CAPITULO III
Pareció que la alusión a Sela llegara a sus oídos,y no quiso dilatar la curiosidad de los demás.
La puerta circular se abrió y apareció ésta, con unnuevo personaje.
Tanto Randal como Kevin y Eugene comprobaronque Bill no les había mentido y que todavía quedó cortoen la descripción de la hermosa muchacha.
Sela, con sonrisa encantadora, saludó:
—Comandante, señores... Se encuentran completamenterestablecidos, por lo que veo. Les presento a quien rigelos destinos del planeta Selnagro, nuestro Sel.
El personaje en cuestión era de una edad indefiniday se le notaba ágil, de inteligencia despierta, y del queirradiaba cierta confianza.
Tomó la palabra en forma pausada:
—Primero de todo os ruego me perdonéis por el procedimientotan poco cortés en traeros con nosotros. Luegocomprenderéis el porqué. Sentaos, por favor.
Obedecieron a la indicación, y Sela fue a situarse allado de Bill, sin que de sus labios desapareciera la sonrisa.
—A nuestro conocimiento ha llegado la hazaña deque habéis sido capaces, o sea, la destrucción de unanave perteneciente a los enjambres humanos.
Bill contestó por todos ellos:
—En efecto, así ha sido. Pero...
El jefe Sel levantó una mano, como pidiéndole quetuviera paciencia, y prosiguió:
—El método que siguen los enjambres humanos eseliminar a quienes les han infringido algún daño, yvosotros no constituíais una excepción. Estabais sentenciados.
—Esto será una apreciación muy particular —le replicóBill.
—Tenéis derecho a la duda, puesto que no habéis vividode cerca las consecuencias.
—Sabemos algo de sus actuaciones.
—Quizá, pero mirad lo que os esperaba, de estar envuestros respectivos alojamientos.
Sela presionó un botón, situado en una especie demesita, y acto seguido, un panel se descorrió en la pared,apareciendo una pantalla.
Por ella fue desfilando cada uno de sus alojamientos...completamente destruidos.
Sel aclaró:
—Esto fue realizado durante las horas que dedicáisal descanso.
Los cuatro palidecieron al ver en qué estado habíanquedado, y lo que más les llamó la atención es que enellos había un cuerpo humano hecho cisco, y con losuniformes que ellos utilizaban.
—Pero esos cuerpos...
—Naturalmente que no son los vuestros. Pertenecena otros tantos de los enjambres humanos que mis agentessustituyeron.
—Por lo que deduzco que, según esto, se nos ha dadopor muertos.
—Exacto, y se os han rendido los honores correspondientesa vuestro rango.
—Es de esperar que toda esta farsa conduzca a unfin determinado.
—Tus deducciones son lógicas, comandante.
—No creo equivocarme que vuestro interés se ha centradoen que ellos crean que han conseguido sus propósitos,o sea que su venganza o sentencia ha sido cumplida.
—Estás en lo cierto, comandante. Tu grado de inteligencialo considero muy elevado, por lo que me congratuloen haber llevado a efecto mi plan.
—Gracias por lo de la inteligencia, mas te aseguroque no se sale de lo corriente. Y si te parece, jefe Sel,dejémonos de circunloquios, y vayamos al grano.
Sel esbozó una sonrisa, para manifestar:
—Compruebo que también eres impaciente.
—Considero que las vaguedades sólo conducen a confusionismos.Soy amigo de la claridad y de dejar biendelimitadas las posiciones.
—Me satisface tu modo de pensar. Bien, vayamos a loque interesa.
Sela dirigió una mirada de complacencia al comandante,como dándole a entender que había asimilado biensu lección, no formulando una sola pregunta hasta elmomento.
Los demás componentes del EPE eran meros espectadores,sin intervenir en la conversación, aunque suatención se centraba, en gran parte, en la contemplaciónde aquella rubia muchacha, en la que no podían encontrardefecto alguno.
—En nombre de la existencia de nuestro planeta ydel vuestro propio, te ruego, comandante, al igual que atus subordinados, que nos ayudéis a libramos de losenjambres humanos.
—Poco vamos a poder hacer nosotros, puesto que carecemosde medios para combatirlos.
