26 ¡Alabad, todos los animales, al Señor!

AQUELLA NOCHE, fray Perico durmió en el gallinero, donde más de trescientas gallinas blancas, negras, grises y de todos los colores dormitaban con la cabeza debajo del ala. Los gallos dormían en lo alto, arrogantes como mandarines chinos, y los pollos en los cestos, tapados con mantas.

A eso de medianoche, los cánticos de los frailes llegaron desde la capilla hasta el humilde corral. Los salmos de los religiosos cobraban una nueva vida al escucharlos desde el calorcillo del gallinero. La letra inmóvil y muerta de los libros amarillentos revivía, como revive con el sol la savia de los troncos aletargados:

¡Alabad, todos los animales, al Señor! ¡Alábenle, todas las aves que pueblan la tierra!

Fray Perico escuchaba los salmos de sus hermanos, monótonos e insistentes:

¡Alabadle, alabadle todos los que tenéis plumas!

El fraile levantó la cabeza, recorrió con su mirada todos aquellos perezosos animales que dormían a pierna suelta, bien comidos y bebidos como estaban, sin importarles un ardite los salmos, ni las alabanzas a su Señor, ni los ruegos de los frailes; y no pudo aguantar más. Asió una estaca y, a estacazo limpio, despertó a pollos, gallinas y gallos, gritando:

—¡Hale, gandules! ¿No oís cómo os llaman? ¡Vamos todos a alabar al Señor!

Fray Perico abrió la puerta del gallinero y toda la turba alada salió en confuso tropel al corral. Y de allí, el fraile, con su vara, la encaminó hacia la puerta de la iglesia.

En un santiamén el recinto se llenó de gallos y gallinas, de pollos, de patos, gansos y pavos, ante la mirada estupefacta de los frailes, que se quedaron con el salmo a medio terminar.

Fray Balandrán, al ver invadidas sus posesiones, tomó el apagavelas y sacudió estopa a las aves más atrevidas. Los demás hermanos las espantaban como podían, saltando por encima de los bancos, y pronto el aire se llenó de plumas, de cacareos, de kikirikíes, de graznidos, de rebuznos y de coces, pues a fray Calcetín le picó un gallo en la cabeza y el asno dio un par de coces que rompió un reclinatorio. A fray Bautista se le instalaron tres gallos en el fuelle, y cada vez que apretaba salía un gallo por un tubo. Fray Sisebuto se espantaba las gallinas como si fueran moscas, y al padre superior le hizo caca una en el hombro derecho.

Sin embargo, no se enfadó, pues observó la cara de satisfacción que tenía el santo, todo rodeado de picos, crestas, patas y plumas, y ordenó que siguiera el rezo del hermoso salmo:

¡Adorad al Señor, aves del cielo y de la tierra, cantadle y ensalzadle para siempre!

Y las aves comenzaron un guirigay de mil demonios ensalzando al Señor, quien, seguramente, tuvo que taparse los oídos por no quedarse sordo. Y lo mejor fue que una gallina puso un huevo en la capucha de San Francisco; y todas las demás, tomando ejemplo, comenzaron a poner cada una los que podía por los rincones, y quedó el suelo como si un pedrisco hubiera volcado toneladas de granizo desde el techo de la iglesia.

Sólo sé que fray Pirulero hizo tortilla francesa todas las mañanas durante un año, y que las gallinas, todas las noches, al oír el jubiloso salmo, salían de su letargo y, después de cacarear como descosidas, ponía cada una media docena de huevos, los cuales, algunas veces, tenían hasta dos yemas.