CAPÍTULO XII
Siguiendo la advertencia de su comandante, Tyler tenía controlados a todos los «aparecidos».
Por ello mismo, se fue corriendo cuando le comunicaron que dos de aquéllos rondaban por las inmediaciones donde estaba instalado el arsenal.
Desde que sucedió el anterior intento de apoderarse del propulsor de entretenimiento, permanecía un centinela visible, más un segundo oculto y en comunicación continua con el teniente.
Ambos muchachos que ocupaban los citados puestos, eran de probada confianza.
Por eso salió disparado para reunirse con el centinela oculto nada más recibir el aviso que habían convenido y presentándose allí por un pasadizo secreto.
Cuando estuvo a su lado, le preguntó:
—¿Qué pasa, Roney?
—Mire a esos dos «aparecidos», teniente. Hace un rato que con disimulo están rondando por aquí.
En efecto, así era.
Tyler no les perdía de vista, al igual que el muchacho que estaba de puesto.
Le preguntó:
—¿Estás seguro que se trata de dos «aparecidos», como les llamáis?
—Sí, señor. Sin lugar a dudas. Les tenemos a todos controlados por la forma tan rara que se comportan.
El centinela visible, con antelación, ya fue advertido del peligro inminente por el que permanecía oculto.
El teniente Tyler había puesto su mayor celo en seguir las instrucciones de su comandante y no estaba dispuesto a que se originaran más hechos desagradables en ausencia de Stephen.
Los dos «aparecidos» parecía que se recelaban algo, o bien no daban con el momento propicio para decidirse de una vez.
Esto también podría ser debido a que el centinela visible, por natural instinto de conservación, aunque disimulando, descuidaba lo menos posible la vigilancia de donde podía partir el peligro.
Ambos «aparecidos» cuchichearon entre sí y uno de ellos introdujo la mano en un bolsillo extrayendo una cajita que el teniente reconoció en el acto.
No esperó más. Saliendo de la estancia donde permanecieron al acecho y seguido del centinela allí emplazado, ambos con las armas en la mano, el teniente les gritó:
—¡Alto! Las manos arriba y al menor movimiento sospechoso, disparo.
Quedaron tan sorprendidos aquellos individuos, que sus músculos se paralizaron.
Tyler les tuvo que repetir enérgico:
—¡He dicho que las manos en alto!
Al momento obedecieron, dándose cuenta que el centinela del arsenal les estaba apuntando y a sus espaldas, al volverse, vieron al teniente y al otro muchacho que estaban haciendo lo mismo encañonándoles.
—Roney, no dejes de apuntarles y dispara a la menor sospecha.
Resaltaba bien a las claras el terror que se había posesionado de los dos sorprendidos, permaneciendo con las manos en alto y sin osar moverse.
Uno de ellos tenía la cajita en la mano y precisamente a éste se dirigió el teniente en primer lugar para apropiarse de la misma.
La contempló y comprobó que era de idénticas características a la que encontró en el laboratorio de Harold.
Se la guardó y procedió a cachearlo. Dio con un arma especial que llevaba oculta compuesta de un material algo similar al plástico.
Al palparle el pecho, notó algo raro. De un enérgico tirón le desabrochó y pudo observar que adosado a la caja torácica había un objeto cuadrangular como de un centímetro de espesor y del que partían varios electrodos insertos en la piel.
Se quedó altamente intrigado por lo que veía.
Pero no perdió el tiempo. Procedió a registrar al otro y en él halló otra cajita, el arma de las mismas características que el anterior e igualmente luciendo en su pecho aquel objeto cuadrangular.
Sospechó que tal objeto podría tratarse muy bien de un emisor-receptor, por lo que procedió a desconectar los electrodos que quedaron sujetos a la piel por el otro extremo y desposeyéndoles del objeto cuadrangular.
Luego que terminó con este menester, les ordenó:
—Podéis bajar los brazos y caminar hacia adelante. Os prevengo que si queréis conservar el pellejo, nada de tonterías.
En compañía de Roney les condujo a una celda de seguridad, apostando a un centinela con la orden severísima de no dejar acercar a nadie.
—Si no hacen caso a tus indicaciones, disparas inmediatamente. Únicamente yo en persona podré acercarme. ¿Has comprendido bien?
—Sí, señor.
—Roney, vente conmigo que todavía nos queda mucho que hacer,
Tyler le dio unas órdenes concisas a Roney y éste, a intervalos de cinco minutos, fue avisando a cada uno de los seis restantes «aparecidos» para que se presentaran ante el teniente a recibir instrucciones.
Para que no se recelaran que la llamada era exclusivamente a ellos, avisaba al mismo tiempo a otro de los muchachos que no pertenecían a dichos «aparecidos».
Nada más hacer acto de presencia la pareja ante el teniente, éste conminaba al «aparecido» a que levantara las manos y al otro muchacho le daba un arma para que lo mantuviera encañonado.
Después del registro, les hacía pasar a una estancia contigua, en donde era vigilado por el acompañante adicto.
Y así fueron apresados todos encontrándose invariablemente en los seis, la cajita, el arma oculta y el objeto cuadrangular.
Posteriormente fueron conducidos, bien escoltados, a la celda de seguridad.
Cuando estuvieron los ocho reunidos, el teniente les preguntó:
—¿Hay otros más de vosotros en el campamento?
No le vino de nuevo que dieran por callada la respuesta, por lo tanto no perdió el tiempo haciendo más preguntas.
Ordenó a los cuatro sanitarios que estaban integrados en el Batallón, que se presentaran ante él.
Una vez se hallaron en su presencia, les ordenó:
—Desabrocharos para que os vea el pecho.
Quedaron un poco extrañados por lo que les decía el teniente, pero la disciplina les obligaba a obedecer las órdenes y sin comentarios posteriores, por absurdos que les parecieran, a no ser instados por un oficial de categoría superior.
Tyler les examinó y no vio rastro alguno de adherencias en aquellos pechos jóvenes.
Luego se llevó a los cuatro a la celda de seguridad, indicándoles:
—Quiero que os fijéis bien en los pechos de estos individuos.
Estuvieron observando aquellos electrodos fijos por un extremo en la piel y la huella del objeto cuadrangular.
De nuevo en su estancia de mando, les expuso:
—Bajo el pretexto de efectuar una de las revisiones periódicas, quiero que examinéis a todo el personal sin excepción alguna. En cuanto descubráis a uno con huellas como las que muestran los detenidos, mucho cuidado con él. Apresarlo y me lo traéis. Y para que cunda el ejemplo, examinarme a mí.
A sus palabras unió la acción y los cuatro pudieron comprobar que el teniente no presentaba huella alguna.
De lleno se dedicaron al trabajo y a media tarde, el jefe de sanitarios le pudo dar la novedad que todos habían sido examinados, excepto los que estaban fuera del campamento, y sin encontrar ninguna anormalidad.
El teniente Tyler entonces quedó tranquilo y satisfecho de lo que había adelantado y todo gracias a las indicaciones de su comandante.
Al anochecer llegó al campamento Arthur en compañía de Harold de regreso de la capital del «Tierra 2».
Nada más llegar, Arthur fue sostenido a examen por el mismo teniente, quien le puso al corriente de lo sucedido.
Le hubiera gustado hacer lo mismo con Harold, pero debido a la tirantez existente, no se atrevió a empeorar las cosas.
Por otra parte, éste se fue al laboratorio sin dirigirle la palabra.
A primeras horas de la mañana, el teniente Tyler recibió una llamada urgente de su comandante.
—¡Tyler! ¿Ha regresado Harold?
—Si, al caer la noche.
—¿Has hablado con él?
—No me ha dicho ni una palabra.
—Nos vamos a la capital del «Tierra 2». Hay algo raro que tengo que aclarar sin demora. Ten preparado a todo el campamento ante una posible acción.
—A la orden.
—¿Alguna novedad?
—Sí y de suma importancia.
—¿Qué ha ocurrido?
Tyler, en pocas palabras, le resumió todo lo acaecido, añadiendo al final:
—Todo el «material» está a buen recaudo para tu examen.
—Buen trabajo, Tyler. Te felicito. En cuanto a Harold, has hecho bien. No le digas nada y ya me entenderé con él. Ahora, corto. Regresaremos en seguida que pueda.
Stephen, de camino hacia la capital del planeta artificial, puso al corriente a los de su patrulla de cuanto había sucedido en el campamento y puestos de tácito acuerdo, todos dejaron al descubierto sus pechos.
Rieron por la coincidencia de tener la misma idea.
Una vez llegaron al astródromo, sin pérdida de tiempo, los cuatro se desplazaron en un' vehículo oficial al domicilio de Caroline y de Julie.
Los de su patrulla quedaron en el vehículo y Stephen se dirigió hacia la puerta del alojamiento de ambas.
Por más que llamó, allí no le abrió nadie y posteriormente, le informaron que desde el día anterior que no estaban.
Precipitadamente subió de nuevo al vehículo para dirigirse al edificio donde estaba instalado el Departamento de Legaciones del «Tierra2».
A Michel le hizo quedar a cargo del vehículo y a Philips y a Peter, les dijo que le siguieran.
—En cuanto me veáis hablar con una señorita morena, muy mona, no la perdáis de vista y si sale del edificio para dirigirse a alguna Legación extranjera, la detenéis antes que entre y la traéis a mi presencia.
—Con mucho gusto lo haremos.
—Sin sobrepasaros, ¿eh? Hasta el momento actual, se trata nada menos que de mi novia.
—Perdón, señor, por nuestra vehemencia.
Stephen ya no escuchó sus palabras, puesto que en aquel momento descubrió de espaldas la silueta inconfundible de Julie.
Fue hacia ella y antes de llegar, la llamó:
—¿Julie...?
Esta siguió sus pasos sin volverse.
Apresuró los suyos y al alcanzarla, volvió a llamarla:
—¿Julie? ¿No me has oído?
Esta se volvió con una cara inexpresiva y como saliendo de un letargo, con mal simulado entusiasmado, manifestó:
—¡Hola, Stephen!
El comandante se quedó como si le hubieran echado un jarro de agua fría y no pudo evitar el manifestar:
—¿Pero es que no me das ni siquiera un beso?
Una breve pausa, para luego contestarle:
—Claro que sí. Tómalo.
Lo hizo y esto terminó de desconcertarle. Aquel beso no era de la dulce y apasionada Julie que tan bien recordaba. Carecía de entusiasmo, de sincero cariño.
Ella, con una sonrisa, le preguntó:
—¿Satisfecho?
Stephen, todavía confuso, repuso:
—Sí..., sí...
—¿Y a qué has venido, Stephen?
Le chocó la pregunta, pero le contestó con sinceridad:
—Pues aparte de verte a ti, a entrevistarme con el jefe del Departamento.
—Mira qué bien. Precisamente me dirijo a su despacho.
—Mejor que mejor, puesto que llevamos el mismo camino.
Ya repuesto de sus sensaciones, la sangre fría volvió a él, por lo que la cogió del brazo con naturalidad para seguir pasillo adelante.
Notó a la perfección que ella tuvo un estremecimiento al contacto de su mano e incluso inició un movimiento para librarse de la misma y acto seguido reprimirse y seguir caminando de aquel modo enlazados.
Julie, le preguntó:
—¿Tienes concertada la audiencia?
—No es necesario. Mister Black me recibe a todas horas.
Ella, con disimulo, se mordió los labios.
Habían llegado ante la puerta y la propia Julie llamó.
—Adelante —le respondieron.
—Señor, el comandante Spivey.
—¡Ah! Que pase, que pase. ¡Pero, hombre de Dios, con lo que tenía...!
Se cortó en lo que iba a decir al reparar que Julie estaba presente.
Pero Stephen, consciente de lo que iba a manifestar, le aclaró:
—Puede hablar con toda tranquilidad. La señorita Julie Ward es mi prometida.
—Mi enhorabuena por tal noticia. No ha tenido mal gusto, comandante.
Julie, manifestó:
—Si tienen algo que hablar, yo me retiro.
Stephen la cogió del brazo para detenerla.
—No, de ninguna de las maneras. Ya casi eres mi esposa y entre marido y mujer no tienen que existir secretillos —le manifestó con velada ironía.
