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Ese sábado, las chicas quedaron en verse en casa de Vanessa a comer. El hecho de que Ángel hubiera contratado a una enfermera, para que supliera a la señora Estela cuando no estaba, le daba a Sofía más libertad, además de la tranquilidad de saber que su madre estaba atendida en todo momento.
Como aparcar en Valencia era un infierno, Sofía recogió a Diana para ir las dos en un solo coche. En el camino estuvieron haciendo conjeturas sobre lo que su amiga quería contarles. En realidad, Sofía sabía que tendría que ver con que Darío se hubiera presentado en el colegio de Alejandro, pero había concretado con el batería que no dirían que ella había sido la fuente de información, así que disimuló todo lo que pudo frente a Diana.
―Desde luego, tiene que ser algo muy gordo para no haber querido contárnoslo por WhatsApp ―concluyó la otra joven cuando Sofía terminaba de aparcar.
―Ahora saldremos de dudas ―concordó con ella―. Y espero que nos lo cuente todo con lujo de detalles.
―Eso, sin dudarlo ―se rio Diana.
Al llegar, las recibió un sonriente Alejandro dándoles un par de sonoros besos en las mejillas.
―Hola, tías. ¿Sabíais que Darío vino a recogerme al colegio el otro día? ―anunció con entusiasmo mientras dejaba entrar a las jóvenes, quienes compartieron miradas llenas de asombro.
―Ya me imaginaba yo que este mozalbete me iba a dejar sin la primicia ―lamentó Vanessa, yendo a saludarlas―. ¿Me acompañáis a la cocina? Estoy terminando de hacer la comida ―les dijo al ver que su hijo volvía a su habitación, y teniendo así un poco de intimidad.
Por suerte, la cocina contaba con una mesita con sillas, porque sus amigas necesitaron tomar asiento al enterarse de todo lo sucedido aquella noche, incluida Sofía. Se había negado a que Ángel la hiciera partícipe de la versión de Darío sobre aquella historia, pues sentía que estaba inmiscuyéndose más de la cuenta… Y vaya con el batería…
―Está coladito por tus huesos ―declaró ante una escéptica Vanessa.
―Yo solo sé que es el tío más raro con el que me he topado jamás ―reconoció, levantándose para servir algunos refrescos para todas.
―Lo que pasa es que ningún hombre se había mostrado tan interesado como él ―agregó Diana.
―¿Tú de parte de quién estás? ―se quejó Vanessa, sentándose de nuevo.
―Y vuelta la mula al trigo ―farfulló por lo bajo―. ¿Queréis olvidaros de una vez de mi opinión personal con respecto a los hombres? ―inquirió molesta, cogiendo el vaso de mala gana para beber y así mantener la boca ocupada y no hablar más de la cuenta.
―Más que opinión, es inquina ―apuntó su amiga.
―Y no es para menos, ¿no te parece? ―se defendió.
―Claro que sí ―la apoyó Sofía―. Pero creo que ambas estamos de acuerdo en que ya va siendo hora de que te abras un poco más.
En ese instante, Vanessa casi se atraganta con el refresco, viéndose obligada a escupirlo en la mesa.
―Déjala que primero hable un poquito antes de «abrirse», ¿no? ―agregó con tono pícaro e, inevitablemente, las tres jóvenes rompieron a reír, esfumándose la tensión que comenzaba a formarse en el ambiente.
―Aquí, la que suele ir a velocidad supersónica eres tú ―la acusó Diana, aún sonriente por su broma, mientras su amiga limpiaba el desastre que había organizado.
―De eso nada ―negó Sofía―. Ahora está yendo a paso de tortuga ―se mofó.
―Es que el gallego este es duro de pelar ―refunfuñó Vanessa, cruzándose de brazos y haciendo un mohín infantil. Las carcajadas no se hicieron esperar de nuevo.
―Si aún no ha querido acostarse contigo, será porque le interesas de verdad, ¿no crees? ―repuso su amiga.
―Más que eso ―intervino Diana―. Quiere que tú te intereses por él.
―No lo tengo yo tan claro ―aseveró ella, removiéndose en la silla, incómoda.
―Pues es muy sencillo ―añadió―. Imagínatelo a la inversa. Cuando a una mujer le interesa un hombre para algo más que un simple rollo, dilata todo lo posible que se dé la relación sexual con el fin de conquistarlo. Siempre tememos que después del sexo pierdan su interés por nosotras. Les hemos dado lo que querían así que… a otra cosa, mariposa ―concluyó, encogiéndose de hombros a modo de ilustración.
