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Carter iba a cerrar la tienda cuando tres mujeres abrieron la puerta e

irrumpieron en el interior. Solo habían pasado dos semanas desde Navidad y hacía

bastante frío, pero no llevaban abrigo y parecía que acababan de celebrar una

carrera.

—Lo siento, pero ya hemos cerrado —las informó—. Si quieren algo

especial, quizá mañana podamos servirlas.

Las mujeres lo miraron, parpadeando desconcertadas. Carter sabía que eran

de la ciudad, recordaba haberse cruzado con ellas en algunas ocasiones, pero ahora

no acababa de situarlas. Una era una anciana; otra, de mediana edad, y la tercera,

bastante joven y guapa.

—¡El doctor Reede! —exclamó por fin—. Ustedes trabajan para él.

—Sí —reconoció la de mediana edad—. Y necesitamos su ayuda.

—Si tiene algo que ver con las lecciones de boxeo de su doctor, prefiero

mantenerme al margen.

—No, es por Sophie. Me llamo Betsy. Esta es Alice y ella es Heather. Está

embarazada.

Por un segundo, Carter se preguntó qué esperaban que dijera, pero de

pronto lo comprendió.

—Oh. Felicidades.

Las mujeres siguieron allí de pie, expectantes, como si tuviera que decir algo

más o hacer algo, pero él no tenía ni idea de qué. Si se trataba de Sophie, quizá

pensaban que él estaba intentando reconquistarla. Al fin y al cabo, Reede todavía

no le había propuesto matrimonio.

Dos días antes, Roan le había preguntado a Sophie al respecto.

—Nos conocemos desde hace pocos meses —dijo la chica.

Roan puso su cara de profesor.

—En este caso creo que las vivencias son más importantes que el tiempo.

¿Acaso te lo pidió y lo rechazaste?

—No es asunto tuyo, pero no, no me lo ha pedido.

Sophie salió de la habitación. Resultaba obvio que no quería hablar del

tema.

Carter estaba seguro que medio Edilean —y seguramente Sophie— sabía

que, un día antes de Navidad, Reede había comprado un anillo de compromiso

con tres diamantes engarzados. Dado que su hermana era la propietaria de la

joyería, Carla se lo había contado a todo el mundo.

Pero Sophie seguía yendo al trabajo sin anillo.

Carter miró a las tres mujeres y no pudo evitar alzar las manos en ademán

de protección.

—Me he asociado con Kelli para intentar cerrar un trato con mi padre. Él

quería que volviera a Texas, pero le dije que no, que necesitaba más tiempo para

disfrutar de mi independencia antes de ser devorado por la maquinaria de los

Treeborne. Además, a Kelli y a mí nos gusta mucho Edilean. Estamos pensando

abrir aquí una sucursal de nuestro nuevo negocio, así crearemos puestos de trabajo

en la ciudad.

Las mujeres siguieron mudas y atentas a las palabras del joven. La más

anciana, Alice, se limitó a cambiar su peso de un pie a otro.

—O sea, que si han pensado en la posibilidad de que Sophie y yo nos

fuguemos juntos, pueden ir quitándosela de la cabeza —concluyó, exhibiendo una

tímida sonrisa casi de disculpa.

—Nosotras solo nos preocupamos del amor de verdad —sentenció Heather

muy seria.

—El amor verdadero. El que dura eternamente. Mira, solo tenemos cuarenta

y cinco minutos para comer, y si no me siento voy a vomitar.

Carter se apresuró a acercarle una de las sillas de la mesa.

—Por favor... —se disculpó, señalando la silla.

Mientras les ofrecía dos sillas más, se dio cuenta de que se alegraba de que

las tres mujeres no hubieran ido hasta allí para reñirle. Desde que llegara a Edilean

sentía que la ciudad lo tenía a prueba diariamente. Desde que el doctor Reede le

destrozara la nariz —que aún le dolía—, todos conocían el motivo de su llegada y

había tenido que responder a un montón de preguntas.

