CAPITULO VIII
En la sede de gobierno de la ciudadela imperabagran euforia entre los partidarios de Selgo, el jefe usurpador.
Un alto oficial astronauta solicitó audiencia paracomunicarle:
—Selgo, tu plan ha surtido el efecto apetecido, y todavíaha ido más allá.
—Tal como lo había planeado, no podía fallar. Sonun grupo de atrasados, los seguidores de Sel. Nuestroplaneta ha iniciado la era de esplendor y, bajo mi dirección,todos seréis famosos.
—Sí, Selgo.
—¿Qué has querido decir con que mi plan todavíaha ido más allá?
—El volcán del complejo secreto ha entrado en plenaactividad.
Los ojillos de Selgo brillaron a consecuencia de unamalévola alegría, al decir:
—¡No me digas...! ¿Y cómo ha sido eso?
—La única explicación que cabe es que la cuartaastronave se retrasó en salir al espacio, seguramentepor subsanar algún defecto. Entonces el nivel del combustiblebajaría y, en el mismo cráter, estalló.
—¡Magnífico!
—La terrible explosión originaría un cataclismo y,en consecuencia, el volcán, en estado latente, ha entradode nuevo en actividad.
—¡Maravilloso!... Los elementos de nuestro planetase han encargado de hacer justicia. Todos los que allípudieran encontrarse, a estas horas estarán más quecocidos...
Y soltó unas desagradables carcajadas, celebrando élmismo su ocurrencia, y que los presentes corearon.
—¿Y las otras tres astronaves?
—Esas estallaron en el aire, antes de llegar a enfrentarsecon nosotros.
Selgo, con voz rebosante de malsana satisfacción,manifestó:
—Tenéis que reconocer que soy un genio único y que,a mi lado, todos juntos, lograremos cosas grandes.
—Estoy seguro de ello, Selgo.
—¿Habéis tomado testimonio gráfico de todo ello?
—Lo tenemos registrado. Dentro de un momento, lotraerán para proyectarlo, y que te convenzas de mis palabras.
—Ya sabéis mi lema; no bastan las palabras, sino lascorrespondientes pruebas.
Todos sabían que, en el fondo, esto no era más quedesconfianza. El se consideraba el superdotado y losdemás, peones que movía a su antojo.
La proyección del filme se realizó y allí las escenastodavía parecieron más reales.
Al aparecer el cráter en actividad, hizo repetir lassecuencias dos o tres veces.
Al final, manifestó:
—¡Maravilloso, oficial!... Ahora podremos actuar tranquilos,sin que puedan interferir en nuestros proyectos.
* * *
Aquella noche, cinco sombras surgieron de un parajesolitario, cercano a la ciudad.
Componían el grupo Sela, que les servía de guía; elcomandante Bill Steen y los tenientes Randal, Keviny Eugene.
Se introdujeron en la ciudad y, a los pocos pasos,tuvieron que ocultarse, ante la presencia de una patrullade vigilancia.
La patrulla la componían cuatro hombres y, desdesu escondite, vieron que, cerca de allí, pasaban un muchachoy una muchacha, seguramente novios.
El que mandaba la patrulla les llamó.
—¡Eh, vosotros! Venid acá.
Los muchachos se aproximaron, con el temor reflejadoen sus rostros.
—¿Adonde vais a estas horas por aquí?
El muchacho, sin soltar a la joven del brazo en quela llevaba muy cogida, contestó:
—En busca de un fármaco. Nuestro padre se hapuesto enfermo.
—¿Quién os ha autorizado a transitar?
El joven tragó saliva para contestar:
—Verá, señor. Nuestro padre se ha puesto repentinamente enfermo...
El jefe de la patrulla no le dejó terminar.
—Enseñadme vuestras células.
—Señor, no las tenemos —contestó tímidamente lamuchacha.
—¿No os habéis enterado de los edictos? Nadie puedecircular si no va provisto de la correspondiente célulapor la que acredite su adhesión a nuestro jefe Selgo.
Al que no la lleve, no se le permite ni respirar. ¿Comprendido?
La muchacha, balbuceante, trató de justificar:
—Pero, señor..., ya le hemos dicho la circunstanciapor la que hemos tenido que salir...
—No es justificación. Aunque..., ahora que me doycuenta, eres muy bonita... Si te muestras amable connosotros, daremos por olvidado el incidente.
Y el jefe de la patrulla la enlazó por el talle, atrayéndolahacia él.
El muchacho, impetuoso pero correcto, le manifestó:
—Señor, le ruego que suelte a mi hermana.
El aludido, lanzando una carcajada, se dirigió a losdemás:
—¿Habéis oído...? ¡Dadle su merecido!
Al primer golpe, el muchacho se tambaleó, pero serehízo y acometió contra el que le había atacado.
Mientras, el jefe de la patrulla tenía a la muchachaen sus brazos, tratando de besarla.
