Capítulo Catorce

Eve no estaba de humor para otra pelea matrimonial, pero pensó que mejor terminaba con eso ya. Necesitaba la atención de Roarke, sus contactos -y, ya que iba a seguir la petición de su comandante y viajar a Irlanda-, su maestría en un país extranjero.

Desde que Peabody y McNab habían comenzado a atacarse el uno al otro como amantes conviviendo por mucho tiempo, los había separado, ahuyentado a asignaciones diferentes en lugares diferentes. Con su nivel competitivo actual, esperaba tener las respuestas de ambos antes del mediodía.

Hizo una pausa fuera de la puerta de la oficina de Roarke, aspirando para darse fuerzas, y dio lo que esperó fuese un golpe enérgico y de esposa.

Cuando entró, él levantó un dedo, señalándole que esperara mientras siguió hablando con dos imágenes de holograma.

- …Hasta que esté libre para viajar al complejo personalmente, confiaré que manejará esos detalles relativamente de menor importancia. Espero que el Olimpo sea totalmente operacional en la fecha fijada. ¿Entendido?

Como no hubo ninguna respuesta además de cabezadas respetuosas, se reclinó.

- Fin de la transmisión.

- ¿Problemas?- preguntó Eve cuando los hologramas desparecieron.

- Algunos menores.

- Lamento interrumpirte, pero ¿tienes un minuto?

Deliberadamente, echó un vistazo a su reloj.

- O dos. ¿Qué puedo hacer por ti, teniente?

- Realmente odio cuando utilizas ese tono.

- ¿Tú? Lástima. -Se echó hacia atrás, moviendo sus dedos-. ¿Quieres saber qué odio yo?

- Ah, me figuro lo que dirás, pero ahora mismo estoy presionada. Tengo a McNab y a Peabody persiguiendo la pista de las placas. Estoy encerrada con llave aquí porque planté una historia con Nadine, que estoy lesionada y recuperándome en casa.

- Eres buena en eso. Plantando historias.

Ella metió las manos en sus bolsillos.

- Bien, lo repasaremos y aclararemos la situación. Hice la declaración, crucé la línea oficial, insulté y desafié al asesino para que hiciera un movimiento hacia mí. Se supone que sirvo y protejo y pensé que si cambiaba su objetivo en mi dirección, compraría tiempo para quienquiera que fuese en quien se había concentrado después. Eso dio resultado y, como había calculado, estuvo lo bastante furioso para ser descuidado, así que tenemos algunas pistas que no teníamos hace veinticuatro horas.

Roarke la dejó terminar. Para darse tiempo se levantó, caminó hacia la ventana. Distraídamente ajustó el tinte del cristal para dejar entrar más luz.

- ¿Cuándo decidiste que era crédulo, simplemente estúpido, o que estaría complacido por saber que te habías usado para protegerme?

Ya basta de ser cautelosa, se decidió.

- Crédulo y estúpido son las últimas cosas que creo que eres. Y no consideré si estarías complacido o no por desviar su atención de ti a mí. Que estés lo suficiente vivo… incluso furioso y vivo está bien para mí.

- No tenías ningún derecho. Ningún derecho de arriesgarte por mí. -Él retrocedió ahora, sus ojos vivamente azules con el carácter que había ido de frígido a furioso-. No tienes ningún derecho de mierda de arriesgarte por mí.

- Ah realmente. ¿Es así? -Ella avanzó con paso majestuoso hasta que los dedos del pie se tocaron-. Bien, dime. Mírame a los ojos y dime que no habrías hecho lo mismo si fuera yo la que estuviera en peligro.

- Eso es completamente diferente.

- ¿Por qué?-Elevó su barbilla y su dedo pinchó con fuerza su pecho-. ¿Por qué tienes pene?

Él abrió la boca, una docena de palabras viles y furiosas quemaban su lengua. Fue el destello frío, completamente firme en los ojos de ella lo que lo detuvo. Se dio vuelta alejándose y golpeó el escritorio con ambos puños.