―Creo que Diana tiene razón ―la apoyó Sofía, para desagrado de Vanessa, quien le hizo una mueca―. Darío te ha dado claras muestras de que te desea, pero no quiere dar el paso porque quiere darse la oportunidad de que haya algo más que sexo entre vosotros.
―Yo no sé si quiero algo más… ―murmuró, cabizbaja.
―¿Por qué? ―inquirió Diana con cierto tono de reproche que sorprendió a sus amigas.
―Mi vida no es nada sencilla ―le recordó, un tanto molesta de que ella se lo cuestionara.
―¿Y eso te quita el derecho a querer a alguien?
―Te olvidas de mi pasado ―apuntó con dureza.
―¿Tu pasado? ―Diana soltó una desagradable carcajada―. Pasado, el mío, que aún lo llevó sobre mis hombros como un lastre, pero de tu pasado no queda nada, porque Alejandro es tu presente ―señaló, apuntándola con el dedo―. Y me parece a mí que Darío lo ha aceptado de maravilla.
―¿Te ha vuelto a llamar? ―quiso Sofía cambiar de tema, pues el ambiente volvía a caldearse.
―Sí, me llamó la otra noche ―le contó.
―Vaya, ya le coges el teléfono ―apuntó Diana con retintín, aunque una sonrisita se le escapaba por la comisura de los labios.
―Mira que eres borde ―la acusó Vanessa con fingido reproche, no tardando en echarse a reír como Sofía.
―Sólo te estoy poniendo las pilas para que dejes de hacer el tonto ―se defendió con sonrisa traviesa.
Su amiga chasqueó la lengua, pero Sofía no le dejó espacio para replicar.
―¿Y qué te dijo? ―le preguntó con interés.
―Hablamos poco porque yo estaba liada en el trabajo y él, en mitad de un ensayo ―le contó―. Me preguntó si iba a ir a la actuación de esta noche.
―¿Actuación? ―inquirió Diana, recelosa, como si se le hubieran activado todas las alarmas.
―Sí, en un local por el Barrio del Carmen ―le confirmó Sofía―. Empieza a las…
―Mierda… Y yo, sin coche ―masculló, molesta.
―¿Es que no piensas venir? ―se sorprendió Vanessa, al igual que su otra amiga.
―También vamos a celebrar el cumpleaños de Ángel ―añadió la maestra.
―Mejor me lo pones… ―hizo un aspaviento―. Tú estarás con Ángel, y Vanessa, con Darío ―le recordó―. ¿Me explicas qué pinto yo allí? Y que no se os ocurra a ninguna de las dos nombrarme a Raúl ―les advirtió, alzando un dedo y con actitud firme.
―Por mucho que trates de disimularlo, sabemos que te gusta ―le aclaró Sofía con tono comprensivo.
―Y yo no quiero que me guste ―espetó, sacudiendo las manos y agitándose su corta melena. Sin embargo, Sofía alargó el brazo para atrapar una de ellas entre la suya, y mirándola de modo indulgente―. Mirad, reconozco que… ―Diana tomó aire profundamente―, que me ha hecho sentir «cosas».
―¿Y entonces? ―la alentó Sofía.
―Entonces, nada ―sentenció ella―. Raúl es un artista famoso que podría tener a cualquier mujer, y yo no soy más que una fisioterapeuta de pueblo, sin ningún tipo de encanto, y a la que no le van las relaciones esporádicas.
―Pero… él…
―Joder, Sofía, que es imposible que se fije en mí, ¿no lo entiendes? ―exclamó. Parecía dolida ante aquella aseveración que ella misma había lanzado con tanta seguridad.
―Cariño… ―Ahora fue Vanessa quien trató de animarla.
―Llevo años con el corazón hecho pedazos, convencida de que no hay hombre en el mundo que pueda sanarlo ―murmuró con la mirada gacha―. Y ese idiota, con un mísero y accidental beso, lo hizo volar.
Tanto Sofía como Vanessa compartieron miradas llenas de significado, aunque no dijeron nada, a la espera de que su amiga prosiguiera.
―Y temo que vuele demasiado alto para acabar estrellándose contra el suelo ―sentenció, alzando la vista hacia ellas, con ojos brillantes por unas lágrimas que le daba rabia derramar, así que soltó la mano de su amiga y las enjugó con rapidez―. Prefiero seguir regodeándome en el odio que provocó la traición de Alfonso, porque ya sé lo que es, me acostumbré a vivir con ello. Pero no puedo alimentarme de la ilusión de que eso puede cambiar, y menos con un hombre con el que solo he hablado en dos ocasiones y en las que me limité a lanzar sobre él toda mi frustración, como si fuera el culpable de todo, cuando, en realidad… ―chasqueó la lengua.
