Capítulo 3
Petróleo
El martes por la mañana, Evelyn estaba derrotada. Cuando Connie entró a desayunar, su tía sostenía una taza de café melancólicamente sin levantar la cabeza del periódico local. Enfadada aún por el abandono de la noche anterior, Connie estaba decidida a hacer que su tía notara su presencia.
—¿Qué tal la reunión? —su tía se limitó a gruñir—. ¿Malas noticias? —insistió Connie, señalando el periódico mientras se servía cereales y negándose a que su tía continuara ignorándola completamente.
Evelyn cedió, quizá porque se dio cuenta de que no la dejaría en paz hasta que respondiera.
—Podría decirse que sí—dijo con aspereza, empujando el periódico hacia Connie para que pudiera ver el artículo que había provocado los nubarrones de su particular día.
Connie echó un vistazo a la fotografía principal: un grupo de adultos sonrientes, uno de ellos con capa de pieles y una medalla, que se agolpaban alrededor de la maqueta de una fábrica. «Axoil recibe al alcalde. La petrolera abre sus puertas a los dignatarios locales», leyó. A Connie le pareció de lo más aburrido, pero ¿por qué se había puesto tan triste su tía? Miró la fotografía más detenidamente y vio a un hombre de rostro escuálido al fondo, mirando a la cámara como si quisiera estrangular al fotógrafo. Había un marcado contraste entre su dura mirada y las alegres sonrisas de sus compañeros.
—¿Qué pasa con esto? —tanteó Connie, señalando el artículo.
Evelyn soltó un resoplido burlón.
—Bueno, con esto basta para revolverle las tripas a cualquiera, pero no me refería a ese artículo. Mira al final de la página: la columnita de la esquina.
Connie hizo lo que su tía le decía y encontró un artículo entre un anuncio de escaleras mecánicas y otro de cruceros por el Mediterráneo: «Desaparece el tercer empleado de Axoil, por Rupa Nuruddin.»
—¡Vaya! ¿Será la hermana de Anneena? —exclamó Connie, emocionada.
Evelyn torció el gesto.
—Lee —ordenó secamente.
William O'Neill, un hombre de 37 años de Seabrook Caravan Park, no regresó a casa el sábado por la mañana. Su familia lo vio por última vez cuando salía a cubrir su turno de noche en la nueva planta de Axoil, donde trabaja de soldador. Maurice Quick, director ejecutivo de Axoil, ha declarado a este periódico que la compañía no tiene «ninguna constancia de que O'Neill acudiera al trabajo», aunque numerosos colegas del empleado han declarado a este periódico que, antes de que la niebla oscureciera el paisaje, le habían visto trabajando como siempre en el extremo de las nuevas defensas que protegen el puerto.
O'Neill es la tercera persona relacionada con la construcción de la refinería que desaparece en los seis últimos meses.
Connie dejó el periódico en la mesa. El artículo era demasiado breve para tratarse de un tema tan importante. No le cabía duda de que el periódico tendría que haber concedido más espacio a esa noticia que a las fotos de un alcalde estrechando la mano a un puñado de empresarios ricos. Después de leerlo, creyó comprender el malhumor de su tía.
—Es muy triste. ¿Le conocías?
Evelyn sacudió la cabeza bruscamente.
—No, pero ésa no es la cuestión.
Connie tragó saliva.
—Perdona, pero no entiendo...
Inmediatamente percibió que se había equivocado de frase. Su tía se levantó de golpe, se acercó al fregadero y dejó su taza con notable irritación.
—Eres como los demás, Connie: ¡corta de miras! No ves el desastre que se avecina aunque se fragüe en tus propias narices, ¿verdad? ¿Cómo se puede ser tan estúpido como para construir una refinería precisamente aquí, de entre todos los lugares del mundo?
—Pero ¿qué tiene que ver eso con el desaparecido? —tanteó Connie, volviendo a fijarse en el periódico. Era como si el hombre escuálido de la foto la mirara a ella.
Evelyn no parecía escucharla mientras arremetía contra su taza con el estropajo y salpicaba de agua jabonosa todo el suelo de la cocina,
—Esto no es más que el principio. Acuérdate de lo que te digo. Nosotros sabíamos que esto iba a pasar, pero ¿nos escucharon cuando se lo advertimos? Y ahora hablan de construir una carretera nueva. Dios sabe las consecuencias que nos harán soportar tantos ere... tantos dirigentes dispuestos a hacerse cargo de todo.
—¿De eso iba tu reunión de ayer? —infirió Connie, tratando de reconducir la conversación a aguas menos turbias.
—En cierto modo, sí —Evelyn no le dio más detalles. Colocó su taza boca abajo en el escurridor y volvió a sentarse para terminar de leer el periódico, dejando que su rabia se evaporara. Al cabo de un rato añadió, sin levantar la vista—: Acogeremos a un invitado de Italia, seguramente la semana que viene, dependiendo de lo rápido que pueda organizarse.
