4. Cómo conquistar un continente
En noviembre de 1986, Soda Stereo voló a Colombia para emprender su primera gira internacional por Latinoamérica mientras Signos llegaba a las disquerías de la Argentina: Ohanian estaba decidido a cosechar todo lo que había sembrado en su viaje.
El tour empezó con una ráfaga de shows en una discoteca de Bogotá, un festival y en la Plaza de Toros La Macarena de Medellín, que sirvieron para agotar un compilado con canciones de los primeros dos discos del grupo que la filial colombiana de CBS había lanzado antes de que llegaran. Siguió con una ronda de prensa en Ecuador con entrevistas para diarios, radios y programas de televisión, casi sin dormir porque algunas notas eran a las nueve de la mañana y tenían que despertarse a las siete, después de haber salido a la noche, a maquillarse y batirse el pelo con jabón de lavar: aunque no tocaran, en las fotos y frente a las cámaras de televisión salían con el mismo look que en el escenario.
Desde Ecuador volaron a Perú y, cuando Gustavo, Zeta, Charly y el Zorrito bajaron del avión en el Aeropuerto Internacional de Lima, algo había pasado: en la pista los estaba esperando una custodia policial y había periodistas y una pequeña multitud de chicos que habían faltado al colegio para ir a recibirlos. Después de alojarse en el hotel y comer algo, a la tarde fueron a dar una nota a Radio Panamericana y las calles de los alrededores colapsaron. La entrevista fue en la terraza de la radio, como el último show de los Beatles en enero de 1969 en la azotea de Apple Corps, en Londres: un primer piso sobre la calle en el centro de Lima y en donde pronto los balcones de los alrededores se llenaron de chicos con guardapolvos que querían ver a Soda y sus peinados.
Viajaron al sur de Perú para tocar en Arequipa. En la puerta del hotel se encontraron unos trescientos fanáticos esperándolos y en el show las chicas parecían enloquecer: el escenario se llenó de anillos, collares, corpiños. Cuando volvieron a Lima, dieron una conferencia de prensa para cincuenta periodistas, grabaron un especial de televisión y tocaron en el Coliseo Amauta para 20 mil personas, la mayor cantidad de gente para la que habían tocado en toda su carrera. Desde ahí volaron a Chile.
Si Sandro había traducido con su pelvis los movimientos de Elvis en la prehistoria del rock nacional, en ese vuelo a Chile, cuando el piloto se acercó a avisarles que en el Aeropuerto Internacional de Santiago de Chile había una pequeña multitud de fanáticos y periodistas esperando por ellos, el viaje se convirtió en la reescritura del vuelo con el que el 7 de febrero de 1964 los Beatles habían cruzado el océano Atlántico desde Londres hacia Nueva York para presentarse en el programa de Ed Sullivan en el minuto cero de la beatlemanía.
Cuando Gustavo, Zeta, Charly y el Zorrito bajaron en Santiago, en el aeropuerto había casi mil fanáticos aullando desde las vallas y fueron hasta el hotel Crowne Plaza en un convoy de cuatro autos escoltados por policía motorizada. En la puerta del hotel había más fanáticos y móviles: la televisión sólo hablaba de Soda Stereo, las radios pasaban sus canciones todo el tiempo y los diarios chilenos empezaron a hablar de la “Sodamanía”.
Después de que CBS editara sus discos, sus temas estaban sonando en las radios y en las discotecas, y sus peinados y la forma en la que se vestían habían empezado a trastornar a los adolescentes criados bajo la atmósfera conservadora del gobierno militar de Augusto Pinochet. La política era un tema que los medios apenas se animaban a tocar por miedo a las persecuciones y un fenómeno como Soda era exactamente lo que necesitaban para llenar sus páginas.