- Me tiene sin cuidado el hecho de que tengas razón.

- En ese caso, sólo te sacaré de quicio lo suficiente para que te lo trages de una sola vez. Te amo, y necesito cada trozo de ti tanto como tú me amas y necesitas. Tal vez no lo digo tan a menudo o lo demuestro suavemente, pero eso no lo hace menos verdadero. Si pincha tu ego saber que te protegería, entonces lo siento.

Él levantó sus manos, las pasó por su pelo antes de darse la vuelta.

- Esa es una manera tremenda de desbaratar un argumento.

- ¿Lo hice?

- Ya que cualquier argumento que pudiera decir me haría sonar como un tonto, parece que tienes razón.

- Bien pensado. -Ella arriesgó una sonrisa-. Entonces, si has terminado de volverte loco por mí, ¿puedo mostrarte algo?

- No dije que haya terminado de volverme loco, dije que he terminado de discutir contigo. -Él se sentó en el borde del escritorio-. Pero sí, siéntete libre de mostrarme lo que sea.

Satisfecha por eso, le dio un disco.

- Ponlo adentro. Tengo algo que puedes proyectar en la pantalla. Maximízalo.

Hizo lo que le solicitó, luego estudió la imagen. Podía ver los dedos de una mano enguantada envuelta alrededor de un dispositivo en forma de varita. El puño bloqueaba la vista, pero el patrón de muescas y los botones en el mango se veían claros. Una luz verde brillaba en la punta.

- Es un transmisor -dijo él-. Más sofisticado y ciertamente más compacto que cualquiera visto en el mercado. -Se acercó a la pantalla-. La identificación del fabricante, si la hay, está probablemente en el mango y tapada por su mano, así que no es de ninguna ayuda. Uno de mis departamentos de Investigación y Desarrollo ha estado trabajando en un transmisor más pequeño, más poderoso. Tendré que comprobar su estado.

Esto la tomó desprevenida.

- ¿Fabricas esta clase de cosas?

Captando el tono, sonrió un poco.

- Las industrias Roarke manejan varios contratos para el gobierno… para varios gobiernos, como siempre. El Departamento de Seguridad y Defensa siempre busca nuevos juguetes como éste. Y pagan bien.

- ¿Entonces quizás un dispositivo como éste podría ser uno de los trabajos de uno de tus departamentos? Brennen estaba en comunicaciones. Una de sus ramas de investigación podría haber estado trabajando en uno.

- Es bastante fácil de averiguar. Comprobaré cual de mis ramas particulares tiene algo como de esta líneas en sus bases de datos, y haré que uno de mis topos compruebe la organización de Brennen.

- ¿Tienes espías?

- Recogedores de datos, querida. Ellos se oponen a ser llamados espías. ¿Tienes el resto de lo de tu hombre en el disco?

- Ve un cuadro atrás.

- Computadora, mostrar imagen previa en la pantalla.

Roarke miró con ceño fruncido el cuadro y, usando los vehículos para puntos de referencia, especuló.

- Alrededor de un metro setenta y cinco, probablemente unos setenta kilos por como le cuelga el abrigo. Es muy pálido, viendo esa muestra de piel que se puede ver. Yo no diría que pasa mucho tiempo al aire libre, luego su profesión, si tiene una, es de cuello probablemente blanco.

Roarke inclinó su cabeza y siguió.

- No hay manera de calcular su edad, excepto… se mantiene joven. Puedes ver parte de su boca. Sonríe. Bastardo satisfecho. Su gusto en el vestir es miserablemente inferior.

- Es el abrigo de la fuerza de policía -dijo Eva con sequedad-. Pero me inclino a pensar que no tiene conexión con el departamento. Los policías no llevan puestos zapatos de aire, y ninguno de la fuerza tiene acceso a la clase de conocimiento o equipo que este tipo tiene o la DDE lo habría agarrado rápidamente. Puedes comprar uno de esos abrigos en un par de docenas de tiendas sólo en Nueva York-. Ella esperó una respuesta-. Pero lo verificaremos de todos modos.

