CAPÍTULO II
A la mañana siguiente, tan pronto amaneció, el comandante ya estaba de pie.
Escogió a cuatro de sus hombres y con ellos salió del campamento.
El teniente Tyler, con los demás, quedaron allí para evitar la repetición de cualquier incursión.
El comandante Stephen Spivey les recomendó a los que componían la patrulla:
—No os separéis. Evitaremos en lo posible los claros, pero estad dispuestos a todo.
Así lo hicieron, formaban un grupo compacto tras su comandante, que iba siguiendo unas huellas viscosas.
De vez en cuando, encontraban un árbol completamente deshojado, señal evidente que había sido atacado, como otros muchos, para su destrucción.
Llegaron a un claro en que las huellas proseguían.
El comandante les hizo una seña para que se pararan y luego les dio a entender que iba a dar un rodeo.
Todos los claros que se presentaban, antes eran ocupados por frondosa arboleda.
Caminaban en el más absoluto de los silencios, sin hacer el menor ruido para no denunciar su presencia.
Cuando estuvieron en la parte opuesta, rebuscaron por allí y al cabo de un rato dieron de nuevo con las huellas tras las cuales iba el comandante.
Este les indicó que prosiguieran y con el mismo sigilo fueron caminando.
Llegaron a otro claro más extenso. Allí la destrucción de árboles había sido muy considerable.
Hicieron la misma operación que en el anterior, pero la búsqueda resultó infructuosa por más que miraron.
El reguero viscoso no salía de allí.
En voz baja, les comunicó el comandante:
—Voy a ir hasta donde llegan las huellas.
—Pero comandante, si sale al claro se expone...
—Vosotros tratad de cubrirme y si las cosas se ponen mal, procurad salvar vuestros pellejos. El teniente Tyler tiene instrucciones.
Regresaron al lugar en que el líquido viscoso se introducía en el claro.
Los cuatro muchachos tomaron posiciones con el dedo en el disparador para acudir inmediatamente en auxilio de su comandante.
Stephen ya estaba completamente al descubierto mirando al suelo y a su alrededor, dispuesto también a entrar en acción si se presentaba cualquier anormalidad.
Siguió adelante hasta unos matorrales no muy altos y situados casi en el centro de aquel claro.
Hasta allí llegaba el reguero que fue dejando aquel monstruo herido y por más que miró a su alrededor, no halló rastro alguno.
Un tenue zumbido que fue ganando en intensidad, hizo que Stephen abandonara la búsqueda y fuera a reunirse con sus muchachos.
Miraron hacia arriba de sus cabezas y un punto brillante iba aumentando de tamaño.
Momentos después pudieron identificar aquel objeto volador. Se trataba de una astronave de tipo mediano, de un modelo desconocido para ellos y sin ningún signo o sigla por la que se pudiera saber su procedencia.
Fue a posarse en medio de aquel claro y a los pocos segundos, la zona comprendida desde los matorrales hasta casi al mismo borde que ocupaban los árboles, basculó dejando al descubierto una rampa por la que se deslizó la astronave.
Una vez perdida de vista, el terreno tomó su primitiva posición.
Stephen y los muchachos se miraron entre sí, como diciéndose que la cosa estaba clara, que allí tenían la guarida.
Iba a dar la orden de retirada, cuando un sexto sentido le advirtió que un peligro les acechaba.
Con disimulo miró hacia la copa de los árboles próximos a ellos y descubrió que unas sombras se movían, procurando permanecer ocultas entre el follaje.
Casi con un susurro, les indicó a los componentes de la patrulla,
—No os mováis, permanecer quietos y atentos. Estamos vigilados desde las copas de los árboles que nos rodean. En seguida que haga uso del propulsor, me imitáis, pero acto seguido desplazaros de lugar. ¡Ahora!
Unos tenues tableteos se dejaron oír y de las copas de los árboles, cayeron seis cuerpos pesados.
El comandante Stephen y sus hombres, cambiaron inmediatamente de posición.
