Capítulo 16
Tintagel
Llegó noviembre y, con él, el mayor acontecimiento del año para la Sociedad: la convención anual. Criaturas y compañeros de todo el país acudían a Tintagel aprovechando los fuegos artificiales y las hogueras del 5 de noviembre para cubrir su llegada. La gente estaba demasiado ensimismada viendo luces y explosiones en el cielo para darse cuenta del exceso de dragones y pegasos. En el minibús que llevaba a los miembros de Hescombe hacia la costa oeste, Connie iba al lado de Jessica y ambas sentían tanta emoción como aprensión. Connie ansiaba ver a toda la Sociedad reunida pero no dejaba de recordar las palabras de Jessica sobre el hecho de que la universal no iba a pasar desapercibida. Lo último que ella quería era llamar la atención de los desconocidos.
—¿Preparada? —le preguntó Jessica, como si le hubiera leído el pensamiento.
—En realidad no —admitió Connie—. Tengo un nudo en el estómago.
—Son sólo nervios. No te preocupes. Te encantará —por la cara de su amiga, supo que no la había convencido, así que cambió de tema antes de que Connie se pusiera más nerviosa—. ¿Tuviste muchos problemas?
—¿Lo dices por lo de los muelles? Pues, unos cuantos. Mi tía me estuvo machacando una semana entera. Parecía más preocupada por el hecho de que me hubiera vuelto a acercar a una sirena que porque salvara a dos hombres de morir ahogados. A veces no la entiendo.
—Ah, claro —dijo Jessica rehuyendo el bulto, sin mirarla a los ojos. Connie tuvo la extraña sensación de que Jessica sí que entendía a su tía.
Guardaron silencio unos minutos. Connie notaba los ojos de Evelyn clavándose en su nuca. Desde que había recibido la carta de queja por su irrupción en los muelles, su tía ya no veía a Jessica como una amiga con la que Connie pudiera estar segura.
Seguramente, a esas alturas Col ya se había enterado de su aventura. El niño iba sentado unas filas más atrás, con los gemelos, los jinetes de dragón. Connie se preguntaba qué pensaba Col de todo aquello. ¿Sabía que había tenido parte de culpa en lo de que Anneena hubiera ido a buscar maquinaria defectuosa?
De todos modos, Col tampoco le iba a decir lo que opinaba. El ambiente glacial entre ambos se había prolongado tanto tiempo que Connie ya no confiaba en poder arreglarlo. Con un suspiro, se sacudió las migajas del nuevo traje marrón para volar.
Quería mantenerlo pulcro para su primer vuelo con Morjik esa misma noche.
—¿Cómo es Tintagel? —preguntó Connie.
—Es un antiguo castillo en ruinas, al lado del mar, justo al borde de un acantilado
—respondió Jessica—. Es un lugar famoso por sus mitos y leyendas... El hogar de los caballeros exterminadores de dragones del rey Arturo.
Cuando el minibús entró a trompicones en el aparcamiento, un campo que les había prestado un amable granjero, ya había oscurecido. Estaba lleno de coches y autobuses alineados bajo los árboles y Connie vio que la gente hacía cola, como cuando se agolpa una multitud antes de un partido importante, hablando agitadamente y saludando con entusiasmo a los viejos amigos. La niña siguió a su grupo, que pasó ante la mesa de inscripciones, donde un cartel rezaba: «A partir de aquí, sólo miembros de la Sociedad.» A continuación, recorrieron un escarpado sendero iluminado con antorchas que bajaba hasta la playa. Las llamas fluctuaban en la oscuridad, proyectando sombras danzarinas en los impacientes rostros de la gente que se reunía al borde del mar. Connie se dejó llevar con un escalofrío de curiosidad ganando fuerza en su interior.