En una semana dieron más de cien entrevistas y en los kioscos de revistas sus fotos estaban en casi todas las tapas de los diarios. Por primera vez en su carrera tenían una habitación para cada uno, pero no podían salir. Las fanáticas habían tomado por asalto el lobby y se infiltraban por los ascensores, las escaleras y los pasillos: el asedio no tenía respiro. A la noche, algunos miembros del staff estaban comiendo en el restaurante, cuando una parte del techo se desmoronó y vieron aparecer la cabeza de una chica en el hueco: una fanática que había tratado de burlar la seguridad, infiltrándose en los conductos de aire acondicionado del hotel para llegar hasta las habitaciones. Después de rescatarla, los empleados de mantenimiento la llevaron hasta el piso donde estaba alojado el grupo para que le firmaran un autógrafo.
Para poder salir del hotel tuvieron que disfrazarse con pelucas, viajar tirados en el piso de las camionetas para que las fans pensaran que iban vacías o preparar operativos de salida en la entrada del hotel y escaparse por la puerta de atrás. Las chicas se trepaban a las combis y se quedaban prendidas como garrapatas, sin soltarse y sin que los choferes pudieran acelerar.
Aunque habían nacido en los sótanos de Buenos Aires como una banda moderna conectada con la vanguardia del rock anglo, en ese viaje se convirtieron en una boy band de chicos carilindos, con peinados estrambóticos y temas pegadizos de rock en español de los que todas las chicas querían enamorarse. Y si bien Gustavo era líder y su rol de cantante lo ponía en un lugar de mayor exposición, a casi todas les gustaba Charly, que era rubio y su cara conservaba rasgos adolescentes. Esa revolución hormonal que generaban fue otro tensor en la relación de hermanos explosiva que ambos mantenían.
Después de dar una entrevista en un programa de televisión, Gustavo, Zeta y Charly volvieron en un taxi y, aunque habían salido disfrazados, a la vuelta no creyeron que hiciera falta ponerse los bigotes falsos, pero cuando las fanáticas los vieron llegar, se metieron en el estacionamiento del hotel. El taxista, asustado, aceleró hasta el fondo del estacionamiento buscando una salida, pero terminó contra un paredón, acorralado por cientos de chicas que empezaron a rodear el auto y subirse al capot, mientras ellos, adentro, cerraban los seguros y trataban de que los vidrios no se rompieran por la presión, esperando que alguien fuera a rescatarlos; pero los minutos pasaban, nadie aparecía y los vidrios comenzaron a empañarse: el aire se estaba empezando a acabar y estaban rodeados por una horda de chicas histéricas que si asomaban la cabeza les iban a arrancar el pelo, la ropa, todo. Finalmente, unos guardias de seguridad lograron sacarlos, mientras las fans despedazaban el tapizado del taxi.
Hasta los integrantes de la parte técnica del staff sufrían los acosos. Un grupo de fanáticas que se habían instalado en la puerta de atrás del hotel los descubrieron mientras salían disfrazados y se les abalanzaron: Gustavo, Zeta, Charly y Alberto Ohanian ya habían subido a la camioneta, pero alcanzaron al periodista Mario Pergolini, que iba detrás de ellos y lo agarraron, tirándole del pelo hasta hacerlo sangrar.
En las radios no paraban de sonar sus canciones y los canales de televisión no dejaban de hablar de sus extraños peinados: estaban en las tapas de todos los diarios con sus pelos batidos, camisas de seda con hombreras y ojos delineados, eran como extraterrestres que habían despertado algún tipo de fiebre en los adolescentes. Si alguno asomaba la cabeza por las ventanas del hotel, abajo se desataba una marea de gritos histéricos que ensordecía toda la manzana.
Antes de tocar, volvieron a visitar el programa Martes 13, donde habían debutado unos meses antes en su primera visita, y el conductor les entregó dos Discos de Oro y uno de Platino por las ventas de Soda Stereo y Nada personal. Después de eso, dieron dos shows sold out en Santiago, viajaron a Valparaíso y, aunque habían pensado que tal vez ahí todo iba a volver a la normalidad, la policía tuvo que rescatarlos después de que la gente los sitiara en un bar. Antes de volver, se juntaron en una habitación del hotel y saludaron a los fans desde una de las ventanas y les tiraron los paquetes de papas fritas y maní y las botellitas de whisky y Coca-Cola que había en el minibar. Uno de los paquetes cayó arriba de una pick up y una manada de chicas se trepó para agarrarlo, dejando todo el techo abollado.