Esto les salvó la vida, puesto que una explosión se produjo a los pocos segundos y precisamente en el lugar que ocupaban momentos antes.
Comenzaron a oírse chasquidos que iban segando las hojas de los arbustos que les protegían.
El pretender levantar la cabeza, hubiera sido buscar una muerte segura.
Y tenían que hacer algo y rápido, si querían salir de aquella emboscada.
Stephen Spivey no lo dudó un momento, ordenando a dos de sus muchachos:
—Philips y Michel, instalar los propulsores de entretenimiento y con doble carga.
Los aludidos se desprendieron de unas armas que llevaban consigo, similares a las que empuñaban, aunque más abultado el cargador y el cuerpo posterior de lo que podría denominarse culatín.
En un momento las fijaron sólidamente al suelo por mediación de un soporte que llevaban adicionado, permitiendo al arma un movimiento de derecha a izquierda y de arriba abajo.
Estas armas tenían una particularidad que, en el caso presente, era de primordial utilidad.
Una vez fijadas y puesto el dispositivo en marcha, poseían un cerebro electrónico en miniatura que apuntaba y disparaba sobre cuanto se movía en un campo horizontal de ciento ochenta grados y vertical de cuarenta y cinco grados, haciéndolo con gran eficacia y precisión.
Esto permitía que el enemigo fijara su atención hacia donde partían los disparos, permitiendo a los que las habían emplazado escabullirse de la situación comprometida. De ahí el calificativo de entretenimiento.
Y había algo más. Cuando su potencial de fuego había sido agotado, se convertía en una auténtica bomba que estallaba al ser alcanzada por algún disparo o se la variaba de posición al pretender apoderarse de ella.
La experiencia le había demostrado al comandante Stephen Spivey, que su utilización resultaba de gran eficacia y por ello las hacia llevar cuando salían a efectuar algún reconocimiento, lo que les permitía doble potencial ofensivo y más probabilidades de éxito.
Mientras instalaron los propulsores de entretenimiento, el comandante y los otros dos muchachos, Peter y Arthur, ocuparon una posición lateral para cubrir a Philips y a Michel la retirada.
Cuando estos últimos se reunieron con el comandante, las armas entraron en funciones.
Los emboscados centraron el fuego hacia donde partían los disparos y de los matorrales que estuvieron momentos antes, apenas si quedaba lo suficiente para ocultar las armas allí emplazadas que seguían funcionando a la perfección.
Esto les permitió efectuar un amplio desplazamiento lateral y posteriormente descubrir la posición del enemigo.
Se trataba de hombres con una indumentaria oscura y ajustada que les cubría hasta la cabeza en forma de casco.
Efectuaban un movimiento envolvente para copar la posición en que estaban emplazadas las armas y que, naturalmente, ellos imaginaban con sus correspondientes servidores.
Stephen les permitió el paso y cuando lo consideró oportuno, ordenó:
—¡Disparad!
La sorpresa fue enorme para aquellos que consideraban el éxito al alcance de su mano.
Los que no yacían en el suelo, huyeron despavoridos hostigados por el comandante y sus muchachos.
Pero al efectuar sus descargas, denunciaron su posición y sobre ellos silbó una lluvia de proyectiles que, por verdadero milagro, no les dejaron muertos.
El apoyo de aquella patrulla de hombres oscuros, hizo que se reagruparan los que habían sido sorprendidos por el comandante y los suyos.
Stephen se hizo inmediatamente cargo de la situación. Tenía que actuar sin demora, si no quería caer en manos del enemigo que por momentos era más numeroso.
Ordenó emplazar otros dos propulsores de entretenimiento, mientras se defendían rabiosamente sin permitir el acercamiento de los que pretendían rodearles.
Un nuevo contratiempo se sumó a aquella situación, ya de por sí delicada.
Philips había sido alcanzado por un disparo y se desangraba, apenas si podía caminar.
El comandante Spivey le aplicó una cura de urgencia, diciéndole:
—Animo, Philips, tenemos que salir de aquí.
