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La legitimación por la paralogía

Decidimos aquí que los datos del problema de la legitimación del saber hoy están suficientemente despejados para nuestro propósito. El recurso a los grandes relatos está excluido; no se podría, pues, recurrir ni a la dialéctica del Espíritu ni tampoco a la emancipación de la humanidad para dar validez al discurso científico postmoderno. Pero, como se acaba de ver, el «pequeño relato» se mantiene como la forma por excelencia que toma la invención imaginativa, y, desde luego, la ciencia[211]. Por otra parte, el principio del consenso como criterio de validación parece también insuficiente. O bien es el acuerdo de los hombres en tanto que inteligencias cognoscentes y voluntades libres obtenido por medio del diálogo. Es en esta forma como se encuentra elaborado por Habermas. Pero esta concepción reposa sobre la validez del relato de la emancipación. O bien es manipulado por el sistema como uno de sus componentes en vistas a mantener y mejorar sus actuaciones[212]. Es objeto de procedimientos administrativos, en el sentido de Luhmann. No vale entonces más que como medio para el verdadero fin, el que legitima el sistema, el poder.

El problema es, pues, saber si es posible una legitimación que se autorizara por la sola paralogía. Es preciso distinguir lo que es propiamente paralogía de lo que es innovación: ésta es controlada, o en todo caso utilizada, por el sistema para mejorar su eficiencia; aquélla es una «jugada», de una importancia a menudo no apreciada sobre el terreno, hecha en la pragmática de los saberes. Que, en la realidad, una se transforme en la otra es frecuente, pero no necesario, y no necesariamente molesto para la hipótesis.

Si se vuelve a partir de la descripción de la pragmática científica (sección 7), el acento debe situarse de ahora en adelante en la disensión. El consenso es un horizonte, nunca es adquirido. Las investigaciones que se hacen bajo la égida de un paradigma[213] tienden a estabilizarlas; son como la explotación de una «idea» tecnológica, económica, artística. Lo que no es nada. Pero sorprende que siempre venga alguien a desordenar el orden de la «razón». Es preciso suponer un poder que desestabiliza las capacidades de explicar y que se manifiesta por la promulgación de nuevas normas de inteligencia o, si se prefiere, por la proposición de nuevas reglas del juego de lenguaje científico que circunscriben un nuevo campo de investigación. Es, en el comportamiento científico, el mismo proceso que Thom llama morfogénesis. En sí mismo no carece de reglas (hay clases de catástrofes), pero su determinación siempre es local. Llevada a la discusión científica y situada en una perspectiva temporal, esta propiedad implica la imprevisibilidad de los «descubrimientos». Con respecto a un ideal de transparencia, es un factor de formación de opacidades que deja el momento del consenso para más tarde[214].

Esta puntualización hace aparecer claramente que la teoría de sistemas y el tipo de legitimación que ella propone no tiene ninguna base científica: ni la ciencia funciona en su pragmática según el paradigma del sistema admitido por esta historia, ni la sociedad puede ser descrita según ese paradigma en los términos de la ciencia contemporánea.

Examinemos a este respecto dos puntos importantes de la argumentación de Luhmann. El sistema no puede funcionar más que reduciendo la complejidad, por una parte; y, por otra, debe suscitar la adaptación de las aspiraciones (expectations) individuales a sus propios fines[215].

Reducir la complejidad viene exigido por la competencia del sistema en lo que se refiere al poder.

Si todos los mensajes pudieran circular libremente entre todos los individuos, la cantidad de informaciones a tener en cuenta para hacer las elecciones pertinentes retardaría considerablemente la toma de decisiones y, por tanto, la performatividad. La velocidad, en efecto, es un componente del poder del conjunto.

Se objetará que hay que tener en cuenta esas opiniones moleculares si no se quiere exponerse a graves perturbaciones. Luhmann responde, y es el segundo punto, que es posible dirigir las aspiraciones individuales por medio de un proceso de «casi-aprendizaje», «libre de toda perturbación», a fin de que lleguen a ser compatibles con las decisiones del sistema. Éstas últimas no tienen que respetar las aspiraciones: es preciso que las aspiraciones aspiren a esas decisiones, al menos a sus efectos. Los procedimientos administrativos harán «querer» por parte de los individuos lo que el sistema necesita para ser performativo[216]. Se ve qué utilidad pueden y podrían tener en esta perspectiva las técnicas telemáticas.