—¿Quién es? —Connie se estaba acostumbrando a eneajar las sorpresas que su tía solía darle sin protestar por que no la hubiera consultado.
—Un miembro de la Sociedad. De la delegación italiana.
—¿Y esa Sociedad es medioambiental, como Greenpeace, o algo parecido?
—Algo parecido.
Connie se preguntó por qué sonreía su tía como si le hubiera hecho gracia la pregunta.
—¿Puedo asistir a alguna de vuestras reuniones? A mí me interesa mucho el medio ambiente.
—Depende.
—¿De qué?
Su tía se tomó un momento para pensar y luego dijo, con una sonrisa maliciosa:
—Supongo que depende de por quién te decantes: si por mí o por tu padre.
Esa respuesta críptica dejó a Connie perpleja. ¿Qué demonios significaba aquello?
¿Por qué nunca le daba una respuesta directa? Estaba harta de andar siempre como si estuviera pisando huevos alrededor de su tía, sin la menor idea sobre lo que debía hacer o decir.
—¿Y cómo voy a averiguarlo? —preguntó, incapaz de ocultar la irritación.
—No lo averiguarás. Lo haremos nosotros.
* * *
De camino a la escuela Connie decidió que sí, que su tía estaba rematadamente loca y que parecía que los miembros de la Sociedad compartían la misma locura.
Todo aquello de averiguar cosas de una antes de dejar que asistiera a sus reuniones...
No estaba nada segura de querer pertenecer a su apreciada Sociedad. De hecho, cuanto antes sus padres se dieran cuenta de que la habían dejado en manos de una lunática, mejor. Lo único que echaría de menos, si tenía que volver a mudarse, sería el buen comienzo que había tenido en la escuela. De no ser por eso, ya estaría llamando a sus padres por teléfono para pedirles que se la llevaran de Hescombe.
—Eh, Col, ¿cómo te has hecho ese arañazo? —Connie estaba a unos metros de Col en la cola del comedor y no pudo evitar escuchar las preguntas de los amigos del muchacho.
—El gato del vecino —contestó Col, frotándose la mejilla.
Eso no era verdad. Connie estaba segura de que mentía. Los arañazos de un gato hubieran sido más pequeños y paralelos. Aquella cicatriz tremenda parecía debida a algo grande.
—¿Y por qué no viniste al club de fútbol anoche?
—Ah, sí. Lo siento, Justin. Tuve que ir a una reunión de la Sociedad con mi abuela.
Ya sabes, un aburrimiento, pero no me dejaban salir.
Connie no podía creer lo que oía. ¿Col también pertenecía a esa Sociedad de locos?
Justin dio una patada a la pared, ausente.
—Es como si no hicieras nada más, Col. Si no vas con cuidado, te echarán del equipo.
—¿Tú crees? —sonrió Col, absolutamente seguro de sí mismo.
—Bueno, puede que no —rió Justin—. Eres el único jugador medio decente de la escuela, y el señor Johnson lo sabe. Pero le traes de cabeza.
Col se encogió de hombros.
—Le diré a la abuela que vaya a hablar con él. Ella se lo explicará todo.
La Sociedad. Connie se moría de ganas de hacerle preguntas acerca de ella. Tal vez fuera más explícito que su tía. Quizás al menos le dijera lo que debía hacer si quería ir a una reunión. Convencida de que ya era hora de volver a intercambiar unas palabras con Col, fue a buscarlo después de comer. Por una vez estaba solo, mirando la franja de mar que se veía desde el patio. Pensó que sería mejor abordar el tema indirectamente, empezar con una pregunta neutra.
—¿Cómo te has hecho eso realmente, Col? Ningún gato podría haberte dejado esa marca —dijo, con lo que esperaba que pareciera despreocupación.
El muchacho apartó los ojos del océano, molesto por la interrupción. Estaba ocupado pensando en las sirenas, preguntándose qué habría sido de William O'NeilI, y no quería que la sobrina de Evelyn Lionheart lo molestara.
—Pues...
—Lo único que podría haberte marcado así es un ave de presa —esperaba haberle impresionado con sus conocimientos sobre los animales.
Col se sobresaltó, recordando las garras afiladas como cuchillas de las sirenas y su furioso ataque. Además, el astuto tanteo de Connie lo había acobardado.
—Sabes mucho de vida animal, ¿no? —dijo, tratando de desviar el tema de sus oscuros pensamientos.
Ella no picó el anzuelo.
—Vamos, Col, cuéntamelo. Sé que mientes en lo del gato.
—Vale, vale —quizá la mejor forma de deshacerse de ella fuera contarle parte de la verdad—. Me lo hice anoche en la reunión de la Sociedad. Fue una enorme... Una enorme ave marina. Estábamos patrullando las aguas cerca de las Chimeneas para...
para protestar contra la nueva refinería y debí de acercarme demasiado a su nido.