—No puedo, comandante. Resultaré un engorro... Déjeme y sálvense ustedes.
—De ninguna de las maneras. O todos o ninguno.
En estos momentos, dijo Arthur:
—Comandante, los propulsores de entretenimiento están listos.
—Ponerlos en acción y saltemos a otra posición.
Así lo hicieron, pero antes el mismo comandante cogió a Philips y se lo cargó al hombro.
Abandonaron el lugar que ocupaban para tomar una posición más favorable.
Los perseguidores centraron su atención en aquellos dos puntos de donde partían los disparos.
Cerca del lugar donde estaban agazapados, pasaban cuatro hombres oscuros.
Peter se disponía a dispararles y abatirlos, pero el comandante, de un manotazo, le bajó el arma impidiéndole que lo hiciera.
Todos comprendieron la acertada decisión de su comandante, puesto que aquellos cuatro hombres de oscuro pasaron de largo obsesionados en atacar la posición de donde partían los disparos por la espalda.
De haber dejado fuera de combate a aquellos que pasaron tan cerca de ellos, hubieran denunciado su presencia y lo más probable era que les acosaran.
Stephen Spivey sabía que los atacantes eran numerosos y con un herido en sus filas, la situación era más que delicada.
Mientras tanto, el primer par de impulsores de entretenimiento, todavía estaba funcionando, que sumados a los últimos, obligaba al enemigo a que se mantuviera ocupado y por lo tanto, tener un poco más de libertad de acción.
Por el camino que tomaron aquellos cuatro oscuros, el comandante sospechó que no tardarían en dar con el lugar del emplazamiento, descubriendo que allí no había nadie de ellos y que las armas funcionaban por si solas.
Además, de haber seguido haciéndoles frente, se hubieran encontrado con el problema de quedarse sin repuestos para sus armas y todavía les quedaba un buen trecho para llegar al campamento e ignoraban lo que podrían encontrar por el camino.
Sigilosos al principio hasta salir de aquella zona peligrosa y más ligeros después, emprendieron la retirada.
Ya habían andado un buen trecho cuando llegaron hasta sus oídos dos fuertes explosiones.
La sospecha del comandante Stephen Spivey se hizo una realidad.
Los cuatro hombres oscuros prosiguieron su camino para copar el puesto de donde se efectuaban los disparos y su sorpresa fue enorme cuando descubrieron que no había ningún servidor a cargo de aquellas armas que disparaban solas y con gran efectividad.
Se acercaron más sin poder dar crédito a lo que estaban viendo y después, el que parecía jefe de aquella patrulla, reaccionando pretendió parar el mecanismo de disparo para que no siguiera causando bajas.
Sí que lo logró, pero como desconocía el dispositivo de seguridad, aquellas dos armas se convirtieron en auténticas bombas que al estallar les dejaron fuera de combate.
Michel, comentó:
—Ya han estallado las dos primeras.
A lo que repuso Stephen:
—No, yo más bien diría que han sido las dos últimas.
—¿Por qué supone esto, comandante?
—Por el camino que llevaban aquellos que han pasado cerca de nosotros y que Peter estuvo a punto de liquidarlos.
El aludido bajó la cabeza un poco avergonzado, consciente del desastre que hubiera acarreado el delatar la presencia del grupo.
El comandante se dio cuenta de ello y le animó:
—No te preocupes, Peter. Tu reacción era la normal. De todos modos, se han llevado su merecido.
Más tarde pudieron escuchar dos explosiones mas amortiguadas por la distancia.
Los cuatro hombres podían caminar con cierta tranquilidad, turnándose en llevar a Philips, cuya hemorragia habla sido cortada.
No por ello descuidaban la vigilancia por la posible presencia de aquellos monstruos, evitando a toda costa cualquier claro que se les presentara en el camino.
Agotados por el cansancio físico y la tensión pasada, por fin llegaron al campamento hospitalizando a Philips, cuya herida, afortunadamente, no era de la consideración que se temió en un principio.