CAPÍTULO VII

El comandante Stephen Spivey, esperó con impaciencia que el revelado de la película fuera efectuado y estuviera en condiciones de ser proyectada.

Durante su ausencia, en el campamento no se había producido ninguna novedad y aunque las patrullas salieron de inspección, tampoco aportaron nada nuevo.

Aquel día fue de completa calma.

El teniente Tyler, le preguntó:

—¿Cómo te ha ido?

—Un asco, Tyler, un verdadero asco. Todos los que permanecen al amparo de un despacho, al margen de las calamidades que puedan pasar, son los que se creen con mas derecho a las críticas y aptos para conceder consejos gratuitos.

—¿Qué te ha pasado?

—Lo que suele suceder a quienes se les concede unos derechos y tratan de justificar el cargo o representación, sin entender una palabra de lo que llevan entre manos.

—Total, que has tenido bronca con la Delegación.

—Si, así ha sido. Tengo que reconocer que no se ha adelantado mucho, pero algo hemos hecho. En fin, dejemos estar este asunto.

—Es mejor no hacerles caso. Como bien has dicho, necesitan justificar sus cargos.

—En medio de todo, el mal sabor de boca lo he olvidado pronto. No podrás imaginarte a quién he visto.

—Ni idea.

—Nada menos que al capitán Cliff.

—¡Cómo...! ¿Le has hablado?

—No. Verás...

Comenzó a relatarle las circunstancias que concurrieron y a medida que iba avanzando en su narración, la extrañeza era más patente en Tyler.

—¿Pero tú crees que se trata de la misma persona?

—Ya no tengo la menor duda. Su modo de andar cargando un poco más en la pierna izquierda y luego, al verle de cerca, la cicatriz en la frente terminó por disipar mis dudas.

—¡Válgame el cielo! ¿Y qué papel tendrá en todo esto? Su comportamiento no es normal.

—Anormal del todo, diría yo.

—¿Y crees, Stephen, que en el vehículo que salió de la astronave del planeta Tilaxia iba él?

—Casi seguro. ¿No te ha extrañado a ti que la puerta de acceso haya sido abierta con facilidad en tres o cuatro ocasiones?

—Sí, siendo una de las cuestiones que no me deja conciliar el sueño.

—Pues la cosa está bien clara: Cliff.

—¿Quieres decir que él...?

—¿Quién si no? Conoce todos los sistemas. Y te diré más. Cuando efectuamos la incursión a las instalaciones enemigas, encontré cierta semejanza con nuestras construcciones subterráneas. Primero lo atribuí a una casualidad, pero ahora estoy convencido que es una copia.

—¡Qué barbaridad! ¿Quieres decir que Cliff se ha pasado al enemigo?

—Los hechos así lo demuestran.

—Si no puedo creerlo. El, tan recto...

—A mí también me cuesta trabajo, pero hay que rendirse a la evidencia.

Tyler no podía dar crédito a las revelaciones de su comandante y así lo expresó:

—Jamás hubiera pensado en Cliff algo igual. Siempre le consideré tan disciplinado...

—Pues en esta ocasión a los dos nos ha fallado. Gozaba de mi entera confianza y honraba su memoria. Ahora, en cambio, siento por él un gran desprecio.

—Comparto tu opinión, Stephen. No es digno de haber pertenecido al «Batallón de la Parca».

En aquel momento un muchacho solicitó permiso de entrada, contestando Stephen:

—Adelante.

—Señor, le traigo la cinta revelada.

—Gracias, muchacho. Puedes retirarte.

—A la orden.

Nada más se fue, Stephen colocó la cinta en el proyector, manifestando:

—Espero que haya conseguido algo, de lo contrario tendremos que hacer un reconocimiento a vuelo más bajo exponiéndonos a que seamos descubiertos.

Comenzó la proyección. En la primera pasada no descubrió nada de particular, disponiéndose a efectuar una segunda con más amplificación de imagen.

Stephen y Tyler tenían la mirada fija en la pantalla, por lo que no pudieron advertir la presencia de Harold que también contemplaba con avidez la proyección.

—Fíjate en esta secuencia, Tyler.

—¿Qué hay? No veo nada.

—Espera, la ampliaré más.

Así lo hizo, para luego indicarle:

—Presta atención en este claro.

Al cabo de un momento, contestó:

—Sí, veo algo suspendido en el aire.

—En efecto. Ahora mira lo que sucede con las secuencias siguientes.

Espaciadamente fue pasando una serie de cuadros en los que se veía aquello suspendido en el aire, cada vez más cerca del suelo hasta que se posó.

Amplió al máximo el cuadro de lo que estaba en el suelo y el teniente pudo ver con claridad que se trataba de un vehículo espacial del tipo pequeño, de cuyo interior asomaba un rostro al que reconoció al instante:

—¡Es Cliff!

—En efecto, es él.

Sigilosamente Harold Bedell salió de la estancia sin ser notado por el comandante ni el teniente.

—Estabas en lo cierto, Stephen.

—Por desgracia o por suerte, así es. Voy a mandar la cinta al laboratorio para que saquen fotos de esto.

—Si quieres, yo mismo la llevaré.

—De acuerdo. Así adelantaremos más.

* * *

Si Stephen hubiera visto en aquellos momentos a Harold, hubiera quedado altamente sorprendido.

