CAPITULO XI
Bill, antes de abandonar la estancia de Selinea, abrióla puerta cauteloso, oteó el exterior y, haciendo un signocon la mano a la joven, salió al pasillo hacia la izquierda.
Pocos pasos le separaban del pasadizo secreto. Antesde presionar el resorte, miró a la puerta de Selinea. Permanecíacerrada.
Sin dilación accionó el sistema de apertura y, actoseguido, se introdujo en el hueco del muro.
Sela y los tenientes Randal, Kevin y Eugene dieronun salto al ver aparecer al comandante.
La muchacha corrió a sus brazos, manifestándole:
—¡Oh, Bill! ¡Qué zozobra me has hecho pasar!
Transcurridos los primeros momentos, en que hubointercambio de caricias entre ambos, Eugene manifestó:
—Si llegas a tardar un poco más, ya teníamos decididoir a por ti.
—Pues hubierais cometido una barbaridad. Por ahíandan todos como locos y, según he sabido, muertos demiedo, empezando por el usurpador.
—¡Vaya, hombre!... Hasta te has permitido informarte,y nosotros aquí esperando, temiendo por tu integridadfísica.
—Estás en un error, Randal. He sido informado.
—¡Atiza!... ¿Y por quién?
—No la conocéis, supongo.
—¿Te das cuenta de esto, Sela? Dice «la», luego hayuna mujer por medio.
Intervino Eugene:
—Desde luego Randal eres un pedazo de alcornoqueen cuanto a discreción y delicadeza...
El aludido se quedó cortado y la misma Sela acusólas palabras de uno y otro.
Pero Bill esbozó una sonrisa y, cogiendo a la muchachapor los hombros, la miró a los ojos, diciéndole:
—Tú la conoces, se trata de Selinea.
Sela abrió mucho los ojos y preguntó, indignada:
—¿Está con ellos?
—En efecto, y no tendría que extrañarte, puesto queera la única desaparecida.
—Por algo sentía cierta antipatía por esa... chica.
—Pues has de sentir compasión y, en cierto modo,agradecimiento.
—¿Agradecimiento, dices? ¿Por qué?
—Porque, gracias a ella, estoy de nuevo con vosotros.
—¡Oh!
—No es sombra de lo que fue; los remordimientoshan hecho presa en su belleza, y está sinceramente arrepentidade cuanto ha hecho por el traidor Selgo, al queodia con toda su alma.
A continuación, contó lo sucedido y las informacionesque le facilitó, silenciando, naturalmente, lo de la cama,para no herir la susceptibilidad de Sela.
El corazón de la muchacha se enterneció, preguntándole:
—¿Y por qué no se ha venido con nosotros?
—Ella, seguramente por un resto de dignidad, no melo ha pedido; y por lo de la coquetería femenina, estoyseguro de que no quiere estar al lado de quienes hanconocido su belleza más o menos llamativa. Te repitoque me costó reconocerla, por lo ajada que está.
Sela le escuchó con atención, para luego manifestar:
—En fin, lo esencial es que estás de nuevo con nosotros,y ya podemos marcharnos. ¿No os parece?
Fue Kevin quien respondió:
—Claro que sí. Ya te decía yo, Sela, que el comandantevolvería, aunque... te voy a confesar una cosa...
—¿El qué, Kevin?
—Que en el fondo, albergaba la esperanza de que nolo hiciera, y entonces quedarme yo contigo.
Bill exclamó, divertido:
—¡Vaya con el nene!... No es tonto, no... ¡Al vehículoen seguida, si no quieres que te aplique un correctivo,por tu manifiesta insolencia!
—Al momento, señor.
* * *
Selgo estaba desesperado ante las noticias que le ibandando:
—El EPE se ha llevado al prisionero, anulando a losguardianes.
—El EPE ha destruido el material de los alados y eltaller de reparación y fabricación.
—En la ciudadela no se ha encontrado a nadie extraño...
Montó en cólera y estalló:
—¡Maldito EPE y malditos vosotros, banda de inútiles!...¡Buscad por todas partes! De la ciudadela no hanpodido salir, a no ser que... ¿Habéis notado si faltaalgún equipo de los alados?
—Desgraciadamente no se puede precisar. Todos hansido destruidos, salvo los que estaban en servicio.
