Capítulo 11

Mags

Connie conservaba sólo un vago recuerdo de su regreso a casa y de cómo había pasado delicadamente del lomo de Windfoal al sidecar. A la mañana siguiente, se despertó en su propia habitación y permaneció unos instantes observando las motas de polvo que se arremolinaban en el rayo de luz que entraba por las cortinas. La enérgica voz del Signor Antonelli flotaba en el aire como si hubieran soltado globos de helio al cielo para celebrar algo.

Nessun dorma! —cantaba bajo la ventana de Connie—. Nessun dorma! Tu pure, o Principessa...

Ya completamente despierta, Connie se preguntó si lo sucedido la noche anterior había sido un sueño. ¿De veras había cabalgado sobre una unicornio y había conocido a otras tres criaturas extraordinarias? El viaje a Dartmoor había sido real, porque sobre la silla estaba su ropa embarrada. Recordaba que Evelyn la había ayudado a quitársela por la noche, cuando se había metido en la cama a trompicones.

La tapadera de un bidón de basura sonó discordante en el número cuatro.

—¡Calla! —gritó el señor Lucas—. ¿Quién te crees que eres? ¿Pavarotti?

Sin duda, el Signor Antonelli se tomó la sugerencia en serio porque sostuvo la última nota con aire retador. Al acabar, Connie le aplaudió mentalmente: la canción era perfecta para su delicioso y placentero estado de ánimo.

Desperezándose y disfrutando del calor de su edredón, Connie recordó de repente lo más importante que se había dicho en la reunión: habían confirmado su don. Tenía que contárselo a su tía. Apartando las sábanas, se vistió con ropa limpia y bajó corriendo las escaleras. Su tía la esperaba en la cocina y la sorprendió envolviéndola en un fuerte abrazo.

—¡Me lo ha contado el doctor Brock! —exclamó Evelyn, con la voz temblorosa de emoción—. ¡Una compañera universal en mi propia familia! ¡Me siento tan orgullosa!

Al separarse del abrazo, vio que Evelyn tenía lágrimas en los ojos. Sabía por el doctor Brock que su don era especial pero, al ver la reacción de su tía, reparó en la magnitud de lo que le había ocurrido.

—Habíamos perdido las esperanzas, ¿sabes? —añadió Evelyn—. Pensábamos que el mundo mítico se estaba desmoronando. Pero tú eres la prueba de que aún no es demasiado tarde.

Para Connie, que se acababa de despertar, saber que se esperaba tanto de ella la intimidó bastante.

—Pero yo no sé qué tengo que hacer para cambiar las cosas —dijo.

—Pues claro que no —replicó Evelyn, con cierta agresividad—. Pero algo tenemos que hacer para salvar a nuestras compañeras las criaturas. Cuando pienso que hemos llevado a tantos animales y hábitats al borde de la extinción... Incluso más allá... ¡Es que me hierve la sangre!

Connie vio brillar la rabia en los ojos verdes de su tía.

—Pero ahora, con tu ayuda, podemos empezar a encarrilarlo todo. Y quizá vuelva a haber más compañeros universales. Tomémoslo como una buena señal y no perdamos la esperanza —concluyó, haciendo girar a Connie con las manos. La cocina daba vueltas y Connie chillaba entre carcajadas, encantada con el humor clarividente de su tía. Evelyn la soltó y Connie se alejó tambaleándose para tropezar con el Signor Antonelli, que entraba en la cocina por el jardín en ese preciso momento.

Tranquillamente! —exclamó, sonriéndole, mientras la agarraba—. Tenemos que cuidar de la universale, ¿no es así?

* * *

Cuando Col abrió la puerta, se encontró a Connie de pie en las escaleras, con la cara radiante de emoción.

—¿Cómo fue ayer? —le preguntó—. ¿Te aceptaron como compañera de las sirenas?

—¿Puedo pasar? Tengo mucho que contarte —dijo ella. Estaba impaciente por revelarle la noticia, convencida de que Col comprendería lo alucinante que era.

Seguramente se mostraría encantado de poder compartir con ella su gusto por los pegasos.

—Claro —dijo él, haciéndose a un lado para dejarla pasar—. La abuela está en la iglesia, pero seguro que también querrá escuchar todos los detalles cuando vuelva.