No se podría negar toda fuerza de persuasión a la idea de que el control y la dominación del contexto valen por sí mismos más que su ausencia. El criterio de performatividad tiene sus «ventajas». Excluye, en principio, la adhesión a un discurso metafísico, requiere el abandono de las fábulas, exige mentes claras y voluntades frías, sitúa al cálculo de las interacciones en el puesto de la definición de las esencias, hace asumir a los «jugadores» la responsabilidad, no sólo de los enunciados, sino también de las reglas a las que los someten para hacerlos aceptables. Saca a plena luz las funciones pragmáticas del saber puesto que ellas parecen colocarse bajo el criterio de eficiencia: pragmáticas de la argumentación, de la administración de la prueba, de la transmisión de lo conocido, del aprendizaje a imaginar.

Contribuye así a elevar todos los juegos de lenguaje, incluso si no proceden del saber canónico, al conocimiento de sí mismos, tiende a hacer caer el discurso cotidiano en una especie de metadiscurso: los enunciados ordinarios presentan una propensión a citarse a sí mismos y los diversos puestos pragmáticos a referirse indirectamente al mensaje sin embargo actual que los concierne[217]. Puede sugerir que los problemas de comunicación interna que encuentra la comunidad científica en su trabajo para deshacer y rehacer sus lenguajes son de una naturaleza comparable a los de la colectividad social cuando, privada de la cultura de los relatos, debe poner a prueba su comunicación consigo misma, e interrogarse por eso mismo acerca de la naturaleza de la legitimidad de las decisiones tomadas en su nombre.

A riesgo de escandalizar, el sistema incluso puede contar entre el número de sus ventajas, su duración. En el marco del criterio de poder, una demanda (es decir, una forma de prescripción) no obtiene ninguna legitimidad del hecho de que proceda del sufrimiento a causa de una necesidad insatisfecha. El derecho no viene del sufrimiento, viene de que el tratamiento de éste hace al sistema más performativo. Las necesidades de los más desfavorecidos no deben servir en principio de regulador del sistema, pues al ser ya conocida la manera de satisfacerlas, su satisfacción no puede mejorar sus actuaciones, sino solamente dificultar sus gastos. La única contraindicación es que la no-satisfacción puede desestabilizar el conjunto. Es contrario a la fuerza regularse de acuerdo a la debilidad. Pero le es conforme suscitar demandas nuevas que se considera que deben dar lugar a la redefinición de las normas de «vida»[218]. En ese sentido, el sistema se presenta como la máquina vanguardista que arrastra a la humanidad detrás de ella, deshumanizándola para rehumanizarla a un distinto nivel de capacidad normativa. Los tecnócratas declaran que no pueden tener confianza en lo que la sociedad designa como sus necesidades, «saben» que no pueden conocerlas puesto que no son variables independientes de las nuevas tecnologías[219]. Tal es el orgullo de los «decididores», y su ceguera.

Este «orgullo» significa que se identifican con el sistema social concebido como una totalidad a la búsqueda de su unidad más performativa posible. Si se vuelve hacia la pragmática científica, ésta nos enseña precisamente que esta identificación es imposible: en principio, ningún científico encarna el saber ni descuida las «necesidades» de una investigación o las aspiraciones de un investigador so pretexto de que no son performativos para la «ciencia» en cuanto totalidad. La respuesta normal del investigador a las demandas es más bien esta: es preciso ver, cuente su historia[220]. En principio, todavía no prejuzga que el caso esté ya regulado, ni que la «ciencia» se resentirá en su potencia si se la reexamina. Es incluso a la inversa.

Claro está que las cosas no siempre son así en la realidad. No se tienen en cuenta a los investigadores cuyas «jugadas» han sido menospreciadas o reprimidas, a veces durante decenios, porque desestabilizaban demasiado violentamente posiciones adquiridas, no sólo en la jerarquía universitaria y científica, sino en la problemática[221]. Cuanto más fuerte es una «jugada», más cómodo resulta negarle el consenso mínimo justamente porque cambia las reglas del juego sobre las que existía consenso. Pero cuando la institución savante funciona de esta manera, se comporta como un poder ordinario, cuyo comportamiento está regulado como homeostasis.

