CAPÍTULO 27
El Bailarín Borracho atravesó el moteado hiperespacio, dejando el desolado sistema Jaguada a años luz de distancia. Skeck tenía una fea quemadura de láser en el brazo derecho cortesía de los soldados que intentaron inutilizar la nave de desembarco, pero nadie más había salido herido. Shryne y los demás salieron del complejo momentos antes de que el retraso temporal de Filli pusiera en marcha los generadores y corrieron valle arriba hasta la plataforma de aterrizaje llegando a tiempo de pillar en fuego cruzado a un escuadrón de soldados imperiales.
Los escuadrones restantes, encerrados en la instalación, estaban hasta sus visores en forma de T de androides de combate reactivados.
Una vez vendada la herida de Skeck, Shryne se retiró al camarote dormitorio que Jula había otorgado a los Jedi. Siempre le había gustado el viaje por el hiperespacio, sobre todo por la sensación que tenía de estar al margen del tiempo, y estaba arrodillado en meditación cuando sintió que Starstone se acercaba al camarote. Se puso en pie al tiempo que ella entraba excitada, con los ojos clavados en las páginas de plastifino impreso que llevaba en la mano.
—Tenemos información sobre cientos de Jedi —dijo, agitando las hojas—. Sabemos dónde estaban más de setenta Maestros al final de la guerra, cuando los comandantes clon recibieron sus órdenes.
Shryne aceptó las plastifinas y las ojeó, antes de mirar a Starstone.
—¿Cuántos de estos cientos de Jedi crees que sobrevivieron a los ataques?
Ella meneó la cabeza.
—No pienso ni intentar adivinarlo. Empezaremos a buscar por los sistemas más cercanos a Mossak, y desde allí iremos a Mygeeto, Saleucami y Kashyyyk.
Shryne agitó las hojas.
—¿Se te ha ocurrido pensar que si nosotros tenemos esta información, también la tiene el Imperio? ¿Qué crees que hacían nuestros enemigos en la sala de comunicaciones del Templo? ¿Jugar al escondite?
Starstone hizo una mueca ante la dureza de su tono de voz, pero se recuperó enseguida.
—¿Se te ha ocurrido pensar que nuestros enemigos, tal como tú los llamas, estaban allí precisamente porque sobrevivió una buena cantidad de Jedi? Es vital que encontremos a esos supervivientes antes de que les den caza. ¿O quieres que se los dejemos al Imperio, a Vader y sus soldados?
Shryne empezó a responder, pero se tragó las palabras e hizo un gesto hacia el borde del catre más cercano.
—Siéntate y, por un momento, intenta dejar de pensar como un héroe de HoloRed.
Cuando Starstone se sentó por fin en el catre, Shryne lo hizo a su vez ante ella.
—No me interpretes mal —empezó—. Tu objetivo no puede ser más noble. Y, por lo que sé, puede haber quinientos Jedi dispersos por todo el Borde necesitados de rescate. Pero yo no quiero ver cómo se añade tu nombre a la lista de bajas. Lo que pasó en Jaguada sólo es un anticipo de lo que nos espera si continuamos queriendo agruparnos.
—Pero…
Shryne la calló antes de que pudiera seguir.
—Piensa en el último mensaje que recibimos en Murkhana. El mensaje no decía que nos reuniéramos y organizáramos un ataque contra Coruscant, o contra Palpatine, ni siquiera contra los soldados. Nos ordenaba, a todos los que lo recibiéramos, que nos escondiésemos. Yoda o quien fuese que enviara esa transmisión sabía que los Jedi estaban metidos en una lucha que no puede ganarse. El mensaje era una forma de decir eso, que la Orden estaba liquidada para siempre. Que los Jedi están acabados.
Ocultó su tristeza y siguió hablando.
—¿Significa eso que debes dejar de honrar a la Fuerza? Claro que no. Todos nos pasaremos la vida honrando a la Fuerza. Pero no con el sable láser en la mano, Olee. Sino actuando con cuidado, pensando con cuidado.
—Prefiero morir honrando a la Fuerza con mi sable láser —dijo ella.
Él esperaba algo así.
—¿Por qué morir honrando a la Fuerza cuando puedes vivir haciendo buenas obras, transmitiendo a los demás todo lo que has aprendido sobre la Fuerza?
—¿Es eso lo que piensas hacer…? ¿Dedicarte a las buenas obras?
Shryne sonrió.
