8. Viaje en el tiempo

Después de la separación de Soda Stereo, el manager Daniel Kon se había casado con la dibujante Maitena y se habían ido a vivir a La Pedrera, en Uruguay, a una casa cerca de la playa. Sin embargo, aun en ese pequeño exilio, cada vez que algún empresario había empezado a jugar en su cabeza con la fantasía megalómana de reunir a Soda Stereo en esos ocho años desde el último concierto en River, siempre le escribían o lo llamaban a él.

Además de ser el último manager del grupo, Kon era casi el único que conocía la trama interna de egos, el frágil equilibrio en el que convivían, las razones de la separación y el mecanismo interno que podía volver a poner en funcionamiento a la estructura monumental en la que se había convertido Soda en su última época.

A comienzos de 2005, el empresario Daniel Grinbank lo había llamado para proponerle la reunión del grupo para el relanzamiento en abril de la marca de telefonía Movicom como Movistar. Pero si Gustavo, Zeta y Charly alguna vez se volvían a juntar, no iba a ser contrarreloj y con el grupo tan asociado a una marca.

Unos meses más tarde, en octubre, recibió el mail de Roberto Costa y, en un viaje a Buenos Aires, quedaron para comer en el restaurante Oviedo, en Recoleta. Durante el almuerzo, el director de PopArt le planteó una oferta con números concretos. Durante todos esos años, Kon había escuchado propuestas fuera de escala, como que Soda volviera a juntarse para tocar en el estadio de Obras o que implicaban un operativo de organización de un par de semanas como el de Grinbank, pero el plan de Costa le sonó bastante ideal: prometía un regreso que pusiera al grupo por encima del lugar que ocupaba al separarse, con tiempo para prepararlo a la perfección y un tour por todo el continente. Aunque Charly Alberti intentaba volver a la música con su grupo Mole y Zeta estaba volcado a sus programas de radio y televisión, Kon sabía que ellos estaban predispuestos para que Soda se reuniera alguna vez. El problema era Gustavo.

Él había empujado la separación del grupo, había construido una carrera solista continental y cada vez que en una entrevista le preguntaban por una futura reunión de Soda se mostraba desinteresado; pero ya habían pasado ocho años y Kon no perdía nada con preguntarle.

Un mediodía lo invitó a comer a La Parolaccia, un restaurante italiano sobre la avenida Libertador, cerca de su casa del Bajo Belgrano, y durante esa charla le contó los detalles del plan que le había propuesto Costa. Para su sorpresa, Gustavo se mostró más receptivo que de costumbre a la idea de un posible regreso, sólo que estaba en medio de las grabaciones de su disco nuevo. Si volvían, iba a tener que ser después del lanzamiento y la gira que llevara adelante. Además, antes que nada, quería que la reunión del grupo empezara con un reencuentro con Charly y Zeta después de años sin cruzarse. Le habían quedado grabadas las palabras que Andy Summers le había dicho cuando había viajado a Los Angeles a grabar un tributo a The Police: cuando se había vuelto a juntar con Sting y Stewart Copeland, las razones por las que se habían separado afloraron a los cinco minutos.

Había otra cosa más. Le preocupaba cómo iba a ser leída la vuelta del grupo por la gente. No quería que pareciera que lo hacían por la plata ni porque su carrera solista no había alcanzado la popularidad que esperaba: el regreso tenía que tener un timing perfecto.

Gustavo y Sofía viajaron a Cancún a pasar Año Nuevo. Después de unos días de playa en un hotel cinco estrellas, alquilaron un auto y fueron a Tulum. Desde las primeras giras con Soda, Gustavo se había ido volviendo un fanático y un especialista de México, conocía todos los puntos turísticos, las playas, las ruinas y le gustaba llevar a sus novias a conocer los rincones que más le gustaban. En medio de las giras del trío, con Paola y Cecilia se había escapado a Tulum de luna de miel.

Después de recorrer las ruinas de la vieja ciudad amurallada de los mayas, bajaron por la costa de la península de Yucatán siguiendo el camino de la Riviera Maya, y tomaron una ruta hacia el oeste rumbo a Chiapas. Los días siguientes cruzaron con el auto caminos de cornisa envueltos en una niebla cada vez más densa y pesada que parecía aplastar las cosas, viendo sólo un metro de ruta por delante, subiendo hacia Chiapas.

