Es curioso. Llevo varios días peleando conmigo mismo, batallando por un imposible. Sinceramente, me gustaría resumir en un par de líneas esos miles de folios que constituyen el nuevo legado del mayor. Está claro que debo sujetar mi ansiedad y dejar que las cosas discurran como han sido escritas y dispuestas por esa «mano» invisible que, a veces, llamamos Destino. Lamentablemente estamos limitados. Y la palabra, en este caso, paradójicamente, constituye la mayor de mis limitaciones. Haré lo que pueda.
A punto de iniciar la traducción de esta voluminosa parte del legado del fallecido piloto de la USAF quiero aventurarme en un par de reflexiones. Entiendo que es justo adelantar y confesar que la lectura de tales «diarios» me ha impresionado profundamente. Y no sólo por la extensión y lujo de detalles. Creo que lo más importante y asombroso es la montaña de información en torno a la vida de Jesús de Nazaret. Juan, el Evangelista, en sus postreros versículos (21, 25), escribía con sobrada razón que «otras muchas cosas hizo Jesús». Cierto. Y me atrevería a añadir que tantas y tan decisivas que, en faltando una sola, nuestro conocimiento y perspectiva de su obra resultan mermados. Trágicamente mermados. Ahora lo sé. Es vital —imprescindible, diría yo— conocer la infancia y la juventud del Hijo del Hombre para aproximarse a su Verdad. Es esencial el acceso a los años que precedieron a su llamada «vida pública» para, cuando menos, intuir sus propósitos y, así, hacer encajar las piezas de su compleja, agitada y siempre fascinante etapa de predicación. Sólo así, con esa maravillosa información entre nuestras manos, podremos evaluar con cierta equidad el irrepetible paso de este Hijo de Dios sobre la Tierra.
También lo sé. Muchas personas, tras la lectura de los anteriores Caballos de Troya, me formulan la misma pregunta: «Pero ¿es verdad? ¿Todo esto es creíble?». Y me veo obligado a repetir lo único que sé: que esos documentos existen y que —aunque algunos se empeñen en lo contrario— yo no gozo de tanta imaginación. ¿O sí? Si así fuera, si disfrutara de semejante imaginación, el lector tendría que reconocer que soy un serio aspirante al Premio Nobel de Literatura… Pero no he venido al mundo para recibir premios. Sea como fuere, desde aquí desafío a quien lo desee a construir una «vida de Jesús» tan cuajada de lógica, audacia y belleza. No es tan sencillo «inventar» discursos de Jesús de Nazaret —pláticas inéditas y, lo que es más interesante, repletas de sabiduría— o esos treinta y dos años que los creyentes definen como «vida oculta». «Inventarlos», claro, con datos, nombres, sucesos y circunstancias que encajen. En Caballo de Troya —lo sé— aletea algo «mágico», ajeno a mí mismo. Yo he sido un simple instrumento. En suma, y no me canso de insistir en ello, es el corazón del lector el que debe «sentir» si estas narraciones acerca de Jesús son o no creíbles. Que cada cual, por tanto, en lo más íntimo de su ser juzgue y decida, de acuerdo con los dictámenes de su intuición. Ésa jamás se equivoca…
Dicho esto, la más elemental de las prudencias me empuja a prevenir al lector. Al menos, a los pusilánimes y anclados en los viejos e inamovibles puertos del conservadurismo. A juzgar por los cientos de cartas y comunicaciones recibidas a raíz de la publicación de los anteriores Caballos (1 y 2), sé que una notable mayoría no se ha sentido herida o desconcertada por la lectura de esta inédita «vida de Jesús». Al contrario. Como en mi caso, este «nuevo», «más humano» e infinitamente «más cercano». Jesús de Nazaret ha hecho el milagro de cautivar los corazones, apaciguando ansiedades, colmando lagunas y, sobre todo, confirmando sospechas e intuiciones. Este Jesús —más nuestro— nos ha hecho pensar, que no es poco.
A otros, en cambio, el torrente de revelaciones sobre su persona, vida y mensaje los ha irritado o sumido en unas tinieblas nada aconsejables. Por supuesto, no era ésa mi intención. Pues bien, a éstos —cuyos principios y esquemas religiosos no pueden ya evolucionar— van dirigidas mis presentes y respetuosas palabras de advertencia. Como sucediera con los textos publicados en Caballo de Troya 2, entiendo que mi deber ahora es alertarlos. La naturaleza de los hechos, ideas y situaciones que me dispongo a narrar podría lastimar a los inseguros o a los que, porque así está escrito, no pueden ni deben avanzar en la apasionante aventura de la búsqueda personal. Cada cual, naturalmente, tiene «su». Verdad y «su» razón. En consecuencia —como medida preventiva—, sugiero que NO SIGAN ADELANTE. Si su ánimo no está preparado para enfrentarse a otras verdades, por favor, NO LEA los siguientes Caballo de Troya. Si, a pesar de todo, decide continuar, no pierda de vista que la Verdad, como el más valioso de los diamantes, tiene mil caras.
Quizá, en el fondo, todos tengamos razón.
Y antes de proceder a lo que en verdad importa y es motivo del presente trabajo —los «diarios» sobre la vida de Jesús—, dado el considerable volumen de los «legados» es casi seguro que dicha información deba ser dosificada. Sé que el siempre paciente lector lo comprenderá. Pero dejemos que sea el Destino quien fije las normas…