Vamos al jardín. De hecho, ya va siendo hora de que conozcas a mi poni.

Col la acompañó al jardín, preguntándose por qué Connie no le había contestado todavía. Parecía muy contenta: tenían que haberla aceptado.

El jardín estaba repleto de flores tardías. En aquel lugar aún no se había desvanecido el recuerdo del verano y era un pequeño refugio para abejas y mariposas. Había libélulas danzando sobre un estanque cuya superficie reflejaba sus movimientos a la perfección con destellos azules. Connie quedó prendada de los nenúfares que flotaban serenamente en el estanque, con sus pétalos color mantequilla. Aquella mañana, a Connie le parecía todo particularmente bello e importante. Sus oídos captaron el rumor de los juncos susurrando con la brisa y el tintineo de una fuente manando bajo el sol. Se hubiera quedado más tiempo embobada, pero Col no la había llevado hasta allí para enseñarle la obra de su abuela. La condujo hasta un pequeño riachuelo que bordeaba los límites del jardín.

Col lo saltó y Connie lo siguió. Continuaron hasta los huertos que había al otro lado.

Allí, entre las hileras de judías, había una parcela cercada formando un corral. Un bello poni color avellana esperaba que se acercaran.

—Éste es Mags —dijo Col, orgulloso, saltando la valla—. No te dejes engañar por su dulce mirada: muerde.

Mags trotó sumisamente hacia Col y le relinchó en el oído. Col rebuscó en su bolsillo y sacó un paquete de Polos. Le gustaba que sus amigos vieran lo única que era su relación con el poni. Siempre había considerado que le hacía parecer especial porque era señal de su vínculo con los pegasos, un don que, Col estaba plenamente convencido desde su primer encuentro, ensombrecía cualquier otro compañerismo.

—Son sus favoritos —dijo, sacando un caramelo para que el poni se lo comiera—.

Pero se los tengo que racionar estrictamente o se comería todo el paquete.

Connie trepó para entrar en el corral y le tendió la mano. Mags abandonó inmediatamente a Col y los caramelos de menta para acercarse a ella. Connie le puso la mano en el cuello y le susurró un saludo al oído. Al ver aquello, Col se vio arrastrado por sentimientos contradictorios de sorpresa y celos. Mags jamás había mostrado afecto por nadie delante de su dueño: su vínculo era muy fuerte. Sin embargo, en aquel momento estaba acariciando a Connie con el hocico, como si fueran viejos amigos. ¿Qué estaba pasando?

—Así pues, ¿qué? ¿Te aceptaron los Administradores? —preguntó Col, interrumpiendo con cierta brusquedad la conversación privada entre Connie y Mags para reafirmar su mayor experiencia en los temas relacionados con la Sociedad.

Connie se volvió hacia él con el rostro iluminado de emoción. Había llegado el momento de contárselo.

—Sí, me aceptaron. Anularon el suspenso del otro examen. Y puedo empezar de inmediato mi entrenamiento.

—Eso es genial —dijo Col, reclamando a Mags, a quien agarró por el dogal.

—Pero tengo más noticias, Col. Me dijeron otra cosa: me dijeron que soy una compañera universal. Las sirenas ya me lo habían dicho, pero los Administradores me lo confirmaron.

Col se atragantó por la sorpresa.

—¿Qué?

—Que soy compañera universal. Ya sabes, una persona que puede establecer vínculos con...

—Ya sé lo que significa —la cortó—. ¿Y tú eres eso?

—La única que existe en este momento.

Col hubiese tenido que estar encantado con la noticia, debería haberse alegrado por ella y sentido orgulloso de ella, lo sabía, pero estaba celoso. Todas sus expectativas se acababan de venir abajo inesperadamente. El líder juvenil de la sección de Chartmouth era él, no ella. Lo invadió una ola de envidia y, sin pensarlo dos veces, se agarró a lo primero que pudo para atacarla.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes? Pensaba que éramos amigos.

Tenía gracia que le dijera eso cuando había sido él quien la había mantenido apartada de la Sociedad durante semanas.

—Lo hubiera hecho, pero el doctor Brock me dijo que lo mantuviera en secreto hasta que estuviéramos seguros.