¿Ya estás contenta? —parecía exasperado y enseguida le dio la espalda.
Connie estaba muy lejos de darse por vencida: tenía muchas más preguntas.
—¿Cómo te admitieron en la Sociedad? —preguntó, plantándose ante él para que no pudiera ignorarla.
—¿Qué? —¿Es que no iba a darle un respiro? ¡Por todos los santos!
—Le pregunté a mi tía si podía ir a una reunión pero me dijo que sólo se asistía por invitación.
—¿Quieres unirte a la Sociedad? —Col la miró extrañado, como si Connie le hablara en un idioma extranjero.
—Sí, ¿por qué no? También me interesa la conservación de los hábitats naturales
—se defendió. Su valentía flaqueaba ante la intensa mirada de Col. No estaba segura de si se estaba mofando de ella.
El rostro de Col se torció en la misma sonrisa extraña que le había dedicado su tía por la mañana. El muchacho la miró de frente por primera vez.
—Desde luego. Pareces del tipo... Sabrás a qué me refiero cuando conozcas a los demás. Ahora andamos un poco ajetreados... Pasamos por una pequeña crisis, en realidad... Pero, dentro de un par de semanas, cuando las cosas se calmen un poco, tu tía podrá pedir a los examinadores que te echen un vistazo —esperó que con eso bastara para deshacerse de ella.
Sonó la campana anunciando el fin del recreo y Col corrió a clase, alejándose de Connie. La niña se preguntaba cómo sería pertenecer a la Sociedad. Después de todo, si Col pertenecía a ella no podía estar del todo llena de raritos: él era demasiado guay. Definitivamente, los miembros de la Sociedad que había ido conociendo tenían algo especial, aunque no sabía decir qué exactamente. Y una organización que salía de picnic en barca por las tardes parecía divertida. Estaba segura de que, si volvían a salir, podría ayudarlos a no enfurecer las aves marinas. Al fin y al cabo, entenderse con los animales era lo único que se le daba bien.
De nuevo en clase, Connie volvió a sentarse cerca de Anneena. El señor Johnson hizo callar a la clase.
—A ver, escuchad todos. Quiero que cada uno de vosotros haga un trabajo sobre un tema de interés local para exponerlo al final del trimestre. Podéis trabajar en grupo o de manera individual, como queráis. He escrito algunos ejemplos en la pizarra para daros una idea. Copiadlos y a ver si os gusta alguno. Luego os preguntaré si alguien tiene algún plan que quiera desarrollar.
—¿De qué hablabas con Col, Connie? —tanteó Anneena, sacando su estuche—.
¿Qué os traéis entre manos?
—Nada —susurró Connie intentando no llamar la atención del señor Johnson.
—Venga ya... Está claro que tramabais algo —volvió a susurrar Anneena. Connie vio que, cuando quería descubrir un secreto, su amiga era más insistente que un tordo aporreando un caracol contra una piedra.
—Supongo que habrás oído hablar de la campaña contra la refinería, ¿no?
Anneena asintió.
—Por supuesto. Rupa ha cubierto todas las noticias locales sobre Axoil. Cree que en la refinería pasa algo raro.
—He leído el artículo. Suponía que sería pariente tuya.
—¿Ah, sí? —Anneena brilló de orgullo—. Pues Rupa tuvo verdaderos problemas para publicar ese minúsculo artículo. Piensa que su jefe tiene miedo de que le demanden por difamación.
—Pues, mi tía y Col están metidos en un grupo que hace campaña contra la refinería. Les ha estado ayudando al salir de clase. Anoche hicieron una protesta en esas rocas que todo el mundo llama las Chimeneas. Creo que ahí fue donde se hizo el rasguño.
—Ah, o sea que es eso —dijo Anneena, con chispitas de curiosidad. Su hermana mayor no era la única con olfato para una buena historia—. ¿Y qué hacía?
—Anneena, ¿vas a compartir con el resto de la clase lo que estáis cuchicheando tú y Connie, o te vas a poner a trabajar? —dijo el señor Johnson en voz alta, de pie tras ellas.
Connie se había acostumbrado a que Anneena casi siempre tuviera una respuesta preparada.
—Estaré encantada de compartir con la clase lo que estábamos diciendo —dijo algo descaradamente, mirando fijamente al profesor—. Es muy importante para todos los habitantes de Hescombe, ¿sabe?
—¿Ah, sí? —repuso el señor Johnson, escéptico.
—Estábamos hablando de las Chimeneas y de lo que podemos hacer para protegerlas de los buques petroleros de Axoil —sentenció Anneena. Connie se ruborizó de apuro y miró a Col. Estaba tieso como si lo hubieran clavado en la silla y sus ojos lanzaban dagas hacia ella. Lo último que necesitaba era que la clase entera se interesara por la fauna de las Chimeneas. Sería desastroso si empezaban a hacer preguntas que pudieran conducir al descubrimiento de las sirenas. Contrastando con la mirada hostil de Col, el señor Johnson miró a las muchachas cambiando rápidamente la reprobación por el halago. Mientras el profesor, complacido, se volvía para dirigirse a toda la clase, Anneena dedicó una sonrisa a su compañera.