—No me queda café, pero la nevera sigue funcionando. —Como las mujeres

parecían no comprender nada, añadió—: ¿Qué tal unas cuantas muestras de los

pasteles que hemos hecho Kelli y yo para que nos den su opinión? Si aceptan un

vaso de leche, claro.

Las mujeres esbozaron por fin una sonrisa, y Carter aprovechó el momento

para retirarse hacia la nevera. Minutos después seguían sentados a la mesa, con

tres platos vacíos frente a las mujeres. No se habían comido un pastel entero, pero

casi. Heather en especial se mostró insaciable; lamió su cuchara con tanta pasión

que el chico temió que gastara el grabado.

—Entonces ¿quieren que descubra qué le pasa a Sophie? —preguntó Carter.

—Exactamente —confirmó Betsy—. Eres el único que la conoce lo bastante

como para atreverse a hablar con ella. Sus amigas Kim y Jecca no están en la

ciudad, así que solo quedas tú.

Carter estuvo a punto de decir que él tampoco conocía a Sophie, que no la

conocía realmente. La agobiada y aterrorizada mujer que conoció en Texas no era

la misma que vivía en ese momento en Edilean. Aunque nunca había dirigido una

tienda, lo estaba haciendo muy bien. Era una organizadora innata.

Cuando la felicitó personalmente, Sophie había respondido:

—Eso es gracias a los años de compaginar dos y hasta tres trabajos a la vez,

y a la gente que pensó: «Deja que Sophie se encargue.»

—Y a tu experiencia en la universidad —le añadió Roan—. Eso agota a

muchos estudiantes.

Pero nada había cambiado desde Navidad. Sophie les contó a todos la oferta

de Henry y que, a partir de abril, se dedicaría a la escultura a tiempo completo.

—Eso tenemos que celebrarlo —exclamó Roan—. Carter, compra un par de

botellas de champán y asegúrate de que esté frío.

—¡No! —cortó Sophie—. En realidad no es un trabajo, y... y... —No sabía

qué decir—. Y necesitamos género para mañana, así que yo...

Recogió su bolso y salió del restaurante.

—Ten cuidado con lo que deseas... —murmuró Roan, antes de volver a la

caja registradora.

No volvieron a mencionar el nuevo trabajo de Sophie, pero todos se daban

cuenta de que la chica no era feliz. Al principio pensaron que podía deberse al

hecho de tener que trabajar con Henry, pero a Sophie parecía gustarle el anciano.

Una tarde, mientras estaban cerrando y ella se encontraba ausente,

decidieron que era porque Reede no le había pedido que se casara con él.

—Ayer tuve que ir a visitarlo —dijo Danni—. La quemadura del brazo, ya

sabéis, y Reede no parecía nada contento. Esa pareja parece profundamente infeliz.

Pasaron unos cuantos minutos especulando sobre la causa de su desgracia,

y cada uno tenía una opinión diferente.

—Mal sexo —aseguró Danni—. Si el sexo no funciona, no importa lo mucho

que ames a alguien, no vale la pena.

—Estoy completamente de acuerdo —rubricó Kelli.

Carter y Roan miraron a las dos mujeres con los ojos llenos de

preocupación.

—¿Nosotros tenemos...? Quiero decir... —balbuceó Carter.

—¡Nene, somos geniales! —respondió Kelli.

Él suspiró de alivio, como hizo Roan cuando Danni le dio un cariñoso beso

en la mejilla.

—Entonces ¿qué problema hay entre Reede y Sophie? —insistió Danni—.

¿Por qué son las dos personas más infelices del mundo?

Nadie parecía tener la respuesta. Quizá por eso, días después, las tres

empleadas del doctor Reede estaban pidiéndole ayuda a Carter.

—Verás —comenzó Betsy—, nosotras juramos hacer todo lo necesario para

que el doctor sea feliz. ¡Fuimos las que mantuvimos el secreto de su identidad!

—Y le hicimos el corsé a Sophie —dijo Alice.