Casi a nivel del mar, en un valle entre dos acantilados, el grupo iba más despacio para que los miembros subieran en fila los escalones empinados que los llevarían al castillo de Tintagel. Las ruinas se alzaban en una lengua de tierra, casi como una isla, un ancho bloque de roca con la superficie llana que se adentraba en el mar. Debajo, las olas habían excavado persistentemente la roca, tratando de socavar el frágil lazo del castillo con tierra firme y dejarlo a la deriva para siempre. Connie vio la boca de una cueva bostezando en la base del acantilado y escuchó el retumbar de las olas contra la roca. El suelo parecía temblar a sus pies, a punto de rendirse al poder del mar.
Subiendo los escalones de madera tan deprisa como pudo, llegó a un patio alfombrado de césped. Cruzaba un arco cuando rozó unos hierbajos que sobresalían de una grieta y percibió que hasta las viejas hierbas esperaban ansiosas el inicio de la celebración. La rodeaban tres paredes del ruinoso castillo, que se sostenían como dientes rotos, pero ella se fijó en la cuarta pared, la más baja. Apenas tapaba el negro agujero que se convertía en un peligroso precipicio sobre las olas. Allí abajo estaba Scark volando en círculo sobre el mar encrespado. Connie sonrió al ver que también él había volado hasta allí para la reunión.
—¡No es por ahí! —gritó Jessica—. ¡Hay que subir más!
«¿Más?», pensó Connie con un escalofrío. Odiaba las alturas.
—El encuentro se celebra arriba del todo. Sígueme.
Connie siguió los pasos de Jessica, subiendo todavía más escalones hasta la cima llana de Tintagel. Ya no estaba tan cerca del precipicio y empezó a respirar mejor. Al llegar arriba, vio que la gente había formado un cuadrado, en cuyo centro había un enorme montón de leña todavía sin encender. Llegaba una brisa fría del mar que trajo a los oídos de Connie el rumor de las olas. Aquella noche, el murmullo parecía cargado de significado. El pelo de Connie centelleaba; su piel, brillaba. Era como si Tintagel se hubiera convertido en una gran arpa de tensas cuerdas de energía invisible que iban de una pared a otra, resonando armoniosamente con cada soplo de viento.
—¿Lo notas? —le preguntó Jessica, agarrándole la mano y apretándosela con emoción—. Son las criaturas marinas: también están aquí. Arran y las demás selkies están ahí fuera.
Connie le devolvió el apretón: sí, lo notaba. Allí, rodeada de todos aquellos miembros de la Sociedad, se sentía segura, como en casa. Sabía que estaba sonriendo de pura felicidad. No se podía aguantar. Miró a su alrededor. Había cientos de personas reunidas en la cima, pero parecían pocas en la inmensa planicie. Eso la hizo darse cuenta de cuán poca gente quedaba para proteger a las criaturas míticas.
—¿Aquí está todo el mundo? —preguntó a Jessica.
Jessica asintió.
—Sí. Antes había miles de miembros en Gran Bretaña, pero la Sociedad hace años que va en retroceso. Cada vez se identifican menos dones y, por eso, cada vez hay menos miembros. Por eso tú eres tan importante, ¿sabes? Dicen que tú significas el cambio de rumbo para el futuro de la Sociedad. Dicen que si han vuelto los universales, ¿por qué no van a volver los demás?
Connie pensó que la confianza que Jessica depositaba en ella era excesiva. Para cambiar algo, iban a necesitar a más de una persona. La niña encontró asiento rápidamente al lado de Jessica, junto a los Serpientes Marinas, y trató de pasar desapercibida. Esperaron. Compartiendo un instinto común, todos callaron. Fue entonces cuando hicieron su aparición las criaturas míticas. Lo primero que notaron Connie y Jessica fue el tamborileo de las pezuñas sobre la tierra blanda, una profunda percusión en comparación con el rumor vibrante del viento. Por el oeste llegó a la cima una estampida de animales de todos los colores, formas y tamaños. A la cabeza iba Windfoal, que agachó su dorado cuerno cuando pasó ante la hoguera.