—Connie y Anneena tienen razón: todos deberíamos interesarnos por esas cosas
—anunció el señor Johnson—. De eso deberíamos preocuparnos. Cuando la hayan terminado, la nueva refinería de Axoil tendrá profundos efectos en nuestra comunidad, es decir, en vosotros y en mí. Lo utilizaremos como ejemplo de compartir las ideas de vuestros proyectos. Quiero que os dividáis en grupos de cuatro. Discutid cómo cree el grupo que podría afrontarse la apertura de la nueva refinería en nuestra zona. Compartid vuestras ideas con el resto de la clase. Vamos.
Tenéis diez minutos.
Como un rayo, antes de que nadie pudiera pedirle que se uniera a su grupo, Col se levantó de su mesa y se acercó a Connie. Jane Benedict, que estaba al otro lado de Anneena, fue la cuarta del grupo. Connie y Anneena intercambiaron una mirada de sorpresa por el repentino movimiento de Col.
—Hola, Col. Me alegro de que te unas a nosotras —dijo Anneena—. No se te ve demasiado por este lado de la clase.
—No. Normalmente no tenéis nada que decir que pueda interesarme —replicó Col, lanzando a Connie una mirada envenenada.
Anneena se calló momentáneamente, preguntándose por qué Col estaba tan hostil, pero nunca dejaba que las cosas la preocuparan demasiado.
—Pues te sorprenderías. ¿Escribo yo? —y, con esto, tomó su bolígrafo rosa de gel y miró a sus tres compañeros con expectación. Connie y Jane aceptaron inmediatamente la propuesta; Col miraba por la ventana, como si estuviera en otra parte. El grupo tomó el silencio por un sí—. Muy bien. ¿Por dónde empezamos? Creo que deberíamos hacer algo para saber qué piensa realmente la gente en lugar de tragarnos todo ese lavado de cerebro que Axoil saca en la prensa local —Connie observó con curiosidad cómo Anneena dibujaba tres columnas, que tituló «gobierno local», «medios de comunicación: radio y prensa» e «industria local». Jane participó añadiendo la columna de «población local».
—Guau, lo tenéis muy bien aprendido —dijo Col con una sonrisa irónica—. No es la primera vez que lo hacéis, ¿verdad?
—Había ido a escuchar lo que Connie tuviera que decir de su herida, pero como ella no había sacado el tema, se divertía mirando mientras sus compañeras hacían el trabajo. Quizá su decisión de cruzar la clase no había sido tan precipitada, ya que las chicas le estaban ahorrando el trabajo de pensar.
—Pues claro —dijo Anneena—. El año pasado, mi padre me pidió ayuda para idear una campaña de publicidad para su restaurante. Tuvimos que empezar averiguando lo que la gente ya conocía. Jane me ayudó con la página web. —Dio un golpecito a la libreta con el boli y repasó lo escrito—. ¿Y vosotros qué pensáis? —
preguntó, cuando cayó en la cuenta de que Col y Connie no habían abierto la boca.
—Gracias por preguntar —se burló Col, reclinándose perezosamente en el respaldo y levantando las patas anteriores de su silla.
Connie vaciló, pero luego dijo:
—Bien, ¿y qué pasa con las Chimeneas? Lo que yo quiero saber es qué podemos hacer para asegurarnos de que los petroleros no pasen demasiado cerca y puedan perjudicar la fauna de la zona —estaba pensando en las gaviotas y otras aves marinas que sabía que anidaban en aquellas rocas inaccesibles.
—Mmm... —Anneena pensó un instante—. Creo que tendríamos que ir a la empresa y preguntar qué se proponen al respecto. Que nos den su palabra por escrito de que no van a dañar la zona. Eso también podría darnos pie a preguntarles alguna otra cosa.
A Jane, que conocía perfectamente a su amiga, no le sorprendió la sugerencia de Anneena.
—¿Qué otra cosa? —preguntó suspicaz.
—Ah, no sé. Lo de los hombres desaparecidos, por ejemplo —dijo Anneena con un desenfado que no consiguió disimular su excitación.
Col se sentó bien, haciendo chasquear las patas de la silla al dar contra el suelo.
—No creo que sea buena idea —dijo con firmeza. ¿Acaso no había dicho Horace que las sirenas podían ser las responsables de las desapariciones? Demasiadas preguntas las pondrían en peligro.
—¿Y por qué no? —le desafió Anneena—. Rupa no ha conseguido entrar en el edificio para preguntarles nada y ya no le devuelven las llamadas. Podríamos ayudarla.