―Eso… no nos lo habías contado ―dijo Sofía con voz sosegada, animándola a que siguiera confiándose a ellas.
―Creo que desde el principio supe que era peligroso para mí y… ―La joven sonrió de pronto, con mirada ausente, como si estuviera recordando alguna escena en particular―. Debe creer que soy una débil mental. Hasta llegué a insultarlo ―admitió con cierto aire de orgullo por su hazaña―. De un modo muy sutil y elegante, pero lo hice.
Vanessa no pudo evitar reírse, acompañándola Sofía.
―Seguro que lo dejaste loco ―apuntó con divertimento la primera.
―Tanto si es así como si no, no quiero saberlo, ¿está claro? ―les advirtió muy firme―. Así que… ―se dirigió ahora a Sofía―. ¿Me dejas tu coche esta tarde para volver a casa?
Darío se sentía pletórico aquella noche, sentado tras su batería, y podía comprender a la perfección a lo que se refería su amigo Ángel. Desde el escenario no podía verla, la luz de los focos formaba una barrera entre ellos y el público, pero sabía que Vanessa estaba allí, podía notar su presencia, y le hacía sentirse capaz de cualquier cosa. Podrían echarle encima dos actuaciones más y ni se enteraría; seguía lleno de energía y de ganas de darlo todo.
Les había pedido a los chicos que incluyesen en la escaleta «Rosas negras». No le importó explicarles el motivo, y Ángel no dudó en dedicarle el tema al niño antes de tocarlo.
―Para uno de nuestros fans más jóvenes: Alejandro ―dijo, y aunque el chico no estaba presente, Vanessa no tardaría en contárselo y confiaba en que le hubiera gustado el detalle… Tanto a él como a ella.
Mientras terminaban de tocar «El fin», el acostumbrado cierre en todos sus conciertos, notó cierta humedad bajo el guante de su mano derecha. Era una herida sin importancia, aunque sangraba, así que, al finalizar, les comentó a sus compañeros que iba echarle un vistazo y a curarse un poco.
―Espera, que te ayudo ―se ofreció Raúl.
―Vale ―respondió, encaminándose hacia el camerino donde habría un botiquín.
―Darío, si me haces el favor de traerme la cazadora, yo voy ya con las chicas ―dijo en cambio, por lo que sus amigos se detuvieron.
―No puedes esperar ni un minuto, ¿eh? ―se mofó el batería.
―Tú, porque tienes que mirarte esa mano, que si no, irías delante de mí como un perrito faldero en busca de Vanessa ―se burló de él, y Darío se rio porque tenía razón.
Sin perder más tiempo, Ángel se dirigió a la zona VIP. Le sorprendió ver a Toni hablando con un periodista en uno de los reservados; no contaba con que fueran a hacerles una entrevista. Su representante se levantó al verlo con la intención de interceptarlo, y el cantante miró hacia los sofás en los que estaban Sofía y Vanessa y le hizo un gesto para que aguardase. Su novia le sonrió, comprendiendo. Al fin y al cabo, ese era su trabajo.
Por suerte, sus dos compañeros llegaron enseguida para echarle un capote, aunque la entrevista no fue nada del otro mundo. Hablaron sobre el nuevo disco, su estancia en Valencia y poco más. Cuando acabaron, Toni y el reportero se retiraron, dándoles vía libre.
―Hola, pequeña ―saludó a su chica, levantándose ella para acercarse a darle un beso.
―Habéis estado magníficos ―le dijo, sonriéndole Ángel con el pecho henchido de orgullo.
―Muchas gracias por dedicarle la canción a mi hijo ―le agradeció Vanessa que seguía sentada en el sillón, notándose en su rostro cuánto le había emocionado.
―Bueno, no ha sido cosa mía ―respondió, como si no tuviera importancia, tras lo que hizo un gesto con la cabeza, señalando a Darío que llegaba en ese momento junto con Raúl.
―Vaya… ―murmuró, estudiando al joven con detenimiento. Había sido un detallazo, pero…
―¿Y Diana?
Que Raúl hubiese formulado aquella pregunta con ese tono mezcla de incertidumbre y decepción, provocó que todos se girasen a mirarlo, llenos de curiosidad, aunque, en el caso de las chicas, también hubo sorpresa.