—Aunque Sara tuvo que ayudarnos con el caballo —añadió Heather—. Y no

tuvimos nada que ver con los ladrones, Mike se encargó de todo eso. Es muy

importante para esta ciudad.

—Ya ves lo mucho que hemos hecho por el doctor Reede —aseguró Betsy.

—Y con resultados muy buenos. El carácter del doctor Reede ha mejorado

mucho desde que Sophie llegó a la ciudad —dijo Heather.

—Bueno, eso es exagerar un poco —rectificó Betsy—. La verdad es que el

doctor Reede está ahora tan deprimido que apenas puede concentrarse en su

trabajo. Y creemos que Sophie no está mucho mejor.

Las tres mujeres dejaron de hablar y volvieron a concentrar su mirada en

Carter.

—Señoras, no tengo ni idea de lo que están hablando —aseguró Carter—. Ni

la menor idea, de verdad.

Betsy desvió la mirada hacia el reloj colgado en la pared.

—Tenemos que volver al trabajo. Todo se resume en que tienes que hablar

con Sophie y descubrir qué está pasando entre el doctor Reede y ella.

Carter vio al instante mil inconvenientes a la idea. Kelli, aunque pretendiera

lo contrario, era casi tan celosa como Sophie.

—¿Este verano pasado? —le preguntó una vez—. Hace apenas unos meses

querías casarte con Sophie, ¿y ahora pretendes que me crea que ya no te importa

absolutamente nada?

Nada de lo que él dijo pudo convencerla de que Sophie solo era su pasado...

su pasado reciente, eso sí.

Además, Roan y Reede lo estaban mirando. Y el gigante, que era el sheriff

local, no dejaba de dirigirle miradas asesinas, como si Carter fuera un criminal que

tuviera que ser vigilado constantemente.

Aunque, desde Navidad, daba la impresión de que el sheriff también dirigía

miradas menos que afectuosas a Sophie. Por lo que respectaba a ella, cada vez que

Carter se acercaba mínimamente, la chica procuraba alejarse.

—Lo digo en serio —aseguró Carter a las tres mujeres.

—No sabemos lo que está pasando. —Betsy se levantó, y sus dos

compañeras la imitaron.

—Ese es el problema. Nadie sabe lo que está pasando, pero tú eres el

indicado para descubrirlo.

Tras esa frase lapidaria las tres mujeres salieron del restaurante. Carter cerró

la puerta tras ellas y se dejó caer en una silla. En esos momentos, la idea de volver

a Texas y a la pequeña ciudad que era virtualmente propiedad de su familia le

resultaba muy atractiva.

Le echó un vistazo al local vacío, limpio e inmaculado. Kelli había ido a la

tienda en busca de suministros, y Roan y Danni estaban... no sabía dónde. Sophie

se había refugiado en su apartamento, algo que últimamente hacía demasiadas

veces, despreocupándose de ayudar al grupo. Desde el día de Navidad, Sophie

parecía incapaz de sonreír.

Una parte de Carter ansiaba huir de allí, pero otra, la mayor, sabía que las

tres mujeres que trabajaban para Reede tenían razón. En aquel momento, en

aquella ciudad, era para Sophie lo más parecido a un amigo.

Enfiló la escalera con un suspiro. «Seguramente no querrá verme —pensó—.

Seguramente no querrá hablar conmigo, seguramente...»

Solo tuvo que llamar una vez a la puerta antes de que Sophie la abriera.

—Oh, creí que eras Reede. A veces pasa pronto a recogerme.

Carter entró en el apartamento y cerró la puerta tras él.

—Tenemos que hablar.

—Carter, si Kelli y tú habéis discutido y pretendes volver conmigo, te

advierto que no lo conseguirás. Yo...

—Solo he venido para saber qué te pasa.

—Nada —mintió ella—. Tienes que marcharte. Ya viste lo que pasó la

última vez que Reede se sintió celoso.

Los ojos de Carter se abrieron como platos.

—¿Qué te ocurre, Sophie? ¿Tan celoso es Reede? ¿No te habrá... no te habrá

pegado? Si lo ha hecho, puedo conseguir ayuda y...

