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Me desperté atenazado por un sueño aterrador en el que aparecían salvajes, nubes de polvo y mi contestador automático. En realidad estaba en un catre en el recodo del pasillo frente al laboratorio del espacio de Gauchy. Solo. Volver en sí en las entrañas del gélido y ronroneante complejo resultó aún más extraño que el sueño, y peor. Fue como si hubiera estado durmiendo al cobijo de un trasatlántico hundido.

Me había dormido a las cuatro de la madrugada. El universo inflacionario del profesor Soft había continuado negándose perversamente a actuar. La burbuja no se desprendía. Me había aburrido de esperar y me había metido en uno de los catres. Oí la voz de Alice en la sala de observación.

Entré. El suelo del laboratorio estaba cubierto de papel parafinado, vasos vacíos y listados arrugados. La mayor parte de los físicos se había acurrucado en los catres o se había marchado a casa. Solo quedaban unos pocos, que seguían esperando con la mirada cansada. Soft tomaba notas en su mesa de trabajo portátil. Su becario seguía a su lado. Los píxeles oscilaban serenamente sobre sus cabezas. Alice permanecía de pie donde la había dejado. ¿Cuánto tiempo me había dormido?

La cogí de la mano.

—¿Qué hora es? —susurré.

—Aquí son las ocho y media —contestó—. Dentro del espacio de Cauchy siguen siendo las seis de ayer. El tiempo se ha colapsado en torno al evento burbuja.

—¿En serio?

—El agujero de gusano se ha dilatado.

—Eso es bueno.

Alice negó con la cabeza sin apartar la vista de la pantalla.

—Parece bueno, pero en realidad no lo es. Puede que la burbuja se haya desprendido de acuerdo con lo previsto. Pero no debería haber ningún aneurisma.

—¿Una herida?

—Un agujero.

—¿Qué significa?

Alice sacudió la cabeza.

—¿Soft está muy preocupado?

—Mira a su becario.

Miré. Era cierto. Soft era un ejemplo de entereza, pero su becario estaba hecho un desastre, con el pelo apelmazado por el sudor nervioso y los ojos lagrimeantes. Levanté la vista hacia la pantalla e intenté distinguir el aneurisma. No veía nada. Mi físico interior era ciego, estaba atrofiado.

Sostuve la mano fría de Alice y la miré observar la pantalla. Alice seguía sin poder desperdiciar una mirada en mí, no podía desconectarse de aquel experimento de un aburrimiento imposible.

—Alice. —Le apreté la mano.

Se volvió y me besó. Fue un beso pequeño y comedido que se posó en el borde de mis labios.

Apoyé los pulgares bajo sus ojos, donde la carne se veía gris y tierna, y la besé de nuevo.

—Tienes clase —me dijo.

—Tenemos tiempo de desayunar.

Miró la pantalla y luego bajó la vista al suelo. Resultaba evidente que no quería hablar allí.

—Tengo que quedarme.

—¿Es importante?

—Mucho.

Sonreí, pero no estaba contento. Yo quería que fuese Philip el que apareciese en la pantalla de Alice.

En el rincón, varios físicos se habían reunido alrededor de la mesa de Soft bebiendo de sus educaciones murmuradas como animales en un agujero del desierto. Alice vio que les miraba y se volvió. Obviamente, quería unirse al grupo.

Puse las manos en su pelo y giré su cabeza hacia la mía con dulzura.

—Te llamaré cuando hayas acabado la clase —susurró.

—Vale.

—Quiero verte.

—Lo sé.

—Pero tengo que presenciar esto. Soy así. Me gusta estar en primera línea de fuego.

—En el horizonte de lo real —musité.

Alice y yo éramos del mismo tamaño. Desplazábamos la misma cantidad de aire. Pero cuando nos abrazábamos se volvía escurridiza y fugaz, como una rémora. Cuando la estrechaba me imaginaba que si estiraba el cuello podía besarle la nuca o rodearla del todo, hasta tocarme los hombros con las manos.

—Vale —dije—. Llámame después de clase.

—¿Estarás en el apartamento?

Asentí.

—Estaré descongelando algo.

—Te llamaré.

—Con las últimas noticias sobre la burbuja. De veras, me interesa.

Nos separamos. Alice se unió al grupo que se apiñaba alrededor de la mesa de Soft. Sentí celos, pero no pude atribuirlos a nada concreto. Se desdibujaron y desaparecieron.

Se me aligeró el corazón al salir del atemporal y gris complejo de física al campus, iluminado por la luz de las nueve de la mañana. Debería haber estado cansado, pero me sentía como una mariposa saliendo del capullo. Tenía una ventaja sobre los estudiantes desperdigados por los senderos bordeados de césped: solo yo conocía el aneurisma, la burbuja arrugada que acechaba debajo. Allí fuera, las ventanas de los edificios de madera blanca se abrían con un chirrido para dejar entrar la luz, los encargados de mantenimiento recogían la basura de las inmensas extensiones de césped recién despiertas, los estudiantes de primero parpadeaban intentando ahuyentar resacas de cerveza Zima. Para ellos era solo un día más, pero yo sabía que el tiempo se había detenido.

Un universo nuevo. Me lo imaginé retorciéndose para alejarse del universo viejo, liberándose a patadas del agujero de gusano umbilical del laboratorio de Soft. Esa idea irradiaba una luz fresca y extraña sobre la mañana, sobre los pájaros que piaban en lo alto, el trazo de tiza de las nubes y los folletos de las elecciones al consejo de estudiantes que colgaban de todas partes. Quizá este fuera el universo nuevo y el monstruo de Soft hubiera absorbido lo viejo hacia los confines de la galaxia.

Jurándome impartir los rasgos generales de esta nueva visión en mi clase, me desvié hacia la cafetería para desayunar un Team, o quizá un Total.