—¡Pero, me lo podrías haber dicho! —Col dio una palmadita superficial a Mags para despedirlo, puesto que tampoco estaba nada contento con él, y empezó a alejarse hacia su casa. Connie corrió a detenerlo.

—¿Qué pasa, Col? ¿Qué he hecho? Creía que te alegrarías por mí.

Col no dijo nada, pero se la quitó de encima y se apresuró a cruzar el riachuelo con Connie siguiéndole los pasos. Empezaba a arrepentirse de haber reaccionado tan mal, pero ya la había atacado y le costaba mucho admitir ante ella que se había equivocado.

—Mira, tu abuela ya ha regresado —dijo Connie, señalando una bicicleta que descansaba contra el muro.

—Muy bien, pues ya puedes ir sólita a contarle tus noticias —replicó hoscamente—. Yo me voy a ver a mis amigos. Esta mañana juego al fútbol con Justin.

Abriendo la cancela del jardín de una patada, Col salió corriendo calle abajo en dirección a casa de su amigo, completamente consciente de que acababa de mentir a Connie. No había quedado con Justin para jugar al fútbol, pero no podía estar presente cuando se lo contara a su abuela. Sabía que la anciana tendría una reacción exagerada, probablemente hasta lloraría, y que montaría un gran revuelo. El don de su nieto era insignificante al lado del de Connie: ¿quién iba a prestarle el menor interés si Connie andaba reuniéndose con todo tipo de criaturas? Al principio, le había atraído la idea de compartir el secreto de los verdaderos asuntos de la Sociedad con alguien de la escuela, pero jamás hubiera imaginado que no fuera a ser en términos de igualdad.

* * *

Fue peor de lo que Col había imaginado. No era sólo que su abuela hablara constantemente de Connie a todas horas, sino que todo el mundo parecía obsesionado con el asunto. Hasta el doctor Brock, a quien Col admiraba enormemente, se había apuntado a la histeria que rodeaba a la universal y llegado al rarísimo extremo de convocar una reunión especial de la sección de Chartmouth en casa de la señora Clamworthy aquella misma tarde. Col estaba sentado en un rincón limpiándose malhumorado el barro de las botas de fútbol para tenerlas listas para ir al colé al día siguiente. Saludó a todo el mundo con la mínima expresión que permiten las convenciones sin resultar grosero. Su abuela, en cambio, rebosaba entusiasmo y roció a todos sus invitados con champán al descorchar la botella que había reservado para una ocasión especial. El padre de Col se inclinó hacia delante y se sacudió el pelo antes de quitarle la botella a su madre para servir el champán. Col frunció el ceño y se echó el pelo hacia atrás.

Cuando entraron Evelyn y el Signor Antonelli (Evelyn inusitadamente contenta y el italiano besando alegremente la mano de las damas), el doctor Brock se levantó de un bote y les preguntó:

—¿Dónde está Connie? ¿Está con alguien? No debemos dejarla sola.

—No te preocupes, Francis —le tranquilizó Evelyn, aceptando una copa de champán que Mack le ofrecía con una radiante sonrisa—. La he dejado con una amiga del colegio, la hija de los Benedict. Ya conoces a la familia: viven en la nueva propiedad.

El doctor Brock asintió.

—Ah, sí, la hija del científico de Axoil. Allí estará a salvo.

Col rascó el barro seco empotrado entre dos tacos con rabia y desprendió una pieza que recordaba a un pedazo de queso gruyer. Así que, además, pensaban pasar el boletín detallado de los movimientos de la universal y mensajes de texto para comunicar lo que había desayunado...

—Bueno, no he convocado esta reunión sólo para compartir las buenas noticias sobre Connie. De hecho, por lo que se desprende de vuestras caras, sería un acto redundante puesto que parece que ya lo sabéis todos. A alguien le va a llegar una buena factura de teléfono este mes... —bromeó el doctor Brock, dedicando una mirada divertida a la señora Clamworthy.

—Bueno, Francis, es que cada día no se me presenta la oportunidad de difundir una noticia tan maravillosa —repuso ella, defendiéndose.