—¡Claro que no me ha pegado! —exclamó Sophie, desplomándose sobre el

sofá—. Reede no puede ser más dulce, amable y cortés conmigo de lo que es.

Carter ocupó una silla frente a la chica.

—¡Sophie, nos estás volviendo locos a todos! Pareces sentirte muy

desgraciada, pero no sabemos por qué. ¿Qué sucede? Tienes un trabajo fabuloso,

un médico está loco por ti, tus amigos te adoran y...

—Reede no quiere irse de Edilean, no puedo convencerlo para que lo haga.

—¿Quieres romper con él y no sabes cómo? —preguntó Carter,

comprensivo.

—¡Cielos, no! ¿De dónde has sacado esa idea? Quiero casarme con él y tener

hijos lo más pronto posible. ¿No crees que Reede está hecho para ser un buen

padre?

Carter se pasó la mano por la cara un tanto exasperado, antes de mirarla

directamente a los ojos.

—Vamos, Sophie, échame una mano. Me han pedido, casi exigido, que

hable contigo y descubra qué está pasando entre el doctor «Primero-Pego-Y-

Luego-Pregunto» y tú, pero no veo nada malo en todo lo que me dices.

—Ya te lo he contado —insistió Sophie—. Lo que pasa es que Reede no

quiere irse de Edilean.

—Si no han cambiado las normas estos últimos años, sin Reede no hay

niños.

Sophie miró al exterior a través de las ventanas. Necesitaba

desesperadamente hablar con alguien porque las últimas dos semanas habían sido

un infierno para ella. Reede se había mostrado tan decididamente animado que

sintió ganas de estrangularlo, pero se contuvo y se mostró lo más cariñosa posible.

Pero varias veces, cuando él creía que no lo estaba mirando, había visto en su cara

signos de... bueno, de fatalismo. Mostraba claramente que la felicidad que

intentaba demostrar era pura fachada.

—Vale, Sophie —aceptó Carter—. Sé que estoy fallando miserablemente en

este examen de amigo, pero confieso que no sé de qué demonios estás hablando.

¿Quieres casarte con él? ¿Quieres que se vaya e irte con él? Decídete.

—Sí. Estás fallando miserablemente, Carter. Quiero que Reede se marche y

quiero irme con él.

Carter seguía sin comprender.

—Pues vete con él y problema resuelto.

—No, niño rico, el problema no está resuelto. Reede no puede lanzarse a

curar al mundo, porque para eso se necesita dinero. Yo puedo conseguir ese

dinero, pero solo si me quedo aquí trabajando con Henry. Pero Reede no aceptará

el dinero para marcharse porque yo no puedo irme con él.

Carter parpadeó, intentando absorber aquel galimatías.

—Entiendo. El regalo de los Reyes Magos.

—Exacto. El regalo de los Reyes Magos.

Ambos se referían al cuento del escritor O’Henry, en el que una pareja muy

pobre pero profundamente enamorada quería hacerse un regalo mutuo. Él vendió

su reloj de oro para comprar unas peinetas que adornaran la gloriosa melena rubia

de su amada, mientras que ella vendió su pelo para comprarle a él una cadena de

reloj.

Sophie le dirigió a Carter una mirada casi suplicante.

—Incluso he pensado en decirle a Reede que estoy enamorada de ti para

que acepte la oferta de Henry y se marche. Quiero que consiga lo que desea.

Carter palideció ante la idea y se llevó involuntariamente la mano a la nariz.

—No, por favor, no hagas eso —suplicó Carter—. Hablemos de ti. ¿Qué

pasa con tus ganas de esculpir? Tienes mucho talento.

Sophie se levantó del sofá, fue hasta la ventana y dio media vuelta para

encararse con él.

—Creo que todo el mundo tiene talento.

—Pero no como el tuyo.

