Capítulo 21
Secuelas
—Entonces, doctor Brock —comenzó el periodista durante la rueda de prensa improvisada en el local de los guardias de seguridad del muelle—, usted y su joven amiga... Connie Lionheart, ¿es correcto? —preguntó, y Connie asintió para confirmar su nombre—. Ustedes estaban pescando junto al resto de su expedición, vieron que el petrolero tenía problemas y lograron subir a bordo, lanzar bengalas para alertar a las autoridades y llevar el barco a puerto sin incidencias, ¿no es así?
—Sí, así fue —respondió el doctor Brock con la mirada centelleante.
—¿Y cómo subieron a bordo? —preguntó otro periodista levantando la vista de la libreta—. Los servicios de rescate disponían de un helicóptero, ¿cómo lo lograron ustedes?
—Nos llevaron —respondió el doctor Brock sin dar más explicaciones.
—¿Quiere decir que su otro joven amigo, Colin Clamworthy los llevó hasta el barco y ustedes treparon a bordo? —preguntó, y las cámaras enfocaron a Col.
—Sí, algo así —replicó el doctor Brock. Recorrió el local un murmullo emocionado y las cámaras tomaron un primer plano del atlético anciano y sus jóvenes ayudantes—. Hace meses que avisamos del peligro que suponen las Chimeneas para la navegación. El gobierno debería intervenir y evitar que los petroleros naveguen tan cerca de ellas. Si tienen más preguntas, sugiero que esperen hasta que hayamos tenido tiempo de cambiarnos de ropa y tomar un poco de té. Mientras, deberían preguntar a Axoil sobre lo cerca que ha estado hoy la costa de sufrir un desastre ecológico. Me parece que la señorita Nuruddin dispone de más detalles.
Rupa asintió agitando una nota de prensa por encima de su cabeza.
—Les contaré toda la historia a condición de que citen mi periódico —dijo a los representantes de la prensa nacional que seguían llegando al local—. Tenemos algunas fotos estupendas.
Al ser la primera en llegar al lugar de los hechos, Rupa se había encontrado sin pretenderlo en una posición inmejorable para cubrir la historia de su vida. Dejando a un lado la maquinaria averiada, podía culpar a la tripulación de Axoil de incompetencia. Connie, Col y el doctor Brock dejaron a Rupa acompañada de Anneena y Jane para resumir a los periodistas el lamentable estado de los trabajadores de Axoil y se reunieron con Evelyn, el Signor Antonelli, Jessica, Horace Little y la señora Clamworthy en una cafetería que permanecía abierta toda la noche para tomar un café más que deseado.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó Evelyn, que todavía no se había recuperado del impacto que le había causado ver a Connie llevando un petrolero a puerto—. ¿Cómo se lo vamos a explicar a tus padres?
—Sinceramente, no tengo ni idea —rió Connie—. De lo que no cabe duda es de que va a poner a prueba nuestra capacidad de inventiva.
Una hora más tarde, Jane y Anneena entraron corriendo al café, recién salidas de la conferencia de prensa.
—¡Lo hemos conseguido! ¡La historia ha acabado pareciendo más espectacular de lo que Rupa hubiera podido soñar jamás! —gritó Anneena—. Todos los periodistas solicitan una investigación. Los inspectores estarán aquí mañana para averiguar qué les ha pasado a los desaparecidos. Los sindicatos están como locos. El señor Quick no conseguirá esconder este caso debajo de la alfombra después de que rozáramos el desastre —dijo, y miró a Connie, Jessica y Col con una expresión de extrañeza—.
Pero ¿cómo acabasteis vosotros implicados en el rescate?
—Es una larga historia —contestó Connie, que no quería mentir a sus mejores amigas aunque tampoco les podía contar toda la verdad. ¿ Cómo podía explicarles lo de las sirenas y los dragones, por no hablar de Kullervo?
Afortunadamente, el resto de miembros de la Sociedad acudió en su rescate. Col comenzó a hablar en voz alta del peligroso viaje en barca, Jessica comentó que el agua fría provocaba alucinaciones a los marineros y su tía dio algunos detalles superficiales sobre cómo habían sacado a los marineros del agua.
—¿Me estáis diciendo que estaban todos en el agua? —preguntó Jane, incrédula—.