—La verdad es que no, pero eso me deja a mí la tarea de contaros sólo las malas noticias, que son el motivo por el que Connie no está hoy aquí compartiendo con nosotros la celebración. Tengo que hablar con todos vosotros sin que ella esté delante y os agradecería que mantuvierais en secreto lo que os voy a decir por razones que muy pronto vais a comprender —Col era todo oídos—. Kullervo, la criatura de forma cambiante, ha oído hablar del don de Connie. De hecho, lo conocía incluso antes de que nosotros lo descubriéramos... Y las sirenas dicen que va a venir a buscarla.

¡Kullervo! Col aún se estaba recuperando de la impresión que le había producido escuchar el nombre de aquella criatura mítica que, según se decía, podía adoptar cualquier forma que deseara. Desde que tenía uso de razón, había oído a su familia mencionar aquel nombre con un pavor reverencial. Sabía que durante la Segunda Guerra Mundial, Kullervo se había aprovechado del caos creado por la humanidad para lanzar un ataque contra la Sociedad desde tierras norteñas, enmascarándolo bajo el manto de la guerra. Acabó con casi toda una generación de miembros de la Sociedad tras enfrentar a sus seguidores contra los humanos. Las criaturas fieles a la Sociedad consiguieron al fin detener sus fuerzas en los límites del Círculo Polar Ártico. Afortunadamente, la Sociedad se las había apañado para ocultarle a los dos universales que todavía vivían, por lo que no pudo desplegar sus formidables poderes, tal como pretendía. Sin embargo, la amenaza jamás había desaparecido...

«Detenido pero no derrotado», eso era lo que la abuela de Col siempre había dicho, y ella sabía bien de qué hablaba, porque pertenecía a la generación que había protegido a los universales deteniendo su amenaza y había perdido a muchos amigos en aquella contienda.

La felicidad del rostro de Evelyn se esfumó, reemplazada por la palidez del miedo.

—Por eso me pediste que la mantuviera vigilada hasta que se reuniera con los Administradores, ¿verdad? —dijo Evelyn, desalentada—. Y yo que creía que era para que no intentara encontrarse de nuevo con las sirenas...

—También era por eso. No podemos arriesgarnos a que la universal se acerque a menos de un kilómetro de ningún seguidor de Kullervo.

»No hace falta que os diga el peligro que correría nuestro mundo si consiguiera convencer a la universal para que se pasara a su bando. Su poder se limita al mundo mítico y, por el momento, utiliza a otras criaturas para que le hagan el trabajo sucio.

Pero con un universal de su parte, se le abrirían las puertas y la humanidad lo tendría muy crudo para sobrevivir a su furioso ataque. Sería como el meteorito que extinguió a los dinosaurios.

Col dejó sus botas de fútbol, concentrado en el avispado rostro del doctor Brock.

¡Y él que estaba celoso de Connie! Ahora veía que tendría que haberse sentido aterrado por la suerte de la niña.

—Esta es una de las razones por las que los universales han sido siempre tan importantes para la Sociedad. Son una bendición, pero, si se desvían, podrían ser nuestra condena.

—Pero la signorina... ¡Ella no está desviada! —protestó el Signor Antonelli—. Es gentila.

El doctor Brock asintió, mostrando su acuerdo.

—Claro que sí, Luciano, pero a mí no me da miedo ella: temo por ella. Es tan joven y tan nueva en la Sociedad... No está preparada para escuchar todo lo que implica su don. Por eso los Administradores han decidido que Connie vaya aprendiendo por partes lo que necesita saber; así se irá preparando poco a poco para la verdad completa. Por ahora, sólo sabe que sería peligroso para ella reunirse con él.

»Por tanto, hay que encontrar a Kullervo antes de que él encuentre a Connie. Y

también tenemos que asegurarnos de que no tenga ocasión de reunirse con ella, al menos hasta que Connie no haya completado su entrenamiento para enfrentarse a él.

La señora Clamworthy parecía preocupada: se habían evaporado las burbujas de su humor festivo.

—Pero ¿cómo lo vamos a hacer? No queda ningún otro universal, aparte de Connie. Ninguno de nosotros conoce sus secretos.

—Pero cada uno de nosotros sabe algo sobre su propio don y Connie puede aprender mucho de nosotros. Cuando esté lista, se le entregará la llave de los profundos conocimientos de su Compañía.

Evelyn, que guardaba silencio desde hacía rato, se levantó de pronto.

—Tengo que ir a buscarla. ¿Y si la ataca ahora?