—Puede que no —admitió, frunciendo el ceño—, pero, para tener éxito, una

persona también necesita... no sé, motivación, ambición, algo que la impulse, que

la haga seguir adelante. He visto mejores cantantes en algunos coros de iglesia que

la gente que vende millones de discos. ¿Por qué no son los mejores cantantes los

que obtienen el aplauso y el dinero?

—No tengo ni idea.

—Porque para conseguir todo eso, para tener éxito, hace falta algo más que

el talento. Kim y Jecca son dos personas muy motivadas. En la universidad

siempre estaban creando algo. Lo que fuera. En Navidades hasta recortaban

estrellas de papel.

—¿Y tú? —se interesó Carter. En los meses que habían pasado juntos jamás

había visto a aquella Sophie.

—Cuando tuve la oportunidad de elegir entre un trabajo que podía lanzar

mi carrera y volver a casa con mi hermana pequeña, elegí la familia. Y corté todo

contacto con Kim y con Jecca porque no quería que descubrieran que yo no era

como ellas. Ya les había mentido sobre mi procedencia.

—¿Texas te avergonzaba?

—No, me avergonzaba Treeborne Foods. Descubrí que la gente pensaba que

era estupendo vivir en una ciudad que prácticamente pertenece a una sola

compañía. No quiero tener que explicar que Treeborne está gobernada por un

hombre que no contrata a gente de su propia ciudad para un puesto de

responsabilidad.

El rostro de Carter volvió a quedarse lívido.

—Pienso cambiar todo eso —aseguró, convencido.

—Deberías.

—Entonces ¿ya no quieres ser escultora?

—Lo que no quiero es pasarme la vida haciendo esculturas de bronce de seis

metros de altura para que los ricos decoren sus preciosos jardines. En la

universidad, un pijo que estudiaba derecho me dijo que debería incluir una copa

en cada una de mis esculturas porque al menos así serían mucho más útiles.

—¡Ouch! —exclamó Carter—. Hasta yo sé que eso es bastante grosero. ¿Tú

quieres irte con Reede? Roan dijo que a Reede le gustaría instalar una clínica

flotante en un barco. ¿Quieres criar a tus hijos en un barco?

—¿Por qué no? ¿Quién dice que una casa de tres habitaciones y dos baños es

mucho mejor para un niño? ¿Acaso no pueden...? —Hizo una pausa mientras

regresaba al sofá—. Oh, esta discusión es absurda. Reede nunca aceptará que me

vaya con él aunque consiga el dinero. ¿Qué puedo hacer para ayudarlo?

—Ya veremos.

—¿Qué quieres decir?

—Significa, querida amiga, que Treeborne Foods está dispuesta a

patrocinarlo, significa que le conseguirá los fondos necesarios para los viajes, para

las clínicas, para lo que sea. Todo aquello que Henry Belleck estaba dispuesto a

ofrecerle, Treeborne Foods lo igualará.

—No puedes hacerlo, Carter. Tu padre...

—¡Que le den! He pasado toda mi vida atemorizado, aterrorizado. Pero

cuando Kelli y yo cenamos con él hace dos semanas, comprendí que en el fondo yo

soy lo único que tiene. Si mi padre muriera, ¿qué pasaría con su adorada

Treeborne Foods, a la que ama más que a cualquier ser humano? Sin alguien que la

dirija y la mantenga cohesionada, se deshará en pedazos. ¿Y quién puede hacerlo?

¿Su mano derecha? Ese tipo la vendería en un minuto. ¿Puede desheredarme mi

padre? Sí, pero ¿cómo quedaría eso en los anuncios que alardean de ser un negocio

familiar?

La chica lo contempló atónita y en silencio.

—Mira, Sophie, desde aquel horrible día en que te cerré la puerta de la fría y

vacía mansión de mi padre porque sentí pánico de que te viera allí, he pensado

mucho y en muchas cosas. Ahora sé lo que debo hacer. Kelli aún no lo sabe, o

quizá sí, pero voy a casarme con ella y vamos a abrir una línea de pasteles

congelados que probablemente doblará el tamaño y los beneficios de la compañía.