—Pondré a vuestra disposición todo cuanto necesitéis.Es más, os adelantaré que en un hangar secreto se estáultimando la construcción de cuatro astronaves similaresa las vuestras, y con dispositivo antivibratorio.
Aquí, Bill no se pudo contener y preguntó intrigado:
—¿Cómo sabes que tropezamos con esta dificultad?
—Los teníamos sometidos a control cuando entrasteisen el mismo campo vosotros, y vimos lo que os sucedía.
El comandante Bill Steen meditó, por unos momentos,las últimas palabras de Sel, y, con velada indignación,expuso, ya sin importarle el hacer preguntas o no:
—Si está al alcance de vuestra mano el controlarlos,¿por qué no tratáis de eliminarlos?
Sel quedó un tanto avergonzado, y contestó:
—En efecto, podríamos hacerlo. Pero ellos nos gananen material destructivo, y la existencia del planeta Selnagrodesaparecería de su galaxia, con todos sus habitantes.
—Permíteme decirte, Sel, que pecas de ingenuo. ¿Cómoimaginas que interpretarán el que ellos descubran quenosotros operamos, tomando como base vuestro planeta?
—Vuestra presencia en nuestro territorio sólo es conocidapor un reducido número de personas de mi enteraconfianza. Los otros no pueden sospechar de vuestraexistencia, puesto que os imaginan muertos.
—De todos modos, pueden localizar nuestro punto departida y, para los efectos, será lo mismo.
Los rostros de Sel y de la hermosa Sela se entristecieron.En la muchacha, en su mirada, había una mudasúplica, y el propio jefe Sel manifestó:
—Era la única esperanza que nos quedaba, el que nosayudarais... Compruebo que ha sido una simple quimera,y lo peor es que vuestro planeta seguirá el mismo destinodel nuestro.
Hubo tanta pena y sinceridad en estas palabras, quea Bill se le hizo un nudo en el corazón.
Al cabo de un rato, manifestó:
—Bueno..., en resumidas cuentas, ambos estamos interesadosen terminar con los desmanes de los enjambreshumanos, y si dices que nuestra presencia es ignoradade los demás, salvo el reducido número de leales...
—Entonces, ¿aceptas? —inquirió Sel, anhelante.
—Todavía no puedo contestarte de forma categórica.Primero tenemos que inspeccionar el emplazamiento,los medios con que contaremos y luego lo deliberaremoscon mis compañeros.
—Estoy seguro de que todo resultará a vuestra enterasatisfacción. Podéis iniciar la inspección cuandogustéis.
* * *
El resultado de la inspección complació plenamente aBill y a sus compañeros. Más aún porque durante ellales acompañó Sela, facilitando toda clase de explicaciones.
El lugar donde se hallaba era un complejo subterráneo,constituido por un laberinto de pasillos y pozos, porlos que igual se ascendía a otros pasillos, como se descendía.
Disponían de unos vehículos, colectivos o individuales,en los que se accionaba un pulsador determinadoy, sin intervenir para nada, les conducía adonde deseaban.
De este modo, sin fatigarse, aquellos vehículos magnéticos,en corto espacio de tiempo, cubrieron el recorrido,que representaba muchas millas.
Aquel lugar era de origen volcánico, donde se conservabanmuchos cráteres, con sus correspondientes chimeneasen total extinción, aunque próximamente habíaaún otros volcanes en actividad.
Todos los volcanes inactivos se comunicaban entresí por medio de amplias galerías, lo que permitía, dadoel diámetro de la chimenea y cráter, el paso de una naveespacial de reducidas dimensiones como las que ellosdirigían.
Luego de que terminaron todos el recorrido, a lamente del comandante acudieron varias ideas y, si estoera factible, por su parte aceptaría, y no dudaba quesus compañeros harían otro tanto.
Sela les aclaró:
—Tened en cuenta que este lugar permanece ignoradoa los habitantes de nuestro planeta. Todos lo creenpeligroso por su actividad volcánica. Sólo un reducidonúmero sabemos de su existencia, y todo el complejoque encierra.