En Palenque, un pueblito construido en medio de la selva y rodeado de ruinas mayas, se encontraron con que estaba el Subcomandante Marcos a punto de hablar en la plaza central y se acercaron a escucharlo. A Gustavo la figura de Marcos le despertaba mucha intriga, había leído una biografía y le atraía el misterio de esa vida en los campamentos zapatistas, su pasado como estudiante de filosofía, la vida en la selva, esa especie de país mítico, casi de fantasía, que había creado al sur de México. Conocía todas las teorías sobre él, desde dónde había nacido, si era argentino, cuántos hijos tenía, ese look tan icónico y pop de la cara cubierta, fusil y una pipa.

Mientras atravesaban Chiapas, a Gustavo le empezaron a doler las piernas. A la noche, en los hoteles en que paraban a dormir, Sofía le hizo masajes varias veces, pero el tirón no cedía. Más adelante, en San Cristóbal de las Casas, un pueblo colonial de veredas angostas y altas rodeado de montañas y colinas, donde la revolución zapatista dio su primer golpe tomando el Palacio Municipal en 1994, los detuvo un retén del Ejército Zapatista de Liberación Nacional para revisarlos y, unos días después, volaron en una avioneta hacia la isla de Flores, en Guatemala. Desde ahí fueron a las ruinas mayas de Tikal y una tarde se quedaron en lo alto de un templo viendo cómo llegaba la noche desde la selva, escuchando a los pájaros, los insectos y el ruidos de los monos saltando entre los árboles mientras una luna llena crecía sobre la selva.

A la vuelta pasaron una semana por Uruguay. La casa de Punta del Este ya estaba casi terminada, así que aprovecharon para comprar algunos muebles en Maldonado y una de las primeras noches que durmieron ahí la bautizaron Casa Camaleón. En marzo, Gustavo retomó las grabaciones y terminó las letras que le faltaban. También decidió que el álbum se iba a llamar Ahí vamos, una frase que habían empezado a repetir como una arenga durante las sesiones en el estudio.

Una de esas noches, después de pasar el día encerrado en Unísono, fue a comer con Sofía a Edelweiss, un restaurante tradicional de la zona de teatros de Buenos Aires. Todavía hacía calor. Cuando les trajeron la comida, Gustavo empezó a sentir una puntada que le atravesaba el pecho y lo dejó doblado en la mesa. El dolor era tan agudo que se asustó y le pidió a Sofía que lo llevara a una guardia, dejando los platos sin tocar.

Sofía, que nunca manejaba, aceleró cruzando el centro de la ciudad en el Mini Cooper hacia la clínica Suizo Argentina en Recoleta, pasando semáforos en rojo, con Gustavo agarrándose el pecho en el asiento del acompañante, dolorido y asustado, creyendo que podía ser algo en el corazón, o tal vez en los pulmones.

Después de que le calmaran el dolor, Gustavo volvió a su casa y se pasó las semanas siguientes haciéndose chequeos para descubrir qué era lo que había tenido y a fines de marzo viajó a Estados Unidos para mezclar el disco.

Ahí vamos salió a la venta en los primeros días de abril y “Crimen” fue un golpe radial perfecto que lo puso otra vez en el centro de la discusión. El regreso de Cerati a los charts era con una balada al piano que se electrificaba lentamente, a medida que la letra desplegaba su conflicto narrativo —una autopsia pop sobre el cadáver de una relación que sonaba como un ajuste de cuentas con Deborah— y que terminaba rompiéndose en un estribillo distorsionado de guitarras que convertían el dolor en una melodía ascendente.

Si Bocanada y Siempre es hoy habían sido movimientos para alejarse de Soda Stereo explorando los límites electrónicos de la canción pop, Ahí vamos marcaba un regreso a los estribillos de vocación radial y al rock de guitarras de Canción animal y Dynamo. Gustavo había ido en busca de cierto clasicismo, recuperando intensidad, distorsión y melodías pop de alcance masivo; había ido en busca de la consagración definitiva de su carrera solista.