Y todo eso gracias a ti, Sophie. Si no hubiera venido en tu busca...

—Porque robé vuestro libro de cocina.

—Sí —admitió él con una sonrisa—. Pero si no hubieras robado el libro, yo

no habría conocido a Kelli, no le habría plantado cara a mi padre y ni siquiera me

habría dado cuenta de que me gusta trabajar en este negocio. Y tampoco habría

descubierto lo mucho que me gusta vivir en una ciudad donde soy un príncipe

coronado. —Sophie no pudo contener la risa ante esta última confesión—. Lo

siento, es mi ego el que ha hablado. Me encargaré de que Treeborne Foods le

proporcione al doctor Reede los fondos que necesita. Además, no solo lo

desgrabaré de los impuestos, sino que será una publicidad gratuita de valor

incalculable.

—Realmente eres un Treeborne.

—No sé si lo era antes, pero creo que ahora lo soy.

Ambos intercambiaron sonrisas, y fue la primera vez que Carter sintió que

la chica quizá podía perdonarlo. La primera vez que entró en su vida no tenía

malas intenciones, pero terminó haciéndole mucho daño debido al miedo que le

tenía a su padre.

—A propósito, Sophie. Ya que ha salido el tema del libro...

—Lo lamento mucho, pero estaba tan furiosa contigo que...

—Y tenías razones para estarlo. Pero creo que, después de lo que te hice,

tienes derecho a saber la verdad. La razón de que las recetas de ese libro estén

escritas en código y que se mantenga cerrado bajo llave, lejos de la vista del

público, es que nuestra gran abuela le ponía cocaína a todo.

—¡¿Qué?!

—En aquellos tiempos era legal y hacía que te sintieras bien. El nombre de

Coca-Cola viene de su ingrediente secreto, ¿no lo sabías?

Sophie, atónita, no podía apartar los ojos de él.

—Ahora comprenderás por qué me puse tan frenético cuando descubrí su

desaparición. No temía que alguien pudiera colgar nuestras recetas secretas en

Internet, lo que realmente temía era que si se descubría la verdad, seríamos el

hazmerreír de la industria. Piensa que la foto de la abuela está impresa en cada

paquete.

—¿Y rociaba la comida con cocaína?

—Todos sus platos. Y para que lo sepas, si descifraran el código y

preparasen las recetas sin la cocaína, resultarían horribles. Utilizaba manteca y la

carne era en su mayoría careta de cerdo, o papada, o rabo. Utilizaba lo que fuera

con tal de que resultara barato, y después lo volcaba todo sobre un montón de

fideos. Si no hubiera espolvoreado la cocaína, aquel mejunje resultaría

incomestible. Mi abuela era una mujer de negocios maravillosa, pero una cocinera

nefasta.

Sophie tardó unos cuantos minutos en absorber la información. Y entonces

estalló en carcajadas. Carter se unió a ella.

—Entonces, tu abuela era...

—Una adicta.

—Treeborne Foods, un negocio familiar.

—Exacto.

—¿Y el código?

—Se basa en un libro antiguo de su propiedad. Y también está guardado.

Sophie no pudo dejar de sonreír, pensando en el secreto familiar que casi

deja al descubierto.

—Bien, ¿qué opinas de mi oferta? —preguntó él por fin.

—¿Financiarás a Reede?

—No —negó Carter—. Os financiaré a los dos. Y, Sophie, respondiendo a lo

que puedes hacer por él, si tenemos en cuenta lo que hiciste en Texas por tu

hermana, y tu llegada a Edilean donde has encandilado a toda la ciudad...

—No fue así. Reede...

—¡Ey! Este es mi discurso, así que déjame terminar. Tú cambias la vida de

las personas, Sophie. Creo que ese es tu principal talento, la escultura solo es un

efecto secundario. Y aunque no soy precisamente un fan de tu amigo el doctor,

sabe ver la verdad. Ahora que te ha conocido, se ha enamorado de ti y prefiere

renunciar a sus sueños con tal de no perderte. Es lo bastante listo para ver eso.