―Bueno… ―vaciló Sofía. La actitud del bajista dejaba entrever demasiadas cosas, así que decidió que no era conveniente decirle la verdad, o al menos no toda―. Dentro de nada comienzan los exámenes, así que se ha quedado estudiando en casa.
Raúl la miró con cierto escepticismo, mientras que Ángel y Darío no entendían nada.
―Creí que te lo había dicho ―se excusó, dirigiéndose a su novio―. Diana es fisioterapeuta y trabaja en una clínica del pueblo, pero también está estudiando enfermería.
―Que estaba estudiando para ser enfermera es un dato que se me había escapado ―reconoció Ángel, observando con disimulo a su amigo, quien parecía aliviado por una parte aunque enfadado por otra―. Siempre fue muy aplicada ―añadió.
―Es una lástima que no haya venido ―comentó Darío, que tampoco se perdía detalle.
―Pues sí ―espetó Raúl en tono cortante―. ¿Me das las llaves de tu moto? ―soltó de pronto, alargando la mano hacia Ángel con postura exigente.
Su amigo frunció el ceño y se giró hacia él.
―¿Cómo?
Raúl resopló, agachando la cabeza y poniendo los brazos en jarras.
―Que me piro ―especificó, como si hiciera falta―. ¿Me prestas tu moto, por favor? ―agregó con retintín.
―¿No quieres quedarte un rato? ―intervino Darío, que estaba atónito ante la actitud de su compañero.
Raúl no contestó. Alzando las cejas con expresión indolente, miró de arriba abajo a Ángel y a Sofía, a quien tenía agarrada por los hombros. Después hizo la misma operación con Darío, que estaba posicionado al lado de Vanessa, quien seguía sentada. Luego lanzó una carcajada mordaz y forzada y volvió a alargar la mano.
―La compañía es muy grata, pero prefiero irme ―insistió de modo inamovible.
Ángel sabía que no habría forma humana de hacerlo cambiar de opinión y tampoco valía la pena discutir con él. Cogió la cazadora que había dejado en el respaldo del sofá y sacó un llavero del bolsillo y un ticket de aparcamiento.
―Está en el parking que hay a un par de manzanas de aquí ―le dijo, tras lo que le entregó las llaves, aunque antes le dedicó una última mirada de advertencia.
―Sé conducir una moto ―le recordó el bajista, arrancándole las llaves de la mano de un tirón.
―Sí ―asintió él―. Lo que no sé es si estás bien para conducir.
―¿Yo? Estoy de puta madre ―respondió, riéndose como si no viniera a cuento su preocupación. Sin embargo, esa risa sonaba demasiado falsa―. Ahí os quedáis, chavales ―añadió, y dicho eso, se fue.
La marcha de Raúl dejo cierta atmósfera de incomodidad en el ambiente. Para sus compañeros, estaba claro que su amigo se sintió demasiado decepcionado al no ver a Diana, tanto que no había sido capaz de disimularlo. Ellas, sin embargo, se encargarían de darle de tortas a su amiga por no haberlas acompañado, pues todo parecía indicar que el bajista esperaba encontrarla allí.
―¿Vamos a pedir algo de beber? ―le propuso Sofía a Ángel, rompiendo por fin aquel silencio.
―Vale ―le respondió―. ¿Queréis algo?
Tanto Darío como Vanessa negaron con la cabeza, así que la pareja se encaminó hacia la barra, dejándolos solos… por fin.
Vanessa no se reprimió y estudió al batería; desde su posición parecía aún más imponente. Había dejado su cazadora cerca de la de Ángel, por lo que la camiseta de manga corta que llevaba puesta le permitía disfrutar de la visión de sus magníficos bíceps que aún parecían tensos tras el esfuerzo del concierto.
―Hola, preciosa… ―le escuchó decir, obligándose a alzar la vista para mirarlo a la cara… Era guapo a rabiar…
―Hola… ―Se mordió la lengua para no decirle «bombonazo»―. ¿Quieres sentarte? Me va a dar tortícolis ―bromeó.
―¿Estás segura? ―preguntó con falso temor, aunque ya le obedecía, sentándose justo a su lado, sintiendo su cadera contra la suya. Y ella no se quejó, así que…―. Aún sigo esperando a la Vanessa guerrera.
―Pues está a punto de hacer su aparición porque eres un tramposo ―dijo, siguiendo su juego.
―¿Yo? ―se hizo el inocente―. Nada más lejos de la realidad.