“Ahí vamos es una buena frase para bautizar un disco de resurrección personal, encierra el sabor de la arenga interna y funciona hacia afuera como la voz de mando que aprueba el resultado del ensayo. Esa sensación de prueba y error, transmisión sanguínea y sudor valvular, y toda la liturgia que esconde el laboratorio de un disco sin tanta presencia digital desembocaron en el trabajo más convincente de Gustavo Cerati en años”, escribió el crítico de Rolling Stone Oscar Jalil. “Las letras de Ahí vamos caminan por el despecho, los amores infieles y una esperanza sentimental que sostiene el lenguaje de un letrista más musical que poético. ‘El tiempo es arena en mis manos’ es la sentencia urgente que mejor pinta el regreso a la central eléctrica Cerati y a esa energía pop que parecía adormecida.”

Mientras “Crimen” sonaba en todas las radios, durante la primera semana de abril Gustavo empezó el rodaje del videoclip. La idea fue una representación literal de la canción, llevándolo todo hacia un film noir de los años 50 en el que el final de una relación se convertía en un caso policial, con Gustavo en la piel de un detective peinado a la gomina y con un traje azul eléctrico.

Para filmar los exteriores usaron como locación una calle empedrada de Barracas, bajo uno de los puentes del ferrocarril Roca. Tenía que ser una toma nocturna, así que fueron al final de la tarde y estuvieron varias horas en el set. Durante la filmación, a Gustavo volvió a dolerle una pierna y se pasó casi toda la tarde aguantando para cumplir el cronograma, pero mientras rodaba una de las últimas tomas, en la que debía caminar hacia su Chevrolet Bel Air para ir a resolver el crimen, no pudo más y tuvo que cortar.

Oscar Roho, que estaba a cargo del peinado fijado con spray, lo acompañó en una combi de la producción hasta la clínica Suizo Argentina: era su segunda visita a la guardia en menos de dos meses. Los médicos le hicieron varios exámenes para descartar que fuera un problema circulatorio, que era la peor hipótesis, pero a medida que le hacían resonancias magnéticas, tomografías, ecografías y análisis de sangre buscando diagnósticos más benignos, les fue quedando claro que se trataba de una tromboflebitis: una vena se le había inflamado a causa de un coágulo.

Que ese cuadro se diera en alguien de su edad era grave más allá de la gravedad del diagnóstico: ese mismo coágulo viajando al corazón podía provocar un infarto y en el cerebro un ACV. Gustavo quedó internado, conectado a máquinas de monitoreo y asustado. Era la primera vez que su cuerpo le ponía un límite real. La ilusión de juventud eterna en la que vivía acababa de romperse.

Nunca había sentido la edad que realmente tenía, se sentía un espíritu joven flotando en un cuerpo que le respondía, pero de pronto estaba ahí, internado en una cama de terapia intensiva, con doctores diciéndole que la cantidad de vuelos que tomaba en las giras era un factor de riesgo muy grande para su sistema circulatorio, que el humo de los cigarrillos le quitaba oxígeno a la sangre aumentando la coagulación, que la adrenalina y la deshidratación que sufría en los shows también podían contribuir a ese cuadro, que la falta de ejercicio era decisiva y que de alguna manera había tenido suerte, ese coágulo podría haberlo matado.

Después de pasar dos noches en observación, Gustavo volvió a su casa y estuvo dos semanas en reposo, sin levantarse de la cama. Si se movía, otro coágulo en la pierna podía desprenderse antes de que los remedios volvieran a regular su coagulación y el torrente sanguíneo podía arrastrarlo hacia el corazón o los pulmones.

Mientras rodaban las tomas que faltaban con un doble, su producción reprogramó para mediados de junio los shows planeados en mayo para presentar Ahí vamos en el estadio de Obras Sanitarias y la noticia enseguida se filtró a los medios. “Preocupación por la salud de Gustavo Cerati”, publicó el diario Infobae, el 19 de abril. “Sufrió una descompensación y fue llevado de urgencia a la clínica Suizo Argentina.”

En su casa, Gustavo pasó esos días mirando con Sofía los capítulos de las dos temporadas de Twin Peaks y todos los DVD de una colección de películas de Stanley Kubrick que se había comprado hacía poco. Su madre, sus hermanas y sus amigos más cercanos iban todos los días a visitarlo. Ahí vamos ya era Disco de Platino, había vendido 40 mil copias el día que llegó a las disquerías.

