CAPITULO XIII
Nuevamente se hallaban en el pasadizo secreto, caminohacia la ciudad, y acompañados por Sela, pues nohubo manera de hacerla desistir.
Amparados por la oscuridad, se dirigieron al domiciliode aquellos hermanos que libraron en un principiode los abusos de la guardia de Selgo.
Fue el propio comandante quien se adelantó, llamandoa la puerta.
El joven abrió y, al ver un uniformado de los seguidoresde Selgo, se envaró y fue a lanzarse contra el comandante.
Este, adivinando sus intenciones, le cortó:
—Un momento, muchacho. Soy uno del EPE, que oslibró a ti y a tu hermana...
El muchacho exclamó:
—¡Oh, señor, qué alegría!... No le había reconocido...Hemos intentado muchas veces ponernos en contactocon ustedes... Pase, pase...
Y el joven, alborozado, llamó a su hermana y a suspadres:
—Venid, venid; veréis quién está aquí.
La muchacha le reconoció en seguida y, en un impulsoespontáneo, se abrazó a él y le besó, diciendo asus padres:
—Es uno de nuestros salvadores.
Los aludidos, emocionados, manifestaron:
—Muy honrados, señor, de poder expresarle nuestroagradecimiento.
El comandante contestó sencillamente:
—No hicimos más que cumplir con nuestro deber. Perdonen,pero urge una cuestión. ¿Podemos efectuar unareunión aquí en su domicilio, sin que les acarree algúnpeligro?
El padre de los muchachos, rebosante de satisfacción,le contestó:
—A esto, quien mejor le puede responder son mishijos.
El muchacho tomó la palabra:
—Claro que sí, señor. Es más, todo el pueblo está conustedes, y no se atreven a ir por la ciudad patrullas devigilancia, porque los desnudamos y los marcamos comohicieron ustedes.
—¡Magnífico, muchacho!... Voy a avisar a mis compañeros.
Por un diminuto transmisor, comunicó a Sela y a lostenientes que podían reunirse con él, sin peligro alguno.
Ante la presencia del resto del grupo, se repitieronlas muestras de agradecimiento.
Una vez sentados y obsequiados, el padre de aquellosmuchachos tomó la palabra:
—Señor, a nuestros oídos han llegado todos los hechosque han realizado y, desde el primer momento, tantomi hijo como mi hija han ido organizando, primeroentre sus amigos y luego extendiéndose entre los amigosde los demás, un movimiento de resistencia activacontra los esbirros del usurpador.
Bill no pudo ocultar su alegría:
—Me congratula oírle decir esto. Nos adelanta muchoterreno, puesto que era esto precisamente lo que veníamosa proponerles.
El muchacho, brillándole los ojos de alegría, dijo:
—Aún hay más, señor. Entre las huestes del usurpadorla mayoría está con nosotros, incluyendo a los dela guardia personal alada de Selgo.
La muchacha no quiso ser menos:
—Todas las chicas establecemos turnos para atraera los que todavía no están con nosotros. Los llevamosa un lugar solitario donde nos esperan los muchachos;les dan una paliza, los desnudan y los marcan. Esto eslo que más les llena de terror, porque, si se entera Selgo,los ejecuta de inmediato.
Sela también se había contagiado del entusiasmo detoda aquella familia, pero Bill, más prudente, preguntó:
—¿Están seguros de que, dado el caso, los que militanen el bando de Selgo, especialmente los de su guardiapersonal, responderán favorablemente?
El padre respondió:
—Completamente seguros. Si lo deseáis, podéis entrevistarosahora mismo con un oficial de la guardia alada.
—Sería interesante.
El padre le dijo a su hijo:
—Servo, dile al oficial Savo que venga.
—En seguida, padre.
El muchacho llamado Servo desapareció para volveral poco rato con un uniformado oficial de la guardiapersonal de Selgo.
Saludó militarmente, y manifestó al comandante y alos demás:
—Señores, muy honrado en saludarles y conocerlesdirectamente. Cuentan con nuestra admiración, por suvalentía y audacia.
Y fue estrechando sus manos.
Mientras, el comandante le observaba. Parecía sincero.No obstante, le preguntó:
—¿Sabe a lo que se expone, si le descubren?
—Tengo plena conciencia de ello, pero como a lamayoría de los que conspiramos contra el usurpador nonos importa, puesto que desde hace ya mucho tiempoestamos condenados a muerte. Por lo menos, ahora senos presenta la posibilidad de terminar con sus desmanes.
—¿Qué quiere decir con eso de que están condenadosa muerte?
—Verá, señor... Al formar parte de su guardia alada,y bajo el pretexto de inyectarnos una vacuna, lo quehicieron fue narcotizarnos e implantarnos en el organismouna célula capaz de desintegrarnos. La desintegraciónpuede producirse por dos medios: por muertedel individuo o por antojo del propio Selgo, mandandoun impulso de alta frecuencia, por mediación de uncontrol que siempre tiene al alcance de su mano.
