CAPITULO IX
A la mañana siguiente, la noticia se divulgó entre lapoblación a la velocidad del viento huracanado.
Todos comentaban el hecho de que habían sido halladosvarios grupos de patrullas de los seguidores delusurpador de Selgo en paños menores, atados y amordazados,y luciendo en sus pechos las iniciales EPE.
Un hilo de esperanza y admiración hacia los autoresde aquel hecho se despertó entre la población.
Los comentarios eran sabrosos y, como suele ocurriren estos casos, la nota se aumentaba a gusto de cadauno.
Pero el objetivo principal del comandante Bill Steenera que esto llegara a conocimiento de Selgo, y lo logrócon creces.
Fue tanta su indignación, que personalmente interrogóa todos los componentes de las patrullas afectadas.
No sacó nada en concreto, puesto que, invariablemente,fueron atacados en la oscuridad y no vieron rostroo indicio alguno que les encauzara para descubrir a losautores que respondían a las siglas EPE.
También se daba la circunstancia de que todas laspatrullas afectadas habían cometido abusos de autoridadcon la población civil, en la mayoría de los casos conmujeres, y no llegaron a consumar sus intenciones.
Esto hizo que el agradecimiento de las interesadasfuera el mejor propagandista, ponderando el comportamientode aquel grupo de hombres, que les libró desus aprehensores.
Al final del interrogatorio, Selgo montó en cóleray los insultos se sucedían hacia aquellos que se dejaronsorprender.
—¡No sólo os habéis puesto en ridículo, sino a mítambién, a nuestra causa...! ¡Ejecutadlos inmediatamente!...
Esta fue su sentencia final.
Posteriormente, ordenó un gran despliegue de fuerzaspara vigilar, interrogar y detener a sospechosos.
Los volátiles humanos surcaban el espacio de la poblacióny se apostaban al borde de ventanas de los alojamientospara escuchar sus conversaciones y, a la solamención de lo acaecido, irrumpían en su interior, a lasbuenas o a la fuerza, para detener a sus moradores.
El pánico se adueñó entre los habitantes de la ciudad,pero todos, invariablemente, estaban agradecidosa los que hicieron escarnio del poder de Selgo.
Tuvieron que habilitar centros especiales para darcabida a las personas detenidas y los interrogatorios sesucedían sin descanso.
Se estrellaban contra la ignorancia de la gente y sólounos cuantos quedaron recluidos, por considerarlos mássospechosos.
Los que recibieron el favor, se cuidaron mucho dedeclarar que habían sido beneficiados por el EPE, y quevieron sus rostros.
Al atardecer, fue informado Selgo de los resultadosobtenidos.
El portavoz encargado de anunciárselo, le dijo:
—Sólo queda un grupo reducido de sospechosos. Perola verdad es que no hemos averiguado nada de nada.
La ira le invadía por los cuatro costados, y exclamó:
—¡Sois una cuadrilla de inútiles! ¡No tenéis cabezapara nada! Haced uso de la intimidación, anunciad a lapoblación que si en el plazo de un día y una nochenadie denuncia quién o quiénes son los componentes deesa organización, serán ejecutados todos los detenidos,y a éstos seguirán otros muchos.
—Así lo haremos, Selgo.
—¡Fuera de mi presencia! ¡Y redoblad la vigilancia!
—Como órdenes.
* * *
En el complejo secreto, tras un merecido descanso,de nuevo se hallaban reunidos el comandante con Selay los tenientes.
Bill tomó la palabra.
—Bien, Sela, gracias a que tú nos has servido deguía, conocemos ya la población. Para esta noche, nuestraatención, se centrará en la misma ciudadela y, si esposible, liberaremos a tu jefe Sel.
—Eso que te propones, Bill, será muy expuesto.
—No te preocupes, Sela. Tú nos dices el lugar dondeestá confinado y lo demás corre de nuestra cuenta.
El teniente RandalOrr apuntó:
—Yo casi me inclinaría a que efectuáramos otra correríapor la ciudad. Me ha gustado eso de atrapar patrullas,dejarles desnudos y quitarles de sus garras a pobresinfelices muchachas.
El comandante le apuntó:
—A mí también me gustaría seguir en esa medida deprotección, pero hay que pensar que lo más probablees que extremen la vigilancia, por si pueden atraparnos.
Ante el razonamiento de su comandante, todos estuvieronde acuerdo.
—Como he dicho anteriormente, nuestro objetivo inmediatoserá la ciudadela. Si logramos liberar a Sel,alcanzaremos dos finalidades: la primera, el que unhombre justo quede fuera del alcance del usurpador; y lasegunda, el establecer una psicosis de inseguridad entrelos más fieles seguidores de Selgo y en él mismo.
