Capítulo 4

Duendes acuáticos

Como ya era muy tarde, Col acompañó a su abuela por los oscuros caminos que llevaban al hogar de los duendes acuáticos. Vivían en las laderas boscosas de los páramos, donde nacían las fuentes del agua proveniente de la escarpa que bordeaba Hescombe. En aquellos pequeños valles, los riachuelos eran particularmente claros, sólo contenían agua de lluvia y todavía no estaban contaminados por cultivos o fábricas. Sin embargo, Col no vio nada aquella noche: la oscuridad era absoluta bajo los árboles y sólo adivinaba la presencia de los riachuelos por el suave gorjeo del agua sobre las piedras. Aquella expedición era un extraño reto para él, ya que su abuela normalmente hablaba a solas con los duendes acuáticos: la presencia de otro humano, aunque fuera su nieto, haría que las criaturas sospecharan y actuaran con cautela.

La señora Clamworthy enfocó con una linterna una enorme roca que sobresalía del agua.

—Es aquí —dijo—. Quédate un poco atrás, Col, e intenta no moverte demasiado, cielo.

Col hizo lo que ella le decía y retrocedió para observar a su abuela. La mujer apagó la linterna y dejó transcurrir unos segundos para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Cuando a Col también se le hubo acostumbrado la vista a la oscuridad, se percató de que todo estaba cubierto por un manto de luz perlada de la luna casi llena. Veía perfectamente cómo el agua pasaba de las charcas a las espumosas cascadas en miniatura. Conteniendo la respiración, observó cómo su abuela se subía a la piedra y tarareaba flojito, con su escaso pelo blanco brillando bajo la luna. El extraño canturreo seguía, aparentemente sin principio ni fin, aumentando de ritmo en ocasiones para volver luego a la suave melodía. A Col le pasó por la cabeza que se parecía al murmullo del río, siempre cambiante pero siempre igual. La señora Clamworthy se calló y ambos esperaron en silencio.

A los pocos instantes, a Col le dio un vuelco el corazón: unas figuras empezaban a surgir del riachuelo. Aunque su textura fluía constantemente, como el agua que mana de la fuente, los duendes acuáticos aparecieron bajo la forma de personas delgadas, de unos sesenta centímetros de altura. Sus cuerpos reflejaban el cielo oscuro, pero la luz de la luna en su piel ondulante revelaba el cabello, los dedos largos y los ojos solemnes de las criaturas, cuyos rostros sufrían una extraña distorsión, como si Col estuviera mirando sus caras a través de un vaso lleno de agua.

La señora Clamworthy tendió el brazo con la palma de la mano hacia abajo, y el duende más cercano la tocó ligeramente con la yema del dedo. El contacto obró un cambio radical: el cuerpo líquido del duende cobró inmediatamente solidez, como si se hubiera convertido en hielo. Sus rasgos quedaron perfectamente definidos: nariz larga y ojos negros como guijarros mojados. Salió del agua para ponerse al lado de la mujer a quien reconocía como compañera de los duendes acuáticos.

La señora Clamworthy y el duende comenzaron a cantar la misma melodía creciente y menguante que ella había utilizado para llamarlos. Col no entendía lo que decían pero pensó que podría seguir la intención de los cantantes. Su abuela tenía los ojos cerrados, estaba completamente concentrada y su canto era inquieto y suplicante. Col dedujo que estaría explicando la trascendencia de identificar a la niña pájaro. El duende, cuya canción ondeaba por debajo, complementando la melodía de su compañera, la calmaba con su delicadeza musical del mismo modo que el río destrenza las hierbas acuáticas enredadas. Col dedujo que el duende estaba dispuesto a ayudarla, aunque sólo fuera para alejar la inquietud de su compañera. La canción se difuminó; el duende acuático rompió el contacto con su compañera y volvió a diluirse para mezclarse con el río y desaparecer con los demás.

—Muy bien, ya está —anunció con alivio la señora Clamworthy, una vez desaparecidas las criaturas—. Issoon me ha prometido salir a hablar con las gaviotas cuando vengan a beber. Deberíamos tener una respuesta mañana.

—Eso es genial, abuela —repuso Col en voz baja, todavía boquiabierto por la reunión que acababa de presenciar—. Es genial.

Y tomándola del brazo, la ayudó a volver al oscuro sendero donde habían dejado el coche.