—Y sabiendo esto, ¿por qué formaron en su guardia?
—Eso lo descubrimos después, y cuando se protestóde ello, varios fueron los ejecutados por este sistema, ycon todo cinismo expuso que él se aseguraba así elpoder. De ahí que no teníamos más remedio que obedecerle.Demasiado tarde comprendimos que se tratade una mente malévola, y sin poder hacer nada, hemostenido que presenciar todos sus desmanes.
—¿Cuántos hay en contra de Selgo?
—Prácticamente, toda la guardia, salvo unos pocos,que comparten los sentimientos de ese loco.
—¿Con cuántos equipos de alados cuentan?
—Muy pocos, puesto que ustedes los destruyeron, ylos demás no llegaron. Ahora, a toda prisa, está montandomaquinaria para su construcción.
—¿Cómo podían mantenerse en el espacio?
—El motor pectoral emitía un plano compacto e invisible,a modo de alas. El mando se lleva en la manoizquierda. Ahora, hay que tener cuidado en que no roceel plano con objetos duros o sea atravesado por un proyectil,puesto que el plano de sustentación queda anuladoy, por tanto, se precipita uno en el vacío.
—¡Ya!... Algo de eso imaginaba.
Y entonces el comandante recordó el ataque de losenjambres humanos en el complejo secreto.
—Bien...
El comandante les fue dando instrucciones, y todoquedó concertado para la mañana siguiente.
—Y ahora, nos vamos, que todavía nos quedan porultimar unos detalles.
El muchacho preguntó:
—Señor, ¿puedo ir con ustedes?
—No, Servo. Tu trabajo será más efectivo avisando atus amigos, a nuestros amigos.
—Como mande, señor.
* * *
El objetivo inmediato del comandante y sus tenientes,luego de dejar a Sela en el pasadizo secreto, fue elliberar a los prisioneros civiles sobre los que pesaba laamenaza de ejecución de Selgo.
Al llegar a las inmediaciones del edificio convertidoen cárcel, pudieron darse cuenta de que estaba biencustodiado.
Había un centinela en cada esquina, y dos en lapuerta principal.
Se dividieron en dos grupos. El comandante Bill Steen,con el teniente Kevin, atacarían y suplantarían a loscentinelas de la parte derecha del edificio, y los otrosdos tenientes harían lo mismo con los dé la izquierda.
Deseándose suerte, se separaron.
Dos sombras, por cada parte del edificio, se ibanacercando al centinela de la esquina más lejana.
Cuando el comandante lo consideró oportuno, le dioun codazo a Kevin, y ambos saltaron, como dos felinos,sobre el confiado centinela.
Bill le tapó la boca y Kevin se apoderó de su arma,para luego maniatarlo y amordazarlo.
Después Kevin, con toda tranquilidad, se puso suspertrechos y, en voz baja, para disimular la voz, llamóal otro centinela:
—¡Oye!... Ven hacia aquí, que he oído algo raro.
El otro se apresuró a acudir, y cuando le tuvo alalcance, el teniente le aplicó un golpe, que le hizo caersin sentido.
El comandante se pertrechó con lo que llevaba elcentinela, al que dejaron bien seguro, cerca de dondeyacía el otro.
En la otra parte del edificio ocurría otro tanto, perono tuvieron el mismo acierto que el comandante y Kevin.
Al saltar los dos tenientes sobre el centinela, no lepudieron tapar la boca o acallarlo de un golpe, y éstesoltó un grito.
El compañero que montaba la guardia, le preguntó:
—¿Sucede algo?
Randal tuvo la serenidad de contestarle:
—No, no... Es que he tropezado.
—¡Ah, bueno!...
Se le notó un suspiro de alivio.
Al poco, el mismo Randal le dijo:
—Oye, ven un momento. Es que me he hecho daño.
El otro se aproximó, preguntándole:
—¿Qué te pa...?
No tuvo tiempo de terminar, puesto que perdió lanoción a consecuencia de un golpe.
Ya habían conseguido eliminar a cuatro. Faltaban losde la puerta principal, y los demás, que estarían en elcuerpo de guardia.
Con sigilo, el comandante por una parte y el tenienteEugene por otra, fueron aproximándose a los que estabanapostados en la puerta principal.
A éstos no les llamó la atención, puesto que era normalaquel recorrido y, cuando se quisieron dar cuentade que aquellos rostros no pertenecían a los de sus compañeros,era demasiado tarde.
Tanto el comandante como el teniente tenían encañonadosen la nuca a sus respectivos prisioneros, conminándoles:
—A un solo grito, os salta la tapa de los sesos.
Acto seguido se aproximaron Randal y Kevin, quienesse hicieron cargo de los sorprendidos centinelas, dejándolosa buen recaudo.
Ya de vuelta, los cuatro penetraron hacia el interiordel edificio, y en el cuerpo de guardia pillaron a los demásdormitando.
El comandante les conminó:
—¡Quietos donde estáis! ¡De vosotros depende el quenadie sufra daño alguno!