Bill le preguntó, guasón:
—Oye, Sela. ¿Y no habrá el peligro de que a un volcánde ésos le dé por encender su caldera, y nos asecomo a vulgares salchichas?
—Ignoro a lo que te refieres, con eso de salchichas.Pero si aludes a que puedan entrar en actividad, hayunos dispositivos que aíslan el foco inmediatamente.
—Menos mal, puesto que no me seducía mucho laidea. Referente a las salchichas, nuestros antiguos lascitan como unos comestibles muy sabrosos, con los queincluso se chupaban los dedos. Palabras textuales.
—Palabras muy significativas, por lo que se deduceque tus antiguos vivían para comer y no comían paravivir.
—Eso no es ninguna novedad. Ellos también lo decían,lo único que..., por lo visto, muchos no lo llevabana la práctica, y la obesidad estaba a la orden del día,cosa que en la actualidad es un caso raro. Me refiero alsegundo concepto, claro está.
Randal miró a Kevin y le preguntó:
—¿Oye... se puede saber a qué ha venido esta discusióntan engorrosa?
—¿A qué ha de venir, zoquete? A lo de la sal...chicha.
—Pues, despabilado, me parece que a raíz del golpeque te voy a dar, se producirá el sal...chichón.
Los demás rieron los chistes malos de ambos.
Estaban de nuevo en el alojamiento que ocuparon enun principio, y Bill le manifestó a Sela:
—De ser posible la instalación de unos dispositivos,creo que este lugar sería ideal como base de nuestrasoperaciones.
—Puedes disponer de lo necesario, y modificar o implantarlo que consideres más conveniente.
—Gracias, Sela. En ese caso... ¿Qué os parece, muchachos?
Fue Eugene, el mayor de los tres, quien respondiópor ellos:
—Lo que tú dispongas, comandante, nosotros, muygustosos lo aceptaremos.
La muchacha le contemplaba, impaciente, pendientede su determinación, y después de meditarlo unos momentosle manifestó:
—Bien..., le puedes decir a Sel que aceptamos. Esperemosque todo salga bien, y no tengamos que lamentaresta decisión.
—Sela alargó su mano derecha para coger la izquierdadel comandante. Unió el dedo índice con el de él yentrelazó los demás dedos, llevándose a continuación lamano del comandante a su corazón.
El contacto de aquella piel suave con su mano, y elnotar la tibieza y turgencia de sus senos, hizo que lasangre de Bill acelerara su ritmo.
Sela manifestó, emocionada, reteniendo de la formaindicada la mano del comandante:
—Gracias. Estoy segura de que triunfaréis en la empresa.
Luego, dirigiéndose a los demás y al propio comandante,advirtió:
—Fijaos bien en este saludo. Será la consigna de quienesson leales a Sel y, en consecuencia, a vosotros. Desconfiadde quienes, al veros por primera vez, no lohagan de este modo.
Y acto seguido, repitió el saludo con Eugene, Randaly Kevin, quienes, muy gustosos, lo recibieron.
Aunque, dicha sea la verdad, a Bill no le hizo muchagracia aquello, puesto que a Sela, por lo menos porderecho de primacía, ya la consideraba algo suyo.
Luego les indicó:
—Aquí tenéis los elementos de comunicación directoscon Sel, y este otro conmigo. Al establecer la comunicación,en la pantalla aparecerá el rostro de la personacon quien deseáis hablar. De este modo no dará lugara que se cometan indiscreciones, que podrían dar altraste con nuestros planes.
—Perfectamente, Sela —dijo Bill.
—Otra cosa. Antes de comenzar a hablar vosotros,cercioraros bien de quién aparece en la pantalla. Si nosomos ninguno de los dos, cortad la comunicación. Encuanto digáis una palabra, vuestra imagen aparecerá enla pantalla receptora.
—De acuerdo. Lo tendremos presente.
—Ya conocéis la distribución del lugar, y todo elpersonal aquí presente estará por entero a vuestro servicio.Os obedecerán como si de Sel o de mí se tratara.
Bill asintió y la muchacha terminó:
—Y ahora, os dejo. Voy a comunicarle la grata nuevaa Sel.
Y con una encantadora sonrisa, sé despidió al tiempoque salía de la estancia.