* * *

El miércoles, Connie, Jane, Col y Anneena se reunieron en la cocina de esta última al salir de clase para redactar sus preguntas para la compañía petrolera. Les había costado quedar con Col, que había alegado otro compromiso, pero al final se había avenido a dedicar unas horas a las chicas.

—Tengo un compromiso a las seis —dijo Col, malhumorado, tirando su bolsa de deporte en un rincón—. Sólo he venido a deciros que no creo que debamos hacer esto.

—Vamos, Col —protestó Anneena—. Esto es muy importante. El señor Johnson dijo que trataría de ayudarnos a acceder a la empresa si nuestras preguntas eran buenas.

—Eso es precisamente lo que me preocupa.

Connie se sintió molesta con él. Como el resto de miembros de esa Sociedad, parecía olvidar que había otra gente interesada en hacer algo por salvar la fauna local.

—Sólo me uniré a vosotras si os olvidáis de las preguntas sobre los desaparecidos

—les advirtió, dejándose caer en una silla.

—¡Col! —protestó Anneena—. Si eso es lo más interesante.... ¿No has leído el artículo de Rupa sobre el hallazgo del cuerpo de O'Neill?

—Pues claro —murmuró Col—. Al fin y al cabo yo estuve allí, ¿no?

—¿Estuviste allí? —preguntó Jane, volviéndose hacia él con cara de sorpresa.

—Sí. Lo sacaron del agua mi abuela y sus amigos. Fue terrible.

A Connie la dejó perpleja la noticia. Evelyn no le había dicho nada, pero seguro que también había estado allí. Otro secreto que su tía le ocultaba. Aquella revelación dejó sin habla momentáneamente a Anneena, pero para detenerla cuando se le había metido algo en la cabeza se necesitaba algo más que un ahogado.

—Bueno, pues ahora ya sabes lo importante que es que Axoil se haga cargo del problema. Fingen que todo eso no tiene nada que ver con ellos, hasta dicen que los hombres ni siquiera fueron a trabajar, pero Rupa está segura de que mienten.

—Pero ¿por qué iban a mentir sobre algo así? —preguntó Connie.

Anneena la miró, incrédula.

—Porque, sin duda, eso les da muy mala fama. No es el escenario más idóneo para la apertura de la nueva refinería de petróleo. Y si resulta que los hombres se caen al mar en pleno trabajo, el patrón es el responsable. Seguridad y control de riesgos.

Estoy segura de que hasta tú habrás oído hablar de esas cosas.

Connie asintió sin convicción.

—Las familias podrían pedirles responsabilidades o demandarlos —explicó Jane, pausadamente.

—Y eso no nos incumbe —interrumpió Col, enojado—. Vamos a redactar esas preguntas si es que hay que hacerlo, pero nos ceñiremos al cuestionario pactado, ¿de acuerdo? No nos meteremos en cosas que no nos atañen.

Anneena no dijo nada, pero cerró los labios con fuerza. Jane, que siempre ponía paz, miró a sus dos compañeros.

—Vale, Col, no haremos esas preguntas si no quieres.

—Ah, ¿no las haremos? —murmuró Anneena.

—No, no las haremos —sentenció Jane, con firmeza—. Trabajamos en equipo,

¿vale, Anneena? Les podemos preguntar por las Chimeneas y por las protestas locales. Nos quedan muchas cosas interesantes por abordar.

Anneena cedió de mala gana.

—Está bien. Esto es lo que tenemos hasta ahora —dejó la lista de preguntas sobre la mesa. Col señaló la primera.

—Empecemos con algo fácil, algo que les haga creer que sólo somos unos crios estúpidos. Así podremos conseguir mejores respuestas sobre lo que realmente pasará con las Chimeneas.

La sugerencia hizo que Connie frunciera la nariz.

—¿Crios estúpidos? ¿Estás seguro que queremos que nos tomen por crios estúpidos?

—Absolutamente —dijo Col, asintiendo. Las demás estuvieron de acuerdo, así que Connie se calló.

—¿Y si les hacemos una pregunta tonta sobre qué se hace en una refinería? —

sugirió Jane.

—Buena idea —convino Col.

—¿Y qué se hace en una refinería? —preguntó Connie.

Anneena y Col gruñeron.

