CAPITULO PRIMERO

 

—¡Cuidado, Randal!... ¡El enjambre se te viene encima!...

Randal, advertido por Bill, jefe del Escuadrón de laPatrulla del Espacio, conocido por las siglas EPE, miróa su derecha.

Unos cuantos seres voladores, con una vestimenta, decabeza a pies, de un brillo metálico y con escafandra, seaproximaban a gran velocidad.

El comandante del EPE ordenó:

—Randal, no te desvíes de tu ruta. Kevin y Eugene,seguidme.

Tripulaban sus astronaves monoplazas, provistas delos últimos adelantos aeroespaciales y, salvo el jefe delescuadrón, todos los demás ostentaban la graduaciónde tenientes.

Siguieron a su jefe, como se les había ordenado, efectuandoun movimiento envolvente.

El enjambre de aquellos seres voladores pareció quedarsorprendido por la inesperada aparición de aquellasotras tres astronaves, que acudían en auxilio de aquellaque imaginaron presa fácil.

Iniciaron la retirada, pero para muchos de ellos taldecisión fue tardía.

Bill Steen ordenó abrir fuego graneado.

Les llamó la atención que, a medida que iban alcanzandocon sus proyectiles a aquellos «volátiles», se poníanal rojo vivo, para luego esfumarse como una nubecillade vapor.

Algunos hicieron uso de sus armas, y más de un proyectilrebotó en el fuselaje de sus astronaves.

Randal también entró en acción, y los cuatro conjuntamentepersiguieron a los supervivientes de aquel enjambrede extraños seres humanos que volaban vertiginosamentepor el espacio, sin que se les viera alas o algoparecido.

Una gran astronave hizo acto de presencia y, como sise estableciera una poderosa corriente de succión, fuealbergándolos en su interior, de forma insospechada porla rapidez con que desaparecieron los supervivientes.

El comandante Steen y los demás componentes delescuadrón, se aproximaron cuanto pudieron a aquellagran astronave.

Llegó un momento en que parecía que le iban a daralcance, de tan cerca que se hallaban, pero inmediatamentenotaron en sus vehículos unas vibraciones.

Las vibraciones eran de tal envergadura, que los mandosde sus respectivas cosmonaves se resistían a obedecer.

Por un verdadero milagro no chocaron entre sí, puestoque navegaban sin control alguno.

Solamente cuando la gran astronave se alejó, a unadistancia considerable, los mandos comenzaron a respondera los dictados de sus respectivos tripulantes.

El comandante del EPE les recomendó:

—Muchachos, hay que mantener esta distancia y, siintenta de nuevo someternos a su campo de influenciavibratoria, efectuaremos fuego concentrado hasta lograrsu destrucción.

Obsesionados como estaban en perseguir a aquellapeligrosa astronave, no se dieron cuenta de que pordetrás de ellos se aproximaban dos astronaves, delmismo tipo de la que perseguían.

De nuevo los síntomas de vibraciones hicieron actode presencia.

Por poco, la nave del teniente Kevin Getty se estrellacontra la del teniente Eugene Evans.

Por otra parte, el teniente RandalOrr iba dando tumbos,y el propio comandante Bill Steen se las veía y deseabapara mantener el rumbo deseado.

Sólo se le presentó una ocasión en que tuvo a una deaquellas extrañas astronaves bajo su visor, pero la supoaprovechar bien.

Accionó el pulsador de descarga total de cuantasarmas llevaba a bordo, y una inmensa llamarada, almismo tiempo que una terrible explosión, se produjeronen la fracción de unos segundos.

Había dado de lleno en una de las astronaves, y lasotras dos, cuando recobró el equilibrio de la suya, habíandesaparecido.

Gracias a la decisión del comandante se evitó la desaparicióntotal del escuadrón, que hubiera ido a engrosarel gran número de los que hasta la fecha se habíanproducido.

Se reagruparon y, tras dar las novedades a su comandante,éste decidió el regreso al punto de partida.

 

***

 

Bill Steen hallábase en conferencia con los componentesdel escuadrón.

—Por lo que hemos oído a quienes han presenciadootros ataques, y por lo que hemos visto, está claro quelas naves solitarias son las de su preferencia.

—Completamente de acuerdo. O si no, que me lo digana mí —ratificó Randal.

A lo que replicó Bill:

—Esto para que te sirva de lección, y otra vez note separes de nosotros. Si no llego a darme cuenta, aestas horas hubiéramos tenido que añadir una baja más.

—Es que Randal, en eso de estar en las nubes, selo apropia por hecho y derecho.

—Mira tú el gracioso de Kevin, qué chiste más maloacaba de hacer.

