A eso de las once, fui al Golden Arrow. El BMW estaba aparcado donde siempre. Aquello quería decir que no le habían detenido, seguramente tampoco le habían interrogado, era de suponer que le estarían vigilando discretamente, quizás a esa hora estaban peinando su apartamento buscando alguna prueba. Su pistola reglamentaria, tal vez.

Navarro tenía que encontrarse dentro del pub. Era su bar, donde jugaba a los dardos y tenía su tertulia. Yo corría el riesgo de que saliera en cualquier momento. Además, todavía había gente por la calle cruzando arriba y abajo, hacía buena noche y nadie se apresuraba a ponerse delante del televisor. Pero no podía demorarlo más.

Todo encajaba: el miedo de Murillo a Navarro, el tono siempre suficiente y altanero de éste. El tono firme de su voz y sus movimientos decididos al descubrir la imagen de un intruso reflejada en el espejo del pequeño servicio. Me pregunté por qué Murillo no me había dicho que Navarro era policía, sólo podía deberse a que Navarro le había prohibido decírmelo, algo que me pareció normal. No le interesaba que se supiera porque era una pequeña ventaja de partida. Eso reforzaba la idea de que la primero vez que me vio no me reconoció, de haberme reconocido habría preferido que yo supiera que era policía, para intimidarme. Por eso sabía que no estábamos fichados, y yo me había preguntado cómo lo sabía.

La información que tenía sobre el golpe, la ruta y el trasporte a mano del dinero en una carpeta archivador, también los horarios del empleado, encajaban con la información que podía conseguir un policía. Sólo la pasma o los directivos de la caja podían tener aquella información. Ahora estaba seguro de que durante el golpe él se encontraba lejos, con algunos testigos, seguramente en alguna comisaría ocupando su mesa o contando chistes en la máquina del café. Nunca había tenido la intención de esperar delante de la salida B, sabía que no iba a haber ninguna emergencia pero había querido justificar su cincuenta por ciento.

Crucé la calzada hasta el BMW. Saqué la navajita, la introduje en la cerradura y abrí el maletero. Ahora no estaba vacío, la rueda de repuesto ocupaba su habitáculo. Podía suponer que la tarde anterior Navarro la había llevado al garaje porque estaba pinchada, no se me ocurría otra cosa. Esto quería decir que al menos una vez había abierto el maletero. Levanté la esterilla donde debía encontrarse el reloj y metí la mano. No estaba allí. No había nada. Me olvidé de los transeúntes y de la puerta del pub, tanteé todo el suelo del maletero con las dos manos, luego levanté de nuevo la esterilla y deslicé las dos manos sobre la chapa. Nada. Estuve por sacar la rueda de repuesto pero encajaba perfectamente y el reloj no podía encontrarse debajo. El maletero estaba limpio. Estaba limpio de verdad, ningún paraguas, un impermeable, alguna herramienta o un sombrero de lona. Nada. Me pregunté si Navarro lo habría dejado a propósito tan vacío. Tanteé otra vez con las dos manos hasta que estuve seguro de que el reloj no se encontraba allí. Alguien lo había cogido. Sólo podía haber sido Navarro porque de haberlo encontrado la policía ya lo habrían detenido y el coche no se encontraría allí.

Si Navarro pensaba en ello la conclusión era que única la persona que podía haber dejado el reloj allí era alguien que lo había cogido en la casa y que ahora trataba de involucrarle en el asesinato porque él mismo podía estar involucrado. Esa persona sólo podía ser la que había visto reflejada fugazmente en el espejo del servicio y luego se le había escapado.

La gran incógnita seguía siendo si me había reconocido. Ya no estaba tan seguro de que lo hubiera hecho.

Entonces le vi. Se encontraba cruzando el paso de peatones con el monigote en rojo. Caminaba muy deprisa aunque sin mirar hacia el BMW. Cerré el maletero y me alejé casi corriendo, buscando las sombras. Había salido del pub y yo no me había enterado porque estaba entretenido haciendo el registro. No sabía si me había visto. Si había mirado hacia allí tenía que haber advertido la presencia de una persona junto al maletero abierto de su coche. Pero en ese caso habría corrido o gritado. Quizás no lo había hecho porque era policía y pretendía sorprenderme. Continué caminando deprisa por lo que parecía una vereda entre setos de un metro de altura. Miré sobre el hombro. Nadie. Tenía ahora la zona de aparcamiento como a unos cincuenta metros a mi derecha y me pareció que las luces de un coche centelleaban, no sabía si eran las del BMW. Podía pretender cortarme el paso con el coche al final de la vereda. Giré a mi izquierda aunque no había ni vereda ni camino pero llegaría al asfalto y Navarro no podría adivinar por qué lugar iba a salir del parquecillo. Un minuto después pisaba la acera. Crucé la calzada corriendo y me metí por una calle de dirección prohibida.

Pensé en el reloj mientras me alejaba a buen paso. Sin duda lo había encontrado y yo no podía adivinar qué había hecho con él. Seguramente lo había arrojado a un contenedor de basuras, después de limpiarle las huellas como yo había hecho, por si acaso.