El delicioso aroma del beicon lo sacó de sus pensamientos. Lentamente se acercó a los fogones. La sartén estaba tapada y el fuego al mínimo. Tenía el desayuno caliente. Se había preocupado de guardárselo y de que no se le enfriara. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien había hecho algo por él, sin que le pagara por ello?

Daisy tuvo que contenerse para no reírse al ver la cara de Seb. Estaba en medio del salón principal, de pie, mirando a su alrededor como si hubiera sido secuestrado por unos alienígenas y transportado a un mundo alternativo.

Y en cierto sentido así era.

Su madre no había perdido el tiempo y ya se había puesto cómoda. Se las había arreglado para que dos voluntarios perplejos, a la par que deslumbrados, la ayudaran a montar un despacho en el salón principal. Habían colocado tres mesas en forma de U y varias sillas junto a una pizarra con varias notas autoadhesivas ya pegadas.

Una jarra de agua, un vaso y un florero habían salido de alguna parte y estaban sobre la mesa. Sherry había vaciado su enorme bolso a lo Mary Poppins y había dispuesto un par de teléfonos, una carpeta dividida en apartados, un montón de revistas sobre bodas y, para horror de Daisy, su viejo álbum de recortes.

Si Sherry Huntingdon decidía alguna vez dirigir su formidable cabeza hacia algo que no fuera la moda, ¿quién sabe lo que conseguiría? ¿La paz mundial? ¿El fin de la pobreza? Daisy parpadeó. No era justo. Sus padres hacían muchas obras de caridad, la mayoría de manera anónima. El concierto benéfico tenía mucha repercusión, pero era tan solo la punta del iceberg.

–Aquí estás, Seb.

Sherry estaba paseando por el salón, observando los cuadros y otros detalles.

–Antes de que te lleves a Daisy, necesito información.

–Lo que haga falta –replicó él, dirigiendo la mirada hacia el arsenal de papel, bolígrafos y demás material ordenado sobre la mesa–. Me alegro de ver que te sientes como en casa.

–Creo que es bueno estar en medio de todo –convino Sherry, sin percatarse de la ironía de su comentario–. Ese hombre tan agradable que tienes a la entrada me ha dicho que se van a celebrar bodas durante los dos próximos fines de semana, por lo que no puedo dejarlo todo preparado. Aun así, contaremos con el pabellón cuatro días antes de la boda, así que podré asegurarme de que todo quede perfecto.

Daisy se percató de que Seb tenía los hombros cargados y decidió interrumpir.

–No hacen falta cuatro días para el puñado de familiares y amigos que van a venir. Con tan poco tiempo, estoy segura de que la mayoría de la gente ya tendrá planes.

–No seas ridícula, claro que vendrán. Será la boda del año, la unión de la aristocracia del rock con la verdadera aristocracia. Cancelarán cualquier otro plan que tengan. A ver, ese joven también me ha dicho que el pabellón da cabida a unas doscientas personas sentadas, así que necesito la lista de tus invitados tan pronto como sea posible, Seb.

–¿Lista?

El músculo de su mentón empezó a latir y Daisy fue incapaz de apartar la vista. Deseaba acercarse y apoyar la mano en su hombro para calmar su tensión, antes de acariciarle la mejilla y darle un beso. Apretó los puños clavándose las uñas en las manos y el dolor le recordó que no debía cruzar la línea.

–Tu lista ya la he preparado, Daisy.

Por supuesto, no podía ser de otra forma. Daisy tomó la hoja que su madre le ofrecía con el nombre de los invitados, esperando ver un listado de las personas con las que sus padres solían relacionarse: actores, cantantes y otros personajes con los que ella no tenía nada en común.

Daisy tragó saliva, sin poder creerse lo que veían sus ojos. Los nombres que tenía delante eran prácticamente los mismos que ella habría escrito: amigos del colegio, de la universidad y compañeros de trabajo, además de los habituales familiares y otras personas a las que conocía de toda la vida.

–Perfecta. ¿Cómo lo has sabido?

Daisy contuvo las lágrimas. Siempre se había sentido la oveja negra de la familia. Quizá la conocían mejor de lo que pensaba.

–Vi me ayudó. ¿Está bien?

–Casi perfecta.

Solo había que hacer algunas correcciones. Daisy añadió algunos nombres de amigos recientes que su familia todavía no conocía.

Seb se movió ligeramente, lo justo para devolverla a la realidad. ¿En qué estaba pensando?