Bill Steen tomó de nuevo la palabra:

—Según informes que me han sido facilitados, estos«enjambres» no operan únicamente en el área de nuestroplaneta, sino que han logrado la destrucción de otrosmás pequeños que el nuestro.

—¿Qué fin persiguen con ello, Bill? —inquirió Eugene.

—Según se ha comprobado, hasta la actualidad, únicamenteles guía la destrucción de aquellos que noquieren doblegarse a sus exigencias.

—Luego esto quiere decir que es el afán de dominiolo que en ellos impera.

—Esta es la conclusión a que he llegado, Randal.

Y luego, señalando un mapa que allí tenía, continuó:

—Tras someter el estudio de probabilidades al cerebroelectrónico, nos ha señalado la ruta más probableque emplean para sus incursiones. Fijaos bien.

Les fue indicando las trayectorias, pudiendo apreciarque partían o pasaban tanto por el Polo Norte o el Surde nuestro globo.

—Desde luego, es muy significativo esto —manifestóRandal.

Los demás también se dieron cuenta de esta particularidad.

Bill, mirándoles complacido, les expuso:

—Celebro que hayáis reparado en esta particularidad.Vamos a dedicar especial interés en ambas zonas. ¡Ah!Me permito advertiros que rehuyáis la proximidad de estasnaves. Ya habéis podido comprobar cómo se lasgastan, y si las vibraciones hubieran durado un pocomás, nos vamos todos al traste.

—Y hubiera sucedido así, de no abatir tú aquellaastronave.

—Fue un golpe de suerte, Kevin. Se colocó ante elvisor y no tuve más que presionar el dispositivo dedescarga general.

Bill Steen, en su modestia, trataba de restar importanciaal hecho, pero los componentes del escuadrón sabíande su pericia y arrojo.

A Bill le pareció ver algo apostado contra la ventanade la estancia en donde estaban celebrando el cambiode impresiones.

Siguió hablando, a medida que se iba aproximandoa la ventana.

Una vez allí, como quien no lo hace, se fijó en aquelloque había llamado su atención.

Bruscamente, se asomó al exterior, y todavía pudover a un «volátil» humano, de aquellos que componíanel enjambre, que desaparecía.

Los tenientes Randal, Kevin y Eugene se aproximaronal lugar en que estaba su comandante, preguntando:

—¿Qué pasa?

—Pues me da la impresión de que toda nuestra conversaciónha sido escuchada.

—¿Por quién?

—¿Quién ha de ser, Kevin?... Pues los mismos quenos atacaron.

—¿Y tú crees...?

—Naturalmente que sí.

Al tiempo que decía estas palabras fue tanteandocon la mano el marco de la ventana, por su parte exterior.

Al poco rato, halló lo que sospechaba habían dejadoallí.

En la mano llevaba un objeto, que mostró a sus subordinados,a tiempo que decía:

—Lo imaginaba... Mirad, nos han obsequiado con unemisor para enterarse de todo cuanto hablemos. Se veque sienten cierta curiosidad, ¿no os parece?

Rieron la pregunta de su comandante y éste, conocedordel aparato, accionó una palanca para que dejara defuncionar.

Luego dijo a sus muchachos:

—Bueno, podéis disponer del tiempo para lo que gustéis.Pero mañana a primera hora os quiero aquí, listospara despegar. Tenemos que efectuar el turno de vigilancia.¿De acuerdo?

Los tres asintieron, a medida que iban abandonandola sala de conferencias.

El último en hacerlo fue el propio Bill Steen, que, conel diminuto emisor, se dirigió a su alojamiento.

Nada más abrir la puerta, un sexto sentido le advirtióque allí había alguien más, por lo que tomó susprecauciones.

Aun así, no pudo evitar que dos individuos se learrojaran encima y la emprendieran a puñetazos con él.

Bill se defendió como pudo. A uno le dejó fuera decombate, de un fulminante directo.

Ambos individuos iban enfundados en una vestimentaunicolor, que incluso les cubría el rostro, cuya partesuperior tenía sendos orificios correspondientes a losojos y boca de los enmascarados.

Se volvió rápidamente para atacar al otro, pero notócómo la vista se le nublaba, a consecuencia de un fuertedolor en la nuca, y todavía tuvo conciencia de que secaía en un pozo sin fondo y luego, nada.

Aquellos intrusos cogieron el cuerpo del comandante,lo envolvieron con una vestimenta similar a la suya yluego, introduciéndose en el elevador particular del comandante,ascendieron hasta la azotea del edificio.

Posteriormente, un vehículo despegó de la azotea,alejándose a gran velocidad.