Selgo estaba en su despacho, por lo que toda la conversaciónera escuchada por el comandante y todos losdemás, gracias a los emisores que habían instalado.
—Entonces... no tenemos seguridad sobre si han utilizadoalgún equipo. De todos modos, seguid buscando,interrogad a los imbéciles que se han dejado sorprender,y borrad de ellos esas marcas, aunque sea preciso despellejarles...
—Como órdenes.
—Esta nueva afrenta no va a quedar impune. ¡Hacedlos preparativos para ejecutar a los prisioneros civiles!Esto servirá de escarmiento a la población, que no apoyaráa esa maldita banda.
En este momento, Bill cogió el micrófono y, con vozrecia, le advirtió:
—Selgo, antes de tomar esa determinación, mira loque tienes escrito debajo de la proclama que hay sobretu mesa.
Selgo, asustado por la inesperada voz, exclamó:
—¡Eh!... ¿Quién hay aquí?
Bill no le contestó, y todos los que estaban a laescucha sonrieron, imaginándose la escena.
En efecto, Selgo se volvió como un loco hacia unlado y otro, puesto que, por la instalación de los altavoces,no podía determinar de dónde procedía la voz.
Se precipitó sobre la mesa, y leyó lo que el comandantehabía escrito.
Rectificó, con palabras titubeantes:
—No..., no ejecutéis a nadie...
—Pero, Selgo... Como has dicho muy bien, esto serviríade escarmiento...
Le cortó, furioso:
—¡He dicho que no!... ¿O acaso quieres ser tú el ejecutado?
—¡Oh, no! Yo sólo velo por el bien de tu causa.
—Toma y entérate de lo que ahí dicen... Y les creomuy capaces de cumplirlo...
El hombre aquél, que constituía el brazo derecho deSelgo, siguió las indicaciones de su jefe.
Mientras, Selgo miraba por todas partes para descubrirde dónde había salido aquella voz.
El comandante Bill Steen había previsto esta eventualidad,puesto que era lógico que sospechara la presenciade un altavoz.
Por esto uno de ellos, aunque escondido, era más fácilde descubrir, y eso permitiría el utilizar los otros, encaso necesario.
Al cabo de un rato, las palabras de Selgo confirmaronque el comandante había estado muy acertado con sutreta.
—¡Ajajá, aquí lo tengo!... Mira, el emisor receptor ysu altavoz... Se han creído muy listos, ésos del EPE...
—¿Así..., eso que has dicho de las ejecuciones...?
—Olvida lo que he dicho anteriormente. Ha sidopara despistarles. Haces los preparativos para mañana.Que salga inmediatamente una astronave para que traiga,desde el campamento, los equipos necesarios para laguardia alada. Veremos ahora quién podrá más... y sipueden evitar la ejecución.
* * *
El comandante miró al jefe Sel que, con la joveny los tenientes, permanecía a la escucha.
Le preguntó:
—¿Conoces dónde tienen instalado el campamento?
—Tenemos conocimiento que se halla en esta zona.Y trazó un círculo en un mapa del planeta Selnagro.
Bill contempló aquel trazo y, haciendo un cálculomental, manifestó:
—Bueno, eso es una zona muy amplia.
—Lo siento, comandante, pero no poseemos datos concretos.
—Lástima... De saber su emplazamiento exacto, efectuaríamosuna incursión para destruirlo. Tal como estánlas cosas, no nos queda otra solución que seguir a laastronave.
—¿Así, vamos a volar?
—No, Kevin. Voy a hacerlo yo solo. Llamaríamos demasiadola atención. Uno puede pasar más inadvertidoque cuatro.
—Como dispongas.
—Vosotros, junto con el jefe y Sela, permaneceréisa la escucha y en el servicio de vigilancia, estando preparadospor si preciso de vuestro apoyo.
Bill se dirigió al hangar, acompañado de Sela. Seequipó convenientemente y, antes de subir a la astronave,Sela le recomendó:
—Ten cuidado, Bill, ya no podría vivir sin ti.
—Ni yo, querida. Volveré... Y no me pongas esa carita;de lo contrario, me quedo sin volar.
—Sería lo mejor para mi tranquilidad... si no estuvieraen juego la felicidad de mi pueblo.
