CAPÍTULO 19
El laboratorio de rehabilitación médica del Emperador ocupaba la cima del edificio más alto de Coruscant. La antecámara del laboratorio era una sala de tamaño modesto, muy semejante a los aposentos que había tenido en el Edificio Administrativo del Senado, amueblada con un sofá acolchado semicircular, tres sillas rotatorias con respaldo en forma de concha y un trío de holoproyectores con forma de cono truncado.
Palpatine estaba sentado en la silla central, con las manos posadas en las rodillas y las luces de Coruscant brillando tras él en un largo arco de ventanales. Llevaba bajada la capucha de la túnica, y las parpadeantes luces de una serie de aparatos y paneles de control iluminaban su rostro de profundas arrugas, un rostro que mantenía oculto a sus consejeros e invitados senatoriales.
Pues aquí no era sólo el emperador Palpatine, sino Darth Sidious, Señor Oscuro de los Sith.
Al otro extremo de los gruesos paneles de transpariacero que separaban la antecámara de una sala de operaciones estaba Vader, sentado al borde de la mesa de operaciones donde se le había devuelto a la vida, transformándolo luego. Brazos servomecánicos que se extendían del techo del laboratorio le habían retirado de la cabeza el lustroso casco negro, revelando la complexión pastosa de su rostro de sintocarne y las heridas abiertas de su cabeza que quizá nunca se curarían del todo.
Los androides médicos responsables de reparar lo que quedaba de las extremidades amputadas y el cuerpo incinerado de Vader, algunos de los cuales habían presenciado y participado una década antes en la transformación en ciborg del general Grievous, habían sido reducidos a chatarra por el grito que Vader arrancó a su quemada garganta al conocer la muerte de su esposa. Ahora, un androide 2-1B que respondía a las instrucciones vocales de Vader atendía la avería de la prótesis del brazo izquierdo, cuya causa aún debía explicar.
—La última vez que estuviste en estas instalaciones no estabas en condiciones de supervisar tu propia convalecencia, Lord Vader —dijo Sidious, cuya voz era transmitida al laboratorio presurizada a través de los sensibles enunciadores de la antecámara.
—A partir de ahora, seré yo mismo quien vele por mí —dijo Vader a través del sistema intercomunicador.
—Velarás por ti —repitió Sidious con el tono exacto.
—A la hora de supervisar las modificaciones a este… cascarón, Maestro —aclaró Vader.
—Ah. Así debe ser.
El humaniforme 2-1B obedecía las instrucciones de Vader cuando un chorro de chispas brotó del antebrazo izquierdo de su paciente y electricidad azul empezó a recorrerle el pecho. Vader profirió un gruñido furioso, alzó el brazo herido y arrojó al androide médico a través de medio laboratorio.
—¡Máquina inútil! —gritó—. ¡Inútil! ¡Inútil!
Sidious contempló a su aprendiz con preocupación creciente.
—¿Qué te turba tanto, hijo? Soy consciente de las limitaciones del traje, y de la irritación que debes de sentir. Pero malgastas esa ira en el androide. Debes reservarte la rabia para cuando puedas sacarle provecho. —Volvió a alabar a Vader—. Creo que empiezo a comprender el motivo de tu frustración… Tu rabia no se debe al traje o a la ineptitud del androide. Algo preocupante ocurrió en Murkhana. Algún suceso que has decidido no contarme. No sé si por tu bien o por el mío.
Vader se tomó un largo momento para responder.
—Maestro, encontré a los tres Jedi que escaparon a la Orden Sesenta y Seis.
—¿Qué pasa con ellos?
—Los daños de mi brazo fueron obra de uno de ellos, aunque ahora yace muerta por mi hoja.
—¿Y los otros dos?
—Escaparon de mí. —Alzó el destrozado rostro para mirar a Sidious—. ¡Pero no habrían podido hacerlo de no restringir este traje mis movimientos hasta casi sumirme en la inmovilidad! ¡Si el destructor estelar que tenía bajo mi mando hubiera estado equipado de forma adecuada! ¡Si Sienar hubiera completado el caza que he diseñado!
Sidious esperó a que Vader hubiera acabado, se levantó y caminó hasta situarse a un metro de los paneles transparentes de la sala.
—Así que dos Jedi escaparon de entre tus manos, mi joven aprendiz, y tú dispersas la culpa como hojas arrastradas por una tormenta.