Volvieron a Santiago para dar otros dos shows, de ahí viajaron a Venezuela para aparecer como invitados en tres programas de televisión y, en el aeropuerto de Caracas, les tocó el mismo vuelo de regreso que a Los Abuelos de la Nada y Zas, pero Soda ya había despegado.
Signos salió a la calle en la Argentina en noviembre de 1986 ya como Disco de Platino, por los pedidos anticipados de más de 60 mil copias por parte de las disquerías, mientras en las encuestas de fin de año de las revistas Pelo y Rock & Pop salían primeros en todos los rubros: Mejor Grupo, Mejor Disco, Mejor Actuación, Mejor Cantante.
Afuera el fenómeno era todavía más grande: en Chile fue editado en enero del 87 con una tirada de 70 mil copias y, en febrero, Soda Stereo volvió a cruzar la Cordillera para dar dos shows en el Festival de la Canción de Viña del Mar, el primer gran paso consagratorio en la conquista continental. Aunque llegaron de noche, fuera del aeropuerto los esperaban periodistas, fotógrafos y fanáticas, detrás de un operativo cerrojo que la policía había llevado adelante para evitar desbordes. Gustavo viajó con su nueva novia, una chica rubia de la que no se despegó en toda la gira. El acoso fue tan grande que no podían asomarse ni al pasillo: tuvieron que ponerles guardias policiales en la puerta de sus habitaciones. Su único contacto con la prensa fue una gran conferencia de prensa repleta de medios. Para conseguir una entrevista una periodista se disfrazó de mucama del hotel y le subió el desayuno a Zeta a su cuarto.
Después de Viña, emprendieron una gira por el interior de Chile por Puerto Montt, Valdivia, Concepción y Chillán en estadios cerrados y canchas de fútbol, ante públicos cada vez más grandes de 10 mil, 15 mil personas. Cuando llegaron a Temuco, una ciudad a seiscientos kilómetros de Santiago, fueron directo al hotel y, después de un rato, Charly lo llamó a Zeta a su habitación. Había algo raro: todo estaba demasiado silencioso.
—Zeta, ¿vos ves gente en la puerta del hotel?
—No, desde acá no veo a nadie —le contestó.
Decidieron encontrarse en el pasillo y bajaron al lobby por el ascensor con cuidado de no caer en una emboscada. Cuando se abrieron las puertas en la planta baja, se asomaron y nada: la recepción del hotel estaba vacía, la entrada estaba vacía. Eran las cinco de la tarde y por la calle del hotel ni siquiera pasaban autos.
Era la primera vez en toda la gira que podían bajar al lobby. Después de ver que las calles estaban vacías, salieron y caminaron algunas cuadras, temiendo cruzarse algún grupo de fanáticos que enloquecieran al encontrarlos, pero la ciudad parecía desolada. Llegaron hasta una plaza y vieron a un viejito sentado en un banco y le preguntaron qué pasaba que no había nadie por ningún lado.
—Está todo el mundo en el estadio —les contestó—. Fueron a ver a un grupo que se llama Soda Stereo.
La vida de Gustavo había entrado en una fase irreal, una rutina nómade de aviones y micros de gira, una fantasía de hoteles, chicas histéricas, shows y madrugadas, sin un lugar al que volver en busca de realidad porque el departamento de Juncal era un búnker en el que se encerraba a alimentar su paranoia.
En medio de tantas turbulencias necesitaba alguna certeza y, durante ese viaje, Gustavo le propuso casamiento a su nueva novia, ella le dijo que sí y, un mes y medio después, a comienzos de abril, Gustavo estaba consumando el mandato que no había podido concretar con Noelle, con una boda en una casona de San Isidro, un barrio residencial en las afueras de Buenos Aires.
Fue una fiesta de bajo perfil y con pocos invitados, pero Gustavo ya era una estrella de rock y la noticia fue cubierta hasta por medios chilenos. La revista Vea publicó: “El Che Cerati se casó y aunque esto pueda tocar cerca el corazón de sus fans es la verdad más alta”.