Los tenientes elogiaron el plan urdido por Bill, y laúnica que permaneció en silencio fue Sela.
—¿No te parece bien lo que he dicho, querida?
—¡Oh, sí! Lo que me parece es que es muy peligrosoy no quiero que os ocurra algo desagradable, Bill.
—Por la cuenta que nos tiene, sabremos guardarnos.Ya has visto que anoche todo salió bien. ¿Por qué notiene que suceder otro tanto?
La muchacha, tras meditar un poco las palabras delcomandante, se notó en ella nuevos bríos, al manifestar:
—Tienes razón, Bill. ¿Por qué no ha de salir bien?
Se dedicaron largo rato a estudiar el plano queSela había trazado sobre la ciudadela: estancias, pasillos,cuerpo de guardia, celdas de prisioneros...
Después que todo lo tuvieron ultimado, se dirigieronal pasadizo secreto, en el que habían instalado un vehículopara que los transportara con mayor rapidez, ya quela distancia era considerable.
Los obstáculos que lo interceptaban, una vez salvados,volvían a su posición primitiva y, de este modo,llegaron al pie de los cinco escalones.
Ascendieron éstos y el mismo Bill, a indicación deSela, presionó el resorte que les franqueó el último obstáculoy, de lleno, se hallaron en la residencia del gobierno,ocupada ahora por el usurpador.
A aquellas horas de la noche, todo era quietud enaquel lugar, contrastando enormemente con la actividadque imperaba durante el día.
Bill oteó los alrededores. Por el momento, no se veíaa nadie y cogiendo de la mano a Sela, en voz baja le susurró:
—Indícanos el resorte para que se abra el muro.
Ella señaló uno de los adornos que había en la pared,diciendo:
—Este es.
—Muy bien, querida.
Y luego, dirigiéndose a los tenientes, les preguntó:
—¿Os habéis fijado bien?
Los tres asintieron con correspondientes movimientosde cabeza.
—Y ahora, Sela, tú nos esperarás en el pasadizo.
—No, yo quiero ir con vosotros.
—Sabemos ya el camino y, de surgir algún contratiempo,tu presencia sería motivo de una preocupaciónmás.
—Es que no estaré tranquila.
—Pues tienes que hacer acopio de paciencia y estarlo.No debes correr riesgos innecesarios.
—Está bien, me quedaré. Pero no tardéis.
—Procuraremos ser lo más rápidos posibles.
Y los cuatro, con el uniforme de la guardia personalalada de Selgo, ya hechos a la medida de cada uno deellos, tomando las precauciones pertinentes, se encaminaronhacia el pasillo de la derecha, según la salida delmuro.
Al final hallaron una escalera y, silenciosos, fuerondescendiendo por ella.
Llegaron a la planta inferior y, tras un corto pasillo,encontraron otra escalera, que procedieron a bajar.
Hasta ahora todo se desarrollaba sin ningún tropiezo.
Llegaron a la otra planta, desembocando en un pasillomucho más amplio y, al torcer el mismo, debía hallarseel puesto de control, de donde se abrían y cerrabanceldas, así como dispositivos de seguridad.
Los tres tenientes se quedaron rezagados y Bill seadelantó, con pasos firmes, con la seguridad de quiensabe lo que pisa.
El encargado del control se hallaba medio sumidoen sueños y se sobresaltó al oír pasos.
Pero al distinguir el uniformado de la guardia deSelgo, se tranquilizó.
Con voz autoritaria, Bill le ordenó:
—Abre la puerta de acceso. Inspección especial.
El aludido, sin una palabra, se volvió hacia un tableroque tenía a su derecha y cuando Bill creyó queiba a pulsar el botón correspondiente, se encontró conque el tal individuo le estaba encañonando.
Le dijo:
—No tan aprisa, amigo. Antes tengo que comprobarlo.
Bill no se inmutó. Se quedó mirando tras él y, pausadamente,le advirtió:
—Yo de ti no haría tal cosa, si deseas seguir existiendo.Moléstate en mirar a tu espalda y tendrás la explicación.
Se volvió rápidamente, sin dejar de apuntarle, peroesta fracción de segundo fue suficiente para que el comandantele propinara un patadón a la mano armada y,acto seguido, le aplicó dos golpes que le sumieron en lainconsciencia.
Emitió un tenue silbido y los tres tenientes aparecieron,mientras él estaba maniatando y amordazandoal encargado del control.
—Tú, Eugene, quédate aquí para avisarnos si vienealguien. Nosotros iremos dentro, por si hay alguien másde vigilancia. Cuando te dé la señal, pulsas los dispositivosde apertura de celdas.