Su mano tembló ligeramente al releer las primeras líneas. Aquellas eran exactamente las personas con las que le habría gustado compartir el día de su boda, pero…

–El caso es que habíamos pensado que fuera una boda sencilla –dijo tratando de contener la emoción–. Si invitamos a todas estas personas, no lo será. Echaré un vistazo y elegiré a los amigos más allegados. ¿Qué te parece? ¿La familia más cercana y cinco invitados más cada uno?

Seguirían siendo demasiados para la ceremonia que Seb quería. Daisy dejó caer el papel sobre la mesa, como si la idea de borrar la mayoría de los nombres allí escritos no le afectara.

Seb se había acercado sin que se percatara, y tomó la hoja antes de que llegara a la mesa.

–El problema es que no tengo familia cercana.

Daisy abrió la boca para decir algo, pero enseguida la cerró. Con razón aquel matrimonio era tan importante para él. El bebé sería más que su futuro heredero; sería todo lo que tendría. Había sido muy ingenua al pensar que tendría una persona en su vida que dependería de ella. El bebé no sería solo de ella, sino de los dos.

–Algunos son amigos del colegio –dijo Seb mientras escribía en el reverso de la lista, con trazo firme y seguro–. Otros son académicos, colegas, empleados y voluntarios de aquí, y gente del pueblo a la que conozco de toda la vida. Creo que serán unos ochenta invitados. Si os parece bien, propongo instalar una carpa en el patio y hacer un asado por la noche al que invitaremos a todo el pueblo. Nobleza obliga, pero es un pueblo pequeño y es lo que se espera.

–¿Tienes una carpa? –preguntó Sherry.

Gracias a Dios que su madre estaba allí porque no habría podido articular palabra ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Sabía que no quería todo aquello. La gente, la publicidad, el revuelo, las fotos e inevitablemente la prensa. La única razón por la que estaba haciendo aquello era por ella.

Lo tomó de la mano sin pararse a pensar y sintió que Seb entrelazaba los dedos con los suyos. Quizá, después de todo, aquello funcionara.

–Aquí las bodas las sirve el pub del pueblo y sí, tienen varias carpas de todos los tamaños. Paul, el dispuesto joven de la entrada, puede darte todos los detalles que necesites.

–Eso es maravilloso –dijo su madre, tomando notas sin parar–. Me permitirá ahorrarme tiempo y ocuparme de otras cuestiones pendientes. Rose se encargará de los anillos y Violet de las flores. ¿Sabes, Daisy? Creo que al final vamos a poder organizar esta boda.

–¿Vamos a ir hasta Londres?

–Por supuesto –respondió su madre–. Tenemos que elegir un vestido para la boda. Es una lástima que Seb haya vetado la temática Tudor. Creo que el jubón le hubiera quedado francamente bien. Y siendo un eminente historiador, habría sido de esperar que le hubiera encantado la idea.

Daisy no pudo evitar sonreír al recordar la expresión de horror de Seb cuando su madre les había anunciado su brillante idea.

–El entorno no es el más adecuado, pero te sientan bien esos vestidos de talle alto.

Daisy se colocó en una posición más cómoda y se pasó la mano por el vientre. Todo estaba confirmado. No había ninguna duda de que estaba embarazada de casi siete semanas. Era lo que calculaba, pero había sido todo un alivio oírlo de otra persona.

Habría sido complicado anular la boda a aquellas alturas. El caso era que estaba empezando a disfrutar organizándola. Le agradaba contar con la atención exclusiva de su madre y disfrutaba los momentos en que Seb estaba tan contrariado que apenas podía articular palabra.

Una vez decidido el destino, Daisy apenas reparó en el recorrido. No solía pasar tiempo a solas con su madre. Quizá, si le hubiera seguido más la corriente a su madre, habría habido más momentos como aquel, pero el precio siempre había sido demasiado alto. Su madre tenía la tendencia de hacerse cargo de todas las situaciones y la boda era un ejemplo perfecto.

Daisy se inclinó y besó a su madre en la mejilla.

–Gracias por ayudar.

Casi le resultaba doloroso pronunciar aquellas palabras, pero sintió alivio al hacerlo, como si las hubiera estado reteniendo durante demasiado tiempo.

Su madre abrió como platos sus ojos azules.

–Claro que quiero ayudar. Mi niña se va a casar. Hay tantas cosas por hacer… Hawksley es grande, pero he visto ruinas más modernas.