La joven se defendía, pero nada podía hacer ante lafortaleza de aquel individuo.
Hubo un momento en que casi lo logró, pero fuealcanzada de nuevo y agarrada por el cuello de su vestimenta,que quedó rasgada a consecuencia del tirón,quedando al descubierto parte de su pecho.
Los otros compinches se dispusieron a entendérselascon el muchacho.
Pero ofuscados como estaban, el uno con la muchachay los otros con el chico, no se apercibieron de quecuatro sombras se les venían encima y, de certeros golpes,quedaron tendidos en el suelo.
Sela fue a atender a la muchacha, que lloraba asustaday, con solicitud, le cubrió la parte desnuda, consolándola.
—No llores, muchacha. Ya ha pasado todo...
El chico se quedó mirándoles, lleno de admiración,y sólo pudo articular:
—Gracias, señores...
El comandante le contestó:
—No tiene importancia.
Y dirigiéndose a sus compañeros, les dijo:
—Vamos a despojarles de sus uniformes. Nos iránbien. Muchacho, reúnete con tu hermana y quien leacompaña. Ocultaros un poco, que ahora volvemos porvosotros.
—Sí, señor.
El muchacho siguió las indicaciones del comandantey se ocultaron en un lugar próximo adonde ellos estabanocupados en desnudar a la inconsciente patrulla.
Los dejaron en paños menores, y el comandante tuvola humorada de marcar con un bolígrafo en el pecho decada uno de aquellos individuos las iniciales E. P. E.
Luego, les dejaron bien atados y amordazados. Sialguno volvió a la conciencia, de nuevo le fue aplicadootro golpe para que siguiera sumido en su sueño.
Momentos después, aparecieron el comandante y lostres tenientes vestidos con el uniforme de aquéllos aquienes habían despojado.
Bill, al presentarse ante Sela, se justificó:
—No nos vienen muy a la medida, pero pueden pasar.
Tomad, por favor, llevad nuestras ropas. Ahora,muchachos, la patrulla de esbirros de Selgo tendrá elhonor de acompañaros en busca de lo que necesitáispara vuestro padre.
El muchacho y la joven estaban verdaderamente conmovidos,y el primero manifestó:
—Señor..., ¿no será peligroso...?
—No tenéis que preocuparos. Supongo que será corrientever patrullas llevando detenidos.
—Por desgracia, demasiado frecuente, señor.
—Entonces, en marcha. Vosotros diréis adónde vamos.
Sela, ayudada por la otra muchacha, llevaban lasropas de los cuatro, y los tres eran escoltados por lapatrulla improvisada.
El comandante preguntó al muchacho:
—¿Está contenta la población por el cambio que seha originado?
El muchacho le miró en actitud preventiva y balbuceó:
—Pues...
Bill captó sus titubeos y le aclaró:
—Desde el momento en que os hemos librado de eseatropello, espero que no tengas duda referente a nuestropensar.
El joven bajó la cabeza, avergonzado, y musitó:
—Perdón, señor... Han sucedido tantas cosas desagradablesen tan poco tiempo, que nos hacen dudar denosotros mismos.
—Te comprendo, muchacho.
Tras estas palabras, el joven pareció recobrar plenaconfianza al decir:
—Referente a su pregunta, señor, nadie puede estarconforme con este cambio brusco, en que la zozobraes la nota imperante.
—¿Por qué?
—Nadie está seguro en sus propias pertenencias. Losseguidores de Selgo allanan moradas, cogen lo que lesapetece, atropellan sin consideración, violan, asesinan...Es horrible, señor...
Tuvo que callarse, puesto que en dirección contrariavenía una patrulla auténtica.
A medida que se acercaban, sus miradas se centraronen las muchachas «detenidas», plasmándose en ellos eldeseo por tener aquel botín.
Al llegar a su altura, así lo manifestaron.
—Buena caza, ¿eh?
—No están mal...
—Oye, cuando os canséis de ellas, ponedme en turno.
—Para mí, reservadme la rubia...
Y soltando unas risotadas disonantes, se fueron alejando.
Bill no pudo contenerse y exclamó por lo bajo:
—¡Cerdos!
Siguieron un trecho en silencio y los cuatro no perdíandetalle de cuanto pudiera haber a su alrededor,para hacerse una idea del plano de la ciudad.
A lo lejos divisaron un grupo formado por cincohombres, con uniforme diferente.
El muchacho que iba con ellos, y su hermana, cambiaronde color.
El primero se acercó al comandante y le dijo apresuradamente:
—Cuidado con ésos, señor. Pertenecen a los esbirrosalados de Selgo. Son los encargados de la guardia personaldel usurpador, los que establecen la guardia enla ciudad y sede de gobierno. Son los más desalmadosy mandan sobre los demás.
—Gracias, muchacho, por tu información.
Y siguieron el camino, como si nada.