- ¿La camioneta?

- Lo estamos comprobando. Si no la robó, y está registrada en el estado de Nueva York, estrecharemos bastante el campo.

- Eres muy optimista, Eve. Yo probablemente tengo veinte de estas camionetas registradas en Nueva York en varias tiendas. Camionetas de reparto, unidades de mantenimiento, transporte de personal.

- Es más que lo que teníamos cuando comenzamos.

- Sí. Computadora, salir. -Él se dio la vuelta-. ¿Peabody y McNab pueden manejar el trabajo en la calle por un día o dos?

- Seguro. Además, Feeney regresa bastante pronto y lo voy a reclutar.

- Están terminando con el cuerpo de Jennie. Será liberado esta tarde.

- Oh.

- Te necesito para venir conmigo, Eve, a Irlanda. Comprendo que el viaje podría no ser conveniente para ti, pero te lo pido por un par de días.

- Bien, yo…

- No puedo ir sin ti. -La impaciencia surgió, brilló en sus ojos-. No iré sin ti. No puedo hacer un viaje de tres mil millas de distancia si este bastardo trata de dar contigo otra vez. Te necesito conmigo. He hecho ya los arreglos. Podemos marcharnos en una hora.

Ella pensó que mejor caminaba hacia la ventana de modo que no pudiera ver que luchaba por contener una sonrisa. Era deshonesto, supuso, no decirle que había tenido la intención de pedirle ir a Dublín con él esa tarde. Pero era una oportunidad demasiado buena de desperdiciar.

- ¿Es importante para ti?

- Sí, mucho.

Ella retrocedió para sonreírle con lo que creyó era un comedimiento admirable.

- Entonces iré contigo.

* * * * *

- Quiero los datos a medida que vayan entrando. -Eve caminó por la cabina del avión privado de Roarke y contempló la cara sobria de Peabody en su comunicador-. Envía todo al hotel en Dublín, y envíalo cifrado.

- Trabajo en la camioneta. Hay más de doscientas registradas en Nueva York de la marca y modelo con el tinte de privacidad.

- Revísalas. Cada una. -Se pasó una mano por el pelo, determinada a no dejar pasar un solo detalle-. Los zapatos parecían nuevos. La computadora debería ser capaz de estimar el tamaño. Busca los zapatos, Peabody.

- ¿Quieres que busque los zapatos?

- Eso es lo que dije. Las ventas de aquella marca con suelas de aire en los últimos dos, no, tres meses. Podríamos obtener resultados.

- Es consolador creer en milagros, teniente.

- Detalles, Peabody. Deberías creer en los detalles. Verifica las ventas del abrigo de la fuerza policial, con las ventas de esa talla. ¿Trabaja McNab en el transmisor?

- Eso dijo. -La voz de Peabody se enfrió-. No he tenido noticias de él en más de dos horas. Se supone que está hablando con el contacto que le suministró Roarke en Investigación y Desarrollo de Electrónica Futuro

- Las mismas órdenes para él, todos los datos, cifrados, a medida que tengan acceso a ellos.

- Sí, señor. Mavis ha llamado dos veces. Summerset le dijo que descansabas cómodamente y que, conforme a las órdenes del doctor no podías recibir visitas. La Doctora Mira también llamó, y envió flores.

- ¿Sí? -Sorprendida y desconcertada por la idea, Eve hizo una pausa-. Tal vez deberías agradecerle o algo. Maldición, ¿cómo de mala se supone que estoy?

- Bastante mala, Dallas.

- Odio esto. Probablemente el bastardo está celebrando. Asegurémonos que no festeje por mucho tiempo. Consígueme los datos, Peabody. Estaré de vuelta dentro de cuarenta ocho horas, y quiero clavarlo.