Ese comportamiento es terrorista, como lo es el del sistema descrito por Luhmann. Se entiende por terror la eficiencia obtenida por la eliminación o por la amenaza de eliminación de un «compañero» del juego de lenguaje al que se jugaba con él. Este «compañero» se callará o dará su asentimiento, no porque sea rechazado, sino porque se le amenaza con ser privado de jugar (hay muchos tipos de privación). El orgullo de los «decididores», del cual en principio no existe equivalente en las ciencias, vuelve a ejercer este terror. Dice: adapte sus aspiraciones a nuestros fines, si no…[222].

Incluso la permisividad con respecto a los diversos juegos está situada bajo la condición de performatividad. La redefinición de las normas de vida consiste en la mejora de la competencia del sistema en materia de poder. Eso es particularmente evidente con la introducción de las tecnologías telemáticas: los tecnócratas ven ahí la promesa de una liberación y de un enriquecimiento de las interacciones entre locutores, pero el efecto interesante es que resultarán nuevas tensiones en el sistema, que mejorarán sus actuaciones[223].

En tanto es diferenciadora, la ciencia en su pragmática ofrece el antimodelo del sistema estable. Todo enunciado debe retenerse desde el momento en que comporta la diferencia con lo que se sabe, y en que argumenta y prueba. Es el modelo de «sistema abierto»[224] en el cual la pertinencia del enunciado es que «da nacimiento a ideas», es decir, a otros enunciados y a otras reglas de juego. No hay en la ciencia una métalangue general en la cual todas las demás puedan transcribirse y evaluarse. Es lo que prohibe la identificación con el sistema y, a fin de cuentas, el terror. La separación entre «decididores» y ejecutantes, si existe en la comunidad científica (y existe), pertenece al sistema socioeconómico, no a la pragmática científica. Es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la imaginación de los sabedores.

La cuestión de la legitimación generalizada se convierte en: ¿cuál es la relación entre el antimodelo ofrecido por la pragmática científica y la sociedad? ¿Es aplicable a las inmensas nubes de materia lingüística que forman las sociedades?, ¿o bien se mantiene limitada al juego del conocimiento? Y en ese caso, ¿qué papel juega con respecto al lazo social? ¿Ideal inaccesible de comunidad abierta? ¿Componente indispensable del sub-conjunto de los «decididores», que acepta para la sociedad el criterio de performatividad que rechaza para sí misma? O, a la inversa, ¿rechazo de cooperación con los poderes, y paso a la contra-cultura, con riesgo de extinción de toda posibilidad de investigación por falta de crédito?[225].

Hemos subrayado desde el principio de este estudio la diferencia, no sólo formal, sino pragmática, que separa los diversos juegos de lenguaje, especialmente denotativos o de conocimiento, y prescriptivos o de acción. La pragmática científica se centra en los enunciados denotativos, es por lo que da lugar a instituciones de conocimiento (institutos, centros, universidades, etc.). Pero su desarrollo postmoderno pone en primer plano un «hecho» decisivo: que incluso la discusión de enunciados denotativos exige reglas. Puesto que las reglas no son enunciados denotativos, sino prescriptivos, es mejor llamarlas metaprescriptivas para evitar confusiones (prescriben lo que deben ser las «jugadas» de los juegos de lenguaje para ser admisibles). La actividad diferenciadora, o de imaginación, o de paralogía en la pragmática científica actual, tiene por función el hacer aparecer esos metaprescriptivos (los «presupuestos»)[226], y exigir que los «compañeros» acepten otros. La única legitimación que hace concebible, a fin de cuentas, una demanda tal es: dará nacimiento a ideas, es decir, a nuevos enunciados.

La pragmática social no tiene la «simplicidad» de la de las ciencias. Es un monstruo formado por la imbricación de redes de clases de enunciados (denotativos, prescriptivos, performativos, técnicos, evaluativos, etc.) heteromorfos. No hay ninguna razón para pensar que se puedan determinar metaprescripciones comunes a todos esos juegos de lenguajes y que un consenso revisable, como el que reina en un determinado momento en la comunidad científica, pueda comprender el conjunto de metaprescripciones que regulan el conjunto de enunciados que circulan en la colectividad. Incluso al abandono de esta creencia está ligado el declive actual de los relatos de legitimación, sean éstos tradicionales o «modernos» (emancipación de la humanidad, devenir de la idea). Es igualmente la pérdida de esta creencia lo que la ideología del «sistema» viene a la vez a satisfacer por medio de su pretensión totalizante y a expresar por medio del cinismo de su criterio de performatividad.