Tras ella, bramando, relinchando, rugiendo en una cacofonía de sonidos, iban los centauros, los pegasos, los minotauros, los becerros de oro, los grandes osos, los gigantes y muchas otras criaturas que Connie ni siquiera sabía nombrar. Mientras estos seres entraban en el recinto, empezaron a llegar también las bestias de las otras tres compañías. Ante los Dos-Cuatro, Connie vio una nube de animales que se acercaba por el este, liderada por una silueta negra que disparaba dardos de luz blanca: Pájaro de la Tormenta. No vio demasiado bien la llegada de los que seguían a los Elementales, pero no tuvo ningún problema para distinguir al escuadrón de dragones, capitaneado por Morjik, que se acercaba por el cielo nocturno formando una flecha. Cuando pasaron por encima del montón de leña, Morjik soltó una gran bocanada de fuego y lo encendió.
Cuando las criaturas míticas hubieron tomado posiciones en sus compañías, ocho figuras avanzaron formando un círculo en el centro.
—Son los Administradores —susurró Connie a Jessica, encantada de saber algo sobre la Sociedad que su amiga desconocía.
Kira Okona levantó la mano y se extendió un expectante silencio entre los presentes.
—Bienvenidos —dijo la compañera de los unicornios en voz alta y clara—. En nombre de los Administradores y de la familia universal formada por La Sociedad para la Protección de las Criaturas Míticas, os doy la bienvenida a esta celebración especial. Casi nunca acudimos a vuestra Noche de las Hogueras, pero es que hasta ahora no se había producido la llegada de una universal, y eso hay que celebrarlo —
se extendió un murmullo de curiosidad entre la gente. El murmullo creció convirtiéndose en un rumor y, de repente, todo el mundo empezó a gritar y reír.
Connie se escondió tras la bufanda. Notó que las criaturas la buscaban y, a su alrededor, los miembros de la Sociedad se abrazaban y algunos incluso lloraban de alegría.
—¿Quién es? ¿Dónde está? —oyó que preguntaba todo el mundo. Jessica la miró, le guiñó el ojo y volvió a mirar hacia delante, guardándose la información para sí.
Kira levantó la mano y el ruido cesó lentamente.
—Por favor, amigos míticos, no intentéis conectar con la universal: ¡sois demasiados!
Las risas se escucharon por todo el cuadrado. Connie notó que la presencia de centenares de criaturas la abandonaba, dejándola sólo con el cosquilleo de energía que había sentido al principio.
—Y, amigos humanos, nuestra universal aún es joven y, ¿cómo os lo diría?, un poco tímida ante las cámaras. La conoceréis cuando esté preparada, así que, por favor, sed pacientes.
Connie se sintió aliviada. Por un terrible instante había creído que la arrastrarían ante todo el mundo y la expondrían a la vista de todos.
—Pero, hablando en serio, también tenemos que pediros que estéis ojo avizor. No es ninguna coincidencia que, con el retorno del don universal, haya resurgido nuestro más gran enemigo. Como ya debéis saber por la alerta que se mandó a vuestras secciones, Kullervo, la criatura de forma cambiante, ha regresado y se espera que se presente en esta zona cuando lleguen las tormentas de invierno —por el silencio de la gente, Connie supo que la noticia no era nueva para ninguno de los presentes: era sólo un terrible recordatorio—. Sin embargo, no nos dejemos llevar por tan oscuros pensamientos esta noche. Esta noche es noche de celebración y celebraremos todos nuestros dones y los vínculos que nos unen a nuestros compañeros. Así pues, tal como marcan las tradiciones de vuestro país, iniciemos la celebración con los entretenimientos preparados por las cuatro compañías. Esta noche corresponde inaugurar los actos a la Compañía de los Cuatro Elementos.
Saliendo del círculo por el norte, Kira se sentó con los Dos-Cuatro. Los demás Administradores, excepto el enano de roca, se reunieron con sus respectivas compañías. Gard esperó a que varios enanos de roca con capucha se adelantaran, cada uno con un juego de campanillas montado en un bastidor de madera y un martillito de plata. Se dispusieron en círculo alrededor de Gard y, quitándose las capuchas, se dispusieron a tocar.