- Estaremos balanceando el martillo cuando hablemos, señor.

- No machaques tu pulgar -advirtió Eve y terminó la transmisión. Guardó el comunicador en su bolsillo y miró a Roarke. Él había estado perdido en sus propios pensamientos durante parte del vuelo, hablando poco. Eve se preguntó si era tiempo de decirle que ya se había puesto en contacto con la policía de Dublín y tenía una cita con una tal inspectora Farrell.

Se sentó frente a él, puso sus dedos en su rodilla.

- Entonces… ¿vas a llevarme a los lugares favoritos de tu juventud malgastada?

Él no sonrió como había esperado, pero desvió su fija mirada de la ventana a su cara.

- No serían lugares particularmente pintorescos.

- Pueden no estar entre los puntos se interés turísticos, pero sería provechoso coincidir con algunos de tus antiguos amigos y compañeros.

- Tres de mis antiguos amigos y compañeros están muertos.

- Roarke…

- No. -Enojado consigo mismo, levantó una mano-. Darle demasiadas vueltas no ayuda. Te llevaré a La Puerca Penny.

- ¿ La Puerca Penny? -Se enderezó rápidamente-. La esposa de Brennen dijo que él solía ir allí. ¿Un bar, verdad?

- Un pub. -Ahora sonrió realmente-. El centro social y cultural de una raza que va de la leche de la madre directamente a la cerveza negra. Y deberías ver la calle Grafton. Solía desplumar bolsillos allí. Además están los estrechos callejones de Dublín del Sur donde dirigí juegos de azar hasta que moví mi casino portátil a la trastienda de la carnicería de Jimmy O'Neal.

- Tiras de salchichas y dados cargados.

- Y más. Entonces empecé con el contrabando. Una empresa aventurera y la base financiera para Industrias Roarke -se inclinó hacia adelante, abrochando el cinturón de seguridad de ella-. E incluso con toda esa experiencia, mi corazón fue robado por una policía y tuve que cambiar mis costumbres.

- Algunas de ellas.

Él se rió y, echando un vistazo por la ventana, miró la ciudad de Dublín alzarse hacia ellos.

- Algunas de ellas. Ahí está el río Liffey, y los puentes brillando al sol. Dublín es un lugar por la tarde.

Él tenía razón, decidió Eve menos de una hora después cuando estaban dentro de una limusina y corriendo junto con el tráfico. Supuso que había esperado que fuera más como Nueva York, atestada, ruidosa e impaciente. Ciertamente era ajetreada, pero había alegría debajo el ritmo.

Las coloridas puertas iluminaban los edificios, los puentes arqueados añadían encanto. Y aunque fuera mediados de noviembre, las flores florecían en abundancia.

El hotel era una magnífica estructura de piedra con ventanas arqueadas y un aire parecido a un castillo. Tuvo sólo un vistazo del vestíbulo con su techo altísimo, mobiliario regio y paredes oscuras antes de que fueran llevados hasta su suite.

No se esperaba que hombres como Roarke se preocuparan con tales detalles molestos como el registro. Todo estaba listo para su llegada. Los floreros enormes de flores frescas, las fuentes llenas de frutas, y una generosa garrafa de fino whisky irlandés los esperaban. Y las ventanas altas brillaban con las últimas luces rojas del sol poniente.

- Pensé que preferirías el frente de la calle, así podrás mirar la ciudad por ahí.

- Lo hago. -Ella estaba ya en las ventanas, las manos metidas dentro de sus bolsillos traseros-. Es bonito, como… No sé, una pintura animada. ¿Viste los carritos de comida? Cada uno de ellos era brillante, los paraguas tiesos y brillantes. Incluso los canales parecen que alguien los acaba de limpiar

- Todavía dan premios a los pueblos más cuidados en Irlanda.

Ella se rió, divertida y preguntó.

- ¿Pueblo cuidado?