–Algunas partes están descuidadas –reconoció Daisy, sorprendiéndose por lo protectora que se sentía hacia el castillo.

–Me refiero a la parte que alberga la casa. De veras, cariño, es un proyecto de envergadura. En algunas habitaciones no se ha hecho nada en años.

–Habría preferido que le hubieras preguntado a Seb antes de llamar al servicio de limpieza.

Solo su madre era capaz de organizar un ejército de limpiadores, decoradores y operarios en un par de horas. Había sido una sorpresa volver aquella mañana de sus recados y encontrar la zona de aparcamiento llena de furgonetas y la casa de escaleras, cubos y olor a limpiadores.

–La mayoría de la familia se quedará en la casa.

Reformarla y decorarla es tarea tuya, pero limpiarla y hacerla agradable antes del gran día es asunto mío. Considéralo mi regalo de boda.

Daisy evitó suspirar. Seb tenía contratada una asistenta que se ocupaba de las oficinas, así como de la casa, y cuya labor apenas se notaba. Sería agradable ver la casa con las paredes recién pintadas, los suelos de madera pulidos y los cristales de las ventanas brillantes. A la vez, era típico de su madre agitar la varita mágica y pensar que el dinero resolvería el problema sin tener en cuenta cómo se sentirían los destinatarios de su generosidad.

La expresión de Seb se había tornado sombría al ver a los trabajadores. Se había retirado a su despacho con la excusa de tener que trabajar y Daisy no se había atrevido a seguirlo.

Por fin llegaron a su destino. El coche se detuvo ante el edificio de piedra dorada que albergaba Rafferty’s, los almacenes de moda más exclusivos de Londres.

–No hay tiempo para que te hagan un vestido a medida. Me deben un montón de favores, pero ni con esas puedo conseguir milagros. Me he acordado de que Nina tiene una colección fantástica en Rafferty’s. Puede hacer los arreglos necesarios en cualquier vestido para que te quede bien y me ha prometido tenerlo a tiempo. Por suerte, he escogido algunos modelos de la última colección que se presentó en la Semana de la Moda, y creo que podré encontrar algo para mí que me siente bien.

Su madre parecía algo molesta, como si la estuvieran haciendo elegir entre harapos y no entre varios vestidos de alta costura diseñados exclusivamente para ella.

Daisy sintió un escalofrío de emoción al salir del coche y dirigirse hacia la entrada. En una ocasión, había escuchado que se podía comprar lo que se quisiera y convertirse en quien se quisiera en Rafferty’s, siempre y cuando se dispusiera de mucho dinero. ¿Se convertiría en la novia de sus sueños?

Las estaban esperando en la puerta y las acompañaron hasta el departamento de novias, una impresionante galería decorada en el estilo art decó tan característico de Rafferty’s. La entrada al departamento, destacada con un arco, estaba abierta al público y contaba con una gran variedad de accesorios de novia, incluyendo lencería, zapatos, tiaras y vestidos. Pero era en la sala del fondo, discretamente disimulada tras unas cortinas, donde estaba la verdadera magia. A aquella sala solo se accedía con cita. En aquel momento, Daisy y su madre eran las únicas clientas.

No hacía falta mucha decoración y las paredes estaban pintadas de un cálido tono blanco. El suelo era de caoba pulida. El glamour lo aportaban los propios vestidos. Había de todos los largos imaginables, de todas las tonalidades de blanco y algunos más atrevidos en otros colores: rojos, dorados, rosas y brocados.

–¿Champán?

Nina, la encargada del departamento que llevaba cuarenta años vistiendo a las novias de la ciudad, apareció con una botella de Dom Perignon, fría y abierta.

–No, gracias –contestó Daisy y rápidamente añadió–: Quiero mantener la cabeza despejada. Hay tanto donde elegir…

–Yo quiero una copa, por favor –dijo Violet entrando algo acelerada–. Sospecho que va a ser una tarde larga. Rose manda saludos, dice que no quiere llevar volantes ni brillos.

–Todos son preciosos –intervino Sherry, que ya llevaba media copa–. Por supuesto que no cambiaría la boda con vuestro padre por nada del mundo. Fue muy romántica, tan solo nosotros dos en aquella pequeña capilla. Iba descalza, con flores en el pelo. Pero me perdí todo esto –añadió mirando a su alrededor–. Por eso, Daisy querida, por precipitada que sea tu boda y a pesar del poco tiempo que tenemos, estoy decidida a que tengas el día que siempre habías soñado.