PRELIMINARES:
LA LEYENDA NEGRA

I

Los problemas que se derivan de la historia o que ésta plantea, sean cuáles fueren, deben estudiarse imparcialmente, sin prejuicios y con el firme propósito de averiguar la verdad o por lo menos la mayor cantidad posible de verdad. No creemos, como creía el historiador inglés Froude, que las leyendas tienen que seguir siendo leyendas y que demostrar la justicia de un monarca tenido por tirano equivale a defender la tiranía. Froude, entendiendo que el elemento místico no puede eliminarse de la historia por ser compañero inseparable de ella, suponía también que era inútil y hasta contraproducente esforzarse en disipar las nieblas levantadas por el odio o por la adulación. La labor critica, la labor de investigación, sólo hallaba excusa a los ojos de tan notable historiador cuando la leyenda ejercía pernicioso influjo sobre los vivos. De suerte, que aún estamos de acuerdo con el defensor de Enrique VIII (mancha de sangre y de grasa, según Dickens), al emprender el estudio de la leyenda antiespañola, ya que esta leyenda no es cosa de lo pasado, sino algo qué influye en lo presente, que perpetúa la acción de los muertos sobre los vivos y que interrumpe nuestra historia.

¿Qué es, a todo esto, la leyenda negra? ¿Qué es lo que puede calificarse de este modo tratándose de España? Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra Patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación, o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

En una palabra, entendemos por leyenda negra, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.

II

Los caracteres que ofrece la leyenda antiespañola en nuestros días son curiosos y dignos de estudio. No han cambiado a pesar del transcurso del tiempo. Se fundan hoy, lo mismo que ayer, lo mismo que siempre, en dos elementos principales: la omisión y la exageración. Entendámonos; omisión de lo que puede favorecernos y exageración de cuanto puede perjudicarnos. La prueba es fácil. En la mayoría de los libros extranjeros que tratan de literatura, de arte, de filosofía, de ciencias económicas, de legislación o de cualquier otra materia, rara vez se ve mencionado el nombre de España o reseñada su actividad, a no ser para ponerla como ejemplo de atraso, para decir que su fanatismo religioso le impidió pensar, o para aludir a su afición por los espectáculos crueles, cosa nada extraña, aseguran, en quienes en otro tiempo se solazaron con las hogueras de la Inquisición. Tan cierto es esto, que en las obras más famosas que han visto la luz pública en Europa acerca de arte, de literatura y de ciencia, obras enciclopédicas y magistrales, la labor de España se reseña a la ligera[3], y mientras se consagran sendos capítulos al arte, a la literatura y a la ciencia en Alemania, en Inglaterra, en Francia y en Italia, España suele ir incluida en la rúbrica de «varios». Eso, si en los breves párrafos dedicados a sus escritores y a sus artistas no se la execra por intolerante y no se afirma que nada hizo en el mundo como no fuera imponer sus creencias a la fuerza y explotar a quienes por medio de la fuerza sometía.

III

Dos aspectos, igualmente curiosos y dignos de estudio, ofrece la leyenda negra: el aspecto social, es decir, el referente al carácter y a las costumbres de los españoles, y el aspecto político, o sea el relativo a la acción de España, a las consecuencias de esta acción, y a su reflejo en la vida actual del pueblo español. Don Juan Valera ha descrito admirablemente los caracteres de la leyenda desde el punto de vista social. «Cualquiera que haya estado algún tiempo fuera de España, escribe[4], podrá decir lo que le preguntan o lo que le dicen acerca de su país. A mí me han preguntado los extranjeros si en España se cazan leones; a mí me han explicado lo que es el té, suponiendo que no le había tomado ni visto nunca; y conmigo se han lamentado personas ilustradas de que el traje nacional, o dígase el vestido de majo, no se lleve ya a los besamanos ni a otras ceremonias solemnes, y de que no bailemos todos el bolero, el fandango y la cachucha. Difícil es disuadir a la mitad de los habitantes de Europa de que casi todas nuestras mujeres fuman, y de que muchas llevan un puñal en la liga. Las alabanzas que hacen de nosotros suelen ser tan raras y tan grotescas, que suenan como injurias o como burlas».