La enfermedad de su padre había sido su primer gran encuentro con la muerte. Juan José había muerto de un cáncer de pulmón y al principio Gustavo había sufrido ataques de pánico en los que sentía que se asfixiaba. Con el tiempo, esas secuelas desaparecieron y le dieron lugar a un miedo más grande: desde entonces temía morir también de cáncer de pulmón y se había empezado a hacer exámenes periódicos que siempre le daban bien. Pero esto era real: estaba postrado en su cama, asustado, sin poder moverse. En unos meses iba a cumplir 47 años y, de repente, tenía la certeza de que la vida que había llevado hasta entonces podía matarlo.

Los médicos le recetaron una dieta de anticoagulantes que tenía que tomar todos los días, unas viandas de comida naturista para mejorar su alimentación y que dejara de fumar. Todas las mañanas empezó a hacer ejercicio con un personal trainer y se armó un pequeño gimnasio en su casa con una cinta para caminar y una bicicleta fija. Su abuelo paterno había muerto por problemas circulatorios, tenía que cuidarse.

A las pocas semanas, la salida de Ahí vamos lo obligó a retomar su vida de giras y shows, aunque el diseño de los viajes empezó a centrarse en tomar la menor cantidad de vuelos posibles. En julio Gustavo le dio una entrevista a una periodista del diario La Nación y se mostró todavía afectado por la trombosis.

—Me pegué tal susto que pasé a ser un fumador que por ahora no fuma más —dijo—. Cuando la alarma suena, uno empieza a revisar lo que venía arrastrando desde hacía tiempo. Hace mucho que quería dejar de fumar, hace mucho que quería cambiar el tipo de alimentación, hace mucho que quería empezar a mover mi cuerpo. Sonó la alarma y tuve que decir basta, porque la próxima vez puede ser más fuerte. Es mejor durar que arder.

Antes de que sucediera, en la letra de “La excepción” había escrito exactamente eso:

Hoy hagamos la excepción de estirar la cuerda

y que durar sea

mejor que arder, mejor que arder

El desencadenante de la trombosis estaba relacionado con su modo de vida pero también con el paso del tiempo: no faltaba demasiado para que Gustavo llegara a los cincuenta, aunque fuera imposible imaginarlo envejecer. Había algo atemporal en él, un porte, una sensualidad, una genética que lo habían mantenido casi fuera del tiempo y él siempre se había encargado de alimentar esa imagen: ser una estrella de rock era una manera de ser joven para siempre.

Mientras Gustavo daba entrevistas sobre su nuevo álbum, su estado de salud y seguía negando un posible regreso de Soda alguna vez, en secreto se empezaba a desplegar un operativo a través de Daniel Kon, Roberto Costa y el estudio de abogados Baker and McKenzie para preparar el primer borrador de un contrato que volviera posible ese regreso. Varias placas tectónicas parecían estar moviéndose a la vez y de forma contradictoria: en el momento en que su sistema circulatorio había estado a punto de colapsar obligándolo a tomar conciencia de su edad y de la fragilidad de su salud, la vuelta de Soda Stereo llegaba como un ticket de regreso a su juventud justo cuando parecía estar perdiéndola, una forma de escaparse del presente.

A comienzos de agosto tuvo que volar a Estados Unidos para una breve gira que empezaba con un concierto gratuito en el Central Park y, en el camino al aeropuerto de Ezeiza, un periodista de Rolling Stone lo entrevistó para una nota de tapa. Durante ese viaje por autopista, Gustavo reflexionó sobre su vida como estrella de rock desde un costado existencial y dijo frente al grabador que hacía tiempo que se consideraba un sobreviviente.

—Me encuentro con gente de mi edad, tipos como Pettinato o Mollo, a quienes conozco de la época de Sumo, gente cercana, que crecimos juntos en la popularidad, y realmente somos sobrevivientes. Siento un poco eso. Te metiste de todo y seguís forzando la máquina.