—Convierten el petróleo crudo en el combustible que se echa a los coches —

explicó Jane pacientemente—. No se puede utilizar tal como se saca del suelo; hay que procesarlo.

—Y Jane lo sabe bien —añadió Anneena—, porque su padre trabaja allí, ¿verdad?

Jane asintió.

—Sí. Le he hablado de nuestro proyecto y le interesa mucho. Me ha sugerido que escribamos una carta directamente al señor Quick, el director ejecutivo.

Connie no sabía lo del padre de Jane y la miró de reojo, preguntándose si, con todas esas desapariciones, estaría preocupada por su padre. Si el padre de Connie trabajara allí, ella estaría muerta de preocupación por si un día no volvía a casa.

—¿No será un poco molesto para tu padre que nos presentemos allí haciendo preguntas incómodas? —tanteó Connie.

Jane se encogió de hombros.

—No lo creo. A menos que seamos groseros o algo así, pero no lo seremos,

¿verdad? —miró confiada a Anneena y a Connie, y luego, con menos confianza, a Col.

—Claro que no —aseguró Col—. Puedes contar conmigo. Seré la discreción en persona. Como siempre. Después de atizarle un golpe de kárate y decirle que su empresa es una porquería, me aseguraré de pedirle disculpas muy educadamente —

bromeó.

Las muchachas rieron, un poco nerviosas. La presencia de Col en el equipo aportaba un toque inconformista que no controlaban.

No tardaron mucho en completar el cuestionario. Col se lanzó hacia la puerta en cuanto tuvo ocasión, dejando que Jane se ofreciera voluntaria para pasar las preguntas a limpio esa misma noche en su casa.

—Echaré un vistazo a la web de la compañía —dijo, reuniendo las notas— para ver si dice algo del medio ambiente, la fauna y esas cosas. Hay que encontrar algo que podamos citar de sus propias declaraciones.

—Y no te preocupes por Col —dijo Connie para tranquilizar a Jane tras la marcha de éste—. Estoy segura de que se comportará. Sólo es un poco...

—¿Chulo? —sugirió Anneena. Seguía molesta porque Col había bloqueado su plan de investigación sobre los desaparecidos.

—Sí —admitió Connie—, eso es. Pero tiene buen corazón. No meterá a tu padre en ningún aprieto.

* * *

—¡Tiene que ser ella! —exclamó Evelyn—. ¿Quién más en este pueblo tiene un pelo así?

Col estaba de pie ante la puerta trasera de su casa, escuchando la conversación que mantenían en el interior. Había oído voces inquietas y se había parado a escuchar.

—Sí, no hay duda, los duendes fueron muy claros a ese respecto —era la voz de su abuela, pletórica de alegría—. Supe que esa niña tenía algo especial en cuanto la vi.

Siguió un murmullo de voces mientras la reunión se dividía en un avispero de conversaciones paralelas. Al cabo de unos minutos, la señora Clamworthy los llamó al orden.

—Sin embargo, quiero añadir algo. Los duendes también me dijeron que las gaviotas están enfadadas con nosotros. Parece que no nos quieren cerca de las Chimeneas. No sé por qué, pero cuando descubrieron que éramos nosotros quienes preguntábamos por una compañera de las sirenas, se cerraron en banda y ya no dijeron nada más a mis compañeros los duendes. Por eso sólo hemos obtenido esta escueta descripción.

—Pero con lo que has dicho tú nos basta, Evelyn —intervino el doctor Brock—. Ya resolveremos el misterio del enfado de las gaviotas en otro momento. Tenemos vidas que salvar. Hay que hacer venir a tu sobrina.

Col escogió ese preciso momento para entrar en la cocina.

—Col, llegas en el momento más emocionante —dijo ávidamente su abuela—. Mis duendes acuáticos me han dado la descripción de una niña igual que la sobrina de Evelyn. Tiene que ser ella... La relación familiar y todo lo demás parecen apuntar en esa dirección.

Col guardó silencio un segundo. ¿Connie Lionheart, la tímida protegida de Anneena, era la compañera de las sirenas? Recordó que él también lo había pensado pero lo había descartado por ridículo. ¿Y los jerbos?

—Yo no estaría tan seguro —dijo con forzada indiferencia—. Por lo que he visto en la escuela, me parece que el don de Connie está relacionado con los cuadrúpedos

—había captado la atención de su audiencia y los rostros jubilosos empezaron a apagarse.