La leyenda política ofrece aspecto semejante. «En el afán, en el calor, conque se complacen en denigrarnos, dice el mismo Valera, se advierte odio a veces. Todos hablan mal de nuestro presente; muchos desdoran, empequeñecen o afean nuestro pasado. Contribuye a esto, a más de la pasión, el olvido en que nosotros mismos ponemos nuestras cosas. En lo tocante al empequeñecimiento de nuestro pasado hay, a mi ver, otra causa más honda. En cualquier objeto que vale poco, o se cree valer poco en lo presente, se inclina la mente humana a rebajar también el concepto de lo que fue, y al revés, cuando lo presente es grande, siempre se inclina la mente a hermosear y a magnificar los principios y aun los medios, por más humildes y feos que hayan sido. ¿Cómo, por ejemplo, llamaría nadie gloriosa a la triste revolución inglesa de 1688, si el imperio británico no hubiera llegado después a tanto auge? Shakespeare, cuyo extraordinario mérito no niego a pesar de sus extravagancias y monstruosidades, ¿sería tan famoso, se pondría casi al lado de Homero o de Dante, si en vez de ser inglés fuese polaco o rumano o sueco? Por el contrario, cuando un pueblo está decaído y abatido, sus artes, su literatura, sus trabajos científicos, su filosofía, todo se estima en muchísimo menos de su valor real. Montesquieu dijo que el único libro bueno que teníamos era el Quijote, o sea la sátira de nuestros otros libros. Niebuhr sostiene que nunca hemos tenido un gran capitán, no recuerdo si pone a salvo al que llevó este nombre por antonomasia, y que desde Viriato hasta hoy, sólo hemos sabido hacer la guerra como bandoleros. Y Guizot pretende que se puede bien explicar, escribir y exponer la Historia de la civilización haciendo caso omiso de nuestra Historia, que da por nula. Un libro podría llenar, si tuviese tiempo y paciencia para ir buscando y citando vituperios por el estilo, lanzados contra nosotros en obras de mucho crédito y por entonces de primera nota».

Ocasión tendremos de multiplicar los ejemplos de este género. Contentémonos ahora con añadir a lo dicho por Valera que otras razones ha habido para la formación del desfavorable concepto de que gozamos en el mundo, y que mientras una de ellas consiste, como indica muy acertadamente la Historia Universal, de Lavisse y Rambaud, en haberse indispuesto España con los pueblos que crean la opinión pública en Europa: Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania, otra es el desdén demostrado por nosotros hacia nuestra historia y el prejuicio con que hemos visto siempre determinados períodos de ella. Porque, aunque sea triste confesarlo, culpa principalísima de la formación de la leyenda negra la tenemos nosotros mismos. La tenemos por dos razones: la primera, porque no hemos estudiado lo nuestro con el interés, con la atención y con el cariño que los extranjeros lo suyo, y careciendo de esta base esencialísima, hemos tenido que aprenderlo en libros escritos por extraños e inspirados, por regla general, en el desdén a España; y, la segunda, porque hemos sido siempre pródigos en informaciones desfavorables y en críticas acerbas.

No podemos quejarnos, pues, de la leyenda antiespañola. Esta no desaparecerá mientras no nos corrijamos de esos defectos. Sólo se borrará de la memoria de las gentes cuando renazca en nosotros la esperanza de un porvenir mejor, esperanza fundada en el estudio de lo propio y en la conciencia de las propias fuerzas; no en libros extranjeros ni en serviles imitaciones de lo extraño, sino en nosotros mismos, en el tesoro de tradiciones y de energías que nuestros antepasados nos legaron, y cuando creyendo que fuimos, creamos también que podemos volver a ser. Sin embargo, en espera de que nos enmendemos de estas faltas, conviene estudiar la leyenda antiespañola y oponer la verdad histórica a las apariencias de verdad, y esto es lo que vamos a hacer en las páginas siguientes.