Connie se quedó boquiabierta: hasta entonces no había visto la cara de Gard porque la había mantenido oculta en las profundidades de su capucha. Esperaba que los enanos se parecieran a los hombrecillos con barba que había visto en sus libros de cuentos y la realidad la sobrecogió. Los enanos, aunque tenían forma humana, eran como estatuas de piedra que hubiesen cobrado vida. Algunos tenían una superficie lisa de color negro azulado parecida al basalto; otros los contornos blandos y blancos de la tiza; uno en concreto parecía hecho de una increíble roca cristalina y brillaba fosforescente a la luz trémula; las peñascosas manos y el anguloso rostro de Gard brillaban negros como el carbón.
Con una solemne reverencia al público, los enanos de roca empezaron a tocar.
Golpeando las campanas en un intrincado orden, crearon una música que parecía compuesta con los materiales propios de la Tierra. Connie no pudo evitar pensar en martillos golpeando las paredes de profundas minas, en el rugido de las rocas desprendiéndose de las laderas de las montañas, en el campanilleo de las piedras preciosas en la cámara del tesoro. No era la música a la que estaba acostumbrada, ni siquiera podía decirse que fuera armoniosa o bonita, pero era alucinante escuchar aquel ritmo insistente con sus extrañas notas discordantes. Para su gusto, la música terminó demasiado pronto y los enanos volvieron a asentir a la audiencia, que aplaudía con distintos grados de entusiasmo.
—Gracias a Dios que ha terminado —gruñó Jessica.
—¿No te ha gustado? —preguntó Connie, sorprendida.
Entonces fue Jessica la sorprendida.
—¿Quieres decir que a ti sí? Yo no le he encontrado ni pies ni cabeza. Era un barullo interminable de ruidos chirriantes y metálicos. ¿Cómo ha podido gustarte?
Connie se rió.
—Bueno, ¡a mí no me ha sonado así!
—Mmm... —murmuró Jessica—. Igual es por lo del don universal. Pero si implica apreciar esa horrible música, a lo mejor tampoco eres tan afortunada.
Los enanos de roca abandonaron el ruedo con el aplauso entusiasmado de los Elementales y las educadas palmas del resto. Ocupó su lugar una banda de jóvenes de Serpientes Marinas.
Jessica le dio un codazo a Connie.
—¡Esto estará mejor! Ahora podremos bailar.
La banda (dos violines, una flauta, un tambor y una guitarra) empezó a tocar una pieza basada en una canción folclórica escocesa, incorporando sus propias armonías, que destacaban sobre la melodía o palpitaban por debajo como acompañamiento.
Cerrando los ojos para concentrarse en lo que escuchaba, Connie se percató de que estaban intentando expresar su experiencia como Serpientes Marinas: la corriente del mar y la emoción de montar un dragón. Enseguida, algunos jóvenes de las filas de Serpientes Marinas empezaron a bailar. Se agarraron las manos y se entrelazaron como los tentáculos de una enorme bestia marina. Jessica levantó a Connie del suelo y, de pronto, se vio enganchada al final de una hilera. La danza se iba enroscando y casi no tocaba el suelo con los pies por la velocidad de los bailarines. El baile enloqueció. Se amontonaban alrededor del fuego criaturas y compañeros: las banshees se retorcían con Evelyn en el centro; los diablillos del fuego atravesaban las llamas, con sus compañeros saltando detrás; los pegasos volaban haciendo acrobacias, con sus jinetes gritando y riendo. Col y Skylark bajaron en picado hacia Connie y viraron hacia el mar en el último momento. Los osos se habían puesto de pie y bailaban torpemente con sus compañeros, gruñendo al ritmo de la música. El señor Masterson galopaba a lomos de un enorme verraco, con el rostro encendido de gozo. En la fila de Connie, los bailarines acabaron chocando entre sí y terminaron amontonados en una montaña de cuerpos risueños sin aliento.