- Es materia de orgullo, y una calidad de vida a la que la mayoría está poco dispuesta a renunciar. En el campo todavía verás cercas de piedra y colinas bastante verdes para sobresaltar al ojo. Casitas de campo y cabañas con techos cubiertos de paja. La turba encendida y flores en el camino. El irlandés mantiene sus tradiciones con mano firme.

- ¿Por qué te marchaste de aquí?

- Porque mis tradiciones eran menos atractivas y más fácil de soltar. -Él sacó una margarita amarilla brillante de un arreglo y se lo dio-. Me daré una ducha, luego te mostraré.

Se volvió hacia la ventana, girando la margarita distraídamente por su tallo. Y se preguntó cuánto más vería del hombre con el que se había casado antes de que terminara la noche.

* * * * *

Había partes de Dublín que no eran tan alegres, donde los callejones tenían el olor universal de la basura rancia, chillidos de gatos que se escabullían en las sombras. Aquí vio el lado más bajo de cualquier ciudad, hombres que caminaban rápidamente, con los hombros encorvados, mirando hacia todos lados. Oyó la risa dura con murmullos desesperados y el gemido de un bebé hambriento.

Vio a un grupo de muchachos, los más viejos no tenían más de diez. Caminaron casualmente, pero Eve cogió el destello calculador en sus ojos. Si hubiera tenido su arma, su mano habría estado en ella.

La calle era su territorio, y ellos lo sabían.

Uno topó ligeramente con Roarke cuando pasaron.

- Perdón -comenzó él, luego maldijo cuando Roarke lo agarró por el cogote.

- Presta atención a las manos, jovenzuelo. No cuido lo de otro, pero sí mi propio bolsillo.

- Suélteme. -Se balanceó, de manera cómica en alto cuando Roarke lo sostuvo a distancia-. Maldito bastardo, nunca birlé nada.

- Sólo porque tienes manos gruesas. Cristo, yo era mejor que tú cuando tenía seis años.

Le dio al muchacho una sacudida rápida, más por la exasperación por su torpeza que por la molestia del acto en sí mismo.

- Un turista borracho de los condados del Oeste habría sentido ese tanteo. Y eras obvio también. -Miró hacia abajo a la cara furiosa del muchacho y sacudió su cabeza-. Lo harías mejor como pasador que como carterista.

- Magnifico, Roarke, por qué no le das unas lecciones de robo ya que estás en ello.

Ante las palabras de Eve los ojos del muchacho vacilaron y se estrecharon. Dejó de luchar.

- Cuentan historias de un Roarke que solía trabajar en estas calles. Vivió en las chabolas e hizo él mismo una fortuna con audacia y dedos rápidos.

- Tienes la audacia, pero no los dedos.

- Trabajan bastante bien la mayoría de las veces. -Relajado ahora, el muchacho dirigió Roarke una sonrisa rápida y encantadora-. Y si no lo hacen puedo superar a cualquier poli con las dos piernas.

Roarke se inclinó y bajó su voz.

- Esta es mi esposa, tonto, y ella es poli.

- Jesús.

- Exactamente. -Metió la mano en su bolsillo, sacó un puñado de monedas-. Yo guardaría esto para mí mismo en tu lugar. Tus socios se dispersaron como ratas. No se quedaron contigo y no merecen una parte.

- No lo dividiré después. -Las monedas desaparecieron en su bolsillo-. Ha sido un placer haberlo conocido. -Él deslizó su mirada a Eve, saludó con la cabeza con sorprendentemente dignidad-. Patrona -murmuró, luego corrió como un conejo hacia la oscuridad.

- ¿Cuánto le diste?-preguntó Eve.

- Bastante para mejorar su humor y no molestar su orgullo. -Él deslizó su brazo alrededor de su cintura y comenzó a andar otra vez.

- ¿Te recuerda a alguien?

