CAPÍTULO 9
El destructor estelar Exactor, segundo en una línea de recientes naves clase Imperator, salió del hiperespacio para situarse en órbita, apuntando con su afilada proa al antiguo mundo separatista de Murkhana. El Exactor, de 1600 metros de eslora, a diferencia de sus predecesores de la clase Venator, era un producto de Astilleros Kuat, y exhibía abiertas plataformas de lanzamiento ventrales en vez de una cubierta de vuelo dorsal.
Las carcasas de las naves de guerra del Clan Bancario y el Gremio de Comercio que flotaban en el espacio se desplazaban más por la gravedad que por sus impulsores de iones y suponían un triste recordatorio de la invasión iniciada por la República en las últimas semanas de la guerra. A pesar de ello, a Murkhana le había ido mucho mejor que a algunos mundos en disputa, y la élite de la Alianza Corporativa pudo huir a los remotos sistemas del Brazo de Tingel llevándose consigo buena parte de las riquezas del planeta.
Darth Vader estaba en sus aposentos de la nave capitana que mandaba, cerrando su enguantada mano derecha artificial sobre el pomo de su nuevo sable láser, y arrodillado ante un gran holograma del Emperador Palpatine. Sólo habían transcurrido cuatro semanas estándar desde que acabó la guerra y Palpatine se proclamó Emperador de la antigua República ante la adulación de los gobernantes de los incontables mundos que se vieron arrastrados al conflicto y ante el aplauso continuado de casi todo el Senado.
Palpatine vestía una voluminosa túnica bordada en ricas telas y llevaba puesta la capucha para ocultar en la sombra las cicatrices sufridas a manos de los cuatro traicioneros Maestros Jedi que intentaron arrestarlo en sus habitaciones del Edificio Administrativo del Senado, junto a las deformaciones sufridas en su feroz combate con el Maestro Yoda en la misma Rotonda del Senado.
—Éste es un momento importante para ti, Lord Vader —le decía Palpatine—. Por fin eres libre para hacer uso completo de tus poderes. De no ser por nosotros, nunca habría vuelto el orden a la galaxia. Ahora podrás valorar el sacrificio que realizaste para hacer esto realidad, y disfrutar por fin de tu destino cumplido. Ahora todo puede ser tuyo, mi joven aprendiz, todo lo que desees. Sólo necesitas la determinación de tomarlo, al margen de lo que le cueste a quien se interponga en tu camino.
El rostro desfigurado de Palpatine no era nuevo para él, como no lo era su tono de voz, deliberado y vagamente desdeñoso. El Emperador había empleado esa misma voz para reclutar a su primer aprendiz, engañar a Nute Gunray, virrey de la Federación de Comercio, y persuadir al Conde Dooku de que desatara una guerra. Y, finalmente, para conducir al Lado Oscuro a Darth Vader, el antiguo Caballero Jedi Anakin Skywalker, con la promesa de que así impediría la muerte de su esposa.
Muy pocos de los trillones de seres de la galaxia eran conscientes de que Palpatine también era un Señor Sith conocido con el título de Darth Sidious, o de que había manipulado la guerra para derrocar a la República, aplastar a los Jedi y adquirir el control de toda la galaxia. Menos seres aún conocían el papel crucial que había desempeñado en esos acontecimientos el actual aprendiz de Sidious, pues lo había ayudado contra los Jedi que pretendían arrestarlo, había dirigido el ataque al Templo Jedi de Coruscant y había matado luego a sangre fría a la media docena de miembros del Consejo Separatista que quedaban vivos en la fortaleza escondida en el volcánico planeta Mustafar.
Y allí había sufrido heridas todavía más graves que las de Palpatine.
El alto y temible Vader, que hincaba una rodilla en el suelo mientras alzaba su rostro enmascarado hacia el holograma, llevaba un traje, un casco, una armadura, unas botas y una capa que ocultaban su transformación al tiempo que lo mantenían con vida.
Sin revelar su incomodidad por ser incapaz de mantener una postura arrodillada, Vader dijo:
—¿Cuales son sus órdenes, Maestro?