—Maestro, si hubiera estado allí…
—No sigas —le interrumpió Sidious—, antes de que te perjudiques todavía más. —Concedió a Vader un momento para recuperarse—. Primero, deja que te reitere que los Jedi no significan nada para nosotros. Yoda y Obi-Wan, al sobrevivir, sólo se convirtieron en la excepción a la norma. Estoy seguro de que docenas de Jedi habrán escapado con vida, y con el tiempo tendrás el placer de matar a muchos de ellos. Lo que de verdad importa es que su Orden ha sido destruida. Aplastada, Lord Vader. ¿Me he explicado bien?
—Sí, Maestro —musitó Vader.
—Los Jedi supervivientes se humillan ante los Sith al enterrar la cabeza en las arenas y nieves de mundos remotos. Así que déjalos: que expíen sus mil años de arrogancia y orgullo.
Sidious miró a Vader con desagrado.
—Una vez más te traicionan tus pensamientos. Veo que sigues sin estar convencido del todo.
Vader lo miró fijamente, e hizo un gesto hacia su cara y su cuerpo vestido de negro, gesticulando luego en forma similar hacia Sidious.
—Mírenos. ¿Son éstos los rostros de la victoria?
Sidious puso mucho cuidado en no enfurecerse en exceso, o en asquearse ante la autocompasión de su pupilo.
—No somos esto, Lord Vader. ¿No te lo he dicho ya?
—Sí —dijo Vader—. Sí, ya me lo ha dicho. Demasiado a menudo.
—Pero de mi boca aprenderás la verdad que ello encierra.
Vader alzó el rostro.
—¿Del mismo modo en que me dijo la verdad sobre salvar a Padmé?
Sidious no se sintió afectado. Llevaba todo el mes esperando oír semejante acusación de Vader.
—Yo no tuve nada que ver con la muerte de Padmé Amidala. Ella murió a consecuencia de tu ira ante su traición, mi joven aprendiz.
Vader miró al suelo.
—Tiene razón, Maestro. Yo mismo le causé lo que temía que le pasara. Yo soy el culpable.
Sidious adoptó un tono más compasivo.
—A veces la Fuerza tiene otros planes para nosotros, hijo mío. Por fortuna, llegué a Mustafar a tiempo de salvarte.
—De salvarme —dijo Vader sin emoción—. Sí, claro que me salvó, Maestro. Y supongo que debería estar agradecido.
Se levantó de la mesa y se dirigió al panel para situarse ante Sidious.
—Pero ¿de qué sirve el poder sin recompensa? ¿De qué sirve el poder sin alegría?
Sidious no se movió.
—Con el tiempo acabarás descubriendo que el poder es alegría. El camino al Lado Oscuro no carece de riesgos terribles, pero es el único camino que vale la pena seguir. En cualquier caso, nuestro aspecto no importa, o a quién se sacrifica por el camino. Hemos ganado, y la galaxia es nuestra.
Los ojos de Vader exploraron el rostro de Sidious.
—¿Al Conde Dooku le prometió lo mismo?
Sidious enseñó los dientes, pero sólo por un momento.
—Darth Tyranus sabía lo que arriesgaba. Si hubiera sido más fuerte en el Lado Oscuro, serías tú el muerto, y él mi mano derecha.
—¿Y si llegara a encontrar a alguien más fuerte que yo?
Sidious casi sonrió.
—No lo hay, hijo mío, aunque tu cuerpo haya quedado tullido. Éste es tu destino. Nos hemos ocupado de que lo sea. Juntos somos inconquistables.
—No fui lo bastante fuerte como para derrotar a Obi-Wan.
Sidious ya había tenido bastante.
—No, no lo fuiste. Así que imagina lo que podría haberte hecho Yoda. —Desgranaba las palabras con honestidad brutal—. Obi-Wan te ganó porque fue a Mustafar con una única intención en la mente: matar a Darth Vader. Si la Orden Jedi hubiera mostrado una decisión semejante, si se hubiera concentrado en lo que debía hacerse en vez de en su temor al Lado Oscuro, habría sido mucho más difícil derribarla y erradicarla. Y tú y yo lo habríamos perdido todo. ¿Lo entiendes?
Vader le miró, respirando hondo.
—Entonces, supongo que debería sentirme agradecido por lo poco a lo que puedo aferrarme.
—Sí, deberías hacerlo —repuso Sidious cortante.