—No. Decididamente, no.
Connie miró a Col, sorprendida. Nunca lo había visto tomarse nada tan en serio.
Siempre se lo tomaba todo a broma.
—¿Qué pasa, Col? —se burló Anneena—. ¿Tienes miedo?
Col le arrebató la libreta y tachó «entrevista con la empresa». ¿Miedo? Si hubiese sabido la mitad de lo que se estaba cociendo...
—He dicho que no —insistió con determinación.
Anneena le volvió a arrebatar el cuaderno y, cuando ya estaba a punto de soltarle una contestación áspera, el profesor los llamó al orden.
—Muy bien, se acabó el tiempo —anunció el señor Johnson—. Oigamos vuestras ideas.
Las aportaciones de los otros grupos fueron pobres. Parecía que nadie había ido más allá de unos cuantos tópicos sobre barcos y refinerías. El señor Johnson dio la palabra a Anneena.
—Mis esperanzas se centran en vuestro grupo. ¿Tenéis algo más con lo que contribuir, Anneena?
—Bueno, señor —empezó, levantándose para leer su libreta—. Col, Connie, Jane y yo hemos pensado que habría que descubrir qué piensa la gente sobre la refinería y el entorno medioambiental. Para hacernos una idea de todos los puntos de vista acerca del tema, hemos pensado que sería buena idea sondear la opinión local y entrevistar a los responsables de la empresa.
—¡No, hemos dicho que no! —siseó Col.
—Excelente —opinó el profesor, mientras escribía las ideas de Anneena en la pizarra. Después se apartó un poco para leer—. Creo que esto captaría realmente el momento actual de los acontecimientos locales.
—¿Sabéis, chicas? Y Col, por supuesto. Creo que deberíais convertir este tema en vuestro proyecto del trimestre. Me gusta especialmente la idea de una entrevista a la empresa; sería un buen gancho para la exposición. Os ayudaré si lo necesitáis.
Escribid vuestro cuestionario para la empresa y traédmelo la semana que viene. Y, ahora, ¿quién va a elegir el tema del faro?
El profesor volvió a centrar su atención en el resto de la clase. Col estaba furioso: Anneena lo había atrapado y tendría que hacer lo último que habría deseado hacer en este mundo. Las tres chicas lo miraban cautelosamente. Sin esperarlo, habían quedado unidas a Col. El rey de la clase había acabado junto a tres de las menos populares. En fin, ya era demasiado tarde para remediarlo. Tendría que salir de aquel atolladero aunque fuera empezando por estrangular a una de sus compañeras de grupo.
* * *
El martes siguiente, una elegante maleta de piel en la puerta trasera del número cinco de Shaker Row anunciaba que había un huésped. Cuando Connie llegó de la escuela, Evelyn servía café a un desconocido en la mesa de la cocina y calló de golpe cuando la vio.
—Ah, Connie. Nuestro invitado ha llegado, como ves. Éste es el Signor Antonelli
—dijo su tía, señalando al extraño con la taza de café. Excepcionalmente incómoda, Evelyn volvió a sentarse inmediatamente tras un ostentoso ramo de flores, un regalo del visitante.
Connie asintió tímidamente al italiano. El Signor Antonelli era un hombre bajito y gordinflón, con un lustroso pelo negro peinado hacia atrás y una barba muy poblada.
Se había puesto de pie al entrar Connie y ahora se inclinaba para tomarle la mano.
— Carina, encantado de conocerte —dijo en mal inglés, inclinándose sobre la mano de la niña para besársela. La elevó con las puntas de sus dedos calientes—. ¡Pero si tienes la manita helada! —y, entonces, se echó a cantar inesperadamente. Su preciosa y potente voz surgía de su pecho como el grito de un avetoro—. Che gelida martina —
cantó, sonriendo ante el rostro desconcertado de ella. Dejó la última nota suspendida en el aire y volvió a inclinarse, esta vez como en respuesta a un aplauso imaginario.
Finalmente, se volvió hacia Evelyn—. ¿Tu hija no tiene guantes, signorina? —dijo, chasqueando la lengua en señal de desaprobación.
—Sobrina, Signor Antonelli. Es mi sobrina —se apresuró a corregir Evelyn, todavía más incómoda. Miró ansiosa a Connie como si quisiera implorarle que no se riera de su invitado. Connie no la había visto nunca tan incómoda.
—¿Es de los nuestros? —preguntó el italiano.
—No.
—Pues tiene la pinta.
Evelyn asintió.
—Quizá sí. Pero no hemos tenido tiempo de comprobarlo. Connie sólo lleva aquí una semana.
Connie supo que hablaban de la Sociedad. Estaba contenta de que el Signor Antonelli hubiera dicho que tenía «la pinta»; Col había dicho algo similar. Como no sabía muy bien qué hacer en presencia de aquel hombre tan singular, se sentó a la mesa preguntándose qué se cocía allí.