―Sabías que me haría mucha ilusión que le dedicaseis esa canción a mi hijo, manipulador ―le reprochó, aunque su tono de voz lo hacía poco creíble.
―Pero ¿qué dices? ―exclamó con tono exagerado―. La hemos tocado porque nos apetecía ―añadió como si estuviera equivocada por completo.
Ella rio al igual que él, aunque la expresión de la joven pronto se tornó seria.
―Darío, de verdad. Muchas gracias.
La intensidad con la que lo dijo lo aturdió. No es que estuviera avergonzado, pero… Se rascó la nuca mientras ideaba qué decir.
―¿Qué es eso? ―preguntó ella de pronto, con preocupación, señalándole la venda.
―¿Esto? ―Se encogió de hombros―. Nada. Un par de pústulas sangrantes ―dijo con gesto exagerado, buscando que ella se riera. En cambio, su expresión se llenó de inquietud―. Tranquila, no es para tanto ―trató de calmarla.
―¿Seguro?
Dios… Esa mujer era preciosa, cuando se enfadaba, cuando se reía, y hasta preocupada… Y a él el corazón le latía tan fuerte que le iba a dar un infarto. Un tanto temeroso a su posible reacción, acunó su mejilla con la mano dañada, y la asombrosa respuesta de Vanessa fue apretarla ligeramente hacia su rostro con la suya.
―Sé que esa canción es bastante dura ―alegó ella con cierta culpabilidad.
―Bueno… un poco, sí ―admitió―. Pero ha valido la pena.
Porque tenerla así, tan cerca…
La joven asintió y entonces, como si no lo hubiera sorprendido ya lo suficiente, giró un poco su rostro y depositó un suave beso sobre la palma vendada. Aquel gesto lleno de dulzura hizo que a Darío le diera un vuelco el corazón. Y ya no pudo resistirse más.
Deslizó la mano hasta la fina nuca y la acercó con lentitud a él. Vio los ojos de Vanessa brillar, como si ansiara ese momento, y casi se lanzó en busca de su boca cuando su lengua se asomó con timidez para humedecerse los labios. Pero dilató unos segundos más ese instante, podía notar sobre la palma de la mano el pulso acelerado en la suave piel de su cuello, el mismo palpitar desbocado que dominaba a su propio corazón. Y ese cálido aliento…
Lo atrapó dejando escapar un suspiro. Llevaba semanas queriendo besar esa boca, conformándose con el recuerdo de los dos únicos besos que habían compartido, rememorando su sabor embriagador y que ahora, por fin, volvía a aturdir sus sentidos, como si fuera el conjuro propio de una meiga… su meiga. Esa mujer lo tenía sometido bajo su influjo sin ser ni siquiera consciente de ello. Deliciosa, exquisita, y capaz de hacerlo enloquecer con ese beso que tanto había deseado.
Para su regocijo, Vanessa también parecía esperarlo. Notó que anclaba sus manos en su cabello y lo atraía hacia ella, prohibiéndole separarse de su boca, en la que él no quería otra cosa que perderse. Acarició con la punta de la lengua sus labios, pidiéndole acceso, y se lo concedió de inmediato, gimiendo ambos sin poder evitarlo en cuanto aquella caricia se tornó más íntima y ardiente.
Saboreó la miel de su boca, un dulzor del que sabía que jamás tendría suficiente, mientras la calidez de su aliento le llegaba a lo más hondo… hasta el corazón. Le rodeó la cintura con un brazo y la apretó contra él. Necesitaba estremecerla, que sintiera aquella sacudida que lo desarmaba por completo y que lo dejaba indefenso, que ese soplo sobre su piel de pura magia, que lo hacía temblar en ese instante, también la hiciera temblar a ella. Porque esa mujer debía sentir lo mismo que él, debía ser suya.
Sus bocas no se alejaron mientras les quedó algo de aliento, aunque sus miradas sí quedaron fijas, el uno en el otro. Y Darío quería decirle tantas cosas. Sin embargo, se contuvo. Ni quería apresurarse ni quería asustarla, pero ahora sabía con certeza que jamás había sentido por nadie lo que sentía por ella, aunque aún no se atreviera a ponerle un nombre a ese sentimiento.
―Si cada vez que toquemos esa canción me vas a besar así, voy a pedirle a los chicos que la pongamos entre las fijas ―murmuró sobre sus labios.
―No ha sido por la canción ―le dijo con sonrisa coqueta, sin separarse de él―. Esto sí.