—Has dicho bien, querida. Luego, con la satisfaccióndel deber cumplido, nuestra dicha será mayor.
—Eso espero y deseo con toda mi alma.
—Y así será. Puedes estar segura.
Tras un prolongado beso, el comandante se introdujoen la astronave que, por medios mecánicos, fue trasladadaal cráter de salida.
Accionó el anillo emisor, movió su palanca hacia laderecha y la salida quedó expedita.
Acto seguido conectó los impulsores y la astronavese fue elevando, sin desviarse un ápice de la vertical.
Al momento, estaba fuera del cráter. Cambió de posiciónla palanca del anillo emisor, en esta ocasión haciala izquierda, y de nuevo el cráter quedó interceptado consu lava incandescente disimulada.
Al tiempo que iba adquiriendo altura vertiginosamente,el rumbo fijado era el norte del planeta, y cuandollegó a la altura de la ciudad fue describiendo unamplio círculo, en espera de detectar a la astronave quetenía que salir hacia el campamento.
No tardaron, los sensibles aparatos que llevaba a bordo,en anunciarle que ya estaba en el espacio lo queesperaba.
Por precaución, adquirió más altura, y posteriormentele fue fácil la tarea en seguir a la astronave que le interesaba.
Consultó el mapa. En efecto, la dirección que seguíaera la de la amplia zona que señaló el jefe Sel.
No le quedó más remedio que esperar, y que ellosmismos le condujeran al escondrijo.
Por el tiempo que llevaba volando, llegó a la conclusiónde que aquello estaba más lejos de lo que creyó enun principio.
En ello estaba pensando cuando observó que la astronaveiba descendiendo.
Guardando la distancia de seguridad que se habíafijado con anterioridad, fue bajando, y en la pantalla,por un sistema de ampliación de imagen, contemplabala panorámica como si anduviera por sus parajes.
No tardó en descubrir, en uno de los cortados deaquellas agrestes montañas, una plataforma y, muy biendisimuladas, unas edificaciones.
Hacia la plataforma se dirigió la astronave perseguida y, una vez se hubo posado en ella, inmediatamentehubo gran actividad.
Se transportaron bultos, que fueron depositados enla astronave y, segundos después, se elevaba con la cargaa bordo.
El comandante Bill Steen tomó buena nota del emplazamiento,y a su vez se elevó más.
Para sus planes, no le convenía atacar a la nave quetransportaba los equipos en las cercanías del campamento,para que los que permanecían allí no dieran laalarma.
En la sorpresa cifraba todo su éxito.
Cuando lo consideró oportuno, como una flecha sedescolgó desde las alturas y, teniendo ya enfocada a laastronave de Selgo, puso en acción todos los elementosdestructores que llevaba a bordo.
El resultado fue contundente. De la nave que transportabalos equipos de repuesto surgió una llamaradapara, a continuación, estallar en mil pedazos, quedandocompletamente desintegrada.
Luego efectuó un giro para dirigirse donde estaba emplazadoel campamento.
En el ataque al mismo no tuvo tanta suerte comocon la astronave, puesto que solicitaron su identificaciónal detectar su presencia.
En picado, descendió cuanto pudo y, en vuelo rasante,mandó un par de proyectiles.
Las defensas comenzaron a actuar, y aquello era uninfierno de explosiones alrededor de su astronave.
Gracias a la rapidez de la misma pudo salir de aquellazona peligrosa.
Hizo un giro, se puso en posición de nuevo y, desafiandola mortífera oposición que le hacían, se fueaproximando más y más, a toda la velocidad que le eraposible.
Una vez estuvo seguro de no fallar, pulsó el dispositivogeneral de cuantos elementos destructivos llevabaa bordo, y bruscamente, casi en ángulo recto, tomó denuevo altura.
Inmediatamente, una terrible explosión, cuya onda expansivatodavía acusó su astronave, se dejó oír en elespacio…
Cuando observó de nuevo aquel lugar, de la plataformay los edificios que momentos antes allí estaban, noquedaba nada; todo se hallaba sepultado por gran cantidadde rocas, que se desprendieron y todavía se desprendían,a consecuencia de la potencia explosiva.
El comandante Bill Steen, satisfecho de los resultadosobtenidos, enfiló su nave hacia el complejo secreto.