XI      

Treinta y seis horas después, lavado y afeitado como Dios manda, retiré el equipaje de la consigna y cogí el coche de Murcia. En el quiosco de la central de autobuses había comprado El Yugo y un ejemplar del ABC del domingo. El sol brillaba sobre la ciudad y el día prometía ser caluroso.

Mientras nos alejábamos del suburbio almeriense me entretenía hojeando las noticias: «La selección española de baloncesto logra su séptima victoria consecutiva sobre la de Portugal», «Primera Feria Regional de Actividades Leonesas», «Desplazamiento de la alpargata…».

La víspera me había pasado el día durmiendo y me sentía de nuevo en forma y dispuesto a volver a las andadas. El universo razonable de los periódicos me serenaba y adormecía. Las fotos de la Reina de la Feria de Burgos y de la muchacha escultural, reclamo de Bañadores Jantzen, me recordaban oportunamente que la angustia es mal pasajero, que hay un orden secreto que rige las cosas y que el mundo pertenece y pertenecerá siempre a los optimistas.

Cuando me di cuenta, Tabernas había quedado atrás, y Sorbas y Puerto Lumbreras, y el coche avanzaba en tromba hacia Totana, entre una doble fila de árboles. Mi vecino me había pedido prestado El Yugo y comentaba:

—¿Ha visto usté?

—No.

—Parece que este año tendremos más aceitunas.