Le cogió instintivamente las manos y les dio un apretón cariñoso.

—Quiero que vayas a verlo y hables con él. Pero habla con el corazón.

—Pero, Henry...

—Yo me encargaré de Henry —aseguró Carter—. Lo comprenderá y

buscará otro profesor y alguien más que patrocinar. Ahora, ve. Corre y dile a tu

médico qué es lo que necesitas.

—Carter, yo... —empezó a protestar, pero no pudo seguir. En lugar de

hablar, besó a Carter en la mejilla—. Gracias.

No dijo nada más y corrió hacia la puerta.

Bajó la escalera corriendo y salió del local sin detenerse a coger su abrigo.

No dejó de correr hasta llegar a la consulta de Reede, pero al entrar en ella le

asaltaron las dudas. Estaba tan llena de pacientes que quizá sería mejor esperar

para hablar con él.

Betsy la vio y le dio un codazo a Heather, que aferró el brazo de Alice con

fuerza. Un segundo después, las tres mujeres rodearon a Sophie, con Heather entre

ella y la puerta para que la chica no pudiera escapar.

—Carter ha hablado contigo, ¿verdad? —preguntó Betsy muy seria.

—Sí. Y ahora quería hablar con Reede, pero veo que está muy ocupado.

Volveré más tarde.

Intentó abrir la puerta, pero Heather la bloqueaba.

Betsy rodeó maternalmente con un brazo los hombros de Sophie.

—¿Alguien tiene inconveniente en que Sophie hable con el doctor Reede? —

preguntó en voz alta a los pacientes.

—Oh, puedo esperar —accedió una mujer con dos niños.

—Si hace falta, ya volveré la semana que viene —se apresuró a decir un

hombre.

—Yo solo tengo bronquitis —dijo otra mujer, reprimiendo un ataque de tos.

—Me pueden quitar los puntos mañana —aseguró un joven.

—¿Lo ves? —preguntó Betsy triunfalmente—. No hay ningún problema.

Arrastró prácticamente a Sophie hasta el despacho de Reede, seguidas de

Alice y Heather, que se encargaron de cerrar la puerta tras ellas.

Betsy golpeó con los nudillos la puerta de la sala de examen contigua y la

abrió sin esperar contestación. Una anciana estaba sentada en la camilla, vestida

únicamente con una bata de hospital. Reede se hallaba frente a ella, examinándole

el pie.

—Si no se cortase tanto las uñas, no le crecerían hacia dentro —estaba

recriminándole con tono gruñón—. Ya se lo advertí la última vez.

Volvió la cabeza al oír la puerta y sus ojos se abrieron como platos al ver a

Sophie prácticamente encajonada entre sus tres ayudantes.

—Les he dicho que podía esperar a que terminases —intentó disculparse la

chica—. No quería...

La anciana saltó ágilmente de la camilla.

—Tiene razón. Me lo advirtió, es culpa mía. Adiós —balbuceó, antes de

abalanzarse hacia la puerta.

Segundos después, Reede y Sophie se quedaron solos.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó un desconcertado Reede—. ¿Te

ocurre algo, Sophie?

—Físicamente estoy bien, pero tengo que decirte algo importante —aclaró

ella, sentándose en un extremo de la camilla—. ¿Te acuerdas cuando tallé aquellos

animales para los niños con las patatas?

—Claro que me acuerdo.

—Los niños estaban traumatizados y con razón. Una flecha había volado

por encima de sus cabezas y clavado a un hombre en un árbol. No podían saber si

era un accidente o si un loco iba a por ellos. Solo puedo pensar lo que debió de

imaginarse aquella enfermera, seguro que estaba casi histérica. Tenía que ocuparse

de la herida del hombre, procurar que no se desangrara, pedir ayuda y proteger a

los niños. Todo a la vez.

Reede no tenía ni idea de adónde quería llegar Sophie, pero por su

expresión dedujo que realmente lo consideraba muy importante.

—Pero... tú conseguiste reunirlos y tranquilizarlos... —dijo, sonriendo—.