Por esta razón, no parece posible, ni siquiera prudente, orientar, como hace Habermas, a la elaboración del problema de la legitimación en el sentido de la búsqueda de un consenso universal[227] por medio de lo que él llama el Diskurs, es decir, el diálogo de argumentaciones[228].

Es, en efecto, suponer dos cosas. La primera, que todos los locutores pueden ponerse de acuerdo acerca de las reglas o de las metaprescripciones universalmente válidas para todos los juegos de lenguaje, mientras que es claro que éstos son heteromorfos y proceden de reglas pragmáticas heterogéneas.

La segunda suposición es que la finalidad del diálogo es el consenso. Pero hemos mostrado, al analizar la pragmática científica, que el consenso no es más que un estado de las discusiones y no su fin. Éste es más bien la paralogía. Lo que desaparece con esta doble comprobación (heterogeneidad de reglas, búsqueda de la disensión) es una creencia que todavía anima la investigación de Habermas: saber que la humanidad como sujeto colectivo (universal) busca su emancipación común por medio de la regularización de «jugadas» permitidas en todos los juegos de lenguaje, y que la legitimidad de un enunciado cualquiera reside en su contribución a esta emancipación[229].

Se comprende así cuál es la función de ese recurso en la argumentación de Habermas contra Luhmann. El Diskurs es el último obstáculo opuesto a la teoría del sistema estable. La causa es buena, pero los argumentos no lo son[230]. El consenso se ha convertido en un valor anticuado, y sospechoso. Lo que no ocurre con la justicia. Es preciso, por tanto, llegar a una idea y a una práctica de la justicia que no esté ligada a las del consenso.

El reconocimiento del heteromorfismo de los juegos de lenguaje es un primer paso en esta dirección. Implica, evidentemente, la renuncia al terror, que supone e intenta llevar a cabo su isomorfismo. El segundo es el principio de que, si hay consenso acerca de las reglas que definen cada juego y las «jugadas» que se hacen, ese consenso debe ser local, es decir, obtenido de los «jugadores» efectivos, y sujeto a una eventual rescisión. Se orienta entonces hacia multiplicidades de meta-argumentaciones finitas, o argumentaciones que se refieren a metaprescriptivos y limitadas en el espacio-tiempo.

Esta orientación corresponde a la evolución de las interacciones sociales, donde el contrato temporal suplanta de hecho la institución permanente en cuestiones profesionales, afectivas, sexuales, culturales, familiares, internacionales, lo mismo que en los asuntos políticos. La evolución es evidentemente equívoca: el contrato temporal es favorecido por el sistema a causa de su gran flexibilidad, de su menor costo, y de la efervescencia de las motivaciones que lo acompañan, todos ellos factores que contribuyen a una mejor operatividad. Pero no es cuestión, en cualquier caso, de proponer una alternativa «pura» al sistema: todos sabemos, en estos años 70 que terminan, que se le parecerá. Es preciso alegrarse de que la tendencia al contrato temporal sea equívoca: no pertenece sólo a la finalidad del sistema, sino que éste la tolera, e indica en su seno otra finalidad, la del conocimiento de los juegos de lenguaje en cuanto tales y de la decisión de asumir la responsabilidad de sus reglas y de sus efectos, el principal de los cuales es el que da valor a la adopción de aquéllas, la búsqueda de la paralogía.

En cuanto a la informatización de las sociedades, se ve, finalmente, cómo afecta a esta problemática. Puede convertirse en el instrumento «soñado» de control y de regulación del sistema de mercado, extendido hasta el propio saber, y exclusivamente regido por el principio de performatividad. Comporta entonces inevitablemente el terror. También puede servir a los grupos de discusión acerca de los metapresciptivos dándoles informaciones de las que bastante a menudo carecen para decidir con conocimiento de causa. La línea a seguir para hacer que se bifurque en ese último sentido es demasiado simple en principio: consiste en que el público tenga acceso libremente a las memorias y a los bancos de datos[231]. Los juegos de lenguaje serán entonces juegos de información completa en el momento considerado. Pero también serán juegos de suma y sigue, y, por ese hecho, las discusiones nunca se arriesgarán a establecerse sobre posiciones de equilibrio mínimas, por agotamiento de los envites. Pues los envites estarán constituidos entonces por conocimientos (o informaciones, si se quiere) y la reserva de conocimientos, que es la reserva de la lengua en enunciados posibles, es inagotable. Se apunta una política en la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido.