CAPÍTULO VIII

Los muchachos del laboratorio fotográfico estaban dedicados de lleno en el trabajo que les había ordenado su comandante.

 Un compañero de ellos se presentó allí.

 —¡Eh! ¿Qué hacéis?

 —Pues ya lo ves, trabajando.

 —¿Y esto qué es?

 —¿No tienes ojos en la cara? Esto se llama ampliaciones.

—¡Ah!

El que había irrumpido en el laboratorio y con disimulo, no hacía más que mirar, como si fuera en busca de algo determinado.

Se fue hacia un rincón de la estancia, sacó una cajita y depositó algo en el suelo.

Aquello que depositó fue tomando forma rápidamente y a una indicación del visitante, el monstruo con sus tentáculos se dirigió a los dos muchachos que permanecían absortos dedicados a su tarea.

 Notaron que algo se enroscaba en su cuello, así como en el cuerpo.

Trataron de librarse de aquel abrazo mortal, pero nada pudieron hacer. Rodaron por el suelo sin vida para ser devorados posteriormente.

Entretanto, el visitante permaneció en su rincón completamente impasible a lo que estaba sucediendo.

Cuando el monstruo terminó su trabajo, extrajo un arma que llevaba oculta y de un silencioso disparo eliminó al cefalópodo.

Luego se apoderó de la cinta y de las ampliaciones realizadas y como si nada hubiera pasado, se encaminó hacia el alojamiento de Harold.

Este le recibió con cara de pocos amigos.

—¿Por qué has venido, imbécil? Te dije que lo destruyeras.

—El permanecer más tiempo allí me exponía a que me descubrieran.

—Y el venir aquí, idiota, te expones a que nos descubran a los dos.

Harold estaba furioso y lleno de pánico. Le preguntó:

—¿Te ha visto alguien venir aquí?

—Creo que no.

—Luego no tienes seguridad. ¿Es eso?

—Pues...

Harold recapacitó, cambió de actitud y mostrándose más amable, le manifestó:

—Bueno, dame lo que traes y lo destruiré aquí mismo. No salgas ahora, quédate un poco más y ya te diré cuándo podrás abandonar este sitio.

El muchacho aquel le entregó cuanto se había apoderado en el laboratorio fotográfico.

Harold se dirigió al banco de trabajo donde depositó en una cubeta lo que llevaba para su posterior destrucción por mediación de un ácido.

Mientras, de soslayo, vigilaba lo que hacía el muchacho y cuando éste se descuidó, depositó en el suelo uno de aquellos perdigones que contenía la cajita.

Ordenó al monstruo que le atacara y cuando iba a atraparlo, el joven se volvió y al vérselo tan próximo, lanzó un grito de terror intentando sacar su arma oculta.

No llegó a tiempo, el monstruo ya le tenía atrapado y lo estaba devorando.

Posteriormente Harold efectuó un disparo y el monstruo desapareció, quedando todo en la estancia como si allí nada hubiera pasado.

Pero en aquellos momentos el teniente Tyler pasaba cerca de allí y oyó el grito en el laboratorio de Harold; por lo que precipitadamente se fue hacia allí.

—Harold, ¿qué ha sido ese grito?

El aludido, sorprendido por la inesperada presencia del teniente, se apresuró a ocultar lo que tenía en la cubeta.

A poco reaccionó y contestó con otra pregunta:

—¿Qué grito?

—El que venía de aquí dentro.

—¿De aquí? Yo nada he oído.

Tyler quedó confuso para manifestar titubeante:

—Pues yo juraría que ha venido precisamente de aquí.

—Ya te he dicho que no he oído nada.

Harold se volvió para coger un frasco de la estantería y verter su contenido en la cubeta donde estaba la cinta y las ampliaciones.

Tyler reparó que en el suelo había una cajita. La recogió y maquinalmente se dispuso a destaparla.

Como la tapa estaba un poco fuerte, al lograrlo, cayeron al suelo un par de perdigones.

El teniente quedó extrañado de su contenido, disponiéndose a cerrarla de nuevo.

Iba a preguntarle a Harold si aquello tenía alguna utilidad, cuando observó que en el suelo había algo que antes no estaba.

Se fijó más y comprobó que aquello iba aumentando de tamaño rápidamente, que ya se podían apreciar unos tentáculos.

La extrañeza le dejó paralizado y con los ojos desorbitados contemplando aquel fenómeno.

Ya no le quedaba la menor duda, aquello eran monstruos en acelerado crecimiento.

En aquellos momentos ya le llegaban a la altura de las rodillas y seguían creciendo más y más.

Tyler no pudo contenerse, gritando a Harold:

—¡Harold! ¡Mira esto!

El interpelado se volvió y el pánico se plasmó en su fisonomía.

Iba a sacarse algo, cuando se detuvo y gritando a su vez al teniente:

 —¿Qué esperas, imbécil? Dispara en seguida si no quieres que nos devoren.

 Tyler quedó desconcertado ante la forma de expresarse el biólogo, pero ya tenía el arma en la mano y de sendos disparos abatió aquellos monstruos en crecimiento acelerado.

Con la misma rapidez que fueron aumentando, se fueron reduciendo hasta quedar en la nada.

Harold se dio cuenta de que había ido demasiado lejos con su intemperancia, por lo que consideró conveniente justificarse ante el teniente:

—Perdona, Tyler, por mi léxico. Es que me he puesto nervioso ante la presencia de esos bichos.