- No verdaderamente -Roarke dijo con una exaltación que no había esperado sentir-. Nunca habría sido agarrado con tanta facilidad.

- No veo que sea algo para jactarse. Además, tus dedos no serían tan ligeros estos días.

- Estoy seguro que tienes razón. Un hombre pierde su toque con la edad -sonriendo, sostuvo la insignia que le había levantado de su bolsillo-. Pienso que esto es tuyo, teniente.

Ella se lo arrebató y luchó para no sentirse ni divertida, ni impresionada.

- Fanfarrón.

- Me costó dejarte menospreciar mi reputación. Y aquí estamos. -Él se detuvo otra vez, estudiando el pub-. La Puerca Penny. No ha cambiado mucho. Un poco más limpio tal vez.

- Podría estar preparándose para el concurso por el premio del pueblo cuidado.

Era poco impresionante desde fuera. La ventana ostentaba la imagen de un cerdo blanco con ojos astutos. No había flores, pero el cristal estaba libre de manchas, y la acera estaba libre de basura.

Roarke abrió la puerta y en un instante ella sintió la acometida del calor, el flujo nervioso de voces y música, la nube de vapores de cerveza y humo.

Era un cuarto largo, estrecho. Los hombres alineados en una vieja barra de madera. Los otros, incluso mujeres y niños jóvenes, estaban sentados alrededor de mesas bajas llenas de vasos que atestaban el espacio. En el extremo lejano, en una cabina diminuta se sentaban dos hombres. Uno tocaba un violín, el otro una pequeña caja por donde salía una melodía nerviosa.

En lo alto de la pared había una mini-pantalla con el sonido silenciado. En ella un hombre luchaba por montar una bicicleta cuesta abajo por una vereda llena de hoyos e iba a los tumbos. Nadie parecía mirar el espectáculo.

Detrás de la barra dos hombres trabajaban, tirando cervezas, sirviendo licor. Varias personas les echaron un vistazo sobre ellos cuando entraron, pero las conversaciones no se detuvieron.

Roarke se movió hacia el final de la barra. Reconoció al mayor de los cantineros, un hombre de su misma edad que había sido una vez delgado como un riel y pleno de un humor socarrón.

Mientras esperaba que lo atendieran, puso una mano en el hombro de Eve y lo frotó distraídamente. Estaba agradecido por tenerla a su lado mientras hacia este corto viaje al pasado.

- Guinness, una pinta

[14] y un vaso por favor.

- En camino.

- ¿Qué voy a beber?-preguntó Eve.

- El corazón del reino -murmuró Roarke, y miró a su viejo amigo servir las bebidas con una maestría admirable-. Es un gusto adquirido. Si no te gusta, te pido una Harp.

Eve estrechó sus ojos contra el humo.

- ¿No saben que el tabaco ha sido prohibido en sitios públicos?

- En Irlanda no, no en los pubs.

El cantinero volvió con las bebidas. Eve levantó la suya para beber a sorbos mientras Roarke sacaba más monedas de su bolsillo. Sus cejas se unieron ante el primer sorbo, luego sacudió su cabeza con el segundo.

- Sabe como algo que debería masticar.

Roarke sonrió suavemente y el camarero dijo.

- Entonces usted es yanqui entonces. ¿Su primera Guinness?

- Sí. -Eve miró con ceño fruncido el vaso, girándolo despacio examinando el líquido marrón oscuro con su borde blanco espumoso.

- ¿Es su última también?

Ella bebió a sorbos otra vez, sosteniendo la cerveza en su boca durante un momento, luego tragando.

- No. Creo que me gusta esto.

- Eso es bueno. -El cantinero sonrió abiertamente, y con esmero recogió las monedas de Roarke-. Le invito la primera.

- Eres muy amable, Brian. -Roarke vio girar la mirada admirativa de Brian a Eve para estudiarlo.

- ¿Le conozco? Tiene una mirada familiar que no logro ubicar completamente.