Soda Stereo había empezado a infiltrarse en la escena musical de Buenos Aires compartiendo escenario en los sótanos de Buenos Aires con Virus, Sumo y Los Abuelos de la Nada a comienzos de los 80 y, a finales de la década, los cantantes de esos grupos ya estaban muertos, convirtiéndose en mitos. Él, sin embargo, parecía haber entendido muy temprano la idea del pop como un artificio, en vez del espíritu sacrificial que el rock parecía haberles reclamado a muchos artistas. Gustavo había escuchado las alarmas y su relación con las drogas siempre había sido parte de su curiosidad por experimentar; era consciente de los peligros y nunca había estado a la deriva aunque, cada tanto, se dejaba arrastrar por el canto de las sirenas.

—En los 80 realmente hubo descontrol, porque todavía no veíamos los efectos nocivos de la situación ni teníamos clara la situación en sí: el mercado era algo nuevo —dijo—. A lo largo de los años he jugado con el abuso y con la constricción en varias oportunidades. Sucede que algunos hemos tenido mejores niveles de alarma.

Cuando llegaron al aeropuerto se compró varias revistas del corazón para hojear durante el vuelo. Tantos años de viajes en avión habían tenido otro daño colateral además de los problemas circulatorios: había terminado desarrollando una fobia a volar. Taverna la combatía con cursos para perder el miedo y calmantes que lo hacían dormir durante todo el viaje, pero él no quería tomar nada, así que se compraba revistas para distraerse leyendo y siempre pedía ventanilla para viajar mirando para afuera. Desde la trombosis, además, había sumado el ritual de inyectarse anticoagulantes en la panza antes del despegue y durante los vuelos tenía que levantarse y caminar por los pasillos del avión el mayor tiempo posible.

La entrevista con Rolling Stone siguió en Nueva York, en un restaurante naturista en el downtown de Manhattan, en el que Gustavo pidió una hamburguesa vegetariana pero que no tuviera soja porque le traía problemas de coagulación, y habló de cómo experimentaba el paso del tiempo en su cuerpo.

—No tengo edad —dijo mientras comía su hamburguesa—. No siento que tenga edad.

Al final de la gira por Estados Unidos, el grupo volvió a Buenos Aires y Gustavo se quedó unos días solo en Nueva York. Necesitaba pensar. Aunque con sus amigos se mostraba seguro de sí mismo y en las entrevistas hablaba de la trombosis como una alarma que lo había hecho despertar y tomar conciencia de su edad y su ritmo de vida, estaba en crisis.

Su relación con Sofía había crecido, convirtiéndose en un verdadero amor, pero en su vida de estrella de rock la monogamia era casi una utopía y odiaba lastimarla. Ahí vamos era el mayor éxito de su carrera solista y, por debajo, el operativo de regreso de Soda Stereo prometía una consagración todavía mayor para su obra y un déjà vu a los años de la explosión de la sodamanía en todo el continente. Mientras estaba de gira, volvía a adaptarse a esa forma de vida y se encontraba saliendo a la noche, volviendo con chicas al hotel, rodeado de gente más joven, y a veces no podía evitar sentirse a un poco patético. Antes de la trombosis no había tenido una conciencia real de su edad; por primera vez se enfrentaba a lo que significaba envejecer: tenía sus primeras canas, un menú de pastillas diarias, un historial clínico, una novia a la que le llevaba casi veinticinco años.

Cuando volvió a Buenos Aires, el regreso de Soda Stereo tuvo su primer hito. Aunque el operativo del regreso estaba cada vez más avanzado, había una parte fundamental que faltaba probar: que Gustavo, Zeta y Charly volvieran a verse las caras, solos los tres, y ver qué sucedía. En septiembre de 2006 se reencontraron un mediodía en la casa de Charly en Vicente López. Después de almorzar, se quedaron charlando y la reunión que iba a durar una hora terminó durando cinco. A la tarde, cuando se despidieron, el regreso de Soda Stereo estaba sellado.

En octubre se firmó una carta de intención y a fin de año se firmó el contrato que definió que los ensayos, el anuncio y la gira de regreso iban a llevarse adelante en los últimos meses de 2007, después de que Gustavo concluyera la gira de Ahí vamos. Además, esa fecha coincidía con los diez años de la separación.