—¿Cuándo saldremos con las barcas? —preguntó el hombre a Evelyn sentándose al lado de Connie con un aleteo del abrigo, como un pianista que se sienta al piano.
—Aún faltan unas horas. Ahora hay mucha gente que va y viene y los pescadores se hacen a la mar. Esperaremos a que oscurezca —Evelyn echó una mirada cargada de intención a la niña. Connie entendió perfectamente que estaba indicando a su invitado que se callara.
— Certo. —Y cambió hábil aunque muy claramente de tema—: ¿Has estado alguna vez en Italia, carina?
Connie sacudió la cabeza. El Signor Antonelli empezó a hablarle de su casa, en Sorrento, una población costera muy cercana a Nápoles. Hizo una pausa, se puso en pie y entonó una alegre canción napolitana, moviendo los pies al ritmo. Allí sentada, Connie estaba perpleja. Nunca había conocido a nadie que viera las canciones como algo naturalmente equivalente al discurso.
Cuando concluyó su actuación, dijo a modo de explicación:
—Ahora ya te has hecho una idea de cómo es mi casa. Mejor que con palabras, mejor que con un cuadro.
Connie sonrió educadamente y se sirvió un vaso de zumo. Quizás aquel hombre tan agradable le contara más detalles de la Sociedad de los que había logrado arrancar a su tía. Desde luego parecía menos encorsetado que Evelyn.
—¿Y qué hace allí la Sociedad? —preguntó Connie.
—Velamos por un antiguo templo —dijo, con sus cálidos ojos marrones sonriendo a la niña, pero Connie notó que tanto él como su tía se habían puesto en guardia.
—¿También está amenazado, como las Chimeneas?
—No... Bueno, sí, en cierto modo sí. Mi inglés no es lo bastante bueno para explicarlo. Lo siento.
El Signor Antonelli acabó desviando la conversación a lo que Connie pensaba de Hescombe y cómo era su familia. Connie respondió diligentemente a sus preguntas, pero su frustración por no conseguir más información fue en crescendo. Dudaba mucho que el inglés del Signor Antonelli no fuera lo bastante bueno para decir lo que quería decir: sospechaba que había cambiado de tema porque sólo estaba dispuesto a hablar con otros miembros de la Sociedad. Y como su tía había dejado bien claro, Connie todavía quedaba fuera de aquellos secretos.
Evelyn y el Signor Antonelli salieron hacia el muelle alrededor de las siete, dejando a Connie de nuevo con la única compañía del televisor. Incluso Madame Cresson había salido a cazar. Mientras veía desatenta un programa sobre veterinarios, Connie se preguntó si a Col le dejarían ir de nuevo y sintió envidia de que él estuviera tomando parte activa en aquella misteriosa expedición. ¿Qué pensaban conseguir yendo a las Chimeneas por segunda vez? Volverían a molestar a las aves. ¿Cómo iba eso a contribuir a su causa? Y, fuera como fuera, ¿qué pintaba el italiano en todo aquello?
* * *
Las embarcaciones volvieron a puerto cuando empezaban a salir las primeras estrellas. Una helada brisa alborotó el pelo de Col como si de unos dedos fantasmales se tratara. Una fina niebla gris había cubierto el mar como una mortaja. Desde el muelle, Col distinguió con los prismáticos la llegada de seis figuras a bordo de las barcas. Suspiró de alivio: todos volvían sanos y salvos. A raíz del ataque de las sirenas, «demasiado peligroso», había dicho su abuela, le habían prohibido salir con ellos, de modo que se había pasado la frustrante tarde oteando desde el muelle. Las barcas tardaban una eternidad en volver. Mientras esperaba, había sonado una sirena de emergencias muy cerca. Se había vuelto y visto un coche patrulla que se detenía derrapando en el muelle, justo tras él, con las luces azules dando vueltas en el techo.
Otra sirena aullaba en la distancia y apareció una ambulancia blanca por High Street.
—Pero ¿qué...? —murmuró Col.
—Hazte a un lado, hijo —le ordenó un policía que había sacado un rollo de cinta azul y blanca y acordonaba la zona del muelle donde solía atracar la Water Sprite.
—¡Eh, es el amarre de mi abuela! —protestó Col—. Está llegando.
—Ya lo sabemos —dijo el agente, mientras su colega se encargaba de apartar al grupito de gente que se estaba congregando—. Sin duda, cuando llegue se explicará.
Ahora, por favor, mantente a un lado.
Col se apartó, pero sólo hasta el amarre de la Banshee2 Las barcas ya estaban apenas a unos metros. Veía al doctor Brock de pie en la proa de la Water Sprite3, a punto para el amarre. Su abuela iba al timón.
El muchacho saludó a Evelyn, en la Banshee, y agarró la maroma que la mujer le lanzó. El Signor Antonelli iba sentado detrás, con las manos en la cabeza.