—¿Qué crees tú, Evelyn? —le preguntó el doctor Brock, volviéndose hacia ella.

Evelyn asintió.

—Es cierto. Me he dejado llevar por la emoción. Connie tiene sin duda una relación especial con mi gata. Puede que Col tenga razón: es posible que tenga un don, pero no el que precisamos ahora mismo. Quizás encajara en la Compañía de los Dos-Cuatro. Puede que usted, doctor Brock, viera a una visitante ocasional. Hemos sacado conclusiones sin suficientes pruebas.

El doctor Brock se dirigió entonces al italiano.

—¿Y usted que cree, signor? ¿Ha notado algo en la muchacha?

El Signor Antonelli se rascó la barba, pensativo.

—No la he escuchado cantar. ¿Canta?

Evelyn se encogió de hombros.

—No, que yo sepa. En casa se muestra muy reservada.

Horace Little se inclinó hacia Evelyn y le dio una palmadita en la muñeca.

—Tenemos que evaluarla y zanjar la cuestión de una vez por todas —dijo con su voz aterciopelada.

Col recordó su evaluación, sólo un año antes; el misterio, la confusión: sólo la confianza en su abuela le había ayudado a superarla.

—Pero ¿cómo vais a explicar todo esto a Connie? —preguntó el muchacho—. Ha dicho un par de veces que le interesa la Sociedad, pero no tiene ni idea de qué va de verdad. ¿No será un poco demasiado para ella?

—¿No podríamos contarle algo? —propuso Evelyn, mirando al doctor Brock.

El doctor suspiró.

—Las reglas de la Sociedad nos prohiben contar nuestros asuntos a los demás, incluso a miembros potenciales, antes de que hayan pasado el examen. Todos sabemos por qué razón: para proteger a las criaturas que hemos jurado defender.

La señora Clamworthy hizo un ruidito displicente.

El doctor Brock levantó una poblada ceja.

—Ya lo sé, Lavinia: puede que, en los tiempos que corren, la Sociedad resulte demasiado dada a la burocracia y el secretismo.

—¿A la burocracia? —explotó la señora Clamworthy—. La nueva carnada de oficiales está tan cargada de normas que hasta me extraña que puedan salir de la sala de juntas sin tropezar. No siempre ha sido así.

Horace Little murmuró su acuerdo.

—Antes de que yo me retirara, los examinadores no nos preocupábamos tanto de las normas cuando había que actuar —añadió.

—Podemos hacer que alguien la examine en el encuentro del fin de semana —

sugirió la señora Clamworthy. Y se volvió hacia el Signor Antonelli para explicarse—

. Unos cuantos de nuestros miembros más jóvenes, incluido Col —dijo, mirando a su nieto con orgullo—, tendrán su primer encuentro este sábado. Creo que uno de los mentores es examinador.

—¿Qué os parece, Evelyn? ¿Col? ¿Funcionará? —preguntó el doctor Brock.

Col se encogió de hombros. La tía de Connie sacudió la cabeza: dudaba.

—No creo que tengamos demasiadas opciones —acabó decidiendo—. Es arriesgado, pero hay vidas en juego y tenemos que saberlo.

—Bien. Os dejo a ti y a Col la preparación. Yo sugeriré al asesor que lo haga el domingo. Si os parece bien, claro...

—¿Por qué no? —accedió Evelyn. Con esas tres palabras decidió el futuro de su sobrina.

* * *

Cuando volvía de casa de Anneena en bicicleta, Connie se paró en el muelle. No había motivo para regresar rápido a casa; estaba segura de que se pasaría otra noche sola delante de la tele mientras su tía salía a correr alguna de sus aventuras con la Sociedad sin pensar en ella ni por asomo. Dejó la bicicleta apoyada en un bolardo y respiró hondo para recuperar el aliento: se acababa de comer un plato enorme de curry terriblemente picante y estaba llena a reventar.

Enderezándose, miró a su alrededor en busca de Scark, pero el pájaro no estaba.

¡Qué raro! Era precisamente la hora del día en que ella esperaba verlo en el muelle, picoteando los restos de cebo y migas de pan que habían dejado los turistas.