El teniente, manifestó:

—No tiene la menor importancia. Es normal perder los estribos ante algo semejante.

Pero la verdad era que a Tyler le extrañó en gran manera el tono de voz que adquirió Harold en aquel momento de pánico, ya que le tenía conceptuado como un hombre comedido e incapaz de cualquier incorrección.

El biólogo, preguntó:

—¿Y cómo han aparecido esos bichos?

—No podría asegurarle, pero puede ser que al destapar esta cajita se haya caído alguna bolita.

A tiempo que decía estas palabras, le mostraba la cajita en cuestión.

El pánico se patentizó de nuevo en las facciones de Harold, quien confuso y con titubeos, quiso saber:

—¿Cómo tienes eso?

—Cuando vine la encontré en el suelo y la destapé.

—Deja que la vea.

—Toma.

La cogió y la examinó en su exterior pero sin destaparla, para luego aclarar:

—¡Ah! Es la que me trajo el comandante para analizarla. Seguramente se habrá caído sin darme cuenta. No, no puede ser que su contenido produzca monstruos de esa índole.

—Entonces..., ¿cómo te explicas la presencia de ellos?

—Yo qué sé. Has sido tú quien los ha visto primero.

—Por eso que lo he visto, no encuentro otra explicación a lo sucedido.

—Pero resulta un absurdo. ¿Cómo cosas tan pequeñas pueden hacerse tan grandes?

—Ignoro la relación o proceso que pueda existir, pero la evidencia la hemos tenido.

—Bien, no puedo negarlo, pero de ahí a que el contenido de esta cajita sea la guarida de estos bichos concentrados. . .

Harold trataba por todos los medios de hacerle disuadir de sus pensamientos, pero Tyler no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer.

—De acuerdo, dejemos por sentado que resulta un absurdo. Mas, dime: ¿quién ha introducido esos monstruos?

—Eso ya está mejor, Tyler. En efecto, ¿quién los habrá introducido? A lo mejor...

—Continúa.

—Pues mira, te lo voy a decir con franqueza. A lo mejor has sido tú mismo.

—¿Qué...? ¡No seas absurdo, Harold!

—Nada de absurdos. Tú has sido el que ha llegado el último.

—¿Espero que no dirás esto en serio?

—Nunca he hablado con más seriedad.

—¡Harold, dame esa cajita!

—Lo siento. Me la confió el comandante y no puedo entregártela. Y te advierto que todo lo sucedido me veo en la obligación de ponerlo en su conocimiento.

—Naturalmente que se expondrá ante el comandante. Pero esa caja me la darás.

—Ya te digo que no. Stephen me la entregó y debo analizarla.

Tyler trató de arrebatársela, por lo que Harold se hizo hacia atrás para evitar que se la cogiera.

En este movimiento dejó al descubierto, parcialmente, la batea en donde había derramado el ácido para destruir la cinta y ampliaciones.

Tyler pudo ver todavía un ángulo de una ampliación que no le había llegado el líquido destructor, pero indignado y obsesionado en la recuperación del objeto que le interesaba, no le concedió la menor importancia a esto.

En uno de los forcejeos, la cajita resbaló de la mano de Harold y fue a caer en la batea que contenía el ácido corrosivo que en un momento la destruyó.

—¿Ves lo que has hecho? ¿Cómo le digo ahora al comandante lo que contenía?

Y dándose cuenta entonces de que aquel ángulo de la ampliación aún permanecía intacto, Harold imprimió un movimiento a la batea para cubrirlo con el líquido.

Tyler iba a decirle algo, pero Harold se le adelantó:

—Te ruego que te marches y me dejes solo. Ya me has hecho perder bastante tiempo.

—¡Hombre, esto sí que está bueno! Encima de advertirte del peligro, querer recuperar eso que has tirado a la batea...

—No he tirado nada. Has sido tú quien lo ha lanzado y a lo mejor, para anular pruebas de tu acción criminal.

—¡Harold! ¿Qué sarta de mentiras estás diciendo? ¿Estás completamente loco?

—El manifestar la verdad, ¿denominas a esto locura?

—¿Qué verdad ni que ocho cuartos? Si no fuera por miramiento a tu edad, por disciplina y por considerarte un enfermo mental, te rompía la cara por todo lo que has dicho.

—No me extrañaría que lo hicieras. De este modo quedarías a cubierto de todo.

El teniente iba a replicarle cuando se presentó Peter, de la patrulla del comandante, quien manifestó dirigiéndose a Tyler:

—Señor, los muchachos del laboratorio fotográfico han desaparecido y allí impera cierto desorden.

El teniente dirigió una mirada de furor a Harold y éste se la devolvió con una sonrisita muy significativa.

Acompañado por Peter se dirigió al laboratorio fotográfico en el que, en efecto, todo estaba revuelto y sin que los muchachos, encargados del mismo, estuvieran allí.

Una sospecha le asaltó y posteriormente quedó confirmada.

La cinta que filmó el comandante había desaparecido, puesto que por más que buscó no la encontró, ignorando si habían efectuado ya las ampliaciones.

Estaba seguro que la cinta debía de estar allí, puesto que él mismo la llevó para que adelantaran el trabajo.

Entre el altercado mantenido con Harold y la desaparición de los dos muchachos y la cinta, Tyler estaba altamente consternado, agravándose la situación por la ausencia del comandante.