¿Cómo demonios acabaron ahí?
Connie se dio cuenta de que sus amigas no encontraban ninguna explicación racional para lo ocurrido y lamentó por centésima vez aquella tarde no podérselo contar todo. En ese momento, mentir a Anneena y a Jane le parecía un precio muy alto para proteger a las criaturas míticas.
La televisión, que crepitaba solitaria en un rincón, comenzó a retransmitir las campanadas del Big Ben.
—¡Feliz año nuevo! —exclamó Col con una sonrisa.
—Un muy feliz año nuevo para nosotros, pero no para Axoil, me temo —comentó Anneena abrazando a sus amigos.
La nieve caía con suavidad y cubría la refinería con un sudario blanco. El grupo de Hescombe decidió llevar las barcas de vuelta a casa aprovechando que la tormenta había amainado. Además, querían escapar por un tiempo de las preguntas de la prensa. En cualquier caso, la historia parecía desarrollarse bastante bien por sí sola, así que huyeron del puerto antes de que nadie se diera cuenta de su marcha dejando tras de sí a los marineros desconcertados, al eufórico equipo de noticias del Hescombe Herald y a los furiosos directivos de Axoil enfrentándose a las cámaras. Justo cuando la puerta de la cafetería se cerró tras ellos, comenzó el primer noticiario del año nuevo: «Esta noche se ha evitado una catástrofe ecológica en la costa sur. Tras una serie de acontecimientos extraordinarios, un anciano y dos niños han conseguido salvar del naufragio a un petrolero en apuros...»
—¿Correremos algún peligro cerca de las Chimeneas? —preguntó Col a Connie con suavidad mientras volvía a poner en marcha el motor—. No quiero que Anneena y Jane vean nada. Me parece que ya se han visto obligadas a tragar bastante.
Connie asintió y profundizó en su mente para captar el canto de las sirenas. En su canto percibía más tristeza que ira; las sirenas estaban dedicadas en cuerpo y alma a atender a las heridas: aquella noche no iban a volver a volar.
—Me parece que ahora que se ha ido Kullervo, la locura ha cesado —repuso—.
Podemos pasar junto a ellas sin peligro. Dentro de unos días iré a hablar con Alas de Gaviota y las demás e intentaré reconciliarme con ellas. Tengo que tratar de hallar el modo de que vivan en paz. Al menos ahora no es probable que acaben ahogadas en petróleo. Si quieren quedarse en las Chimeneas, tal vez las pueda convencer para que permanezcan escondidas. Después de lo cerca que ha estado el petrolero de hundirse, dudo que ningún otro se acerque demasiado a ellas.
Col asintió e indicó a la Banshee que el camino estaba despejado. Las dos barcas emprendieron el camino hacia Hescombe pasando sobre el Kraken, que había vuelto a su letargo.
* * *
Una semana después, sobre la mesa de la cocina había un montón de recortes de periódico. Connie y Col los hojearon. «Terror en el petrolero»; «Evitada catástrofe petrolífera»; «El escándalo sacude Axoil, las acciones se desploman» y, su preferido, porque sabían que habría fastidiado al doctor Brock y hecho reír al resto: «¡Barco salvado por un valiente jubilado y dos niños!»
—¿Sabes? Me siento un poco como una estafadora —dijo Connie—. Nosotros nos llevamos todos los elogios, pero en realidad lo hicieron todo las criaturas míticas.
—No sé —dijo Col, que todavía estaba en una nube tras recibir una llamada telefónica de su padre en la que Mack lo había felicitado y no había asegurado ni una sola vez que él también había evitado una catástrofe petrolífera.
Evelyn llegó con el periódico de la mañana.
—¿Vas a enseñarles esos recortes a tus padres, Connie? —preguntó.
—Claro que sí, en cuanto papá se recupere de la impresión —dijo Connie, guardándolos de nuevo en su carpeta.
—No te preocupes demasiado por eso —la tranquilizó su tía al ver la expresión abatida de Connie—. Ya sé que a tus padres no les hizo excesiva gracia saber de tus
«vagabundeos nocturnos», como los llamó tu padre, pero creo que con el tiempo lo superarán. Cuando el mundo entero te cante alabanzas, no tendrán más remedio que hacerlo. Además, tal vez lo mejor sea que se lleven a Simon a esa escuela. ¡Hace días que temo que algún miembro excesivamente entusiasta de la Sociedad irrumpa en casa y lance pétalos de rosa a todo el clan Lionheart!