- Hace quince años, más o menos, así que tu memoria podría ser débil incluso después de todas las cosas que pasamos. Te reconocí bastante fácil, Brian Kelly, aunque has engordado un kilo o dos. Quizás tres. -Roarke dirigió una sonrisa, y esa sonrisa le hizo reconocerlo.

- Bueno, maldición, guarden sus mujeres. Es él mismo Roarke. -Los labios de Brian se estiraron en una sonrisa de un kilómetro de largo cuando golpeó con un puño la cara de Roarke.

- Jesucristo -fue lo mejor que Roarke pudo decir cuando su cabeza cayó hacia atrás. Mantuvo el equilibrio, y sacudió su cabeza para despejarse.

- Un golpe a traición -comentó Eve, y tomó otro sorbo de cerveza negra-. Tienes amigos agradables, Roarke.

- Le debía eso. -Brian sacudió un dedo-. Nunca volviste con las cien libras que eran mi justa parte del dinero de la carga.

Filosóficamente Roarke golpeó la palma sobre el corte de su labio para sacarse la sangre. Después de la pausa, tanto la música como el zumbido de la conversación siguieron.

- Me habría costado más de cien libras volver en aquel punto con la guardia merodeando. -Roarke recogió su pinta, bebió a sorbos para calmar su boca-. Pensé que te lo había enviado.

- Maldito si lo hiciste. Pero que son cien libras entre amigos. -Con una risa rugiente, Brian agarró los hombros de Roarke, lo llevó hacia la barra, y lo besó en su boca sangrante-. Bienvenido a casa, maldito bastardo. ¡Ey allí! -Él gritó a los músicos-. Toquen “El Salvaje Vagabundo” para mí viejo amigo aquí, ya que eso es lo que alguna vez fue. Y he oído que tiene bastante oro de sus fábricas, suficiente para pagar una ronda por la casa.

Los clientes aclamaron y la música se volvió más animada.

- Pagaré una ronda por la casa, Bri, si me das a mí y mi esposa unos minutos de tu tiempo atrás.

- Esposa, ¿de verdad?-rugió otra vez y tiró de Eve para darle un alegre beso-. María bendita sálvanos a todos nosotros. Te daré unos minutos y más, ya que poseo el lugar ahora. Michael O'Toole, ven acá atrás y dale a Johnny una mano con la barra. Tengo algo que hacer.

Presionó un botón bajo la barra y una puerta estrecha al final se abrió de golpe.

La trastienda, descubrió Eve, era un cuarto privado diminuto con una sola mesa y dispersas sillas. La luz era débil, pero el suelo brillaba como un espejo. Por la puerta cerrada, la música sonaba.

- Te casaste con este réprobo -dijo Brian, suspirando cuando se sentó en una silla que crujió bajo su peso.

- Sí, bien, él me lo imploró.

- Tienes un bonita chica aquí, muchacho. Alto, con los ojos del mejor whisky irlandés.

- Ella me atrapó. -Roarke sacó sus cigarrillos, ofreció uno a Brian.

- Americano. -Cerró sus ojos de placer cuando Roarke lo encendió para él-. Todavía tenemos problemas consiguiendo de éstos por aquí.

- Te enviaré una caja para compensarte por los cien.

- Puedo vender una caja de yanquis por diez veces eso. -Brian sonrió abiertamente-. Así que aceptaré. ¿Qué te trae a La Puerca Penny? Oigo que vienes a Dublín de vez en cuando por tus negocios de hombre rico, pero no andas por nuestros caminos.

- No, no lo hago. -Roarke encontró sus ojos-. Fantasmas.

- Sí -afirmó Brian con la cabeza, entendiendo perfectamente-. Hay muchos en las calles y callejones. Pero ahora has venido, con tu bonita esposa.

- Sí. Habrás oído sobre Tommy Brennen y los demás.