El joven se vio en la necesidad de aclarar:
—Señor, creo que no me ha entendido. Si se dancuenta de que lleva dos muchachas prisioneras, se lasreclamarán y no podrán negarse. Por lo visto, mandanmás que las otras patrullas.
—Lo imaginaba, muchacho, y estoy tratando de hallarun lugar discreto para atraerlos y hacerles la mismajugada que a los que os atacaron.
Entonces el joven pareció quedar tranquilo y al verla sonrisa que esbozaban el comandante y sus compañeros,incluso él también les imitó.
Cuando la distancia que les separaba era suficientepara que se dieran cuenta de que llevaban dos muchachas con ellos, Bill indicó:
—Vamos a torcer a la izquierda e introducirnos enaquel lugar oscuro y solitario.
Así lo hicieron, y es más, Bill se adelantó un pocopara que las muchachas quedaran bien visibles de aquellosque venían en dirección contraria.
Los resultados no se hicieron esperar.
Uno de ellos les gritó:
—¡Eh, vosotros! Deteneos.
Bill les indicó:
—No hagáis caso. Sigamos adelante.
En vista de que seguían su camino, el mismo que leshabía gritado, insistió:
—¿No me habéis oído? ¡Quietos ahí!
Pero ellos ya se habían introducido en la zona queal comandante le interesaba y pudieron oír:
—¡Vamos por ellos! Llevan dos chicas que nos vendránmuy bien.
Y con la seguridad de que la presa se les presentabafácil, corrieron para alcanzarles.
El que llevaba la voz cantante se encaró con el comandante.
—¿Acaso ignoráis que pertenecemos a la guardia personaldel gran jefe Selgo?
Bill, con toda calma, le contestó:
—No, ya lo sabía.
—¿Por qué has desobedecido mi orden?
—¿Tu orden...?
—Sí, la de que os detuvierais.
—¿Para qué?
—Para que nos entregues a las chicas, imbécil.
—Son mis prisioneras.
—Pues ahora lo serán nuestras, idiota.
Sus compinches soltaron la carcajada, y el que habíahablado se adelantó para coger a Sela.
Pero sólo pudo dar un paso más, ya que el puño delcomandante fue a chocar con su barbilla, para caercomo un saco en el suelo.
Esta fue la señal. Los tenientes le secundaron e inclusoel muchacho colaboró con ellos.
La lucha fue sorda y corta. Al poco rato, aquelloscinco bravucones yacían, inconscientes, en el suelo.
Bill se les quedó mirando, rascándose la barbilla,y festivamente comunicó su idea a los demás:
—Muchachos, a ascender de categoría. Vamos a quitarleslos uniformes y sustituirlos por los que llevamos.De este modo, nos desenvolveremos mejor al tener másascendiente.
Pusieron manos a la obra y, a poco, aquellos cincoindividuos quedaron con sus ropas íntimas, maniatadosy amordazados.
Bill, en el pecho de cada uno de ellos, inscribió lasiniciales E. P. E.
El muchacho les veía hacer, admirado, y se atrevióa proponer:
—Señor, ¿por qué no deja que me ponga también ununiforme y les ayude?
Bill le contestó:
—Eres demasiado joven y correrías un gran riesgo.
—Yo les estoy agradecido. Tengo amigos que me secundarían.
—Es bueno saber esto y, si os necesitamos, recurriremosa vosotros. Te aseguro que tendré presente tu ofrecimiento.
El muchacho se calló, un poco contrariado, pero nose pudo contener de preguntar:
—Si no es indiscreción por mi parte, ¿podría saberlo que significan las iniciales E. P. E.?
Bill sonrió y le contestó:
—Esto que quede para ti solo. Significa Escuadrónde la Patrulla del Espacio. Pero ya te digo, para tisolo.
—Puede quedar tranquilo, señor.
Hicieron un lío con las ropas que habían sustituidoy las ocultaron lo mejor que pudieron.
Más tarde, una nueva patrulla emergió de la oscuridad,pero ahora compuesta por cuatro hombres de laguardia personal alada de Selgo y llevando consigo a dosmuchachas prisioneras y a un muchacho.
Por sí mismos pudieron comprobar que el efectofue contundente. Se cruzaron con otras patrullas de vigilancia,que les saludaron, respetuosas, y sin aludirpara nada a la presencia de las chicas.
Llegaron a un establecimiento donde pidieron el medicamentoy luego acompañaron a su alojamiento a loshermanos.
Antes de despedirse, tanto la muchacha como el jovenquisieron saber sus nombres para expresarles suagradecimiento directamente.
El comandante les contestó:
—Como medida de seguridad, os bastará saber quesomos del EPE, y no os conviene decir que nos conocéis,ante posibles represalias. Puede que haga uso de tuofrecimiento, muchacho. Ya sabrás de nosotros.
Ambos hermanos se despidieron, conmovidos, delgrupo, y la patrulla de falsos alados de la guardia personalde Selgo prosiguió en su correría nocturna.