—¡No, Evelyn! —la cortó el doctor Brock, con brusquedad. Mack, que estaba apoyado en la puerta trasera, le bloqueó la salida, lo que le valió una mirada de hielo a cambio—. No debes dejarte llevar por el pánico. Los Administradores han sido muy claros: debemos dejar que Connie haga una vida normal... Dentro de lo que es vida normal para un universal, claro. Piensa, Evelyn: Kullervo no la atacará mientras esté mezclada con la gente. No es su estilo: esperará una oportunidad para asaltarla cuando esté sola y sea vulnerable. Eso es lo que no debemos dejar que ocurra.

»Por eso, cada uno se encargará de una tarea. Evelyn, obviamente, tú deberás garantizar su seguridad en casa. Col... —Col dio un respingo de sorpresa; pensaba que se habían olvidado de él por completo—. Col, tú vigilarás a Connie en la escuela.

El Signor Antonelli, si se aviniera a quedarse un poco más, nos gustaría que se encargara de tratar con las sirenas. No podemos arriesgarnos a dejar que Connie vuelva junto a ellas, y menos ahora que sabemos que se han puesto de parte de Kullervo, pero seguimos teniendo la obligación de resolver la amenaza de las sirenas contra la refinería y sus barcos.

Certo —convino el Signor Antonelli, dedicándole una profunda reverencia con la cabeza.

—Los demás participaremos en la caza de Kullervo. Recordad: debemos tratar a Connie con normalidad. Por lo que parece, tenemos un par de meses para prepararla a ella y para prepararnos nosotros mismos. Las sirenas dijeron que Kullervo iba a llegar con las tormentas de invierno. Tenemos que sacar todo el jugo al tiempo que nos concede. ¿Tenéis alguna pregunta?

Col tenía montones de preguntas zumbando en su cabeza. ¿Qué se suponía que debía hacer para protegerla? Él no estaba hecho para ser una niñera, pero, por lo que parecía, el doctor Brock pretendía que la siguiera en todo momento. ¿Qué podría hacer él si Kullervo aparecía de repente en el patio? De hecho, ¿cómo iba a reconocer a una criatura de forma cambiante?

—Mmm... ¿doctor Brock? —dijo, levantando la mano.

—Sí, Col.

—¿Qué tengo que hacer exactamente en el colegio? Es que ni siquiera sé qué aspecto puede tener Kullervo.

—Tal como he dicho, tienes que tratar a Connie con normalidad, pero prestando atención a cualquier cosa inesperada o sospechosa. Y asegúrate que no se queda sola.

Al menos ese último punto estaba resuelto: no la había visto nunca sin que Anneena y Jane anduvieran cerca.

—Vale —dijo, encogiéndose de hombros. Pero su gesto desenfadado tropezó con un remolino interior. No quería admitir en público que había empezado con muy mal pie enfadándose con la universal a la primera de cambio.

—Bien —dijo el doctor Brock, echando un vistazo a las sombrías caras que tenía delante—. Estoy seguro de que, si vamos todos a una, no habrá nada que temer.

Recordad que hoy sigue siendo un gran día para Hescombe: tenemos a la primera universal del siglo, la primera del milenio.

* * *

Cuando Col llegó a la escuela el lunes, estaba prácticamente decidido a disculparse. A pesar de haber tenido que aguantar interminables conversaciones sobre la compañera universal de Hescombe, había experimentado el renacimiento de su mejor naturaleza y decidido intentar controlar sus celos. Que el don universal hubiera regresado era algo positivo; sólo había sido mala suerte que lo tuviera su amiga y no él. Tenía que cumplir con la seria tarea de protegerla: no podía perder el tiempo en peleas absurdas, sobre todo sabiendo lo que estaba en juego.

Con estos pensamientos en mente, Col esperaba la oportunidad para disculparse lo antes posible. Su determinación creció al ver que Connie entraba en clase con aspecto abatido y rehuyendo su mirada. Pero antes de que pudiera hablar con ella, Anneena entró como un remolino y se interpuso entre ellos. No tardó en alegrar a Connie con un torrente de historias sobre la fiesta familiar que habían celebrado el fin de semana. Para regocijo de la familia, su hermana, Rupa, había anunciado que se iba a casar.