—De acuerdo.
El teniente Eugene Evans ocultó al maniatado y desvanecidoencargado del control en un rincón oscuro, paraocupar él su puesto.
El comandante y los tenientes Randal y Kevin franquearonla abierta puerta enrejada y, a su izquierda, segúniban andando, había cinco puertas más pequeñas.
Frente a la quinta habían cuatro hombres con equipocompleto de los enjambres humanos.
No sospecharon de los visitantes, puesto que les fueabierta la puerta de seguridad y no pudieron ver lo quele había sucedido al encargado del control.
Por otra parte, la iluminación dejaba mucho que deseary, por lo tanto, a duras penas se podían distinguirlos rostros.
El comandante, dirigiéndose a la mirilla de la puertaquinta, sólo dijo:
—Inspección especial.
Los guardianes se hicieron a un lado, y la sorpresafue enorme para ellos, puesto que se vieron atacados entromba por los visitantes.
No obstante, eran cuatro contra tres, y se las vierony se las desearon para reducirlos.
Estaban maniatando a tres de ellos, cuando el cuarto,inesperadamente, emprendió el vuelo.
El comandante, que se dio cuenta de ello, jugándoseel todo por el todo, gritó:
—¡Eugene, cierra la reja!
Eugene así lo hizo y la puerta se cerró en un ruidoseco.
El volátil humano no tuvo tiempo de frenar y seestrelló contra los barrotes de la misma, cayendo al sueloinconsciente.
Se apresuraron a ir en su busca. Estaba conmocionado,puesto que el golpe había sido tremendo.
Lo ataron y amordazaron como a los demás y Billdijo:
—Buen trabajo, Eugene. Ya puedes abrir las celdasy la reja.
—De acuerdo, comandante.
Así lo hizo. Como era de suponer, puesto que allíestaba la guardia, en la quinta celda se hallaba confinadoel jefe Sel.
Bill entró y el jefe Sel, sin reconocerle, se manteníaallí sentado, digno en su porte, imperturbable ante lapresencia del enemigo.
Hasta que no se dio a conocer el que irrumpía en sucelda, no cambió de actitud.
—Señor, soy el comandante Steen. Hemos venidoa liberarte.
Entonces se levantó y, emocionado, le abrazó, al tiempoque le decía:
—Gracias, muchas gracias... Hice bien en confiar convosotros; es más, albergaba la esperanza de que vendríaispor mí.
—Pues has acertado jefe Sel. Ahora si nos lo permites,ultimaremos unos detalles y abandonaremos estoslóbregos lugares.
—Como queráis, y si en algo puedo ayudaros...
—No hace falta, jefe. Sólo vamos a poner a buenrecaudo a estos infelices.
Fueron trasladando a los guardianes a la celda queocupaba momentos antes el jefe Sel.
—Kevin, dile a Randal que traiga al otro. Aunque...
—¿Qué piensas, comandante?
—Vamos a colocar uno en cada celda. Hay suficientepara los cinco.
Así lo hicieron y Kevin reclamó:
—Comandante, ¿me permites que inscriba yo las iniciales?
—De acuerdo, puedes hacerlo.
Kevin fue desposeyéndolos de las escafandras quellevaban los enjambres humanos y en su frente fuemarcando EPE, iniciales que les sería difícil quitarse,puesto que resultaban indelebles.
Cuando el jefe Sel vio aquello, sonrió satisfecho ymusitó:
—Ya imaginaba que esto del EPE era obra vuestra...Habéis levantado una polvareda, comandante. Hasta míhan llegado vuestras hazañas, a través de la conversaciónde los guardianes.
El comandante y los tenientes se limitaron a sonreír.
Cuando ya estuvieron alojados en sus respectivasceldas y debidamente marcados, accionaron los dispositivosde cierre e iniciaron el camino de regreso, hacia elpasadizo secreto.
Estaban ya a punto de alcanzarlo, cuando oyeronpasos y tuvieron que ocultarse precipitadamente en laprimera puerta que encontraron.
Aquella estancia era la sala de reunión del gobiernoy, por lo tanto, desierta a aquellas horas.
Bill dejó una rendija para saber quién pudiera sery vio a una mujer joven, completamente transfiguradapor el dolor que reflejaba su rostro.
Cuando pasó junto a la puerta, a duras penas lapudo reconocer. Aquella mujer era nada menos queSelinea, y de su hermosura apenas quedaba nada. Erauna piltrafa humana.
Una vez se hubo alejado y el camino quedara expedito,Bill hizo una seña para que continuaran hacia elpasadizo.