Entonces escuchó un revuelo de alas y gritos de una bandada de gaviotas procedente del océano. Connie se volvió complacida a darles la bienvenida, pero vio que no volaban ondeando como siempre sobre las olas, sino que se dirigían directamente a la orilla, sin vacilar. Connie se agachó cuando pasaron disparadas, como un grupo de flechas plateadas con un único destino: llegar a la orilla.

—¡Deteneos! ¡Deteneos! —les gritó Connie, corriendo hacia la nube de la bandada.

¿Por qué motivo se comportaban con tanta furia? Al ver a Connie, las aves se pusieron a volar a su alrededor en espiral. Su humor había cambiado. Connie miró hacia arriba y observó su exultante danza. Instintivamente, levantó los brazos y empezó a girar, deseosa de elevarse entre el amasijo de alas que se movían sobre su cabeza, deseosa de volar con ellas hacia el mar. Si el doctor Brock hubiera estado en el cobertizo esa tarde, habría visto a Connie, casi oculta entre el mar de aves, con su largo pelo negro volando hacia atrás, desprendiendo su extraña energía estática. Se había transformado: lejos quedaba la tímida colegiala, que cedía su lugar a un ser poderoso. Pero el doctor Brock estaba sentado en una cocina ajeno al hecho de que los interrogantes de la Sociedad se podrían haber resuelto con un paseíto por la orilla del mar.

Los pájaros abandonaron su danza circular y se posaron en el suelo y en el agua, alrededor de Connie. El más grande se posó en una guindola. Otra gaviota más pequeña, todavía con restos de plumón gris de polluelo salpicando sus alas, fue a posarse al lado de Connie.

Scark aleteó antes de doblar las alas. Su hija siguió su ejemplo.

—¿Por qué habéis hecho eso? Lo de volar de ese modo, quiero decir —preguntó Connie. Scark sacudió el pico con rabia.

»¿Qué ocurre? ¿Estáis enfadados con alguien? —La gaviota golpeó la guindola con una pata en signo de asentimiento—. ¿Con quién? No será con ese muchacho al que atacasteis el otro día, ¿verdad? —volvió a golpear con la pata—. El sólo fue a vuestro lugar de anidación porque su Sociedad está intentando ayudar.

Al oír lo de la Sociedad, desplegó repentinamente las alas y aleteó frenéticamente mientras soltaba un terrible grito.

—Ya sé que se han estado metiendo en vuestro hogar de las Chimeneas, pero yo puedo conseguir que no lo vuelvan a hacer. Les diré que no se acerquen demasiado.

Además, todos vuestros polluelos ya han crecido, ¿no? —Connie acarició la cabeza de la hija de Scark, a quien había bautizado con el nombre de Mew. La gaviota le frotaba la mano con el pico en busca de mendrugos de pan.

Scark volvió a agitar el pico y luego se enfrascó en una serie de movimientos que Connie no supo descifrar. Parecía señalar a las demás gaviotas y luego a Connie, y lo hacía una y otra vez.

—Scark, no te entiendo. Pero creo que no te gusta que la Sociedad vaya a las Chimeneas. ¿Estoy en lo cierto? —un golpe con la pata—. Les diré que no vayan, pero tienes que saber que sólo intentan salvar las rocas de un peligro peor. Los hombres pronto traerán grandes barcos que atravesarán el canal de Hescombe.

Vuestra zona de anidación está en peligro.

Scark levantó el pico y lo agitó al viento. ¿Era desesperación? ¿Rabia?

—Lo siento, Scark. Me siento impotente, pero en eso no puedo hacer nada.

La gaviota fijó sus ojos saltones en ella. Connie notó la punzada de la mirada intransigente del ave.

—Quieres decir que ni siquiera lo he intentado, ¿verdad? —dijo ella con tristeza—.

Sí, tienes razón, pero, por ahora, realmente no veo qué podría hacer yo —Scark protestó con un chillido—. ¿Crees que puedo hacer algo? —otro golpe de pata—.

Pero ¿qué?

Connie no obtuvo respuesta. O bien era demasiado difícil para que el pájaro se lo explicara o bien no estaba preparado para hacerlo. Scark aleteó y se elevó de la guindola. A su señal, Mew y el resto de la bandada levantaron el vuelo como una cortina de alas batiendo el aire y siguieron a Scark de vuelta al mar.