Y se preguntó a sí mismo: ¿Será este traje mal diseñado lo que me provoca esta incomodidad, o acaso es algo más?
—¿Recuerdas lo que te dije sobre la relación entre el poder y la comprensión, Lord Vader?
—Sí, Maestro. Allí donde los Jedi obtenían el poder mediante la comprensión los Sith obtienen comprensión mediante el poder.
Palpatine sonrió fugazmente.
—Eso se hará más claro para ti a medida que progreses en tu entrenamiento, Lord Vader. Con ese fin, te proporcionaré medios para aumentar tu poder, y también tu comprensión. Cuando llegue el momento oportuno, el poder llenará el vacío creado por las decisiones que tomaste, por los actos que cometiste. Una vez casado con la Orden de los Sith, no necesitarás más compañero que el reverso tenebroso de la Fuerza…
El comentario removió algo en Vader, pero éste fue incapaz de comprender del todo los sentimientos que le invadían: una mezcolanza de ira y decepción, de pena y pesar…
Los acontecimientos que tuvieron lugar en la vida de Anakin Skywalker pudieron haber sucedido hacía toda una vida, o haberle pasado a otra persona, pero, aun así, seguía habiendo cierto residuo de Anakin que atormentaba a Vader, como el dolor de un miembro fantasma.
—Ha llegado a mis oídos —decía Palpatine— que un grupo de soldados clon destinados a Murkhana pudo negarse deliberadamente a aceptar la Orden Sesenta y Seis.
Vader aferró con más fuerza el sable láser.
—No me había enterado, Maestro.
Sabía que los kaminoanos que produjeron los clones no habían incluido en su programación la Orden Sesenta y Seis. Los soldados, y sobre todo los comandantes, habían sido programados para mostrar una lealtad inquebrantable hacia el Canciller Supremo en su papel de comandante en jefe del Gran Ejército de la República. Cuando los Jedi descubrieron sus planes de sedición, convirtiéndose así en una amenaza para Palpatine, fueron sentenciados a muerte.
La Orden Sesenta y Seis se ejecutó sin dificultades en una miríada de mundos, en Mygeeto, Saleucami, Felucia y muchos otros. Miles de Jedi fueron asesinados a traición por soldados que durante tres años les habían obedecido casi exclusivamente a ellos. Se sabía de unos cuantos Jedi que lograron escapar a la muerte de forma casual o debido a su gran habilidad, pero parecía ser que en Murkhana tuvieron lugar acontecimientos únicos potencialmente más peligrosos para el Imperio que los pocos Jedi supervivientes.
—¿Cuál fue la causa de la insubordinación de los soldados, Maestro?
—Contaminación —respondió Palpatine con una sonrisa—. Contaminación adquirida al luchar al lado de los Jedi durante tantos años. Se sea clon o no, hay cosas que no se pueden programar en un individuo. Tarde o temprano hasta un simple soldado se convierte en la suma de todas sus experiencias.
A años luz de distancia, Palpatine se inclinó hacia la cámara del holotransmisor.
—Pero tú les demostrarás el peligro que radica en el pensamiento independiente, Lord Vader, y en no obedecer una orden.
—En no obedecerle, Maestro.
—En no obedecernos, aprendiz. No lo olvides.
—Sí, Maestro. —Hizo una pausa intencionada—. Es posible, entonces, que sobreviviera algún Jedi.
Palpatine puso expresión de sumo desagrado.
—No me preocupan tus patéticos antiguos amigos, Lord Vader. Quiero que se castigue a esos soldados clon, para que eso sirva de ejemplo a todos ellos y así tengan presente el resto de sus breves vidas a quién sirven de verdad. —Ocultó el rostro en la capucha de su túnica y siguió hablando en tono colérico—. Es hora de mostrarte como representante de mi autoridad. Dejo en tus manos que esto quede bien claro.
—¿Y los Jedi huidos, Maestro?
Palpatine guardó silencio por un momento, como si escogiera sus palabras con cuidado.
—Los Jedi huidos… sí. Puedes matar a los que encuentres en el transcurso de tu misión.