18

—Nos hemos alejado muchísimo de la física, Philip. Me gustaría enderezar de nuevo la situación.

El despacho de Soft resultó ser sorprendentemente acogedor. Era fácil imaginárselo como una ampliación del interior de su cabeza. Las paredes estaban cubiertas de textos, ejemplares de hacía una década de Escritos sobre física y Revista de física. Las mesas rebosaban. De la pared colgaba un diploma de papel al agua enmarcado y sutilmente torcido. Lecho ignífugo amarilleado, lamparilla fluorescente antigua. En el laboratorio, Soft tenía siempre aspecto de reptil y parecía fuera de lugar en cualquier otro sitio, pero el despacho era un punto intermedio, un espacio humano que el físico podía habitar de manera creíble.

Soft estaba sentado a su mesa. En la silla destrozada de su derecha se sentaba un físico italiano, justo fuera de plano. El italiano era alto y rubicundo, y vestía un traje arrugado de color amarillo limón. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado y la corbata hecha un ovillo en el bolsillo de la americana, de donde asomaba como una lengua. Soft lo presentó con un nombre que empezó a metamorfosearse tan peligrosamente en cuanto lo oí —¿Cárnico Praxia? ¿Carbono Cruxia? ¿Abono Toxia?— que no me atreví a intentar pronunciarlo en voz alta.

El tipo me observaba atentamente mientras Soft hablaba.

—Estamos repartiendo el horario de Ausencia —dijo Soft—. Yo mismo he reclamado parte de las horas disponibles. Un equipo de estudiantes de posgrado ha presentado una propuesta impresionante y se les concederá un turno. Personalmente, lo más interesante me parece el intercambio acordado con el equipo italiano. Carmo y su equipo tendrán acceso a Ausencia a cambio de unas horas en su supercolisionador de Pisa, tras el que llevábamos años. Ausencia es una baza considerable a la hora de negociar.

El italiano frunció los labios.

—Hemos seguido muy de cerca sus resultados. Es un trabajo importante. No puede ser monopolizado, ¿comprende? La comunidad internacional tiene sus derechos.

—El equipo de Carmo tiene algunas teorías muy interesantes y están ansiosos por ponerlas a prueba.

—¡Ah! Sí. De momento no se ha pasado de una interpretación muy simplista.

Soft dio un respingo. Resultaba obvio que el entusiasmo del italiano le irritaba. Tal vez el intercambio escondiera razones políticas, alguna deuda por pagar.

—La razón por la que te he citado aquí —continuó Soft— es que me gustaría que administraras las horas de la profesora Coombs. Que fueses su… mmm… acompañante. Nunca se me ocurriría interrumpir su trabajo, pero estoy intentando poner algo más de seriedad en los procedimientos. Quiero llevar a la práctica diversos enfoques, fomentar cierto toma y daca entre los distintos equipos. Y, como es natural, habrá algún momento de inactividad mientras un grupo desmantela su instrumental o recoge el área de observación. Solo hay una Ausencia. De modo que todos tendremos que incrementar nuestro espíritu de cooperación. He pensado en ti, Philip, porque eres un experto en cómo se hacen las cosas por aquí, para que nos ayudes a pulsar los resortes que harán que la cosa funcione. En especial con la profesora Coombs. Porque no resulta fácil, pero, efectivamente, la estamos bajando de categoría, sacándole tiempo. No es que no se le vaya a compensar, por supuesto, pero aun así estoy seguro de que entiendes por dónde voy.

Soft sonrió a Carmo —¿Texaco? ¿Relaxo? ¿Ataxia?— y entrelazó las manos encima de la mesa.

—Pero Alice… —empecé a decir.

—No creo que este sea el momento ni el lugar para tratar las recientes dificultades de la profesora Coombs, Philip. Al profesor Braxia no le interesan nuestras pequeñas controversias o excentricidades. Se ha producido una diferencia de opinión entre la profesora Coombs y yo. No es ningún secreto, tampoco se lo oculto al equipo italiano. La cuestión es abrir el debate a nuevos enfoques.

—No llegamos a ciegas —dijo Braxia con suavidad—. Conocemos el trabajo de la profesora Coombs. Es apasionada, tozuda. Nos gusta, lo entendemos.