- Asesinados. -Brian sirvió de la botella de whisky que había tomado de debajo de la barra-. Tommy entraba de vez en cuando hace años. No a menudo, pero de vez en cuando, y sabíamos de él. Lo vi con su esposa, y sus niños una vez, paseando por la calle Grafton. Me vio también, pero no era un momento para hablar a mi gusto. Tommy, bien, él prefirió guardarse ciertas partes de lo que había sido a su familia.

El levantó su vaso más en resignación que brindis.

- Shawn ahora, era raro. Escribía desde Nueva York, siempre afirmando que hacía una fortuna, y que cuando terminara de contar todo su dinero, regresaría. Un buen mentiroso era Shawn -dijo y bebió.

- He traído el cuerpo de Jennie conmigo.

- ¿Lo hiciste?-Con su cara amplia y rubicunda, Brian saludó con la cabeza-. Eso es lo correcto. Ella habría querido eso. Tenía un corazón dulce, Jennie. Espero que agarren al maldito bastardo que lo hizo.

- Ese es uno de los motivos que estamos aquí, esperando que puedas ayudarnos.

- ¿Qué podría hacer yo ahora, estando un océano lejos de donde fue cometido el hecho?

- Porque todo comenzó aquí, con Marlena. -Roarke tomó la mano de Eve-. No te presenté correctamente a mi esposa, Brian. Esta es Eve. Teniente Eve Dallas, Policía y Seguridad de Nueva York.

Brian se ahogó con su whisky, golpeó su pecho para hacer entrar aire a sus pulmones. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

- ¿Poli? ¿Te casaste con una maldita poli?

- Me casé con un maldito criminal -refunfuñó Eve-, pero nadie nunca piensa en eso.

- Yo lo hago, querida -divertido, Roarke besó su mano-. Constantemente.

Brian soltó otra de sus risas alegres y sirvió otro trago.

- Vaya par. Y se están formando témpanos en el Infierno.

* * * * *

Tendría que posponer al siguiente.

Rezó por paciencia. Después de todo, había esperado mucho tiempo ya. Pero era una señal de Dios, entendía eso. Se había salido del camino, actuando según sus propios deseos, cuando había plantado la bomba en su coche.

Había pecado, y había rezado tanto por perdón como por paciencia. Sólo tenía que escuchar a la fuerza guiadora. Lo sabía, y estaba arrepentido. Las lágrimas nublaron su visión cuando se arrodilló, aceptando su penitencia, su castigo por su vanidad y arrogancia.

Como Moisés, había vacilado en su misión y había probado a Dios.

El rosario tintineó musicalmente en sus manos cuando se movió de cuenta a cuenta, de decena a decena, con una experta facilidad y profunda devoción.

Salve María, llena eres de gracia.

No usó ningún cojín para sus rodillas, ya que le habían enseñado que el perdón exigía dolor. Sin él, no se habría sentido limpio. Velas votivas, blancas por la pureza, parpadeaban y llevaban el olor débil de la cera.

Entre ellas, la imagen de la Virgen lo miraba silenciosamente. Indulgentemente.

Su cara estaba sombreada por la luz de las velas, y resplandeciente por las visiones de su propia salvación.

Bendita eres entre todas las mujeres.

El himno a la Madre Virgen era su plegaria favorita, y en absoluto una penitencia. Era un consuelo. Cuando completó el quinto de los nueve rosarios que se había dado como penitencia, consideró los Misterios Dolorosos. Limpió su mente de asuntos mundanos y pensamientos carnales.

Como María, él era virgen. Le habían enseñado que su inocencia y su pureza eran los caminos a la gloria. Siempre que la lujuria arrastrara su camino sigiloso a su corazón, calentando su sangre, manchando su piel, luchaba contra aquel demonio susurrante con toda su fuerza. Tanto su cuerpo, bien entrenado, como su mente, bien afilada, estaban dedicados a su fe. Y las semillas de su fe fueron sembradas en sangre, arraigaron en la venganza, y florecieron con la muerte.