—¡Vale, vale! —gritó Kira a la barahúnda, sin dejar de reír. Windfoal relinchó, apremiando a las criaturas para que volvieran a sus posiciones en el cuadrado. Poco a poco se restauró el orden y Connie se encontró de nuevo entre los Serpientes Marinas, colgada del brazo de Jessica por un lado y de un niño al que no conocía por el otro.
—Estoy agotada —jadeó.
—Y yo. ¡Ha sido bestial! —resopló Jessica.
Acabada la danza, cesó el jolgorio y la calma se apoderó de los asistentes al ver entrar en procesión a diez dragones con sus diez jinetes. Abriendo el desfile iba el doctor Brock con Argot. Connie se enderezó, ansiosa, en su asiento. Había oído demasiadas alusiones a la sorpresa que había preparado el doctor Brock y se moría por ver qué les tenía reservado. Rojo, marrón, azul pizarra, gris, verde: los dragones parecían brillar en la oscuridad. Los jinetes hicieron una reverencia con la cabeza a sus monturas y treparon ágilmente a sus asientos. Los dragones batieron las alas al unísono y levantaron el vuelo en perfecta sincronización.
—¡Es impresionante! —exclamó Connie.
—Pues espera... Seguro que hay más. Lo del vuelo sincronizado ya lo habíamos visto antes, pero el doctor Brock nos prometió algo especial.
Los dragones empezaron a rodear el castillo formando un enorme corro. De repente, a una señal de Argot, salieron disparados hacia el fuego de campaña. Al aterrizar con todo su peso en el suelo, abrían las fauces y echaban una cascada de chispas plateadas. Se escuchó entre el público un murmullo de admiración mientras aquella preciosa lluvia iba cayendo lentamente, obligándolos a entrecerrar los ojos hasta que las chispas tocaban el suelo. Los jinetes se inclinaron hacia delante y metieron algo en la boca de sus monturas antes de volver a emprender el vuelo. Cada criatura encontró su lugar en el gran corro. Volando sin prisas, los dragones sacaron la cabeza hacia fuera y soltaron un chorro de llamas rojas. Desde abajo, el efecto era un enorme círculo rojo de fuego en el cielo nocturno.
De pronto, dos jóvenes dragones llegaron por el norte y dispararon una salva de ráfagas y explosiones. Las ráfagas recorrieron el cielo abriéndose en llamaradas doradas y rojas. Se escucharon los gritos y vítores del público reverberando en los acantilados.
Y llegó el final. Los dragones rompieron el círculo y sobrevolaron las cabezas de los espectadores, espolvoreándolos con destellos dorados, esmeralda y topacio.
Crearon tal mar de fuego que los dragones apenas se distinguían entre los destellos y las explosiones del cielo. Entonces, se hizo la oscuridad. La gente forzaba el cuello para buscar a las criaturas en la negrura, pero habían desaparecido. Y, de golpe, como surgida de la nada, les llegó una gran ráfaga de viento y los dragones salieron de dos en dos en cinco direcciones, dejando caer chispas de color verde sobre los Dos-Cuatro, amarillo dorado sobre los Elementales, naranja sobre los Serpientes Marinas y azules sobre los Altos Vuelos. La última pareja voló sobre la hoguera para dibujar un círculo plateado de fuego que brilló unos instantes antes de desvanecerse.
—¡Madre mía! —gritó Jessica, con admiración—. Han rendido homenaje a todas las compañías, incluida la tuya: el círculo de plata, la brújula, es tu signo.
Connie se emocionó. Aunque prefería pasar desapercibida entre los Serpientes Marinas, le gustó que el doctor Brock rindiera homenaje a su don de aquel modo. Sin duda, había hecho muy buen uso de las rocas de Gard. Se había fijado en que los jinetes habían estado alimentando a los dragones con diferentes minerales para que pudieran sacar los fuegos artificiales de sus ardientes estómagos.
El público se volvió loco, aplaudiendo, silbando y gritando de admiración, mientras los dragones aterrizaban con tanta precisión como habían despegado.
—¡Espero que el doctor Brock y Argot lo borden con una gran explosión! —
exclamó Connie, riendo y levantándose para unirse a la ovación de los demás.