En enero de 2007 Gustavo pasó su primer verano en la chacra de Punta del Este y se dedicó a decorarla con Sofía. El proyecto de la casa en Uruguay se había convertido en la construcción de su paraíso privado. Después de la trombosis había empezado a pensar seriamente en cambiar su forma de vida y, por momentos, se imaginaba yéndose a vivir ahí, o por lo menos pasando varios meses al año en medio del bosque y frente a la laguna, en las afueras de José Ignacio, lejos de todo.

Quería comprarse unas acuarelas y volver a pintar. A Sofía le había empezado a hacer unos dibujos y deseaba reconectarse con ese costado creativo de su infancia, armarse un atelier en Uruguay. En Buenos Aires se sentía casi obligado a hacer una vida de estrella de rock, algo en la ciudad lo empujaba a salir casi todas las noches y quería escaparse de eso, aunque la fantasía le durara solo unos minutos.

Durante ese verano en Punta del Este tocó en el Medellín Polo Club y después del show organizó una fiesta en su casa. Era la inauguración oficial y decidió bautizarla volviendo a tocar con su banda en el living. Oscar Roho, Emmanuel Horvilleur y Leandro Fresco pasaron unas semanas con él.

El campo de Shakira quedaba por el mismo camino que el suyo y, ese verano, varias tardes Gustavo fue a visitarla con uno de los caballos que le había regalado el empresario Jorge Corcho Rodríguez, que por esos días estaba en pareja con Susana Giménez. En un granero Shakira había armado un pequeño estudio y se encerraban a zapar durante horas, ella sentada en la batería y él tocando la guitarra, mientras a un par de kilómetros los paparazzis perseguían famosos en las playas.

El éxito de Ahí vamos alcanzó su clímax en marzo de 2007, cuando el gobierno de la ciudad invitó a Gustavo a dar un concierto gratuito en la plaza de Figueroa Alcorta y Pampa. Su nuevo disco lo había vuelto a coronar en el corazón del mainstream y unas 150 mil personas fueron a Palermo a ver su show.

Unos días antes, Gustavo llamó a Luis Alberto Spinetta para invitarlo a tocar un par de canciones con él. Varias veces habían estado a punto de concretar una reunión arriba de un escenario, pero nunca se había dado.

—Sí, Gus, esta vez lo hacemos —le contestó Spinetta, cuando lo llamó—, es muy grosso que me hayas invitado.

Spinetta fue a Unísono y, mientras ensayaban “Bajan”, se dio cuenta de que en uno de los versos Gustavo cantaba “el día es tibio sin sol” en vez de “el día es vidrio sin sol”. Para no incomodarlo, esperó que terminara el ensayo y, antes de irse, se acercó a Taverna y le dijo que le avisara que la letra decía “vidrio” y no “tibio”. Ese día, cuando se quedaron solos en el estudio, Taverna juntó fuerzas para decírselo, sabiendo que Gustavo se iba a morir de la vergüenza. Cuando finalmente se lo dijo, Gustavo se tapó la cara y empezó a repetir avergonzado:

—¡No, no, no, no! Encima lo grabé mal en el disco…

El día del show, cuando estaba oscureciendo, después de terminar de tocar “Me quedo aquí”, Gustavo miró la marea de gente que tenía enfrente y, después de maravillarse por lo que estaba pasando, dijo:

—Acá en el escenario va a pasar una cosa muy grande. Muchos saben la admiración y la pasión que siento por este artista. Voy a invitar aquí a Luis Alberto Spinetta.

Al día siguiente era domingo y Gustavo fue a lo de su madre. Después de comer, atendió el teléfono para darle una entrevista al diario La Nación desde el living de la casa.

—¡Fui tan feliz! Terminé el concierto, y la verdad es que lo sentí como el mejor show de mi vida —le dijo al periodista—. Por la magnitud de todo, por la presencia de Luis, por cómo tocamos, por la respuesta de la gente... Fue una noche perfecta. Me costó mucho dormirme, quedé en un estado de flotación muy raro y necesité mucho tiempo para bajar la energía.

En abril Gustavo arrasó en los Premios Gardel ganando en ocho categorías, incluido el Gardel de Oro, y en mayo voló a Puerto Rico, República Dominicana, Panamá y México. Mientras tanto, en Buenos Aires Roberto Costa y Daniel Kon se encontraron en el estadio de River durante un show de Bersuit para pautar las fechas de una posible gira de doce shows en Latinoamérica que empezara ahí, en Núñez.