En España, Noelle había perdido el embarazo y después de terminar la gira como corista en playback de Bertín Osborne, volvió de vacaciones a Buenos Aires para visitar a su madre y se enteró del casamiento de Gustavo con Belén Edwards, la chica que ella había alojado en su departamento en Madrid.
Después de la luna de miel de Gustavo y Belén en Estados Unidos, Soda Stereo presentó Signos en Obras y a la semana siguiente empezaron un nuevo tour de estadios por el interior de la Argentina. Entre mayo y junio tocaron en unas diez provincias tragando kilómetros de ruta en un micro que sólo tenía películas de Bruce Lee dobladas al español.
Ohanian y Cirigliano estaban de viaje por Latinoamérica intentado capitalizar la amplificación que les habían dado los shows en Viña del Mar y entrar a los países en los que Soda todavía no había abierto camino, sobre todo México. En el DF pasaron tres días visitando radios y sellos discográficos, pero no había caso: nadie parecía interesarse por el éxito de Soda en el Festival de la Canción de Viña del Mar.
Durante una reunión en las oficinas de CBS, mientras el presidente de la compañía le decía que no, Ohanian escuchó que en una oficina de al lado estaba sonando Soda Stereo. Cuando se asomó a mirar, reconoció a un viejo amigo que trabajaba ahí y que le hizo el gesto de que le insistiera al presidente la compañía, pero no hubo caso.
El último día fueron a probar suerte a Televisa. Ohanian estaba en la oficina de uno de los directores, viendo cómo se lo querían sacar de encima rápido, cuando de pronto entró una mujer alta y morocha, vestida de jineta, llevando un perro enorme con una correa.
—Uy, esos chavos son Soda Stereo —le dijo la mujer, después de ver unas fotos del grupo sobre el escritorio—. ¡Me los tienes que traer, me los tienes que traer!
La mujer venía de su clase de equitación y tenía botas de montar. Ohanian se quedó mirándola paralizado.
—¿Te gustan? —le preguntó el encargado que había recibido a Ohanian.
—Sí, son divinos. Tráemelos, trámelos.
Después de cuarenta días de gira, estaba por conseguirlo. Cuando la mujer y su perro salieron de la oficina, el encargado de las contrataciones miró a Ohanian y le dijo:
—Hecho, el mes próximo vienen para acá.
Era el último día de Ohanian en México después de diez días recorriendo oficinas del DF sin suerte y, ya a punto de volverse a Buenos Aires con las manos vacías, acababa de alcanzar lo imposible: México era la puerta de entrada para expandirse después a toda la región. Cuando salieron a la calle, Ohanian y Cirigliano se abrazaron y fueron a festejar. Faltaban 24 horas para volver a Buenos Aires.
Gustavo dejó el edificio de Recoleta y se mudó con Belén a un departamento en el 4° B de José Hernández y Cabildo, en Belgrano, aunque en realidad vivía en un estado de flotación permanente.
En junio, volvieron a viajar al exterior para un tour de veintidós shows en diecisiete ciudades de Latinoamérica: a partir de las actuaciones en Viña del Mar, el fenómeno Soda Stereo se había vuelto imparable y las giras empezaban a convertirse en su nueva forma de vida.
El primer punto fue Lima. El avión aterrizó a las tres de la mañana del 18 de junio de 1987 y, aunque había toque de queda, el aeropuerto estaba lleno de fanáticos que habían ido a esperarlos desde el día anterior. En Perú la fiebre había crecido tanto que el 75 por ciento de la programación de Radio Panamericana estaba dedicada a Soda y habían armado un club de fans con más de 100 mil afiliados. Durante la noche no podían salir del hotel por el toque de queda y se quedaban hasta la madrugada jugando al Monopoly en sus habitaciones.
Después de los primeros shows alquilaron una consola de 16 canales para grabar el último concierto y Gustavo, Zeta y Taverna pasaron la última noche sin dormir mezclando el audio del show. Durante los dos meses que duró el resto del tour por Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, México y Costa Rica, fueron grabando los shows y, después de tocar, Taverna y Cerati se quedaban varias noches sin dormir editando el material. Taverna estaba convencido de que el sonido del grupo en vivo era mucho más poderoso que el que conseguían en el estudio y, ya que las giras no les dejaban tiempo para encerrarse a grabar nuevas canciones, valía la pena mostrar ese costado en un disco.
Tras el último show, viajaron a Barbados a fines de agosto para reunirse con el técnico de grabación Mario Breuer y mezclar todo el material que habían registrado en vivo. Se instalaron durante varias semanas en los estudios Blue Wave, una casa colonial levantada en medio de una ex plantación de maíz en el centro de la isla, con equipos de última generación comprados en Nueva York. Mick Jagger había estado unos días antes ahí mezclando Primitive cool, su segundo álbum solista.
La mezcla se volvió tan ardua que el último día tuvieron que quedarse toda la noche despiertos y, mientras las cintas se rebobinaban, fueron a buscar sus valijas y la gente del estudio les llevó el máster al aeropuerto cuando ya estaban haciendo la cola para subir al avión.
Volvieron a Buenos Aires por dos meses y en noviembre, mientras Ruido blanco salía a la calle, despegaron nuevamente hacia México para una gira por Guadalajara, Monterrey y Acapulco, que también incluyó Ecuador, Costa Rica y terminó en Miami en plan promocional.
En sus regresos a Buenos Aires, Gustavo sólo quería encerrarse en su casa a descansar. Todos esos meses de vida en estado de estrella de rock con Miss Universos visitando sus habitaciones de hotel, fanáticas gritando en la puerta, drogas y noches sin dormir terminaban agotándolo y, en Buenos Aires, pasaba meses sin salir del departamento, escondiéndose del mundo. El problema era que ni siquiera ahí encontraba paz. Belén vivía rodeada por una corte de amigos de la noche y organizaba fiestas en la casa casi todos los días. El caos de su vida, sumado al caos de su matrimonio y, sobre todo, al caos del departamento en el que vivían, había empezado a enloquecerlo y todo terminó de desbarrancarse la noche que volvió de esa gira.
Al abrir la puerta, se encontró con que el living del 4° B era un agujero negro. En una de las fiestas de Belén se habían incendiado los muebles y el equipo de música, y todo había quedado reducido a cenizas. Se quedó un rato parado en la puerta, mirando todo eso en silencio y después se fue a dormir a lo de sus padres.
Con la plata que ganaron en la gira repuso muebles, ropa y se compró su primer auto, un Renault 11 blanco. Era la primera compra material, más allá de equipos, que hacía con la plata ganada en tantos meses de gira.
Soda Stereo estaba dentro de un bucle de giras interminables fuera del país, campañas de conquista que duraban meses y estaban funcionado, pero que no les habían permitido tomarse un tiempo para volver al estudio a grabar canciones nuevas. La región les abría sus puertas y ellos necesitaban sacar un disco que pudiera capitalizar ese momento. Si Nada personal había significado la maduración musical de Soda Stereo y la llave de la expansión continental, Signos era el crecimiento definitivo de Gustavo como artista y Ruido blanco demostraba el poder de fuego en vivo del grupo. En su próximo movimiento, la búsqueda sonora de Soda necesitaba dar un salto en el audio.
En sus viajes a Nueva York, Gustavo siempre visitaba un local de música en la calle 48 llamado Rudy Music Stop. El dueño era Rudy Pensa, un luthier argentino que diseñaba guitarras que usaban estrellas como Mark Knopfler, de Dire Straits, y en uno de sus viajes Gustavo le pidió que le recomendara algún productor que pudiera llevar el sonido del grupo a otra escala.
Rudy le recomendó a Knopfler, que después de escuchar unos cassettes de Soda se mostró interesado, pero su agenda recién se liberaba en la segunda mitad del año y Soda necesitaba grabar antes. En un viaje con Belén a Nueva York, Gustavo pasó por el local con un video del show de Soda en Viña del Mar para que Rudy se lo diera a Knopfler a ver si eso lo convencía de hacerles un lugar antes en la agenda, pero cuando llegó lo vio a Carlos Alomar en un rincón, probando unas guitarras.
Alomar había tocado con Iggy Pop, Paul McCartney, Mick Jagger y en varios discos de David Bowie de los que Gustavo era fanático. Cuando lo vio, se acercó a saludarlo, charlaron un rato y, antes de irse, le dejó el VHS de Soda para que viera si le interesaba producirles el próximo disco. Esa noche, Alomar miró el video en su casa y al otro día lo llamó a Gustavo para decirle que sí. Lo había sorprendido lo bien que tocaban, el rango vocal de Gustavo y, sobre todo, la performance de Soda en Viña: era verdad que un grupo latino podía hacer rock con letras en español.
Gustavo empezó a trabajar en las nuevas canciones con su portaestudio en el departamento de José Hernández. La posibilidad de grabar varias pistas había ido mutando su forma de trabajo: componía y producía a la vez, a partir de capas de sonidos, texturas y melodías que lo empujaban hacia lugares nuevos. Una de las primeras que compuso fue “Picnic en el 4° B”, con una intro de guitarra cristalina que se distorsionaba mientras él cantaba sobre las fiestas y los destrozos con los que se encontraba cada vez que volvía al departamento.
Una noche que Belén estaba de viaje, Gustavo invitó a Tashi a escuchar sus nuevas canciones. Se sentaron en el parquet del living y Gustavo puso lo último que había compuesto: un tema construido sobre una línea de bajo vacilante y un viejo riff de guitarra de su adolescencia que le había mandado en un cassette a una chica que lo había dejado a los diecisiete años. La letra también se basaba en su pasado: había tomado como inspiración a Argos, uno de los superhéroes que había inventado cuando era chico y se pasaba las tardes dibujando. Argos ahora sobrevolaba una ciudad dormida y la canción se llamaba “En la ciudad de la furia”.
—Creo que esto es lo más lejos que llegué —le dijo Gustavo, cuando la canción terminó de sonar en el departamento.
Con los demos de las canciones bocetados, Gustavo volvió a la sala con un cassette para terminar de darles forma definitiva y a comienzos de junio viajaron a Nueva York. Antes de entrar a grabar, Alomar los hizo ensayar una semana en los Dessau Studios: quería que el disco conservara la combustión que lograban en vivo.
El resultado del trabajo con Alomar fue el disco más funk del grupo, con un sonido más negro pero menos dark: por primera vez dejaban de mirar hacia el rock inglés para dejarse influir por el sonido de Nueva York.
En agosto de 1988, unos días antes de la salida de Doble vida, Gustavo, Zeta y Charly viajaron a Chile a promocionar el disco con entrevistas y una aparición en el programa Martes 13. A media mañana, uno de los dueños de Radio Concierto de Chile llamó a su sobrina para invitarla a la conferencia de prensa que iban a dar en el hotel Crowne Plaza, donde se alojaban.
A esa hora ella siempre estaba en el colegio, pero hacía dos días que estaba en cama con fiebre y la encontró de casualidad.
—Oye, me mandan de la radio para la conferencia de Soda, ¿quieres venir?
A su sobrina la fiebre se le pasó enseguida y le pidió a su madre que la dejara ir. Dos años antes, cuando Soda había visitado Chile por primera vez, ella tenía quince años y se había reunido en su casa con sus compañeras de colegio para verlos en la televisión. Mientras Soda hacía playback en Martes 13, ella no podía dejar de mirar a Gustavo y les dijo a sus amigas:
—Algún día lo voy a conocer, él me va a mirar, nos vamos a enamorar y nos vamos a casar y tener hijos.
Desde entonces, se había vuelto fanática de Soda y guardaba los recortes de todas las fotos en las que salía Gustavo.
La conferencia era en un salón del primer piso en el Crowne Plaza y se sentó en la última fila de las sillas dispuestas para los periodistas. Cuando Gustavo, Zeta y Charly bajaron desde sus habitaciones y entraron al salón, enseguida repararon en la única chica que había. Durante la conferencia, mientras los periodistas chilenos les preguntaban por el nuevo disco, Gustavo y Charly no le sacaron los ojos de encima. En un momento, Gustavo y ella cruzaron miradas y supo que la historia que se había imaginado dos años antes mirando la tele acababa de empezar.
