“Te has bebido -supremo brebaje- una copa de veneno.
Nunca te has mostrado más sibarita”
Marcial
EPILOGO
LLEVABA DÍAS RONDANDO por los alrededores –según dijeron a los vigiles los vecinos que le vieron– siempre pendiente de la puer-ta del palacio, y de las entradas y salidas de sus moradores. Con las ropas aja das y sucias, su mirada de orate y un aspecto nada tranquilizador se pasaba las horas ante la puerta, de día y de noche. Los viandantes al pasar cerca de él, le rehuían temerosos pero nunca les dijo nada ni se mostró agresivo.
Durante una salida del palacio que realizó Agripina para visitar a la abue-la Antonia y a su hijo Cayo, sucedió un hecho extraño. El individuo solita-rio, sucio y harapiento que rondaba el palacio, cuando vio a Agripina se lan-zó hacia ella como un poseso al tiempo que empuñaba un largo puñal, mien-tras gritaba: ¡¡¡Asesina, asesina!!! No pudo cumplir su propósito de herir a la viuda ni tan siquiera acercársele con peligro porque, Úrculo, de un tremen do puñetazo, le tiró al suelo sin sentido.
Los vigiles se lo llevaron a los calabozos del Tullianum y lo arrojaron en una mazmorra oscura y húmeda. No le estrangularon de inmediato por si el prefecto deseaba interrogarle y no volvieron a ocuparse de él.
Al cabo de unas semanas los mismos guardianes que se habían olvidado del sujeto que había intentado matar a la viuda de Germánico, abrieron la puerta del calabozo para introducir a otro condenado llevándose la sorpresa de encontrarse, caído en el suelo y medio comido por las ratas, el cuerpo de un hombre.
―Se nos había olvidado que teníamos a éste aquí ―dijo uno de ellos, mirando el cadáver desde la puerta― ¿Se supo quién era?
―Parece que fue el esclavo de confianza de un famoso banquero.