Los guardianes les miraban con cara de susto.
Bill indicó:
—Kevin, recoge sus armas y enciérralos aquí mismo.
Pero una voz sonó a las espaldas del comandante ylos tenientes:
—¡Vaya!... Eso será con mi permiso. Seguro que soisel famoso EPE...
El comandante se volvió rápidamente, a tiempo quese tiraba al suelo, y disparó contra aquel que había hablado.
Se trataba del oficial de guardia, que recibió en plenorostro el impacto, sin que le diera tiempo de usar elarma que empuñaba.
Entre el resto de la guardia hubo un conato dereacción, pero la voz del comandante les paralizó denuevo:
—¡Quietos!... Ya comprobaréis que no nos andamoscon bromas.
El resto de la operación se deslizó sin incidentes.
Los detenidos fueron liberados y, sin excepción, todospatentizaron su agradecimiento y colaboraron enencerrar a los que anteriormente eran sus guardianes.
* * *
La liberación de los detenidos les entretuvo más dela cuenta.
De nuevo se encontraban en el pasadizo secreto, y Billordenó:
—Sela, tú te vas con los tenientes, y regresas con eljefe Sel. Vosotros ocupad vuestra respectiva astronave,y permaneced de vigilancia encima del astródromo. Inmovilizada cualquiera que pretenda salir de sus confines.
La muchacha le miró, angustiada, y preguntó:
—¿Qué vas a hacer tú, Bill?
—Voy a intentar salvar a esos infelices de la guardiaalada del renegado.
Sela había aprendido a tener confianza en el comandante,por lo que no replicó a su decisión y partió conlos tenientes.
Bill se introdujo en el pasillo de la ciudadela y residenciade Selgo.
Se fue directamente adonde tenía enclavado el despachoy pronto halló lo que buscaba.
A un lado de su mesa tenía un computador electrónico,el emisor de impulsos mediante el cual podía fulminara la guardia alada.
Trabajó febrilmente. Desmontó la tapa y manipulócon cuidado, invirtiendo algunos circuitos.
Cuando terminó el trabajo ya estaba amaneciendo, yse disponía a abandonar el recinto cuando fue sorprendidopor la presencia de Selgo, que estaba lívido.
Al verle se quedó paralizado, y preguntó:
—¿Quién eres tú, que vistes el uniforme de mi guardiaalada, y qué haces aquí?
Bill le contestó con toda tranquilidad:
—Soy el comandante del EPE.
—¿Qué?
—Lo que has oído, Selgo. Tu dominio ha llegado alfinal.
Una risotada desagradable se escapó de la gargantade aquel repugnante ser.
—Te creía más listo, maldito comandante del EPE.Has cometido un lamentable error al ponerte al alcancede mi mano, y no voy a desperdiciar la ocasión de hacertepedazos.
Y dirigiéndose hacia una plataforma que daba al patio,gritó:
—¡A mí, la guardia alada!...
Con estupor, les vio allí formados, al mando del oficialSavo.
Selgo no salía de su asombro, mirando alternativamentea la guardia inmóvil y al comandante.
Fuera de sí, vociferó:
—¿No me habéis oído? ¡Detened a ese maldito delEPE!
Bill le manifestó:
—Como podrás comprobar, ya nadie te obedece, Selgo.Estás acabado.
—¡Malditos, malditos!... —repetía, sin cesar.
Y sin que lo pudiera evitar el comandante, se precipitósobre el computador electrónico y, con aire de triunfo,chilló:
—¡Ahora sabrán quién soy yo!
—No acciones la palanca, Selgo. Va en ello tu vida.
—¿Sí, eh? ¡Ahora lo verás!
Accionó la palanca, y de su cuerpo comenzaron a salirchispas para quedar completamente carbonizado.
El oficial Savo apareció en aquellos momentos en elrecinto y, al comprobar que nada le había pasado a ély a sus hombres, le expresó, emocionado:
—Gracias, comandante.
—Ahora podréis someteros a una operación para queos extirpen esa mortal célula.
—Así lo haremos, señor.
* * *
En la sublevación había tomado parte todo el pueblo.Los del astródromo se rindieron incondicionalmente,ante la amenaza de las astronaves de los tenientes, y lasnoticias que les habían llegado.
El jefe Sel volvía a ser el gobernante querido de supueblo, y todos rivalizaban por conocer personalmentea aquellos componentes del EPE que, por sí solas, terminaroncon los desmanes de los enjambres humanosy su jefe Selgo.
Sela se sentía orgullosa de ser la dueña del corazónde quien supo devolver la tranquilidad a su pueblo, y alque consideraban como un héroe en el planeta Selnagro.
A los componentes del Escuadrón de la Patrulla delEspacio, les colmaron de honores y agasajos y, comopresentes, el jefe Sel les regaló las astronaves, junto conun mensaje de buena voluntad hacia el planeta Tierra.
Pero, para el comandante, aparte de la satisfaccióndel deber cumplido, su más preciado tesoro era aquellarubia bellísima que llevaba consigo.
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