El señor Johnson entró con la lista y las conversaciones cesaron. Siempre sensible a los sentimientos de los demás, Connie se percató de que el profesor parecía preocupado aquella mañana. Después de pasar lista, miró el papel que tenía delante y se aclaró la garganta para hablar.

—La señora Hartley ha pedido a toda la plantilla que se haga un anuncio a todas las clases. Tenemos buenas noticias —pronunció esas palabras en un tono tan monótono que Connie no pudo evitar preguntarse el porqué—. Ha ocurrido una cosa bastante inesperada. Parece que la visita que los cuatro alumnos de esta clase realizaron a Axoil despertó en el señor Quick, el director ejecutivo, el feliz recuerdo de sus días en la escuela primaria de Hescombe. Se ha dirigido a la señora Hartley para ofrecerle una generosa donación para remodelar nuestro patio e instalar algunos equipos de entretenimiento —un murmullo de emoción llenó la clase—. La señora Hartley espera que esto sea el primer paso en la buena relación entre la escuela y los negocios de la comunidad —Jane miró a Connie con las cejas arqueadas.

Lo que la señora Hartley esperaba estaba más que claro, pero ¿qué le ocurría al señor Johnson?—. Se invita a todas las clases a compartir sus ideas para el nuevo patio que se construirá durante las vacaciones de Navidad. El señor Quick en persona vendrá a anunciar el diseño ganador tras la reunión de evaluación.

El señor Johnson echó un vistazo a la lista antes de dar su siguiente mensaje.

—Eso es todo lo que tengo que decir al respecto, pero quiero ver a Anneena, Jane, Connie y Col en el recreo, por favor.

Los cuatro se pasaron la primera parte de la mañana preguntándose por qué el señor Johnson querría verlos. No hacía falta ser un genio para saber que sería por algo relacionado con el señor Quick, pero Col no alcanzaba a imaginar qué. Mientras miraba su libro de matemáticas, con los números bailando ante sus ojos, recordó lo que había dicho su padre sobre que Axoil era una organización yanqui que jugaba sucio. La construcción del patio parecía sugerir que Axoil había cambiado. Sin duda, con eso sólo conseguirían un poco de publicidad en la localidad: nada significativo.

Pero también era cierto que Rupa había difundido la muerte de William O'Neill en primera plana y la empresa necesitaba aprovechar cualquier noticia positiva.

Recordando la mirada fría del señor Quick, Col pensó que no iba a tragarse la explicación del «feliz recuerdo». No, fuera como fuera, Col se jugaba su casco de montar, con gafas y todo, a que todo aquello no provenía de la bondad de corazón del señor Quick.

Sonó el timbre del recreo y la clase se vació rápidamente, porque los niños salieron disparados para empezar a proyectar su nuevo patio. Col se quedó al margen, un poco apartado, mientras las niñas se agolpaban alrededor de la mesa del señor Johnson.

—Bueno —dijo el profesor—, quiero hablar con vosotros de la exposición de fin de trimestre —hizo una pausa para permitir que asimilaran el significado de sus palabras. Todos los alumnos habían trabajado en una exposición que tendría lugar en el vestíbulo de entrada para mostrar lo que habían hecho en el proyecto del trimestre.

Ellos cuatro estaban reuniendo material sobre el debate local acerca de la refinería de Axoil, incluida su visita a la planta.

Anneena manifestó inmediatamente su desconfianza.

—No va a pedirnos que abandonemos el proyecto, ¿verdad, señor?

El señor Johnson sacudió la cabeza, pero parecía incómodo.

—Claro que no: eso sería deplorable. Lo único que me ha pedido la señora Hartley es que os asegurarais de ceñiros al tema del impacto de la refinería en el medio ambiente de la zona. Quería que le asegurara que adoptaréis una postura equilibrada y yo le he dicho que lo haríais, sin duda. Tenéis que entender que le preocupa que el señor Quick pudiera sentirse ofendido si, al venir a la exposición, viera algo referente a los trágicos sucesos ocurridos recientemente o que mostrara a su compañía desde un prisma demasiado negativo.

Col no podía creer lo que estaba oyendo. Y eso que no tenía ninguna intención de dejar que Anneena atrajera aún más la atención sobre un tema que él mismo deseaba que no volviera a tocar.