Asió su negro cabello entre sus puños y tiró para asaltar su boca, y Darío se sintió enloquecer con su arrebato. La tomó de la cintura y la colocó a horcajadas sobre sus muslos. Estaban solos en la oscuridad de aquel reservado, incluso la barra estaba en el otro extremo de la sala, pero se sorprendió al pensar que le habría dado igual si hubiera estado llena de gente. Sentir el voluptuoso cuerpo de esa mujer contra el suyo…
Vanessa entreabrió los labios y su lengua traviesa fue en busca de la suya, exigente y sensual, en una caricia demasiado ardiente para su sosiego. Bajó las manos hacia su estrecha cintura y sorteó la camiseta hasta alcanzar su suave piel. La apretó contra él, de forma premeditada, y lo suficiente para que sus sexos entrasen en contacto. La sensación fue electrizante a pesar de la barrera que suponían sus ropas y ambos gimieron en la boca del otro, intensificando ese beso lleno de ansia y pasión. Hasta que Vanessa movió las caderas…
Joder… Era capaz de llevarlo al límite de la excitación con un beso y el solo roce de su cuerpo, aun con los vaqueros de por medio… Parecía un muchacho sin experiencia, quién lo diría, pero su miembro, que debía asemejar a una roca en ese mismo instante, era buena prueba de que esa mujer mermaba toda su resistencia en un abrir y cerrar de ojos.
―Será mejor que nos detengamos ―murmuró, no sin esfuerzo.
―¿Por qué? ―respondió Vanessa con voz entrecortada.
Él la miró un tanto asombrado; no era el lugar ni el momento, aunque, al separarse de ella y observarla… Era el mismísimo deseo personificado en el rostro de una mujer… La boca entreabierta, roja e inflamada por la intensidad de sus besos; mejillas tiznadas de rubor, reflejo del ardor que emanaban sus cuerpos; su pecho oscilante al ritmo de su respiración agitada; y la mirada velada por una pasión que cegaría a cualquiera… A los dos.
Acarició sus labios con el pulgar, y ella suspiró, besando la yema levemente.
―¿Por qué no nos vamos? ―le preguntó, lanzando su cálido aliento sobre su piel―. Alejandro está con mis padres.
Darío pasó saliva pues se le secó la garganta; aquella era una invitación difícil de rechazar. Sin embargo, aunque la chispa de la pasión saltaba entre ellos a la velocidad de la luz, él seguía temiendo que fuera demasiado pronto.
Sí, era cierto que había derribado la barrera entre ellos, pero él quería ir más allá, y acostarse con ella esa noche le haría quedarse en la superficie. ¿Y si después no quería saber nada más de él? Que por fin le cogiera el teléfono no tenía por qué significar que ya no pensaba que era un capullo.
No supo si ella se tomó su silencio como una negativa o una afirmación, pero, de súbito, con una sonrisa pícara en los labios, se levantó, cogiendo su mano para tirar de él. Darío se dejó llevar, aunque sin saber cómo acabaría la noche, y caminó junto a ella, sin soltarse, en dirección a la barra. Todavía estaban allí Ángel y Sofía, quien sonreía mientras él le decía algo al oído.
―Siento estropear tan idílica escena ―bromeó Vanessa a modo de interrupción, llamando la atención de la pareja―. Me voy ―le dijo a su amiga―. Y como hemos venido en mi coche…
―Tranquila ―intervino Ángel―. Yo me ocupo de ella ―repuso impostando la voz, adoptando el papel de caballero andante.
Su novia le golpeó en el brazo, bromeando, y luego se giró hacia Vanessa para despedirse, dándole un beso en la mejilla, y sin evitar sonreír al ver que no se iba sola.
―Mañana hablamos. ―Ángel palmeó la espalda de Darío, quien le guiñó el ojo.
―Que paséis buena noche ―dijo a modo de despedida, tomando a Vanessa de los hombros para marcharse.
Cuando por fin se quedaron solos, Sofía miró a Ángel de arriba abajo, escudriñándolo más bien.
―Así que, quedo a tu cargo ―comentó, como si no estuviera muy conforme.
―Eso es ―murmuró él, cogiéndola de la cintura y acercándola a él―. Hasta mañana ―le anunció, abriendo ella los ojos ampliamente―. Llamé a tu madre esta tarde para avisarla, y la enfermera se va a quedar con ella ―le aclaró.
―Entonces…
―Me gustaría que pasaras la noche conmigo ―le pidió, acariciando su mejilla.
Sofía no respondió. Alzó sus brazos para rodear su cuello y lo besó. Y ese era el mejor sí.