—Eso está muy bien, comandante; pero que muy bien. Y ahora a lo que nos interesa. Tenía usted razón, Spivey, se ha descubierto una vil conjura al interceptar las comunicaciones de la Legación de Tilaxia.
Stephen, que todavía mantenía cogida a Julie, notó que ésta se estremeció y por el rabillo del ojo pudo observar la palidez de su rostro.
—Esperan recibir refuerzos inmediatos para apoderarse del «Tierra 2» y posteriormente invadir nuestro auténtico planeta. Aquí tiene todas las comunicaciones interceptadas.
Stephen soltó a Julie y cogió lo que le entregaba el jefe del Departamento de Legaciones.
Continuó este último:
—Además, gracias a la instalación de cámaras ocultas que han funcionado ininterrumpidamente, se ha captado a cuantos han entrado o salido de la Legación del planeta Tilaxia desde el momento que se estableció la vigilancia a instancia suya. Voy a proyectárselo.
Harry Black puso en marcha los dispositivos para mostrarle a Stephen toda la información que habían recopilado hasta aquellos momentos, de cuantos visitaron o abandonaron la Legación de Tilaxia.
Ante él fueron desfilando rostros completamente desconocidos, pero otros hartamente reconocibles, entre los que se contaba el capitán Cliff.
Lo que llamó más la atención del comandante, fue la aparición de Harold.
Al llegar aquí, Stephen rogó al señor Black:
—Por favor. ¿Quiere retroceder y pasar de nuevo esta última secuencia?
—Con mucho gusto.
Efectuó las manipulaciones adecuadas y de nuevo observó las imágenes, fijándose, más que todo, en la indicación de la hora en que se había captado aquello.
Extrajo un bloc de notas y en el mismo anotó algo, sin perder de vista el curso de la filmación.
Llegó un momento en que casi dio un salto en el asiento que ocupaba.
Las imágenes que se presentaban ante él, eran las que correspondían a Julie y a Caroline entrando en la Legación de Tilaxia. El horario sobrepuesto, era posterior al de Harold.
Tomó nota y de soslayo miró hacia donde estaba Julie.
¡Esta había desaparecido!
Sin inmutarse siguió prestando atención a la proyección. Posteriormente vio a Julie que salía sola de la Legación del planeta en cuestión.
Henry Black le hizo notar esta particularidad:
—Comandante Spivey.
—¿Diga, señor?
Miró a su alrededor y al comprobar que Julie no se encontraba allí, continuó con mucha gravedad:
—¿Se ha dado cuenta que su prometida ha visitado la Legación?
—Perfectamente, señor Black. Le ruego que repita la llegada de Julie con Caroline, hermana de ella, a la Legación y la aparición de Julie saliendo de la misma.
Hizo lo que le indicó Stephen, fijando en una segunda y tercera pantalla las imágenes que especificó el comandante.
El mismo señor Black, manifestó:
—Aunque las dos Julies parecen la misma, yo diría que son diferentes.
—En efecto, no le quepa la menor duda. La última no es igual que la primera.
—Yo diría..., la que estaba aquí...
—Esa es la segunda y..., o mucho me equivoco, o pronto la tendrá bajo su custodia.
—¿Qué me dice?
—Usted mismo se convencerá de ello. Le sugiero que llame a un agente femenino de seguridad. Nos hará falta.
—No le comprendo, pero seguiré sus indicaciones.
—Otra cosa más, señor Black. La nave próxima que llegue del planeta Tilaxia, proceden a su detención y se incautan de la misma con todo su contenido, tanto el personal como el material; así como ocupen y detengan también a todo el personal de la Legación.
—Me deja anonadado, pero así lo haré. Descuide.
En efecto, tal como había predicho Stephen, al poco rato estaban en el despacho del jefe del Departamento de Legación, Philips y Peter custodiando a Julie.
Philips manifestó al comandante:
—La hemos detenido donde usted dijo, señor.
Un agente femenino de seguridad la cacheó y como resultado, depositado sobre la mesa del jefe de Departamento de Legaciones, había una cajita, un arma especial y un objeto cuadrangular.