—¿Cómo le va a importar lo que la exposición diga de su compañía? —explotó Col.

—Muy al contrario: parece que le importa. El artículo que siguió a vuestra visita no pasó desapercibido a la prensa empresarial. Me temo que piensa que vosotros...

Mmm... Que vosotros le habéis complicado la vida. Creo que le gustaría tener la oportunidad de volver a equilibrar la balanza con alguna noticia positiva. De ahí que la entrega del cheque y el nombramiento del proyecto ganador se vayan a realizar ante la prensa local.

Para Col, todo empezaba a cobrar sentido. La oficina de prensa y publicidad había metido la pata con la primera entrevista y el señor Quick había corrido a arreglar el desastre provocado por el relaciones públicas haciendo lo que fuera para tener controlado el evento. Obviamente, si en la exposición del vestíbulo de entrada los niños hacían alguna mención especial a los hombres desaparecidos, la prensa local que acudiera a la exposición aprovecharía la ocasión para hablar del asunto. Pero el señor Quick no quería que esa historia volviera a airearse.

Echando un vistazo al círculo que tenía delante, el señor Johnson añadió rápidamente:

—Os prometo que expondré cualquier cosa que vosotros creáis que hay que incluir. Lo único que quiero es que entendáis que la señora Hartley, y yo, esperamos que pongáis especial cuidado para aseguraros de que lo que escogéis para la exposición es justo y fehaciente para todas las partes.

Anneena, Jane y Connie asintieron, mucho más dispuestas a confiar en el señor Johnson que Col. Al muchacho le molestó su actitud... Y la de su profesor.

—¡No es justo! —irrumpió bruscamente—. ¡Y usted sabe que no lo es! —que Axoil metiera las narices en su proyecto le bastaba para creer que Anneena y Rupa habían conseguido realmente complicarle la vida al señor Quick. Giró sobre sus talones y salió de la clase, dando un portazo con enfado. El señor Johnson lo pasó por alto.

Connie se dio cuenta de que el profesor no estaba demasiado orgulloso de sí mismo en aquel momento y que, seguramente, estaba en parte de acuerdo con Col.

—Discúlpele —dijo Anneena como líder oficiosa del proyecto, asumiendo la responsabilidad por el comportamiento de Col—. Lo haremos lo mejor que podamos, pero puede que no obtengamos el mensaje que Axoil quiere escuchar.

El señor Johnson suspiró.

—Ya lo sé, pero intentad demostrar que habéis intentado ser imparciales; yo ya me encargaré de la señora Hartley —una luz combativa apareció en los ojos normalmente tranquilos del profesor—. Sin duda, no permitiré que se mutile o cambie nuestra exposición sólo porque uno de nuestros benefactores locales pudiera sentirse ofendido. ¿Qué clase de lección os estaría enseñando?

* * *

Cuando tuvieron que continuar con su proyecto, el ambiente entre los cuatro era manifiestamente desastroso. Col apenas les hablaba porque decía que se habían vendido y, cuando Anneena le dijo que no fuera idiota, reaccionó airadamente contra ella, señalando que habían sido ella y su hermana Rupa las que habían provocado a la empresa.

—Ojalá no me hubiera metido en esto —confesó Jane a Connie mientras consultaban unas fotos de las Chimeneas—. Temo que papá pueda perder su empleo... Y todo por mi culpa. Parece que está muy descontento en el trabajo y no nos dice por qué. Antes de la visita a Axoil, estaba bien.

Connie pensó que ningún empleo podía ser peor que trabajar para Axoil, sobre todo con el jefe que tenían y con las sirenas acechando a los empleados, pero no se lo podía decir a Jane.

—Si pierde su trabajo —continuó Jane—, ¿dónde va a encontrar otro por aquí? En esta parte del mundo no hay demasiados puestos para un químico orgánico, aparte de las petroleras. Nos tendremos que trasladar.

Connie se sintió culpable: no quería ser la causa de que Jane tuviera que abandonar Hescombe. Ya habían hablado de ir juntas a la escuela secundaria de Chartmouth el año siguiente, de intentar ir a la misma clase. Sería un desastre que su intento por salvar las Chimeneas acabara forzando la marcha de la familia de Jane.

—Pero, al fin y al cabo, crees que hicimos bien, ¿verdad, Jane? —le preguntó Connie, ansiosa.