Cuando os encontré, parecías una ninfa de los bosques rodeada de niños que te

miraban como si los hubieras rescatado de una muerte segura.

—Algunos parecían muy asustados, ¿verdad?

—No contigo y tus dragones. Y estoy seguro de que en Acción de Gracias te

consideraron un ángel. Tu forma de tratar a los niños fue algo mágico.

—Me gusta sentirme necesitada. Creo que por eso preferí quedarme con

Lisa a aceptar aquel trabajo de las tazas. Creí que el mundo no necesitaba cucharas

con la cabeza de los presidentes en el mango. En cambio, Lisa estaba hecha un lío.

Era una adolescente que se había quedado sin madre, con un padrastro

insufriblemente perezoso y necesitada de una excusa para no seguir viendo a una

pandilla bastante peligrosa.

—Y entonces llegó Carter —añadió Reede—. Él también te necesitaba.

—Así es. Su padre es el mayor abusador de este planeta.

—¿Qué tiene que ver toda esa necesidad conmigo? —preguntó Reede,

sonriendo—. Soy bastante autosuficiente. Soy capaz de dirigir clínicas y consultas,

así como de ocuparme de los problemas médicos de toda una ciudad, por no

hablar de sus problemas psicológicos. Nunca te lo he dicho, ni a ti ni a nadie, pero

prácticamente dirijo un servicio de citas. Una vez...

No pudo seguir. Sophie se estaba riendo a carcajadas.

—¿Tú, autosuficiente? ¿Precisamente tú...? Estás de broma, ¿no? Eres la

persona más necesitada del mundo.

—¿Yo? Sophie... —No pudo evitar sentirse herido al ver que la chica lo

conocía tan poco—. Sabes que en Edilean tengo tres ayudantes, pero cuando

viajaba al extranjero...

—Casi te haces atropellar por unos coches de carreras.

—Eso solo me pasó una vez —protestó Reede, frunciendo el ceño—. ¿Qué

intentas decirme, Sophie?

Ella suspiró. ¿Y si le confesaba lo que verdaderamente sentía, lo que

verdaderamente quería, y él la rechazaba? ¿Y si se reía ante su deseo de querer

acompañarlo en sus viajes?

—Carter y Treeborne Foods financiarán tu hospital flotante, y quiero ir

contigo.

Reede se quedó sin habla. Solo pudo parpadear desconcertado.

—Pero ¿y tus esculturas? ¿Y el fabuloso estudio que te está construyendo

Henry? Gracias a sus contactos podrías abrirte camino en el mundo del arte. Con

tu talento, serías famosa.

—No, no soy como Jecca o Kim. Lo más importante para mí no es tener

éxito en el mundo artístico. —Se acercó a él poco a poco—. Me sentí mejor

ayudando a esos niños tallando animales con patatas que con cualquier otra cosa

que haya esculpido en mi vida. —Dio otro paso hacia Reede—. ¿Hay sitio en tu

cruzada para una mujer a la que le gusta encargarse de niños traumatizados?

¿Crees que podría serte útil en tu trabajo?

—Sophie... —Reede tuvo que tragarse las lágrimas para hablar

coherentemente—. Sí, te necesito. Y los niños del mundo te necesitan. ¿Quieres

casarte conmigo y acompañarme a... a donde quiera que el mundo nos necesite?

—Sí —aceptó ella—. Me encantaría.

Reede la estrechó entre sus brazos, la besó y... y de la sala exterior les

llegaron los aplausos y los vítores de los allí reunidos. Al parecer, alguien había

pegado la oreja a la puerta. Tres minutos después, el departamento de bomberos

disparó las alarmas de su sede, Colin conectó las sirenas de los dos coches patrulla

y las campanas de las tres iglesias de Edilean repicaron jubilosas.

Reede miró sorprendido a Sophie, un segundo antes de que ambos

empezaran a reír.

—Er... Creo que todos están de acuerdo con nosotros.

—Sí —secundó Sophie—. Sí, sí y sí.