28 La visita
DESDE aquel día, el padre superior, que era más serio que un dolor de muelas, no volvió a regañar a fray Perico cuando se dormía en el rezo, y hasta él mismo daba alguna cabezada que otra a la hora de maitines.
Echaba carreritas por los pasillos cuando nadie le veía, y un día soltó durante la comida un saltamontes que cayó en el plato de fray Ezequiel, y nadie sospechó que había sido fray Nicanor, que se mondaba bajo la capucha. Y los ratones, envalentonados, se instalaron en la despensa de fray Pirulero y en los tubos del órgano de fray Ezequiel. Por la noche, los frailes dormían con calcetines, aunque estaba rigurosamente prohibido.
Hasta que un día, el padre visitador se enteró de todas esas cosas y se presentó de improviso en el convento. Llamó a la puerta y nadie le abrió; llamó otra vez y otra, y se quedó con la cuerda de la campanilla en la mano.
—¡Vaya convento!
Entró por una ventana y se encontró a fray Simplón jugando con el gato. Cogió al fraile de la oreja y le gritó:
—¿Por qué no has abierto la puerta, hermano?
—Porque soy sordo.
El padre visitador se puso colorado por la poca caridad que había tenido y se metió en la iglesia. Los frailes estaban en oración y quedó impresionado del recogimiento que reinaba en el recinto. Pasó una hora, dos, y el padre visitador notó por los ronquidos que estaban todos durmiendo.
Tosió y los frailes, sobresaltados, se despertaron y se les cayeron los libros al suelo.
—Conque soñando, ¿eh?
—Sí, padre, soñábamos con el cielo.
El padre visitador quedó un poco confuso. Vio a San Francisco, que se había puesto serio para disimular, y se reclinó un momento para rezar un Padrenuestro.
—Parece que San Francisco mueve la barba —se dijo el padre visitador—. Yo también debo de estar soñando.
Al llegar al comedor se sentó a la mesa con los frailes. Probó la miel de fray Ezequiel y dijo:
—Está exquisita.
Probó el chocolate de fray Cucufate y dijo:
—Está delicioso.
Probó el vino de fray Silvino y dijo:
—Está sabrosísimo. ¡Ya veo que hacéis poca penitencia, hermanos!
Los frailes se quedaron avergonzados. Fray Pirulero llegó con su perola, unas judías con chorizo. El padre visitador las probó, torció el gesto y dijo:
—Hermanos, el que se coma esto ganará el cielo.
Los frailes se echaron cuatro cazos cada uno y se lo comieron sin rechistar.
Quedó el padre visitador muy edificado de la austeridad de los frailes y subió a inspeccionar las celdas.