—¿Estáis todos bien? —preguntó ansiosamente a Evelyn, incapaz de ver bien a su abuela entre la oscura barrera de policías que habían saltado a la Water Sprite.
—No exactamente —contestó Evelyn.
—¿Qué? —exclamó Col. Horace... El señor Masterson: al parecer no faltaba nadie—. ¿Os han vuelto a atacar?
—No —respondió ella con prudencia. Dio un golpecito en el hombro del Signor Antonelli para que se levantara y Col le ofreció la mano para que subiera al muelle.
Con el rabillo del ojo, Col vio que los agentes de policía se inclinaban sobre un bulto tapado con una manta en la cubierta de la barca de su abuela.
—Esta vez no hemos escuchado nada —continuó Evelyn en voz baja—. Hemos estado esperando media hora larga antes de llamarlas. El Signor Antonelli cantaba a pleno pulmón para llamarles la atención.
—Entonces, ¿de qué va todo esto? —insistió Col, señalando a la policía.
—¡Lo han matado! —exclamó el Signor Antonelli, a punto de llorar.
—¿A quién? —preguntó Col desesperadamente, volviendo a comprobar que todos estaban a salvo.
2 Criaturas tenebrosas con aspecto de mujer de larga melena y figura esquelética que forman parte de la mitología irlandesa. Son las llamadas hadas de la muerte, que la anuncian gimiendo y lamentándose.
3 La barca de la señora Clamworthy se llama Water Sprite, voz inglesa que se refiere a los espíritus o duendes acuáticos.
—Col —dijo Evelyn con una voz que parecía de acero mientras lo agarraba por el brazo—, no hemos visto a las sirenas, pero, esta vez, nos han mandado un mensaje muy claro. Es exactamente lo que nos temíamos. Ellas han matado a los empleados de Axoil. Hemos encontrado a uno: nos han enviado su cuerpo.
Col miró a la manta justo cuando uno de los policías levantaba una esquina para ver la cara del hombre. Se le revolvieron las tripas: no pudo soportar ver la expresión de éxtasis que había quedado en el rostro del hombre mientras se ahogaba.
—Ven —le dijo Evelyn, haciendo que apartara los ojos.
—Pero ¿cómo pueden hacer esto? —exclamó Col con incredulidad—. ¿Y nosotros estamos intentando ayudarlas?
El Signor Antonelli parecía haber recuperado la compostura y agarró el otro brazo de Col para ayudar a la mujer a llevárselo de allí.
—Es la natura... La natura de le sirene. ¿Te enfadas con los gatos porque matan ratones ? No. Pues, nosotros somos ratones para ellas. Ratones que han intentado alejarlas de su hogar.
Col temblaba.
—Ya sé que es difícil, muy difícil de comprender. Pero estamos tratando con animales salvajes y no con mascotas domesticadas. Y no entienden que nosotros, los de la Sociedad, tratamos de protegerlas.
Un cuarto de hora más tarde, los miembros de la Sociedad permanecían en silencio alrededor de la mesa de la cocina de la señora Clamworthy. La visión del cadáver planeaba sobre ellos como un fantasma. Sabían que habían fallado. El doctor Brock suspiró profundamente.
—Ahora ya has visto, Luciano, a qué nos enfrentamos —dijo—. La refinería abrirá sus instalaciones muy pronto. Por estas aguas pasarán cientos de petroleros cargados de crudo, ajenos al peligro, navegando hacia un lugar donde ya ha empezado a morir gente. Y las sirenas están comprensiblemente enojadas. Sienten que las han ido echando de un lugar a otro. Ahora que se está profanando su último santuario, se niegan a volver a trasladarse. Estas tres muertes son sólo el principio. Las demás criaturas nos han dicho que las sirenas han amenazado con usar sus poderes para provocar una catástrofe: un asalto a la refinería. Las sirenas creen que no tienen nada que perder. Pero nosotros no estamos de acuerdo. No sólo amenazan con acabar con muchas vidas humanas; los animales inocentes sufrirán las consecuencias del desastre y se arriesgan a ser vistas, que es, precisamente, lo que la Sociedad quería evitar. El avistamiento de criaturas míticas lleva a la investigación y la investigación, inevitablemente, a su erradicación. Necesitamos que nos ayudes a persuadirlas. A nosotros ya no nos escuchan. No tenemos ni idea de por qué se han vuelto contra nosotros y han optado por el camino de la violencia.
En el silencio que siguió, Col tomó conciencia del frenético tictac de un pequeño reloj de la repisa de la chimenea. Era extremadamente molesto, extrañamente ruidoso en aquel tenso ambiente. Estuvo tentado de levantarse y sacarlo de la habitación, pero no se atrevió a ser el primero en romper el silencio. Entonces habló el Signor Antonelli, con la voz quebrada después de sus recientes e infructuosos esfuerzos.
