en goreano.
Ella se recogió y dijo en goreano:
—No importa, amo. Perdóname, amo.
Sus conocimientos de goreano eran todavía muy limitados.
Volvió a observar a Sasi bajo la manta y luego a mí. Se arrodilló ante mí en la jaula, estiró la espalda y empujo los hombros hacia atrás levantando sus pechos. ¡Qué bellos eran! Estaba convencido de que no se había dado cuenta de lo que hacía. Era un acto esclavo. Mostrar su belleza ante un hombre libre.
Examiné sus orejas. No estaban agujereadas. Nunca había visto una agente kur traída a Gor con agujeros en las orejas.
Abrió ligeramente las rodillas ante mí. Lo hizo sin darse cuenta, inconscientemente. ¡Qué ingenua era! Sin duda todavía deseaba su libertad.
Ulafi no la había entregado a la tripulación. La había comprado para otro. Tenía que ser entregada en Schendi a quien la había estado buscando.
Ella levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron, su mano derecha temblaba levantándose tímidamente de su muslo. Quería cruzar los barrotes, tocarme. Entonces rápidamente retiró la mano y bajó la cabeza.
Cualquiera que fuera el que la poseyera sería un tipo con suerte. Era una excelente esclava en potencia. No me importaría nada que fuera mía. Su belleza había aumentado considerablemente durante el viaje.
Su cuerpo era un bello conjunto de curvas esclavas. No le habían enseñado a moverse así. Miré a sus ojos, era una esclava como cualquier mujer. Y ella lo sospechaba. Tomé la lona que había en el suelo, la desdoblé y la tiré sobre la jaula atándola a los cuatro clavos que tenía en sus esquinas, cubriéndola para el resto de la noche.