Cuando Gustavo volvió a Buenos Aires, decidieron que el domingo 10 de junio iban a anunciar oficialmente el regreso de Soda Stereo. Gustavo había visto el show de la pirámide de Daft Punk en un Personal Fest y a Nine Inch Nails en el Luna Park y le habían encantado las puestas en escena. Le pidió a Kon que averiguara quiénes eran los encargados del montaje de esos shows y resultó que era la misma persona: Martin Philips. La semana siguiente, dos asistentes viajaron a Nueva York para entrevistarse con él y aceptó diseñar el escenario de Soda. Mientras tanto, en Buenos Aires, Alejandro Ros trabajaba en el diseño de la campaña gráfica del regreso.

Cuatro días antes de la fecha pactada, la noticia se filtró en los medios a través de un cable de la agencia Télam y fue imparable. El lunes 11 se pusieron en venta las entradas para los dos primeros River y en dos días se agotaron 90 mil tickets que los empujaron a agregar una fecha más.

Todo eso estaba empezando a suceder sin que todavía hubiera pasado lo más importante: que Gustavo, Zeta y Charly se encerraran en una sala de ensayo después de más de diez años, que volvieran a tocar juntos. Que volvieran a ser Soda Stereo.

Durante ese tiempo, Gustavo no había parado de tocar y su carrera solista había mantenido la dimensión continental de Soda, pero Charly y Zeta casi no habían continuado sus carreras musicales y era un enigma cómo iba a funcionar la química. Charly se había dedicado a llevar adelante proyectos ligados a internet y aunque había formado Mole y había sacado un disco, tocar la batería ya era una actividad lateral. En esos meses de preparativos, volvió a tomar clases para recuperar el ritmo y después se había ido de vacaciones a la Patagonia, pero la ansiedad era tan grande que terminó volviéndose antes a Buenos Aires y se encerró en su casa a practicar todos los temas de Soda. Zeta estaba abocado a producir grupos y tenía un programa de televisión en el que recorría festivales. Conservaba el anvil con su equipo de bajo en el quincho y durante esos años lo había tenido junto a la parrilla, usándolo para apoyar la tabla donde cortaba la carne cuando hacía un asado.

En julio, mientras todo se ponía en movimiento, Gustavo voló a Europa para tocar con Shakira “Día especial”, el tema que habían compuesto juntos, en las ediciones del festival Live Earth en Alemania y Turquía.

—Quiero presentarles a un gran amigo, un artista increíble —dijo Shakira sobre el escenario del HSH Nordbank Arena de Hamburgo, la tarde del 7 de julio, antes de que Gustavo subiera al escenario vestido con un traje celeste, remera roja y su guitarra Gibson ES 355 color cherry—. El cantante de una de mis bandas preferidas en todo el mundo, Soda Stereo. Damas y caballeros, ¡Gustavo Cerati!

Después, volaron a Estambul y tras el show Shakira lo invitó a navegar con unos amigos en un velero por el mar Egeo hasta Grecia. Al final de la travesía, Gustavo le regaló un espejo recubierto en lapislázuli que había comprado en una de las islas en la que habían amarrado y, durante mucho tiempo, Shakira se preguntó qué esperaba él que ella viera de sí misma en ese espejo.

Del viaje Gustavo volvió con una bandera de Turquía que colgó en el control de Unísono, arriba de la consola. Le gustaba que la luna menguante blanca sobre el fondo rojo de la bandera también pudiera ser una “C” de Cerati y la estrella blanca una especie de destino.

Los ensayos finalmente empezaron en Unísono en agosto. El primer día, Barakus fue a media mañana a abrir el estudio y se lo encontró a Charly parado en la puerta, esperando ansioso. El ensayo estaba pactado para después del mediodía, pero Charly había llegado tres horas antes. Durante esa primera semana se juntaron los tres solos en la sala a escuchar otra vez los discos: querían volver a tocar las versiones originales de los temas. El regreso de Soda Stereo empezaba como había empezado el grupo, con ellos tres juntándose en una sala a escuchar música. Aquella primera vez había sido para escuchar los discos de The Police, ahora eran sus propios discos. Y aprender otra vez a tocar esas canciones que habían compuesto veinticinco años atrás.