Se encerró en el laboratorio para no ser molestado, estando con el pecho al descubierto del que sobresalía un aparato no muy abultado del que partían varios electrodos y fijados los terminales en determinados puntos de su piel.

Manipuló en un botón y cuando recibió una señal, habló:

—Aquí Harold llamando a Laxia, aquí Harold llamando a Laxia...

—Laxia a la escucha. Adelante, Harold.

—Comandante sospecha existencia segundo emplazamiento.

—¿Cómo lo sabes?

—Ha filmado la zona donde está encuadrado.

—¡Maldición! ¿Y cómo ha sido eso?

—No lo sé. Seguramente ha sobrevolado esos lugares.

—Sí que es una contrariedad. Impide que siga adelante.

—¿Cómo?

—Eso tú lo sabrás. Cuentas con suficientes medios para conseguirlo.

—Es arriesgado. Puedo caer en sospechas.

—Más arriesgado es que destruyan nuestro único emplazamiento, cuando estamos a un paso de apoderarnos del «Tierra 2». ¿Qué hay de las armas?

—Ha fracasado el empeño de apoderarnos de ellas.

—Eres un imbécil, Harold. Sabes que son imprescindibles para nuestros planes.

—He hecho lo que he podido.

—Por la cuenta que te tiene, harás más. Ha de obrar en nuestro poder esa arma lo antes posible para proceder a su fabricación inmediatamente.

—Hay algo más. El comandante me ha entregado una caja de células y un frasco de exterminador vegetal, para que las analice y le dé el resultado.

—Pues lo destruyes o le das aplicación a las células.

—¿Pero qué le digo si me pregunta por el resultado del análisis?

—Te inventas cualquier cosa, lo que quieras. Tienes suficiente imaginación para ello.

—Es arriesgado. El comandante no es tonto.

—Estoy comprobando que me estás fallando en gran manera, Harold.

Y pronunció el nombre de una manera especial, que hizo estremecer al aludido, como si ello constituyera una sentencia o algo por el estilo.

—Bueno, ya veré.

—No verás, lo harás. Ya sabes que no admito ningún fallo y las consecuencias que lleva consigo cuando alguien ha fracasado lastimosamente.

—Exacto. Comprueba que tu memoria no falla.

—Sí, ya lo sé, los monstruos se encargan de uno.

—Tengo que cortar. Alguien se aproxima.

No era verdad, nadie aparecía por allí.

Sencillamente sucedía que ante el pensamiento de caer en poder de aquellos monstruos, le invadía el terror.

Un sudor frío perlaba su frente, pero tenía que seguir si quería subsistir.

Ocultó de nuevo su aparato con la vestimenta y se quedó meditando sobre lo que podía hacer.

Así estaba cuando ahora era verdad, alguien se acercaba para terminar llamando a la puerta.

Presuroso se levantó y fue a abrirla.

Era el mismo Stephen.

—¡Hola, Harold! ¿Ya has efectuado los análisis?

—Pues..., todavía no he tenido tiempo.

El comandante se apercibió de sus titubeos y sinceramente manifestó:

—Harold, de un tiempo a esta parte no pareces el mismo. ¿Es que te sientes fatigado?

—No sé... Puede que sea eso...

—Pues hay una solución. Te concedo un permiso y pases unos días con Caroline.

—No, no. Tengo mucho que hacer.

Le contestó más confuso que nunca.

—Pero hombre, unos días de asueto te sentarán bien y luego cogerás el trabajo con más ilusión.

Por más que se empeñó Stephen en decirle que fuera al lado de su esposa, no hubo manera de convencerle.

Tuvo que desistir, diciéndole:

—Bien, como tú quieras. Cuando dispongas de un rato, no te olvides de los análisis.

—Descuida. Ya lo tengo presente.

Y comprobando que seguía en su postura, sin deseos de conversación, salió del laboratorio encontrándose de lleno con el teniente Tyler.

—Mira, termino de entregar la cinta a los muchachos para las ampliaciones y copias que deseas.

—Muy bien. Oye una cosa, Tyler. ¿No has notado algo raro en el comportamiento de Harold?

—Pues ahora que lo dices, es verdad, Stephen. No está tan comunicativo como antaño.

—En efecto, parece como si rehuyera nuestra compañía, nuestra conversación.

—Exacto y otra cosa que me ha llamado la atención es que se pasa el tiempo en el laboratorio.

—Si te concediera un permiso para que estuvieras unos días libres, ¿qué harías?

—¿Qué haría? Bailar con un pie y largarme en seguida. ¿Es que me lo vas a dar?

—Te he hecho una pregunta hipotética.

—¡Ah, vamos! —exclamó Tyler con desaliento.

—Pues fíjate, tu reacción ha sido la normal. En cambio, Harold lo ha rechazado.

—¿Que lo ha rechazado...? —inquirió el teniente incrédulo.

—Así es, termina de hacerlo.

—No lo entiendo de ninguna de las maneras.

—Ni yo. Me está preocupando su actitud más de la cuenta.

—¿Nos lo habrán embrujado? Puesto que ese cambio ha sido a raíz de su aparición.

Comentó un tanto jocoso Tyler.

—Pues mira, a lo mejor has dado de lleno en la cuestión.

Manifestó Stephen y acto seguido cada uno se dirigió a su respectivo alojamiento.