Al final de la conferencia, los periodistas se acercaron hasta donde estaban los tres Soda para pedirles que grabaran saludos para sus radios y ella se quedó esperando a su tío. Gustavo la vio sola y se escabulló de los periodistas para hablarle.
—Hola, ¿qué tal? Gustavo… —le dijo, tendiéndole la mano.
—Sí, ya sé… —le contestó ella, riéndose.
—¿Y vos cómo te llamás?
—Cecilia.
—¿Qué hacés acá?
—Estoy acompañando a mi tío, que es periodista.
—Che, a la noche vamos a un programa, vení con nosotros.
Ella se puso nerviosa y se le empezaron a mezclar las palabras. Entonces, se acordó que un amigo que tenía unos pases la había invitado.
—Voy a estar ahí en la audiencia, un amigo me invitó... —le dijo.
—Pero vení con nosotros.
—No, no te preocupes, ahí nos vemos.
Enseguida, unos periodistas rodearon a Gustavo para hacerle más preguntas y él le hizo un gesto a Charly para que fuera hablarle.
—Hola, me llamo Charly, ¿cómo estás?
—Hola, bien. ¿Ustedes se presentan todos igual? —le contestó Cecilia, riéndose.
—¿Venís a la noche al programa?
Charly la vio dudar y agregó:
—Si querés vení con alguien, así estás más cómoda. Dame tu teléfono y te llamo a la tarde para que te busquemos.
Cecilia le dio su teléfono y después le pidió al tío que la dejara en la puerta del colegio. Ya era casi la hora de salida y quería contarle lo que acababa de pasar a su mejor amiga para que la acompañara.
Cuando la vio salir, le empezó a gritar:
—¡Ya lo conocí, ya lo conocí!
—¿A quién?
—¡A Gustavo! ¡Y me invitó al programa!
Cuando volvió a su casa a bañarse, cambiarse y arreglarse para ir al programa, la noticia corrió entre su familia y el teléfono no paró de sonar: todas sus primas la llamaban alborotadas para que les contara.
Unas horas más tarde, las pasaron a buscar por su casa de Vitacura. Cuando Cecilia subió a la combi, Gustavo la agarró de la mano y la sentó al lado suyo. Su amiga se sentó más atrás y fue hasta el canal hablando con Charly. Cecilia notó que Gustavo tenía un anillo y le preguntó si estaba casado.
—Sí, pero me estoy divorciando —le contestó—. Ahora cuando vuelva a Buenos Aires tengo que firmar los papeles.
Durante el resto del viaje hablaron de música. Cecilia tenía un dúo country con su amiga, sabía mucho de bandas de los 70 como The Mamas and The Papas, Crosby, Stills & Nash y su abuela le acababa de traer de Nueva York unos cassettes de Prince y The Cure.
—Pero si vos no habías nacido en esa época, ¿cómo sabés tanto de esa música? —le preguntó sorprendido, cuando ella le contó de su colección de vinilos.
En los veinte minutos que duró el viaje hasta el canal, Gustavo quedó deslumbrado por la cultura musical de Cecilia.
En el plató, hizo que la sentaran con su amiga en la primera fila de la tribuna y, después de la entrevista, las invitaron a comer al restaurante del hotel. Al otro día iban a la playa de Ritoque, en Valparaíso, para una sesión de fotos, y Gustavo le preguntó si quería acompañarlos. Pero Cecilia tenía prueba de historia. Ya había faltado dos días por la fiebre y tenía que volver a su casa a estudiar.
Al día siguiente Cecilia rindió su examen y a las siete de la tarde sonó el teléfono en su casa. Era Gustavo desde el hotel, acababa de volver de la playa y quería verla.
—Venite ya —le dijo—. Comamos acá, yo me voy mañana a la mañana.
Sin pensarlo demasiado, se cambió el uniforme del colegio y se tomó el subte hasta el hotel. En la entrada, estaba lleno de fanáticas que esperaban que Gustavo, Zeta o Charly se asomaran.