Jane sonrió con tristeza.

—Pues claro, pero no puedo evitar preocuparme. Perdona por estarte dando la tabarra con todo esto.

Connie le apretó el brazo tímidamente.

—Puedes decirme lo que te plazca —la tranquilizó—. Te entiendo.

* * *

A principios de la semana siguiente, Connie recibió una abultada carta. Evelyn parecía saber de qué se trataba, pero no dijo nada mientras la niña rompía el sobre.

Al volverlo boca abajo, cayeron cuatro insignias al suelo. Cuando las recogió, vio que eran todas distintas: una tenía la forma de un par de alas plateadas; otra era una gota de cristal; la tercera era una lagartija negra y, la cuarta, un caballo dorado.

—Vaya —dijo Evelyn—. Te han enviado las cuatro —y se giró la solapa para enseñar a Connie su brillante broche en forma de caballo—. Cada compañía tiene su propio símbolo. Mis hadas de la muerte pertenecen a la Compañía de Bípedos y Cuadrúpedos, al igual que mi broche. Supongo que, al ser universal, no sabrían qué hacer contigo y pensaron que ésta era la solución más fácil... Aunque creía que los universales tenían su propio símbolo —Connie se puso los broches en la chaqueta de la escuela—. Más vale que no las exhibas tan abiertamente —le advirtió su tía—. La gente podría hacerte preguntas comprometedoras.

—Me las quitaré antes de salir de casa —repuso Connie rápidamente, tocando cada una de las insignias mientras admiraba su preciosa forma y los bonitos acabados.

Acto seguido, tomó la carta. La felicitaban por su ingreso en la Sociedad y le anunciaban que la primera fase de su entrenamiento tendría lugar durante los tres siguientes fines de semana en la granja de los Masterson.

—¿Dónde está eso? —preguntó Connie.

—No muy lejos de aquí. Los Administradores se van a quedar allí un tiempo. Se están haciendo planes para contraatacar la amenaza de Kullervo —Evelyn echó una mirada a Connie—. El doctor Brock me ha dicho que te lo dijeron las sirenas. Ya sé que es imposible que entiendas lo que significa, pero quiero que confíes en nosotros cuando te decimos que debes evitar a toda costa encontrarte con esa criatura.

Acuérdate de tu tío abuelo, si necesitas pruebas... —se detuvo de repente y se aclaró la garganta.

—¿Qué quieres decir? —la interrogó Connie, notando un cosquilleo en la nuca, como si se la hubieran rozado unos dedos de hielo, después de escuchar el nombre de Kullervo.

—Connie, no todas las criaturas míticas escogen la amistad de los humanos.

Algunas se han vuelto contra nosotros. Kullervo es nuestro más gran enemigo, nuestra peor amenaza. Cuentan los rumores que —añadió Evelyn muy lentamente, como si se abriera paso en un campo de minas— tu tío abuelo murió porque Kullervo se hizo con él.

—¿Le mató? —preguntó Connie, atemorizada.

—Se hizo con él —repitió su tía—. Dicen que Kullervo puede meterse en la mente de la gente. Puede apoderarse de ti y llevarte a la locura o la muerte. Pero no lo hace de un modo rápido. Primero juega contigo, como el gato con el ratón —guardó silencio y, seguidamente, agitando todo el cuerpo como si quisiera apartar aquellos oscuros pensamientos, añadió en un tono más alegre—: Al menos tú te beneficiarás de que los Administradores hayan decidido quedarse, ya que así, mientras estén en Inglaterra, se encargarán personalmente de la fase preliminar de tu entrenamiento. O

sea que ya puedes ir preparando las cosas.

—¿Qué cosas? —a Connie le costó despegarse del miedo que la había invadido mientras escuchaba la descripción de cómo Kullervo torturaba a sus víctimas.

—Pues, para empezar, un traje de piel para volar: no puedes aprender a cabalgar sobre una criatura mítica con los vaqueros, Connie, y especialmente si se trata de un dragón.

—¿Aprender a cabalgar? —la promesa de las clases de montar le sacó de la cabeza a Kullervo con más efectividad que nada en el mundo.

—No esperarías que tu entrenamiento Orfeo te encerrara en un aula, ¿verdad?