—Ahora mismo sólo sé lo que no voy a hacer, y eso es ayudarte a precipitarte a una tumba en algún mundo remoto. —Sostuvo la mirada de ella—. Lo siento. Ya he perdido a dos padawan en esta asquerosa guerra, y no quiero perderte también a ti.
—¿Aunque yo no sea tu aprendiz?
Él asintió.
—Aun así.
Ella suspiró significativamente.
—Aprecio tu preocupación por mí, Maestro, y te llamaré así porque ahora mismo eres el único Maestro que tenemos. Pero la Fuerza me dice que podemos marcar una diferencia, y no puedo darle la espalda a eso. La Maestra Chatak me inculcó que debía aceptar la guía de la Fuerza, y eso es lo que voy a hacer.
Adoptó una actitud aún más seria y continuó.
—Jula cree que tú puedes darle la espalda a todo. La Fuerza está con ella, sí, pero no es una Jedi, Maestro. No puedes desaprender décadas de enseñanza y entrenamiento de la noche a la mañana. Y de conseguirlo, acabarías lamentándolo.
Shryne apretó los labios y volvió a asentir.
—Entonces, tú y yo nos separaremos en Mossak.
—Ojalá no tuviera que ser así, Maestro —dijo ella, con la tristeza tirando hacia abajo de las comisuras de su boca.
—No podría expresar cómo me siento yo al respecto.
Se levantaron y él la abrazó con ternura.
—Se lo dirás a los demás —dijo él, mientras ella recogía los plastifinos.
—Lo saben ya.
Shryne no la vio salir. Pero Jula entró apenas dejó ella el camarote.
—¿Asuntos de Jedi?
Shryne la miró.
—Creo que puedes adivinarlos.
Jula apartó la mirada.
—Olee es una gran joven… Todas son personas decentes. Pero están engañadas, Roan. Se ha acabado. Tienen que comprenderlo y seguir adelante con sus vidas. Me dijiste que el apego es la raíz de muchos de nuestros problemas. Bueno, pues eso incluye sentir tanto apego a la Orden Jedi como para no abandonarla. Si ser un Jedi significa ser capaz de aceptar lo sucedido y seguir adelante, honrarían mejor a la Orden dejándola atrás. —Ahora sí que le miró fijamente—. Para algunos de ellos, esto es una cuestión de prestigio, y la capacidad de decidir lo que está bien o está mal. De creer que todo lo que haces nace de la Fuerza, y que siempre tendrás a la Fuerza de tu lado. Pero las cosas no son siempre así. No siento ningún cariño por la Orden, y lo sabes. A veces los Jedi causaban tantos problemas como los que resolvían. Y ahora, por el motivo que sea, por Palpatine o porque los Jedi fueron incapaces de aceptar la idea de ser los segundones de la República, la Fuerza no tiene por qué ser forzosamente vuestro mejor aliado.
Ella le cogió las manos.
—Te apartaron de mi lado una vez. No dejaré que pase por segunda vez sin luchar. —Se rió con alegría—. Y con esto, damas y caballeros, termino mi pequeño discurso. —Le miró fijamente y añadió—: Únete a nosotros.
—En una vida de criminal, quieres decir.
El fuego ardió en los ojos de ella.
—No somos criminales. De acuerdo, hemos hecho algunas cosas cuestionables, pero también las hiciste tú, y todo eso fue en el pasado. Si vienes con nosotros, te prometo que sólo aceptaremos aquellos contratos que te permitan seguir haciendo buenas obras, si no queda más remedio.
—¿Como, por ejemplo…?
—Bueno, resulta que ya tenemos una buena obra en cartera. Un contrato para transportar a su sistema natal a un antiguo senador del Núcleo.
Shryne permitió que asomara su escepticismo.
—¿Y por qué tendría que viajar en secreto a su sistema natal un antiguo senador?
—No tengo todos los detalles. Pero ¿quieres una conjetura? El senador no comparte los ideales del nuevo régimen.
—¿Es un contrato con Cash Garrulan?
Jula asintió.
—Y puede que ése sea otro motivo para que aceptes la oferta. Porque se lo debes por organizar tu escape de Murkhana.
Shryne simuló desdén.
—No le debo ningún favor a Cash.
—Muy bien. Entonces, hazlo en su memoria.
Shryne la miró fijamente.
—Los soldados imperiales lo cogieron apenas salisteis de Murkhana. Cash ha muerto.