—A mí me ocurre lo mismo. Creo que el Signor Antonelli lo habría hecho el otro día si Col no lo hubiese detenido.
Connie desvió su atención hacia el correo. La mayoría era para ella: cartas de felicitación de miembros de la Sociedad, invitaciones para aparecer en programas de televisión, cartas de admiradores activistas medioambientales de todo el mundo...
Dos cartas destacaban en la cosecha del día y se las pasó a Col, que las leyó frunciendo el ceño.
—Un poco frías, ¿no crees? —comentó dejando a un lado la nota del señor Coddrington y la postal de Shirley.
—Ya sabes lo que pienso de él —dijo Connie lacónica—. En cuanto a Shirley, diría que simplemente está dolida porque han expulsado de la Sociedad a su gigante.
Abrió la última de las cartas y de su interior cayó un vale para comprar libros del señor Johnson. La nota decía: «Un premio tardío de los directores de la escuela primaria de Hescombe por haber finalizado el proyecto del último curso. ¡Buen trabajo!»
—Sí, yo también he recibido uno igual —comentó Col al ver aquella escritura conocida.
Evelyn se abalanzó sobre el vale:
—¡Un reconocimiento académico! Si el resto de argumentos falla, tal vez esto sirva para ayudarte a convencer a tus padres de que dejen venir a Simon a mitad de curso.
—Tal vez no. Me parece que algunos de los detalles publicados en la prensa los habrán aterrorizado —dijo Connie.
—Es verdad, a tu padre nunca le gustó que me mezclara con lo que considera un grupo de lunáticos peligrosos y ahora me culpa de que su propia hija haya seguido mis pasos.
Connie sonrió y recogió los papeles.
—En cualquier caso, la Sociedad ha ganado una batalla —dijo Evelyn satisfecha mientras abría el cajón del mueble en el que guardaban la colección de cartas y recortes de Connie—. La existencia de las sirenas sigue siendo un secreto. De momento estarán seguras, porque se ha marcado una zona de exclusión alrededor de las Chimeneas. Eso nunca habría ocurrido de no ser por Kullervo, y espero que esté donde esté se atragante al saberlo. De todas maneras, me parece que esto hay que celebrarlo. ¿Qué te parece si visitamos a mis bamshees? Celebran unas fiestas realmente sonadas.
Connie hizo una mueca a Col mientras metía el fajo de papeles dentro del cajón y lo cerraba con fuerza.
—Mejor no. Sólo bromeaba —añadió su tía rápidamente al ver sus expresiones—.
En realidad nos han invitado a comer en el restaurante de Anneena con Jane y su familia. Los Nuruddin quieren celebrar el nuevo trabajo del señor Benedict en Plymouth.
—¿Y qué te parece ir a dar un paseo después, Connie? —preguntó Col—. Skylark y yo te queríamos llevar a dar una vuelta al anochecer, ¿qué te parece?
—Me parece genial —contestó Connie—, pero antes de irnos tengo que hacer algo.
Ya tendría que haberlo hecho. Esperadme, no tardaré mucho.
Connie se puso el abrigo, salió de la casa y bajó por el camino que llevaba a la playa. Estaba desierta, porque incluso los buscadores de tesoros más osados se habían quedado en casa, amilanados por la brisa ártica, así que nadie la vio alargar el brazo, con la palma hacia abajo, hacia el mar, buscando el mundo silencioso de las profundidades.
—Gracias, Kraken —murmuró a las extrañas corrientes que circulaban muy por debajo del mundo de los humanos—. Gracias.
Mientras volvía sobre sus pasos por la playa, se detuvo un momento en la tumba de Scark.
—Los tuyos están a salvo. Espero que puedas descansar en paz —dijo con un susurro ronco—. Adiós, Scark.
—¿Ya estás lista? —preguntó Col cuando volvió a casa aún con el ánimo taciturno.
Connie asintió—. Entonces vamos.
Col, Connie y Evelyn iniciaron la marcha por Shaker Row, dando la espalda al mar y a la sombra azul noche que volvía a formarse en el punto en que las olas rompían en la playa.
Fin