—Creo que la cosa va más allá —dije—. Alice opina que nos enfrentamos a una situación fuera del alcance de los enfoques tradicionales. Que esto está más en la línea de, digamos, el contacto con extraterrestres, y que deberíamos ser más sensibles a… mmm… los aspectos antropológicos o exobiológicos. Creo que en este momento es muy probable que se oponga a un enfoque de física pura y dura. Hablo en su nombre.

Improvisaba sobre la marcha. Trataba de ganar tiempo. Pero si Soft quería interponerse entre Alice y Ausencia, ¿de verdad quería yo cerrarle el camino? Mis deseos y los de Alice no eran necesariamente la misma cosa.

Carmo Braxia se recostó en la silla y cruzó las piernas a la altura de los tobillos.

—Estimado colega, me desconcierta que quiera oponerse al simple ejercicio de la rigurosidad científica básica que la situación demanda. Se trata solo, por ejemplo, de instalar un sonar a un haz de luz para intentar que nos rebote una señal de la superficie interior de Ausencia. No hay riesgo de daños. ¿Por qué no habría de intentarse?

—Me temo que tiene razón, Philip. Hay un umbral de responsabilidad básica. Y ahora mismo no lo alcanzamos.

—Quizá exista una Ausencia correspondiente, un agujero anexo —sugirió Braxia emocionado—. En alguna parte, todavía por descubrir. Que escupa toda la basura que ustedes le arrojan por este extremó. Quizá en algún país del Tercer Mundo. ¡Ja! Típicamente americano.

—La profesora Coombs tendrá su turno —dijo Soft—. Dispondrá de oportunidades suficientes para reivindicar sus teorías. Todos mantendremos una mentalidad abierta, receptiva. Buscaremos, además, nuestras propias conclusiones. Los equipos acabarán por converger en el momento en que se descubra la verdad. Sabremos por fin qué nos traemos entre manos.

—Resultados —dijo Braxia en tono grave.

—Y, por tanto, necesitan que los ayude con Alice —dije.

Soft volvió a dar un respingo. Quería que la llamará profesora Coombs.

—No solo eso —contestó—. Te invitamos a colaborar. A que trabajes de cerca con la profesora Coombs, con Carmo y los italianos, conmigo, y busques las correspondencias que se nos pasen por alto. Cosas que no vemos por falta de perspectiva. Tu trabajo habitual. Y a que uses tu influencia para que la profesora Coombs mantenga cierto equilibrio. Que se concentre, pero no… se obsesione.

Braxia había arrancado un penacho de relleno del gastado apoyabrazos de la silla y lo sostenía socarronamente a contraluz.

—¿Y si yo pidiera un turno propio? —pregunté, improvisando—. En concepto de representante de, pongamos, los intereses de la facción interdisciplinaria. Intereses sociológicos, psicológicos o incluso literarios. Representaría a la comunidad de los desconcertados, de los excluidos. Creo que la manifestación de ayer demuestra la existencia de mi circunscripción. ¿Sería compatible con tu distribución horaria?

Soft parecía estar a punto de tragarse la nuez.

—No veo ningún problema —consiguió decir—. Presenta la petición. Seguirá el procedimiento habitual de evaluación.

—Lo importante aquí, estimado colega, es que hagamos algo de física. Comprendemos que la profesora Coombs no se encuentra bien. Y le deseamos lo mejor. Hasta que esté en condiciones de aprovechar su tiempo, hemos pensado en proponer otro intercambio. —Braxia rebuscó en los bolsillos, extrajo una hoja doblada por la mitad y la desplegó—. Por cada hora semanal adicional con respecto a la adjudicación inicial —leyó— ofrecemos un pie cuadrado de espacio de observación adicional en el complejo de Pisa. Tras diez horas semanales adicionales, la tasa de intercambio pasaría a seis pulgadas adicionales por hora cuadrada adicional.

—No creo que Alice contemple la posibilidad de hacer concesiones.

—Tenga. —Braxia me entregó el papel—. Así tendrá nuestra oferta a mano. No pedimos más. El intercambio no supone ninguna concesión. Nosotros disponemos de una instalación muy interesante, pregúntele a Soft. Cuatro mil eventos por sesión. Una máquina estupenda. Explíqueselo, Soft:

—Tienen una máquina estupenda —dijo Soft—. La envidia de la comunidad internacional.

—Ya no —repuse.