En esos primeros días Gustavo fue a tomar algo al hotel Faena y un amigo le preguntó cómo iban los ensayos.

—Somos la peor banda de covers de Soda —le contestó—. ¡Sonamos horrible!

Con el paso de los días, sin embargo, la química se empezó a acomodar y en la segunda semana se sumaron a los ensayos Tweety González, Leo García y Leandro Fresco.

A mediados de septiembre, Gustavo, Zeta y Charly dieron una conferencia de prensa en el boliche Museum, en San Telmo, que convocó a medios de toda Latinoamérica. Después de un video que reconstruía la historia del grupo, aparecieron los tres sobre el escenario y empezó a sonar el bajo robusto de Zeta para “Sobredosis de TV”. Gustavo tenía una chaqueta de cuero, corbata y pantalones rojos. Zeta estaba vestido de negro y tenía un sombrero gris. Charly tenía camisa blanca, corbata y chaleco.

Esa noche también tocaron “En la ciudad de la furia” y contestaron algunas preguntas de los periodistas.

—Es una suma de situaciones —dijo Gustavo, cuando les preguntaron las razones para volver a juntarse—. Se habló mucho de las propuestas, que obviamente siempre existieron. Pero realmente en lo personal, me hago cargo de lo que a mí me pasó particularmente, sentí que era un buen momento para celebrar diez años. Yo había venido tocando mucho como solista y había, de alguna manera, terminado con una gira muy extensa. Me pareció que se daba en un buen momento. Por un lado eso, por otro lado hubo una serie de encuentros entre nosotros y fue floreciendo esa posibilidad. La otra cosa tiene que ver con mis hijos. Me gustaba la idea de que mis hijos vean a Soda Stereo alguna vez.

Después de cinco shows en el estadio de River, dos en Chile y uno en Ecuador, el 9 de noviembre, el noveno de los veintidós shows de la gira de regreso de Soda Stereo agotó los tickets del Estadio Universitario de Monterrey, donde juegan de locales los Tigres. Esa noche, 32 mil personas fueron a ver al grupo, convirtiéndose en la banda de rock en español más convocante en la historia de la ciudad.

La crew de Soda estaba alojada en el hotel Camino Real, un cinco estrellas ubicado en Valle Oriente, el barrio más caro. A la tarde, después de la prueba de sonido, Cerati bajó a la pileta del segundo piso del hotel, un largo rectángulo rodeado de paredes ocres y una terraza de piso de cerámica con reposeras acolchadas para quedarse dormido. Tenía puesta una remera celeste que decía “No me voy a morir”. Era un miércoles y el calor era soportable. Después de sacarse la remera y dejarla en una de las reposeras con una toalla que le habían dado, se metió al agua.

Al rato también bajó Taverna y estuvieron hablando un rato sobre la lista de temas y algunos detalles técnicos del show de la noche, se quedaron flotando en el agua en silencio. Eran los únicos huéspedes en la pileta. Los stages estaban dejando los equipos a punto en el estadio. Habían pasado sólo cuatro meses del final de la gira de Ahí vamos. Zeta y Charly descansaban en sus habitaciones.

—No se te va a ocurrir salir de gira cuando volvamos, ¿no? —le preguntó Taverna, acodado en el borde de la pileta—. No vas a querer hacer otro disco ahora, ¿no?

—No... Estás loco —le respondió Cerati.

—Igual, un par de ideas tendrás.

—Y, algunas ideas tengo...

La gira de regreso de Soda Stereo recién empezaba y ya estaba siendo un éxito por encima de cualquier proyección, pero mientras llenaban estadios, la cabeza de Cerati estaba fuera de la burbuja, dándole vueltas a ciertas ideas para su siguiente disco solista. Mientras viajaba al pasado, su mente seguía enfocada en el futuro.

El déjà vu duró dos meses y terminó otra vez en River el 21 de diciembre. En total, fueron seis shows con los que Soda batió el record que en 1995 habían marcado los Rolling Stones llenando cinco veces el estadio.

A fines de diciembre, después de esa excursión al pasado, Gustavo se separó de Sofía y se tomó vacaciones.