«Otoño de 1978. Estoy perdiendo el sentido del tiempo. Presiento el final. Ya nada me preocupa. Sólo terminar. La vida y el aliento se escapan. Pronto me reuniré con mi “hermano”, supongo. Pero antes, ¡oh Dios misericordioso!, dame fuerzas para concluir lo empezado.
»Hoy, mientras continúo la revisión de todo lo escrito sobre nuestras experiencias y exploraciones en la Palestina de Jesús de Nazaret —bendita sea su memoria—, sigo sin conocer al hombre o mujer que deberá custodiar y difundir cuanto llevamos escrito y que, ése es nuestro objetivo, pretende reflejar, torpe y pobremente, lo sé, la maravillosa “luz” del Maestro. Ni siquiera tengo la certeza de que estas memorias lleguen a ser leídas. No obstante, tal y como aprendí de Él, debo confiar en la mano amorosa del Padre. Él tiene un plan para cada uno de nosotros. Él, por tanto, sabrá cómo y cuándo hacer llegar cuanto aquí se narra a quienes, en verdad, están sedientos de su palabra.
»Y antes de sumergirme de nuevo en nuestra apasionante aventura en las altas tierras de la Galilea, solicito la benevolencia y comprensión de cuantos acierten a leer estos diarios. Seguramente, un consumado escritor lo habría hecho con más acierto y brillantez. Creemos, asimismo, tanto Eliseo como yo, que estamos en deuda con ese todavía anónimo destinatario de cuanto hemos escrito[6]. El brusco final que precede a lo que ahora me ocupa no ha sido gratuito. Ni debe ser interpretado como el capricho de un hombre senil o decadente. Lo que nos tocó vivir y presenciar en Palestina, a partir de aquel inolvidable domingo, 16 de abril del año 30 de nuestra era, resulta tan espectacular y decisivo que, honradamente, he creído necesario adoptar un máximo de precauciones. Ese criptograma, que en cierta medida cierra la primera fase del segundo “salto” de la Operación Caballo de Troya, sólo pretende salvaguardar nuestro “tesoro”. Y ha sido concebido de tal forma que, al igual que en el primero de los enigmas, sólo una persona sedienta de conocimientos y dispuesta a arrostrar toda suerte de riesgos y sacrificios esté capacitada para resolverlo y, finalmente, respetando su contenido, darle el tratamiento justo. Estoy seguro que ese anónimo personaje sólo puede ser un entusiasta de Jesús de Nazaret. En ello confío».