CAPÍTULO 40

Chewbacca guiaba un éxodo de mujeres y niños fuera de los niveles inferiores de Kachirho, mientras pensaba en su familia en la distante Rwookrrorro, que también parecía estar asediada. Rwookrrorro estaba a varios días de distancia a pie, pero sólo a minutos viajando en nave. Llegaría allí de un modo u otro.

Vio que, de pronto, los seis Jedi que habían luchado a su lado buena parte de una hora local pasaban corriendo por su izquierda en dirección al wroshyr central de Kachirho. Chewbacca alzó la mirada y no vio ninguna amenaza importante, salvo una lanzadera clase Theta víctima de un fuerte fuego cerrado mientras intentaba plegar las alas y aterrizar en una de las balconadas de la ciudad-árbol.

Más arriba, el cielo estaba entrecruzado por disparos láser y estelas de humo, todavía lleno de lanzaderas, siniestro reflejo de lo sucedido semanas antes, cuando los separatistas iniciaron su invasión. Los revoloteadores wookiees y toda clase de naves mercantes se enfrentaban a las naves imperiales, pero el resultado era evidente.

El gran número de fragatas en descenso revelaba que en órbita debía de haber una flota importante de naves capitales. Pese al éxito de los wookiees en repeler la primera oleada, sólo era cuestión de tiempo que algún destructor estelar abriera fuego. Y que Kashyyyk acabara cayendo.

Todo el que considerara a los Jedi responsables de haber provocado la invasión del Imperio no comprendía la naturaleza del poder. En cuanto los soldados de la brigada del comandante Gree se volvieron contra Yoda, Unduli y Vos, tanto Chewbacca como Tarfful y los ancianos de Kachirho se dieron cuenta de la verdad: pese a su retórica sobre impuestos, comercio libre y descentralización, no había ninguna diferencia entre la Confederación y la República. La guerra no era más que una lucha entre dos males, con los Jedi atrapados en medio por su equivocada lealtad a un gobierno al que debían haber abandonado y a un compromiso que se imponía a su juramento de servir a la Fuerza por encima de todo.

Si había alguna diferencia entre los separatistas y los recién nacidos imperialistas, era que los segundos necesitaban legitimizar su invasión y ocupación, no fuera a ser que otras especies amenazadas se rebelaran mientras aún tenían oportunidad.

Pero un planeta podía caer sin que su especie fuera derrotada; un planeta podía ser ocupado sin que se encerrara a su especie.

Eso era lo que diferenciaba a Kashyyyk de los demás mundos.

Los wookiees bajaban por las escaleras de la ciudad y cruzaban los puentes, con bolsas a la espalda y la cadera llenas de comida y raciones de supervivencia, para desaparecer en la espesa vegetación que rodeaba el lago. Los ataques por sorpresa de los esclavistas trandoshanos les habían obligado a crear y mantener centenares de rutas de evacuación llenas de suministros que nacían en Kachirho para abrirse paso entre saledizos de piedra hasta los bosques que había más allá.

Además, hasta los wookiees de doce años, recién salidos de sus ceremonias hrrtayyk de paso a la edad adulta, sabían cómo construir refugios con ramitas, fabricarse ropa con tallos de hojas gigantes y hacer cuerdas. Sabían qué plantas e insectos eran comestibles, dónde había manantiales de agua fresca y en qué zonas acechaban reptiles peligrosos o felinos depredadores.

Pese a todos los elementos tecnológicos incorporados a su vida, los wookiees nunca se apartaron del gran bosque de Kashyyyk, que por sí solo podía proveerles de todo lo que necesitaran para sobrevivir, durante todo el tiempo que hiciera falta.

* * *

La lanzadera de Vader, blanco de un inesperado fuego antiaéreo, buscó la más grande de las balconadas arborícolas, alzando sus potentes escudos defensivos, con los láseres cuádruples escupiendo incesantes disparos contra una pareja de baterías androides instaladas por los wookiees en su enorme fortaleza árbol. Los disparos de las armas delanteras de la lanzadera redujeron a escoria fundida la plataforma de misiles, mordiendo además las columnas y vigas de madera de la balconada y llenando el aire de astillas duras como clavos. Las explosiones dispersaron a gran distancia los cuerpos de los peludos defensores de Kachirho. Algunos de ellos arrojados fuera de la plataforma para caer al suelo cien metros más abajo.