—No han venido cuando las he llamado. Están demasiado enfadadas y sólo un vero, un verdadero compañero puede hablar con ellas en este... ¿Cómo se dice? En este estado. ¿Cómo lo sé? Cada colonia de sirene es distinta. Le sirene de Capri, cuando tienen miedo, sólo hablan conmigo; no quieren a nadie más. Por lo que decís, éstas están unidas a vuestras gaviotas. Yo no soy partidario de esa familia, pero vuestras sirene... Noto su miedo: están llenas de una furia profondissima... Una terrible furia.
Serán un peligro para cualquier idiota que se acerque a ellas en este momento.
La imagen de la última víctima afloró a la superficie de los pensamientos de todos los presentes: unos restos sonrientes. El doctor Brock se frotó la frente como si intentara liberar la tensión que se le había acumulado allí.
—Parece que hemos llegado a un callejón sin salida. Para cualquiera que no sea compañero de las sirenas es un suicidio acercarse a las Chimeneas. Como ves, en nuestra sección local de la Sociedad no tenemos a nadie. La más cercana que tenemos es Evelyn. Ella es compañera de las banshee, las hadas que anuncian la muerte, pero si tú no has podido hablar con ellas, ¿qué esperanza va a tener ella? Col todavía no ha sido asignado, pero creemos que su llamada es para los pegasos. Las sirenas son muy raras en Inglaterra y creo que no he conocido a ningún compañero capaz de hablar con ellas desde que murió el último compañero universal, hace diez años.
La señora Clamworthy chasqueó la lengua.
—Y no podemos esperar que llegue otro: aquí en Inglaterra, sólo surge uno cada siglo aproximadamente —murmuró al lado de Col.
—¿Qué hay que buscar en un compañero de las sirenas? —preguntó el señor Masterson.
—Conexión con los pájaros, los signos habituales de un compañero de segundo orden —respondió el Signor Antonelli, un poco irritado.
El señor Masterson sacudió la cabeza.
—No conozco a nadie así —dijo.
El doctor Brock dejó caer la mano de su frente, sacudido de repente por un recuerdo.
—Pero está esa chica de los pájaros —murmuró, pensando en alto—. La vi hace unos días. Quizá fuera una turista, pero, por cómo jugaba con las gaviotas, sin duda era una compañera de segundo orden. Iba a contároslo, pero han pasado otras cosas.
Todos los demás, que se habían sumido en la desesperación, se enderezaron en sus sillas.
—¿Cómo era? —preguntó Evelyn con interés.
El doctor Brock frunció el ceño esforzándose por recordar.
—Soy un desastre con estas cosas. Joven. Sí, definitivamente muy joven. Más joven que Col, creo. Vestía como todos los chicos... Con vaqueros, ya sabéis cómo van —
titubeó.
—Genial —dijo Evelyn, incapaz de disimular su irritación—. Una chica con vaqueros. No va a costarnos mucho encontrarla.
El doctor Brock parecía avergonzado.
—Ya os he dicho que no soy demasiado bueno recordando detalles, pero recuerdo a los pájaros.
—¿Estás seguro de que no era del pueblo? —preguntó Evelyn.
Col dudaba que hiciera falta que fuera tan incisiva con el doctor. Había estado de malhumor desde la llegada de su sobrina, cuya presencia en casa le impedía ver a las hadas con libertad. Y todo el mundo sabía que los compañeros de las hadas de la muerte no eran los más sociables del mundo, ni siquiera en las mejores épocas.
—Somos una comunidad pequeña y conozco a casi todos los niños. De que no la había visto antes, estoy completamente seguro —insistió el doctor Brock pacientemente—. Además, creo que se montó en un autocar.
Un gruñido de decepción se extendió entre los reunidos. Col pensó momentáneamente en Connie: ¿sería ella? Pero tenía su misma edad, no era más joven, y su don parecía relacionado con los pequeños mamíferos, como los jerbos de la escuela. ¿Debía decir algo? Se aclaró la garganta para interrumpir a los adultos, pero su abuela habló primero.
—Sólo nos queda una opción. Hay que pedir a las gaviotas que nos den una descripción más detallada. Mis duendes acuáticos hablarán con ellas por nosotros.
—Buena idea, Lavinia —dijo el doctor Brock, que miró el reloj—. Si fueras tan amable de hablar con ellas esta noche, propongo que nos volvamos a reunir aquí mañana para ver si tenemos alguna noticia. ¿Será suficiente tiempo? —la señora Clamworthy asintió—. Muy bien. Gracias a todos por vuestro trabajo de esta noche en tan difíciles circunstancias. Nos veremos mañana.
La reunión se disolvió y los asistentes empezaron a ponerse los abrigos. Col sabía que había pasado el momento de decir nada. Seguramente había sido una idea estúpida: Connie no podía tener a la vez el don para los cuadrúpedos y para las criaturas aladas, si tenía alguno, claro. Nadie podía tener todos esos dones.