Después de pasar el control de seguridad, subió a la habitación de Gustavo y pasaron el resto de la tarde charlando sentados sobre la alfombra y escuchando música en el grabador portátil que Gustavo llevaba a las giras. La madre le había dado permiso de salir hasta las diez de la noche y, antes de que se fuera, Gustavo se acercó a ella y se besaron por primera vez.
—Tengo que venir pronto, pero dame tu dirección así te escribo —le dijo Gustavo.
Cuando volvió a su casa, toda su familia estaba revolucionada.
—Cecilia, es un hombre casado y rockero, no te conviene —le decía la madre, asustada.
El padre de Cecilia había muerto cuando ella tenía seis años y sus tíos eran como padres sustitutos. Esa noche, todos la llamaron preocupados y le dijeron que tuviera cuidado, ese tipo de hombres no le convenían. Además, él tenía veintinueve años y ella sólo diecisiete.
En las semanas que siguieron, Gustavo la llamó casi todos los días desde Buenos Aires y le escribió cartas con dibujos de cómics que imitaban un choque con letras cada vez más grandes que decían CRASHHHH! Le decía que así se había sentido al verla sentada al fondo en la conferencia de prensa.
En septiembre, Gustavo volvió a Santiago con su padre por unos trámites para cobrar regalías y le presentó a Cecilia. Ella vio que Gustavo ya no llevaba el anillo de casado. En ese viaje fue por primera vez a la casa de Cecilia y conoció a la madre.
—Viene y se quedan en el living de casa —le había dicho a Cecilia.
Gustavo volvió a visitarla una semana más tarde y, aunque tenía casi treinta años, la madre les impuso un régimen de salidas como si fueran dos adolescentes. El primer programa que los dejó hacer fuera de la casa fue ir a ver la película argentina Hombre mirando al sudeste a un cine de Vitacura.
—¿A qué hora empieza la película, Gustavo? —le preguntó la madre.
—Creo que a las siete —le contestó.
—Bueno, a las nueve me la trae.
Se estaba convirtiendo en una de las máximas estrellas de rock de Latinoamérica, pero la madre de su novia sólo los dejaba verse en el living de la casa o ir al cine y volver antes de la hora de comer.
Gustavo trató de viajar a Chile para ver a Cecilia todas las veces que pudo durante los meses siguientes, pero la salida de Doble vida a mediados de septiembre embarcó a Soda en una nueva gira continental y lo alejó de ella. Su madre, además, se negaba a firmarle la autorización para que viajara sola.
El primer destino del tour fue México, donde habían vendido 280 mil copias de Signos y Ruido blanco en unos pocos meses. La cantante Verónica Castro los invitó a su programa de televisión Mala Noche… No! y les dedicó un especial de dos horas y media. Después de presentar el disco en vivo, los entrevistó en el living del plató y les leyó algunas preguntas de los fanáticos mexicanos. Gustavo estaba vestido con una remera negra, saco negro y boina negra. Todos querían saber detalles de sus vidas. Él contó que nunca se acostaba antes de las seis de la mañana y dijo que era el más malhumorado de los tres.
—Soy una persona bastante ciclotímica, lo cual me hace pasar por momentos de mucha depresión o por momentos de muchísima alegría —agregó—. Estamos en la era de Acuario y el ego hay que manejarlo. Típico leonino soy, soy bastante autoritario.
Después, la conductora le pidió a Zeta que se definiera.
—Soy equilibrado, soy sociable. Me dicen Zeta porque soy el último en llegar.
El siguiente fue Charly.
—Yo soy de Aries. También tengo mi personalidad, pero trato que mi comunicación con la gente sea más suave que la de Gustavo.
—No soy tremendo, soy ciclotímico —se defendió Gustavo.
Castro notó la tensión latente que había entre los dos y y le pidió que definiera a Charly.
Gustavo lo pensó un segundo y contestó:
—Es una personalidad agridulce.
Ohanian consiguió que Pepsi les pagara 1,3 millones de dólares para auspiciar los veinticinco conciertos de la gira por el interior de México a bordo de dos micros y dos trailers para los equipos, que les permitió llegar a lugares donde nunca antes había ido un grupo de rock: Soda Stereo estaba sembrando la semilla del rock latino en los confines de la región.