En la carlinga de la baqueteada lanzadera, Vader recibía la holoimagen de uno de sus comandantes.

—Nuestros ataques a discreción están siendo rechazados por todo el planeta, Lord Vader. Como creía haber dejado claro, los wookiees no se toman a la ligera la posibilidad de convertirse en esclavos. Ya están abandonando las ciudades-árbol y refugiándose en el bosque. Si se internan lo suficiente en él, necesitaremos meses, quizá años, para encontrarlos y arrancarlos de allí. Y, en ese caso, el coste será enorme en material y vidas.

Vader apagó el audio del holoproyector y miró al asiento contiguo donde estaba el comandante Appo.

—¿Está usted de acuerdo, comandante?

—Ya estamos perdiendo demasiados soldados —contestó sin titubear—. Conceda permiso a los comandantes navales para que inicien un bombardeo quirúrgico desde órbita.

Vader lo meditó un momento. No le gustaba equivocarse, y mucho menos admitir que estaba equivocado, pero no veía otra salida.

—Puede iniciar el bombardeo, comandante, pero asegúrese de dejar Kachirho para el final. Tengo aquí asuntos pendientes.

Cuando la holoimagen se desvaneció, Vader se volvió para mirar por la pequeña tronera de la carlinga, meditando en el paradero de sus presas Jedi y en la clase de trampa que podían haberle tendido. La idea de enfrentarse a ellos azuzaba su impaciencia y su rabia.

La lanzadera se posó con las alas plegadas en la plataforma, con dureza y los disparos de las armas wookiees rebotando en su fuselaje. Una vez extendida la rampa de descenso, Appo y sus soldados salieron fuera, seguidos por Vader que desviaba con la hoja los disparos procedentes de todas partes.

Tres soldados cayeron antes de que pudieran recorrer dos metros fuera de la rampa.

Los wookiees disparaban desde barricadas improvisadas y apostados en vigas en lo alto de la balconada. El piloto clon elevó la lanzadera con los repulsores y la hizo girar en un ángulo de 180 grados, barriendo la zona con fuego láser. Al mismo tiempo, dos wookiees con cargas de metralla al hombro salieron de su refugio para arrojar los explosivos a la escotilla abierta de la lanzadera. Una explosión ensordecedora reventó una de sus alas e hizo que la nave resbalara y se deslizara hasta el mismo borde de la balconada.

Vader contraatacó, caminando entre crecientes llamaradas para llevar la lucha a los wookiees. Su hoja carmesí se movía a derecha e izquierda, desviando disparos láser y amputando extremidades y cabezas. Los wookiees saltaban y aullaban, enseñaban los colmillos y agitaban los largos brazos, intentando mantener sus posiciones, pero nunca se habían enfrentado a algo como él, ni siquiera en las más oscuras profundidades del bosque primigenio de Kashyyyk.

Vader era tan alto como algunos de ellos y avanzó, traspasando escudos de guerra intrincadamente tallados, haciendo volar pistolas y ballestas, prendiendo fuego a abrigos peludos y dejando más de una veintena de cuerpos a su paso.

Hizo una seña a Appo y los otros soldados para que avanzaran cuando un fogonazo de refulgente luz azul atrajo su atención y se volvió hacia su origen.

Seis Jedi emergieron de un puente cubierto anclado al centro del tronco del árbol gigante, desviando los disparos láser de los soldados a medida que atacaban, haciendo con los hombres de Appo lo que Vader acababa de hacerle a los wookiees.

En medio de la ofensiva, tres Jedi corrieron para enfrentarse a Vader.

Él reconoció a la mujer pequeña y de cabellos negros que iba entre ellos e inclinó la hoja en señal de saludo.

—Me has ahorrado el esfuerzo de buscarte, padawan Starstone. Estos otros deben de ser los que llamaste al acceder al radiofaro del Templo.

Los ojos oscuros de Starstone se clavaron en él.

—Has profanado el Templo con sólo entrar en él.

—Más de lo que crees.

—Entonces, también pagarás por eso.

Vader inclinó el sable láser ante él, apuntándolo ligeramente hacia abajo.

—Estás muy equivocada, padawan. Serás tú quien pague.